miércoles, 29 de diciembre de 2010

Frases cazadas al vuelo

Normalmente en nuestras calles encontramos palabras que se quedan en el aire, que pasan inadvertidas porque se dicen demasiado rápido y casi no podemos oírlas. Para todas ellas, esta nueva sección del blog.



"He visto en Rouen, en los árboles, colores que solo había visto en las películas"


Isabel Montero, estudiante Erasmus bajo el síndrome existencial del fin de carrera.

12 de la noche. Calle Recaredo, Sevilla.

Cambio periodismo por edredoning

Sucedió a las 12 de la noche de un 28 de diciembre. De repente, CNN+, ese canal que llevaba 11 años acompañándonos, el que había estado cada día puesto en la televisión del master, el que nos había dado la realidad al instante, se iba para siempre.

No miento si digo que se me escapó una lagrimita cuando Benjamín López dijo adiós a la audiencia conteniendo la rabia. "Las decisiones empresariales no entienden de sueños ni de ilusiones, sino de cifras puras y duras". Detrás de él, todo el equipo, mirando por primera vez a cámara, porque su sitio es detrás de ellas. "A ustedes nos debemos", explica Benjamín. La cadena agoniza bajo la presión del reloj que aprieta en la esquina inferior derecha.
Se nos va el periodismo. Solo noticias durante las 24 horas del día a cambio de 24 horas de bazofia, de basura berlusconiana en forma de reality, de satisfacer nuestro morbo con la inmundicia de 16 marionetas que aspiran a meterse en la cama con el primer famoso que pase o salir desnudos en la portada de Interviú a cambio de un fajo de billetes. Hemos cambiado la información por la desinformación, la formación de la opinión pública por su atontamiento intelectual.

Cuando la silenciosa pantalla se llena con un cartel que informa del fin de las emisiones de CNN+, algo de los del master se queda con ellos. Han sido la banda sonora de un año entero, aunque la viéramos antes de entrar. Vemos con nostalgia como esta crisis y nuestra profesión no pueden llevarse bien. La vcemos irse, discreta, modesta, como siempre lo fue. Sin aspirar a audiencias descomunales ni a cuotas de share competitivas. Solo informar. Hoy no es día de izquierdas ni de derechas. No hay copas de champán con las que celebrar nada.

La profesión está de luto. Ayer Canal Sur en su informativo dedicó sus últimos segundos a honrar a los compañeros. Da igual que sean una cadena privada. Da igual que no se comulgue con la ideología del grupo. Da igual. Puestos de trabajo que se destruyen, noticias de las que nunca se informará, las luces de un plató que se apagan para siempre. Y qué duro cuando la palabra "siempre" es cierta y no una exageración.

Desde aquí, me despido de los que nos han ayudado a ser mejores periodistas, de los que nos han dado las pistas para conocer la actualidad informativa cada día y no dejarnos nada en el tintero, de los que han hecho de la inmediatez una obra de arte. Gracias CNN+ por todos estos años. Ojalá esta sea la última de Berlusconi y su Mediaset, y no la primera de tantas, como sospecho que será.

Mientras estaba pasando, ahi estábais vosotros para enseñárnoslo. Hasta siempre.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuando me vine

Nunca pensé que llegaría,
un año ya de ese momento
me cambió la vida,
pero tuve fuerzas para seguirla.
Me cambió añorando
a quien no se olvida...

Y me despierto un buen día
y ya llevo un año aquí
miro atrás, veo el camino,
el que han escrito mis pies.
Y quiero dar besos a todos
los que siempre vuelvo a ver.
Tantos recuerdos enlatados
en este Rincón del Café.
En lágrimas en el tren
en todos los momentos que me hicieron volver.

Que cuando me vine
no olvidé lo que dejaba allí.
Allí quedaba mi amistad
y tantas risas que volverán.

Que cuando me vine,
con esta maleta una vez más,
nunca dudé que os tendría,
a mi lado al regresar.
Que cuando os dejé por Madrid...

A Sevilla
A mi gente
A mi tierra,
la que me vió nacer,
la que me vió crecer,
la que me dejó ir
y que me hace volver.

Que cuando me vine
supe que mi historia estaba allí.
Y que algún día, no se cuándo,
regresaría a mi ciudad.

Que cuando me vine
no derrame lágrimas por mi.
Aunque dejaba la amistad,
sabía que al final, iba a regresar...

Quedan 15 días...

martes, 30 de noviembre de 2010

La felicidad se condensa en una hora

Qué fácil puede ser todo, y qué difícil lo vemos la mayor parte de las veces. No hay obstáculos insalvables, sino falta de motivación. Si el preámbulo vino en forma de arreglo de partituras, el primer acto ha sido de señales de entrada con la cabeza, de medir los seis por ocho con el brazo y de cierre de calderones con dedos que describen pequeños círculos en el aire.

De nuevo he vuelto. De nuevo por la música. De nuevo atendiendo a la llamada de Sevilla28. Mis amigos. Mi esperanza. Mi inyección de optimismo para regresar a un Madrid cada vez más gris y frío.

No es solo la música. Son las barbaridades, las canciones que salen sin pensar, las conversaciones de desahogo y aquellas que nunca tuvieron lugar, las miradas de aprobación y cuando resoplas porque ya estamos al límite pero hay que seguir adelante.

Nunca pensé que Marty McFly pudiera seguir dándome alegrías más allá de la pantalla de televisión. Estos días han sido de liarnos en telas para simular ser caballeros medievales, de intentar recrear una Nueva York grandilocuente en apenas unos metros, días de maquillaje para que no brille la cara con los focos, de laca, secador y talco para envejecer una melena rubia, de cazadoras vaqueras cortas y chalecos rojos sin mangas, de marionetas de fieltro. Días de crear y de vivir, días de soñar y de cumplir. Días de ensayos para una sola hora de euforia y semanas de nostalgia.

Voy en el tren. Sevilla hace media hora que se quedó atrás. He dejado mis recuerdos junto a una columna en la estación de Santa Justa. Los recogeré el 21 cuando vuelva. Ahora, si pienso en los buenos ratos que estoy dejando atrás, no podré seguir centrado en esta última racha, en esta cuenta atrás.

Marty McFly ha creado en mi una dependencia, me ha devuelto al Delorian y a la locura de Doc. Esa locura que nos hace creer que se puede jugar con el tiempo. Hemos vuelto a desafiar al reloj: hemos hecho en una semana el trabajo de meses. Las manecillas han jugado a nuestro favor y hemos olvidado los años y los kilómetros que nos separan para dejarnos la piel en un escenario que es escalera recta hacia la gloria que provoca el trabajo bien hecho.

Anuncian la llegada a Córdoba de mi tren. Echando la vista atrás, lo vivido parece un sueño. La niebla y la lluvia hacen más lastimera, más triste, mi partida. ¿Qué nos queda sino la ilusión por la próxima vez que nos reunamos, Sevilla28? ¿Y qué si estas son las cosas que hacen que nuestra vida tenga sentido? ¿Y qué si nuestro único beneficio es el placer de volver a tocar juntos? Entiendo que haya gente que pueda no comprenderlo, pero para mi es obvio.

No mirar la meta. Disfrutar del camino, de las risas, de las palabras susurradas, de las miradas, del guiño de un ojo, de pasarle las páginas a una amiga, de peinar a otro, de comer pizza en el suelo, e incluso de los gritos y las frustraciones. No hay una señal más clara de que estamos vivos y de que queremos seguir estándolo. Mi hermano mediano, ese con el que no comparto ni el moreno de la piel, ni la altura, ni el carácter, ni tantas otras cosas, cumple un año tomando mi relevo en un coro que siempre fue suyo. A él le debe Sevilla28 el lema de su razón de ser: "Puede que yo no viva de la música, pero os aseguro que la música me da la vida".

No me canso de daros las gracias. Pase lo que pase (Come what may), no olvidéis que os quiero, y que siempre podremos regresar al pasado para rememorar una y otra vez las alegrías de cada 27 de noviembre. La felicidad suena a oboe, a arpa, a piano y guitarra eléctrica, a bombo y violín, a guitarra española y chelo. Y se viste de bata blanca, de troglodita, de bufón, viaja en Delorian y recorre todas las épocas posibles. La felicidad se condensa en una hora. Y yo la he vivido junto a vosotros.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Diferencias post-24

Quien me dice que me estoy convirtiendo en un snob, en un moderno, en un gafapasta... no tiene razón. Soy mejor que antes, mucho mejor, quizá por este año casi completo en la capital, por haber vivido como si no hubiera un mañana, por haber resistido a las continuas embestidas para hacerme mejor periodista. Soy más optimista, más lúcido, más exigente y más culto. Soy mucho más abierto y más paciente, pero también he aprendido a dar un grito cuando es necesario sin pensarlo.

Ahora veo el Barça bebiendo cerveza belga de importación, tomo café solo, no me dejo intimidar porque todos mis amigos sean mayores que yo, no me importa discutir si sé que llevo la razón, escucho death metal mientras escribo, leo cómics en la cama antes de dormir y me considero capaz de ir a cualquier sitio y sacar un buen reportaje (sea entre fascistas, yonquis, buscando tesoros perdidos o entrevistando por teléfono a abogados de San Francisco).

Claro que he cambiado, faltaría más que volviese siendo el mismo. 24 años, y qué distinto todo con solo echar la vista un año atrás...

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mike


Mike se quedó mirando como embobado al espejo del parasol. Una vez dejado atrás el tanatorio y el olor a desinfección y pulcritud, su mente se hallaba ahora en la cálida visión de un solo gesto. El gesto que le movía las entrañas, que le hacía entrecerrar los ojos y esbozar una sonrisa ladeada, como la que sale cuando aún te dura el efecto de la anestesia del dentista. Un gesto recogido en un instante, pero que en su memoria podía seguir viviendo durante horas: esa mirada tímida, aún con la cabeza agachada, la boca entreabierta exhalando un suspiro que tararea una canción, y el mechón de pelo cayendo, suave, sobre la frente.

Mike volvió en sí cuando el parasol volvió a levantarse para quedar pegado al techo del vehículo. Desde su asiento, justo detrás del copiloto, buscó ahora otro reflejo donde poder mirarla. Y lo encontró en un difuminado retrato de ella en el retrovisor. Volvía la sonrisa ladeada. Volvia la revolución en las entrañas.

Una mano desde el lado del conductor llegó a la pierna de ella, y en el reflejo vio como volvía su mirada inocente a aquel que ni la quería ni nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por darle lo que se merecía. Mientras ella sonreía enamorada al que la llevaba por el camino de la amargura, el otro reclamaba su atención, solo por saber que no hay más visión para ella que él. Solo para sentir que es suya.

Mike deseó haber sido más astuto, más libre, más pícaro, más valiente y más sincero. Deseó haber tenido el valor para decirle a ella que si un día pasaba sin verla, le faltaba el aire; que en su vida no había visión más hermosa que buscarla en los reflejos de los cristales; deseó que él no hubiese existido nunca. Sonaba 'Born to run' de Springsteen en la radio, y pensó que no había nacido para correr, sino para detenerse a contemplar la belleza del mundo. Que no quería huir, que no quería seguir yendo en el asiento de atrás viendo pasar la vida. Viéndola pasar a ella.

Mike se estremeció y cogió aire. Cuánto la quería... Volvió a las ventanas reposadas de árboles cuajados de hojas amarillentas, arcenes con baches y vallas metálicas que cierran el paso a todo vehículo a las fincas colindantes. De repente, sintió que había una extraña sensación en el ambiente, y volvió al espejo del parasol. Y allí estaba.

Ella, con los ojos entrecerrados, la respiración agitada y la sonrisa ladeada post-dentista, lo miraba desde el otro lado del espejo. Al verle, retiró rápidamente la mirada y cerró el parasol. No habían nacido para correr, pero si tenían que hacerlo, que fuese juntos y en un coche de tan solo dos plazas. Mike pensó en lo que haría él, y fue directo al retrovisor lateral. Allí estaba ella de nuevo, ensimismada, con ese precioso mechón sobre la frente. Y Mike supo que lo que tenía que ser, sería.

- ¿Paramos a tomar café? - preguntó el conductor. Nadie contestó. A nadie le importaba. Mike solo sabía que lo que reflejaba aquel espejo era todo lo que amaba. Y ella, que las letras que contiene un "Te quiero" pueden estar grabadas a fuego en el silencio de una mirada.

domingo, 31 de octubre de 2010

Compartir es vivir


¿Qué hacen un abogado gafapasta, el batería de una banda de heavy metal, un mostoleño fanático del Barça y un señorito andaluz que toca el arpa, en un colegio mayor revolucionario de Ciudad Universitaria?

Podría ser el comienzo de una película disparatada de Woody Allen, pero es una realidad que transcurrió el pasado viernes. Es de esas cosas gafapasta que piensas que nunca podrás hacer, pero esta vez lo he conseguido sin ni siquiera proponérmelo. Los cuatro nos encontramos en un concierto de jazz en el mítico Johnny, el colegio mayor de la movida madrileña al que ya nadie conoce como San Juan Evangelista.

Dave Holland sobre el escenario. El contrabajista de Miles Davis, acompañado de su quinteto, desplegaba las artes que le han hecho una figura indiscutible de la historia del jazz. Tras el concierto, vino el momento mágico. Mientras llovía, nosotros nos dedicábamos junto a la cafetería del colegio mayor a comentar el concierto: el batería explicó la destreza de los músicos, yo los patrones de improvisación en el jazz, el gafapasta comparó el estilo de Holland con el de otras figuras míticas y el mostoleño explicó las últimas actuaciones del contrabajista y su última incursión en el flamenco junto al Habichuela.

En un momento, nos encontramos cuatro vertientes musicales: lo mío es lo clásico, lo de Móstoles el jazz, el batería lleva bien el heavy y el gafapasta el rock y el pop más transgresor. Hablando de música, bebiendo los unos de los otros, aprendiendo nuevos campos de la Cultura. Intercambiamos grupos, piezas, acudimos juntos a conciertos de todo tipo. ¿Por qué conformarse con una especialidad musical, pudiendo tenerlas todas cada uno de nosotros? Compartir es vivir. Nunca lo he tenido tan claro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Una canción para tiempos actuales




Tiempo de reír, tiempo de llorar
Tiempo de triunfar y de fracasar
Tiempo de quererte y que te quieran
De quedarte dentro o de venirte fuera.

Tiempo de subir a las alturas
Tiempo de buscar en la basura
Tiempo de morir, tiempo de matar
Tiempo de agarrar tiempo de solar.

De volver atrás, convertirse en sal
De apretar los dientes, de mirar atrás
De volverse fuerte, de gritar al mar
De vaciar las manos, de ganarse el pan.

Tiempo de morder, tiempo de soltar
Tiempo de plantar, tiempo de arrasar
Tiempo de aguantar, tiempo de explotar
Tiempo de guardar, tiempo de tirar.

Tiempo de arrancar, tiempo de plantar
Tiempo de rasgar, tiempo de curar
Tiempo de rezar y de blasfemar
Tiempo de gritar, tiempo de callar.

Tiempo de comer, tiempo de ayunar
Tiempo de partir y de regresar
Tiempo de abrasar y de congelar
Tiempo de engañar y decir verdad.

De mirar al suelo, tiempo de escuchar
De tocar el cielo, tiempo de opinar
Tiempo de ser niño, y de ser mayor
Tiempo para ti, tiempo de los dos.

De tocar el cielo al decir te quiero
De ser nieto, hijo, padre o abuelo
De vivir borracho, de volverse abstemio
De soltar amarras o de echar el freno.

Tiempo para mí y para los demás
Y si soy ladrón pude ser legal
Tiempo de saltar tiempo de parar
Tiempo de cantar tiempo de buscar.

Tiempo, tiempo, tiempo
mucho tiempo más
Cada cual sabrá en que tiempo está
Tiempo de actuar tiempo de observar
En el tiempo está toda la verdad.

180 Grados

sábado, 16 de octubre de 2010

Noche de tranquileo psicotrópico


Para una noche que decido no salir a beber para olvidar y apostar por un plan tranquilo, estoy ahora mismo absolutamente desconcertado. Me he ido con Javier después de unas cervezas y desahogarnos por la infernal semana de revista -después de la cual me he dado cuanta de que siempre pringamos los mismos- al cine al Palacio de Hielo. Buscando en El Psís que hoy ni siquiera hemos hojeado la sesión golfa, nos hemos topado con dos opciones: la DiDi Hollywood de la Pataky en la que -palabras textuales de la rubia- no enseña "ni un pezón", o la película sobre la creación de Facebook, La Red Social.

Obviamente, nos hemos metido en la segunda (después de perdernos por un centro comercial medio abandonado) con sendos cubos de palomitas. Resulta que el niñatillo de Harvard que creó el "Me gusta", Mark Zuckerberg, era una mala persona de mucho cuidado. No contento con putear a los dos niños pijos que iban a ser sus socios, deja tirado a su mejor amigo y co-fundador de la red social para irse con el creador del Napster encarnado en un Justin Timberlake al que es muy fácil odiar. Resulta que el tal Mark traiciona al buenazo de su amigo Eduardo, un brasileño bastante buen tío, y se queda solo pero con una empresa que vale 25.000 millones de dólares. Ahí es na.

No contento, llego a mi casa y pongo la tele. A las 2.30 de la madrugada Intereconomía me obsequia con un reportaje enternecedor y nada necesario que intenta mostrar el lado afable y campechano de Franco. Mientras desfilan por la pantalla conocidos del caudillo ensalzando su personalidad entrañable, de fondo suenan mis piezas favoritas de música clásica como la Romanza del Concierto para guitarra y orquesta de Salvador Bacarisse o el preludio de Lohengrin de Wagner. Después querrán que no me indigne. Una noche rara. Miedo me da que suene el timbre.

lunes, 11 de octubre de 2010

Osuna Express: una noche en palacio

No hay noche más hermosa que la de Osuna bajo la lluvia de otoño. Creía que lo había visto todo hasta que he conocido la noche cerrada y silenciosa en una calle empinada de adoquines en pleno centro de Osuna. La ciudad es extraña como Venecia: serena, misteriosa, sutilmente despoblada y rotundamente atractiva.

El palacio en el que íbamos a alojarnos se presentaba enorme, relativamente vacío, de techos altos, señorial y muy acogedor. La pelirroja empuja con toda su fuerza (no la suficiente) la puerta de madera con cerradura clásica. No se abre. Tras varios intentos, se da cuenta de que falta una vuelta de la llave. Empuja y entramos. La casa es fascinante, y desde el primer momento sé que aquel escaso día que pasaré allí será algo para recordar.


Durante las siguientes horas se alternan las canciones a capella, las charlas en la cocina, las bromas, la planificación del concierto de Sevilla28, el guitarreo flamenco y los cigarritos en la puerta de la casa ante una calle desierta por la que corre un río ligero improvisado por la copiosa lluvia. El piano de pared, la encimera de la cocina, las tres camas unidas, la azotea cubierta de nubes blancas y la escalera encalada con el azulejo de San Rafael, son testigos de una noche de Sevilla28. El año pasado en Alcalá nuestra primera conviviencia, y este año, cuando creía que no habría nada especial, me sorprendéis con una convi sorpresa, una reunión de amigos improvisada y que ha salido a la perfección.

Cada vez cantáis mejor, me gusta que estéis tan concienciados de que esto es importante, que no haga falta que nadie ponga orden. Me gusta que te lo tomes tan en serio que te enfades, me gusta que nos traigas lo que cantas con tu coro joven de Andalucía y que nos lo enseñes con toda la pasión que la música te provoca, me gusta que des ideas descabelladas que luego resulten geniales, y me gusta que quieras entrar en este círculo de locos, de músicos locos que se lo pasan demasiado bien trabajando juntos como para rendirse.

No sabéis cuánto os echo de menos y cómo os agradezco esta noche de fantasmas y risas en el palacio de los Aguilar en Osuna. No ocupáis mi tiempo, sino que me proporcionáis nuevos recuerdos, nuevos motivos para volver, para querer volver. Madrid es una paradoja en sí misma que acoge al forastero como a uno más, pero no hace que se sienta acogido. Hay demasiado tráfico para oír los pájaros y la lluvia caer por los adoquines de una calle empinada.

Esta tarde, después de los abrazos rápidos antes de subir al coche, la descoordinación con nombre propio me ha golpeado con la puerta del coche en el labio. Tras los perdones pertinentes y con la nostalgia aún en el cuerpo, una vez en marcha, me he tocado el sitio golpeado y he sentido un ligero dolor. Temiendo que se me hinchara y que tuviese que dar explicaciones por el moratón a mis fuentes en Madrid al citarme con ellas, he vuelto al mundo real y he desplegado el espejo del copiloto, ese que los fabricantes colocan en el quitasol por si una mujer coqueta se monta en tu coche. El sol ha dado en el espejo y luego me ha mostrado una revelación (sabéis que me hablan mucho los objetos). En la imagen del cristal, una Osuna difusa vestida de blanco se dibuja sobre un cielo azul, en el asiento de atrás Mari Ro canta tranquila una canción de Pereza mientras el escaso sol le da en la cara, y en mi cara despejada y feliz no hay señal de hinchazón, mi labio está como siempre.

Todo sigue igual, si no mejor, después de este fin de semana de señorito andaluz en Osuna. Un palacio, un grupo de amigos enamorados de la música y una ilusión inagotable. Otro reencuentro lleno de alegrías, de sonidos y de nuevas incorporaciones. Osuna me ha abierto los ojos: el coro se ha hecho grande, grande de verdad, una institución madura, con responsabilidad, pero sin renunciar a esa pasión por la Música del primer día. Lo que hacemos es grande, amigos.

Gracias por seguir dejándome participar en este genial proyecto a pesar de la distancia. La música no es lo único que nos mantiene unidos: el cariño y la admiración que os tengo son más que suficientes para que cuando Sevilla28 me llame, compre un billete para Sevilla, me ponga las alas verdes y espere a que Jose dé la entrada. A partir de ese momento, comienza la magia.

martes, 5 de octubre de 2010

Recuerdos de nueve meses

¿Quién quiere vivir una vida solo llena de recuerdos? ¿Quien quiere vivir para siempre sin tener nadie que te encienda una sonrisa cuando veas su nombre en la pantalla del móvil? Los días pasan, la rutina nos arrastra y los detalles se nos van pasando, desapercibidos.

Este año en Madrid, por mucho que digan algunos, estoy recopilando miles de experiencias. Ahora que ha pasado mucho tiempo desde que nos conocimos y que las rencillas están más tensas que nunca, se me vienen a la cabeza todos los momentos bonitos de cuando empezamos a conocernos.

- Contigo volvía en coche, me dejabas en la puerta de mi casa, aunque tuvieras que darle toda la vuelta a la glorieta para dejarme justo en la puerta.

- Contigo que solo hacen falta un par de latas de cerveza en una plaza abandonada de la mano de Dios para pasar las horas riendo sin parar.

- Contigo que un cigarro y una cerveza a medias saben mucho mejor.

- Contigo aprendí de jazz, y me enseñaste todos esos detalles que a mi se me escapan, y me contagiaste tu pasión por esa música improvisada que huele a humedad y vainilla de Nueva Orleans.

- Contigo volví a montar en moto después de tantos años, y sentí el fresco del otoño de Madrid en la cara. Aunque al día siguiente tuviera agujetas en los brazos de agarrarme tan fuerte a las barras para no caerme en medio de Velázquez.

- Contigo aprendí que esperar a que abra el metro no es un suplicio, si mientras ves el sol aparecer por encima del Parque del Oeste con un paquete de palomitas y una buena conversación.

- Contigo fui a tomar café a una cafetería antigua, de esas de zócalos de madera, y probé el mejor chocolate con naranja de Madrid.

- Contigo me escondí de la policía mientras revisaban a los demás en la plaza y los multaban por hacer botellón.

- Contigo hice guardia ante la casa de un estafador desparecido esperando a que saliese, y aprendí que una colilla sobre un charco de aceite ante la casa puede significar que hay alguien dentro y que no quiere abrirnos.

- Contigo me peleé con conserjes de casas de lujo, guardias de seguridad y secretarias de abogados que nunca pueden hablar porque están "en una reunión muy importante".

- Contigo aprendí que las cosas no son importantes si no se viven en grupo, si no hay nadie a quién contárselas.

- Contigo pasé las noches en bares oscuros hasta que nos echaron.

- Contigo peregriné hasta la máquina de café una y otra vez para compartir nuestro sufrimiento y no perder la cordura.

- Contigo aprendí que hay llamadas de teléfono que solo sirven para convertir la tragedia en un consuelo mutuo.

- Contigo supe que nada es blanco ni negro, y que hay vida más allá de El País.

- Contigo mantuve la calma y aprendí términos de Derecho para que no me demandaran a la hora de hacer una crónica de un juicio.

- Contigo aprendí que los toros pueden ser fotografiados, que el albero, los caballos, el asta del toro y el rojo del burladero son una obra de arte a través del objetivo.

- Contigo me sinceré, y por eso te advertí que, aunque al principio me costase arrancar, ya me irías conociendo.

- Contigo escuché ópera, contigo flamenco y contigo heavy metal.

- Contigo hablé de libros, y por eso tengo la estantería cada vez más llena de libros que no hacen otra cosa que engrandecer mi intelecto y mi alma.

- Contigo me abracé cuando todo salía mal y cuando la lagrimilla asomaba por el lado del ojo, fuera el tuyo o el mío.

- Contigo soy mejor, más seguro, mejor periodista, un hombre más cultivado y mejor persona.

Y lo que nos queda...

domingo, 3 de octubre de 2010

No hacen falta palabras


Paralizado. Helado. Bloqueado. Ante ti no me salen las palabras, ni siquiera escritas. En mi mente están volando, pero no soy capaz de ponerlas en orden. No hacen falta palabras -y eso que yo creía que hacían falta siempre- cuando todo esta dicho y, al mismo tiempo, todo está por decir.

Estoy absolutamente enamorado de tu voz. Y también de tus silencios. Soy capaz de recordar cuando apareces y cuando te marchas. Cada vez. Tus canciones están metidas tan dentro de mí que no las concibo cantadas por otra persona.

Y a la vez inspirado. Fértil. Iluminado. Fascinado. No puedo mirarte a los ojos, porque entonces desaparece el mundo, y ni oigo, ni veo, ni siento. En tus ojos vidriosos está la razón de mi nostalgia. En esa mirada aparecen todos mis secretos desvelados, mis dudas atendidas, mis inseguridades aniquiladas. En esa mirada están mis sueños y mis ilusiones.

¿Cómo puedo pretender, una vez más, vivir conformándome con un engaño si cada vez estoy más convencido de que eres la única que puede salvarme?

viernes, 1 de octubre de 2010

Publicidad: 4 sentidos

A veces la realidad supera toda ficción. He aquí una historia que lo demuestra.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Esperanza

A veces hay frases que pasan desapercibidas entre tanta desesperanza, y no deberían. Miguel Ángel Bastenier nos obsequió con este sutil alegato a favor de nuestra profesión en una de nuestras clases. Hay luz al final del túnel.

"Los doctores no trabajan en los hospitales, ellos no trabajan. Sólo trabaja el picapedrero. Los doctores son como los abogados y los periodistas: hacen magia."

Miguel Ángel Bastenier

lunes, 27 de septiembre de 2010

Desidia

¿Que por qué te comportas así? No lo sé. En nueve meses no he logrado entenderlo. Ni creo que lo logre jamás. Quise entenderte más allá del "qué diran"y me ha costado sudor y lágrimas. Ahora no puedo hacer otra cosa que decir que tenían razón, que nunca dejaste de estar más preocupada por mirarte en el espejo de tu polvera que por preguntar por mí.

El viento helado de este invierno precoz en octubre me ha despejado, y han salido con el vaho de mi boca mis demonios. Se me están olvidando tus momentos buenos y breves, y ahora es como si viera a la misma desconocida del primer día, aquella que no quise ver y que ahora desearía no haber visto. Idas, venidas, dudas y discusiones, silencios sin motivo y huidas de madrugada. Las cosas no suceden en vano. Hacía falta hacer todo este recorrido para llegar a darme cuenta de que no merece la pena seguir esperando. Esperando a que salgan también tus demonios por el vaho de tu boca.

Ni tú has intentado calmarte, ni nunca lo harás. Lo que pasa por tu cabeza es un laberinto indescifrable que ni tú misma comprendes. ¿Cómo voy a hacerlo yo? Si supieras las teorías que he montado en mi mente para encontrar una explicación... pero no he conseguido ni siquiera encontrar un patrón satisfactorio que me ayudara a seguir adelante.

Se ha acabado el tiempo. Esto ha sido un parto a la inversa de nueve meses de desencanto, de una angustia de no saber qué fallaba que no paraba de crecer. Nueve meses de echarme la culpa yo cuando la tenías tú. Cosas de la vida...

Aquí se separan nuestros caminos. Ahora te veo a través de un velo, una turbia nebulosa que ha estado ahí desde que te conocí y que me impide saber quién eres en realidad. Ya no me queda paciencia. Aquí acaba el cariño y empieza la cortesía. Te lo has ganado.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Reporterismo en Madrid


Me encantaría titular este post Vacaciones en Roma, como la película de Audrey Hepburn y Gregory Peck, pero ni estoy en Roma ni de vacaciones. Ayer, después de unos 5 años, volví a subirme en una moto. Ana conducía y yo, de paquete, con mi cámara para hacer fotos de la reapertura de la calle Serrano, me acordé entonces de aquella película y de la famosa escena sobre la Vespa.

Ir en la moto y pasearme, cámara en ristre, por la calle más glamourosa de Madrid con un casco de Telepizza en el brazo, mientras fotografío las lindezas de la reurbanización de la calle de Gallardón, no tiene precio. La gente te mira sin saber lo que eres: si un repartidor, un turista o un paseante perdido. Cosas del periodismo rudimentario, cuando tienes que hacer un periódico pero no tienes un gran nombre respaldándote, ni unos recibos con los que pagar tus desplazamientos, ni contactos suficientes como para asegurarte que todo sale bien.

Esto del periodismo de calle me encanta, he de reconocerlo, pero a veces es complicado no tirarte de los pelos cuando ves que si pudieras decir por teléfono "soy Miguel Pérez, periodista de El País" en lugar de "soy Miguel Pérez, estudiante de la Escuela de Periodismo de El País, esto no va a salir publicado", te harían más caso... pues te indignas, sobre todo sabiendo que ya no eres estudiante, que eres periodista porque tus prácticas y tu título lo dicen.

De todas formas, no queda otra que seguir adelante, seguir pensando que hacemos un periódico para miles de personas, y que nuestro trabajo no es sólo para nuestros maestros y correctores. Seguir apostando por hacer algo distinto que no nos deje en la cuneta cuando terminemos y no seamos uno de esos tristes "pre-parados" que El País pregona. Tenemos que tomarnos cada tema como si fuese el Watergate pero sin volvernos locos. Es la única manera de que, cuando llegue diciembre, estemos curtidos en este reporterismo suicida, aunque haya que correr en moto por Alcalá y pasearse por Serano con un casco de Telepizza.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Día a día entre la vida y la muerte

La vida en cuatro botellas


Para mis amigos los médicos


Creo que son los más imprescindibles de los profesionales, por eso su carrera es infinita y el peso de la responsabilidad, casi insoportable. Si hay algo a lo que dedicar tu vida que te haga reconciliarte con la Humanidad, eso es la Medicina. Ponemos nuestra existencia en sus manos y nos dejamos llevar: la vida y la muerte tienen en sus manos campos de actuación relativos.

Tienen en el quirófano una sala mágica en la que ser Dios por un rato, en la que retrasar las embestidas de la vejez y de la enfermedad. No hay marcha atrás: tras esterilizar sus manos y ponerse los guantes comienza la gran prueba, la del bisturí que intenta arreglar los desperfectos del canon universal del creador, que es el ser humano. Un millón de años de existencia no nos deja obsoletos, pero sí que necesitamos pasar más a menudo por el taller.

La línea de la vida que se refleja en el monitor crece y decrece al ritmo de nuestra respiración, de los latidos de nuestro corazón, mientras ellos se ponen la capa de la ciencia y, con nervios de acero, alargan sensiblemente la vida. Son los que miran a los ojos a la muerte e intentan ganarle la partida, aunque no siempre lo consiguen.

Mientras los demás tratamos de convertir el mundo en un lugar más habitable, ellos son los que nos dan más tiempo, los que nos vuelven a dar las fuerzas para no dejar de luchar. Fue la Medicina la que permitió que Mozart compusiera el Kyrie de su Réquiem, la que resucitó a los que salieron de los trenes de aquel 11 de marzo con la metralla incrustada en sus cuerpos, fueron ellos los que devolvieron la voz a Plácido Domingo cuando el cáncer le destrozaba, los médicos salvaron a Juan Pablo II después de que le dispararan en plena Plaza de San Pedro, y fueron ellos los que dejaron a tantos grandes hombres y mujeres de la historia terminar lo que empezaron.

Cuando nosotros desistimos, ellos no tienen horarios, ni eligen cuándo salvar una vida. Siempre médicos, vayan donde vayan. Aunque de lejos, me recuerdan un poco a los periodistas: nunca dejamos de serlo, aunque estemos de libranza, no se elige cuándo sucede una noticia, al igual que tampoco el momento en el que llega la enfermedad. Ser médico es elegir una vida, no una profesión. Son estrellas silenciosas, humildes luchadores, a diario entre la vida y la muerte, y aún así tan humanos como nosotros. Los que devuelven a este mundo a los que ven acercarse las puertas del Paraíso. Juegan con el tiempo y el destino, pero saben que no son Dios. Hombres sin más, pero con la vida en sus manos: ser médico es consagrar tus días a que los demás tengan el tiempo suficiente para cumplir sus sueños.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Lo siento, pero no

Recuerdo una charla hace tiempo, que he repetido en numerosas ocasiones. De si en los medios se publicaban noticias malas de la Iglesia porque somos los chicos malos, porque perseguimos a Roma por cualquier cosa, porque somos así de malvados. Yo pertenezco a ambos lados. No tengo por qué renunciar a un lado por el otro. Es perfecto y compatible.

Hay veces que se cuentan cosas menores porque faltan noticias, pero hay determinadas cosas que SÍ son noticia. Las perversiones de algunos sacerdotes no pueden quedar en el silencio, sobre todo cuando son tan terribles como estas. Ser periodista es contar lo que pasa, no inventarse noticias. Esto ha sucedido, es tremendamente trascendente, y es noticioso. No se pueden justificar las abominaciones con las cosas buenas que hace la Iglesia, y no estamos hablando de la Inquisición ni de las Cruzadas. Esto está pasando en el siglo XXI, y denunciarlo a través de los medios es el primer paso para poner medidas. Al igual que no se puede obviar el Gürtel porque los implicados hayan hecho cosas buenas durante sus mandatos. Lo irregular es noticia, y lo que perjudica a un grupo social representativo, es denunciable, en este caso a través de los medios de comunicación.

Para los que creen que es una persecución, les digo que es una denuncia. Y me parece correcta y necesaria. Iglesia católica, ata corto a tus ovejas descarriadas y no arrojes piedras contra los que ayudan a devolverte al sendero inicial, el de la bondad sin nada más que el puro altruísmo. Aquí os dejo la noticia:

http://www.elpais.com/articulo/internacional/informe/belga/detalla/menores/suicidaron/abusos/religiosos/elpepuint/20100910elpepuint_9/Tes

No hay más que decir. Al menos por ahora. No se pueden destrozar vidas y mirar hacia otro lado.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Carta desde el exilio

Para estar exiliado no hacen falta causas políticas, ni económicas ni ideológicas. El exilio puede ser forzoso o voluntario. Cuando partes de la tierra habitual de tus paseos, tus quedadas, tus sueños y tus recuerdos, sólo te hace falta saber que lo que encontrarás en tu destino merecerá la pena.

El exilio es una situación bastante contradictoria, y por eso es complicado acostumbrarse a él. Cambias la bicicleta por el metro, la ciudad arbolada de la superficie por el estéril mundo subterráneo, el bar de la esquina por el que está mínimo a dos paradas en metro, de levantarte un cuarto de hora antes a levantarte con hora y media de antelación. El exilio es así, al menos para mí. He cambiado hasta la forma de uno de mis placeres: de pedir un capuccino y esperar a que se funda la espuma lentamente a pedir el café con la leche fría para poder beberlo en dos sorbos y salir corriendo de nuevo.

El exilio te introduce en una rutina de tachar los días en un calendario de cartón, en planificar la semana para que el domingo te de tiempo a limpiar, en pasar por casa para coger la maleta después del máster cruzando los dedos para que te de tiempo y no pierdas el último tren a Sevilla, en levantarte a las 5 de la mañana para poder coger el primero de vuelta.

He de confesar que cientos de veces he temido decir adiós y no sentir nada al marcharme de nuevo a Madrid. Estar tan inmerso en estos trajines de viajes, escapadas, estaciones y trenes, que desistiera de volver con tal de no darme la paliza.

Esta última vez he dicho algunos adioses más fuertes, porque otros se marchan como yo me fui, a un exilio voluntario en destinos diversos. Los mismos nervios que tenía yo, el mismo miedo a equivocarse, el mismo temor a decir después de una semana que se volvían. París, Vila Real, Rouen, Bamberg... cada uno parte a donde cree que se tiene que ir. Tan exiliados están los que se van lejos como los que se quedan, sea en la reclusión de una biblioteca o en un centro de Pilas antes de un concierto.

El exilio nos ayuda a saber que hay algo por lo que volver, el adiós sigue teniendo tanto significado como la primera vez que me marché. Parece mentira que ahora estemos más cerca en avión que antes, cuando usábamos el autobús o el tren. Para mí el exilio no es negativo: es un alejamiento temporal y consciente que me ha hecho valorar más lo que tengo lejos.

El cielo no está tan gris como parece, y ahora que regresa el frío poco a poco, la vuelta al sur sigue siendo una manta reconfortante en la que envolvernos. Mientras tanto, hay que aprovechar el viaje emprendido, no caer en el olvido, recordar las risas y los momentos vividos, ponernos el abrigo y dejar que el aire, sea el de Francia, Alemania o Portugal, nos dé de pleno en la cara. A los que se quedaron allí, sólo cabe decirles que volverás, y que intentarás no cambiar tanto que no te reconozcan.

Dejar atrás lo conocido para lanzarse a la incertidumbre es sólo un paso más para hacernos mayores, nada más que eso. Tomar decisiones es vivir, quedarse sentado esperando, dejar que pase la vida. Ánimo y mucha suerte a los que se marchan y a los que se quedan, a mí ya no me preocupan los adioses, ni volverme un témpano de hielo. Porque después de ocho meses, no puedo evitarlo, y aún se me pone un nudo en el estómago cuando llega el domingo por la noche en Sevilla y vuelvo a abrazar a los que dejo atrás para volver a estar solo en el exilio, y a pensar en la próxima vez, en la que los abrazos sean de bienvenida.

sábado, 28 de agosto de 2010

La vida más allá de la hora de cierre


La edición europea de El País cierra a las 10 de la noche, la edición nacional a las 11 y las delegaciones entre las 12 y la 1 de la madrugada. Durante estos dos meses de periodismo real, sin simulacros ni ensayos, esas han sido las horas límites que han marcado mi día a día. Jornadas que han llegado a las 14 horas algunas veces, pero que han pasado volando.

Durante estos meses he escrito del pasado común del judío Gustav Mahler y el Richard Wagner al que los nazis le colgaron el injusto sanbenito de ser afín al führer, he contado las desventuras de un niño prodigio inglés que con solo 7 años pinta como un impresionista de finales del XIX, los robos de un 'van gogh' en un museo de El Cairo y de una escultura en bronce de Dalí en la torre gótica de Brujas. He contado como Christie's y Sotheby's se enfrentan por vender al mejor postor la colección de arte contemporáneo de Lehman Brothers, he enseñado a los lectores la magnificencia de la edición de 2010 de los Proms británicos y he cronicado el concierto en la Plaza Mayor de Barenboim con su orquesta del diálogo.

Me he descubierto a mí mismo escribiendo de flamenco de la mano de Arcángel y de la ortodoxia extrema de José Menese, he hablado de películas chinas que revientan la taquilla y del laberinto legal entre el museo Thyssen y un judío de Los Ángeles que reclama un cuadro puntillista de Camille Pissarro que los nazis expoliaron a su abuela a cambio de su vida en el Berlín del 39. He enseñado a la gente por qué la Tosca de Puccini es una de las óperas más hermosas de la historia y las desventuras de un gobierno tailandés creyendo que había encontrado La Atlántida cuando lo que había bajo el mar era un decorado de cartón piedra para submarinistas.

En este tiempo he hablado con los famosos para ver cuáles son sus playas favoritas, he escrito de la primera vez que los hijos de Michael Jackson han ido al colegio tras la muerte de su padre y he entrevistado a la cantaora Mayte Martín. En este tiempo me he ido al pueblo avileño de Iker Casillas a ver la final gloriosa del Mundial con su familia y he recomendado cada domingo qué espectáculos de clásica no podían perderse los madrileños.

Han sido muchas cosas, pero todas un paso adelante. Ahora, escuchando la 'Lacrimosa' del Réquiem de Mozart, del que acabo de escribir para contar los 118 diagnósticos distintos que rodean su misteriosa muerte a los 35 años, me doy cuenta de que quizá me he consagrado en estos dos meses al estilo clásico musical. No es ninguna sorpresa, ayer tuve la revelación mientras pasaba mi último día en la redacción de que he dedicado más de la mitad de mi vida a la música clásica. Suena impactante y te da un escalofrío solo de pensarlo. La mitad de mi vida es más que suficiente para asumirlo como algo del destino.

Creo que somos una de las secciones ejemplares porque los 3 becarios de Cultura hemos respetado nuestro espacio y nos hemos dedicado a trabajar y colaborara entre nosotros antes de pisotearnos en busca de una gloria efímera que solo trae problemas. Ahora volveremos a la escuela, donde chocarán nuestros egos nutridos durante estos dos meses a base de firma y orgullo. Cada día en Cultura ha sido un plus, un añadido a lo que ya era para ser un poco mejor. Una escuela real de cómo funciona algo tan anárquico como la sección de un periódico, un reto en el que tienes que asumir tu lugar y, dentro de él, llegar hasta el límite permitido, en el que cada día se empieza de cero para demostrar por qué estás ahí.

Ahora vuelvo a casa, a la Sevilla que hace dos meses que no veo. Ya hay ganas, como es lógico. Más allá de la hora del cierre solo queda volver a abrir el círculo que volverá a cerrarse mañana a las diez para Europa, a las once para España y rondando la una de la madrugada para Madrid. Día tras día, el rito del reloj que no perdona, para hacer posible que mañana en el quiosco el lector se reencuentre con sus 60 páginas de siempre.

domingo, 22 de agosto de 2010

Quién fuera británico...

Desde que estoy en el master, y más desde que estoy en Cultura, hay un tema que me atormenta. La música clásica es la que menos simpatías despierta de entre todas las artes que pueblan nuestras páginas. A nadie le coge de sorpresa si le digo que siento miedo por esta maravillosa parte del mundo que es la música clásica, que tengo miedo a que todas las demás, la cultura posmoderna, pasen por encima de ella y la aniquilen.

Los hábitos de consumo que nos trajo la segunda mitad del siglo XX nos están haciendo analfabetos musicales. No podemos dar de lado a más de 30 siglos de superación del ser humano a través de la música, no podemos dar de lado a la cultura con mayúsculas. Los británicos lo vieron venir mucho antes que nosotros, como siempre, y ya que tienen la mejor televisión pública del mundo, decidieron crear el mayor festival de música clásica del planeta. Los Proms son el ejemplo de que la cultura del pasado es tan actual como la de ahora mismo.

La BBC programa cada año dos meses de conciertos entre música orquestal, camerística, solistas, folk y músicas del mundo. Y el Royal Albert Hall se convierte en un coliseo vivo, en el que la gente habla y comparte, canta y llora, cierra los ojos, agita banderas... una verdadera fiesta para los sentidos. La última noche de los Proms toda Londres se paraliza: el Royal Albert Hall está a reventar, no cabe un alfiler, y las pantallas gigantes se reparten por toda la ciudad mientras la gente abarrota los parques y plazas para disfrutar de su cita anual con la música que nunca dejará de sonar.

Además, cada año la comisión de los Proms elige a una cantidad que suele rozar la decena de compositores y músicos en potencia para que estrenen con la BBC Symphony Orchestra sus propias obras ante miles de personas. La música se baja de su pedestal y se pone a los pies de su pueblo.

En la última noche de los Proms, se demuestra que la música está tan viva que parece mentira que no salga a las calles cada día. Los himnos del Imperio británico se fusionan con las piezas orquestales de siempre en un festín concebido para toda una nación (he aquí la prueba: se pueden hacer conciertos para 4 aspiradoras y orquesta, y un espectáculo delicioso).



En un mundo ocupado por música comercial hecha deprisa para contentar a unos oídos y un cerebro que prefieren no pensar, en los Proms todo invita a que agilices tus estímulos y formes parte de la fiesta. Cada año distinto, pero cada año brillante. Hay veces que me encantaría sentirme un británico más en el Royal Albert Hall. God save Britannia, a ver si con esta alabanza se nos pega algo...

lunes, 16 de agosto de 2010

Crónicas de Arroyomolinos: Cuando el camino acaba donde comienza

Suena 'La cuadratura del círculo' de Vetusta Morla en un salón soleado en un pueblo perdido del sur madrileño. Sobre la mesa cubierta por un mantel de flores reposa en equilibrio la torre peligrosamente hueca de una partida de Block&Block a medio jugar. Afuera la tarde se desploma sobre las ondas de una piscina desde la que se huelen las manzanas que presumíamos ácidas del huerto.

Arroyomolinos nació como un pueblo encantado y a la vez consumido por la desdicha y la gloria de estar a 20 minutos en autobús de la capital del Reino. Ahora los ensanches interminables de urbanizaciones parecen haber eclipsado el murmullo del arroyo que le dio nombre a la villa en la que estuvo encerrada Juana la Loca en un torreón. La construcción en sus terrenos de un megacentro de ocio con una pista de esquí cubierta está convirtiendo el sencillo pueblo en una Marbella más, poblada de fuentes en cada glorieta y parques tranquilos llenos de columpios de colores.

Sin embargo, en la última casa que puebla la terraza que se despeña hasta el arroyo, no hay nada de ese supuesto bullicio. La parra frondosa cobija tardes de guitarra y cantos, y es testigo de los 20 minutos de untado de crema solar de factor 30 (mínimo) de cada mañana antes de exponer las pieles a menudo demasiado blancas de estos sevillanos atípicos, que no parecen gitanillos de cabellos negros, sino irlandeses de pelo cobrizo, señoritos andaluces de ojos azules y rubios ya conocidos para la tierra, que suben en un rosario de visitas a Madrid para reencontrarse con lo que nunca se marchó del todo.

La casa de una chica de Aluche a la que fastidia que tilden de rica es la madriguera perfecta para jugar a "taboos" que contienen localismos argentinos que nunca sabremos de dónde vinieron, para montar sobre un tablero puentes, ciudades, y hasta una urbanización de catedrales perfectamente conectada con un puerto cuya flota demasiado numerosa, espera centrímetros a la derecha su turno para tomar la megalópolis catedralicia. Nada está planeado, y al mismo tiempo todo está definido en Arroyomolinos.

Los días corren. Los madrileños, amigos que montan en el 495 para vernos o ponen el GPS para no perderse y tomar la salida correcta al pasar Móstoles, van sembrando sus momentos memorables. No hace falta competitividad, aunque seamos los dos periodistas: 4 segundos en silencio al empezar una canción porque estamos muy ocupados riéndonos, son suficientes para dejarnos en empate a cero. Onda Cero, Telecinco y El País se nos han olvidado estos días, no sabemos lo que son, ni escuchamos el móvil si suena para reclamarnos y hacernos volver a la redacción, al plató o al estudio. Aquí todo puede ser: hasta McDonald's la contraseña aliada del desembarco de Normandía.

En Arroyomolinos todo puede ser. Las noches saben a tinto helado con limón y huelen a barbacoa desnivelada y traicionera que te cubre de aceite cuando menos te lo esperas. Y el sonido es el de una canción a capella demasiado hermosa como para no ser grabada y escuchada mil veces de vuelta a casa. De noche iremos, de noche, a reencontrarnos alejados de ciudades, parroquias y oraciones, con lo que realmente somos. A reencontrarnos con lo que ahora somos, después de meses de tortas, de tropezones, de gritos a tiempo, de pasos adelante y de buscar la ilusión a pesar de que creamos que se ha marchado para siempre. La madrugada suena a Stravinsky y a Beethoven, contra todo pronóstico, a comentarios de clásica y a risas, a emoción y a susurros en la oscuridad hasta casi ver amanecer. Música Clásica, que todos creen que ha muerto y que sigue siendo rotunda, perfecta y hermosa sea quien sea el que quiere destruirla, a golpe de modernidad o de inculto y cateto alarde de que todo tiempo futuro puede y debe ser mejor.

Si miras al cielo, la contaminación lumínica aquí se reduce a un par de farolas, que permiten ver claramente al lejano Venus asomar sobre los tejados del otro lado de la calle y llorar al cielo por el bendito Lorenzo en su cita de agosto con los mortales. La oscuridad profunda nos contempla en silencio, los pinos cercanos nos lanzan como mensajes sus barcos de paja, que navegan con el viento en la cercana piscina, y no hay nada más. La cita no puede ser más perfecta.

Al mirar atrás, me convenzo un poco de que sí que soy un poco más madrileño que hace unos meses, y que ahora os veo distintos y cambiados. Sois una versión mejorada de lo que conocí, y pienso que puede que yo también sea ahora una versión mejor y más interesante de aquel Miguelito que no lloró en la noche de aquel 27 de noviembre, pero no por falta de ganas. Se cumplen este miércoles ocho meses desde que partí, y me parece que desde la última vez, os habéis hecho más grandes, más fuertes, más decisos, más divertidos y más entrañables. Sois la ilusión sin fin contenida en una sola semana. No me puedo creer que no hayamos hablado antes de irnos a vivir juntos cuando te decidas a saltar a la capital en enero, ni que no hayamos dado un paseo juntos hasta Aluche aunque el motivo no sea el que ambos deseemos, no me puedo creer que no hayamos hablado nunca hasta el amanecer sin luz alguna, ni que ahora seas tú la que me buscas para contarme cosas y sea a mí al que le saques los colores con un comentario descarado. No puedo creer que haya estado tanto tiempo perdiéndome semanas como ésta.

No puedo dormir porque necesitaba escribir, y ahora el reloj marca las cuatro y mi cabeza me dice que tengo que irme a dormir. De noche volveremos, de noche, a vernos ante un templo sevillano, a reecontrarnos en un burguer porque el bolsillo nos pide una tregua, de noche será cuando eche de menos los susurros, las canciones, las carreras en el piso de arriba por una llamada con número oculto, las confidencias almohada con almohada y el olor fresco de la parra a las cinco de la mañana, cuando sales buscando aire fresco y ese tesoro que en Madrid no existe: el silencio.

Se me han olvidado los cigarrillos, las copas, la música estridente, las normas del libro de estilo... Pensé que venía a Madrid a acabar un camino que ignoraba que aún no había comenzado. Cada vez que dais un paso en firme, a mi me entran ganas de dar otro, de volver a hacer locuras, de volver a soñar. No estamos tan locos como para dejar de hacer lo imposible, posible. Mi corazón me pide poner el cuentakilómetros a cero y volver a empezar. Lo único que no cambió son los compañeros de viaje.

sábado, 24 de julio de 2010

Viernes Santo (en pleno julio)

Esta es la noche que viví año tras año. Es la noche de lo sacro, de la transfiguración, la noche en la que lo casi sacrílego se convierte en un acto de comunión simbólica. Esta es la noche de Viernes Santo que vivimos cada año. Cada verano, el cielo se rasga después de un día de silencio, y todo sonido posible se esconde en una iglesia gótica de los campos de Castilla.

Viernes Santo porque no hay fecha en el calendario que te diga que el de abril es más santo que este en el que yo no estoy, en pleno julio. Tampoco me importa que no esté en la campiña burgalesa, y que esté en pleno centro de Madrid. Desde la capital no se ve ni un girasol, de esos que alfombran el camino al Sobrón. Aquí no hay trigales ni avenidas de castaños, ni un frontón en el que, paradójicamente, las únicas pelotas que botan son de fútbol.

Esta noche, ahora que es madrugada cerrada y que yo acabo volver de la calle bulliciosa, de subir San Bernardo desde la profana Gran Vía, he pensado que no hace falta estar, pero que me gustaría. Es obvio que, en pocos días, escucharé las historias de aquellos que fueron mis compañeros de viaje, y que ahora son los de las idas y venidas, mientras yo, aún abrumado por la rapidez con la que consume los días esta gran ciudad, siempre permanezco.

Son casi las 4.30 de la mañana, y el cielo que aquí sólo trae nubes, estará estrellado en el Monasterio. Me quedo con los recuerdos de años pasados, en especial con los del último, con esa noche mística de compartir cantorales y velas, de improvisar sobre la marcha versiones sobre melodías que conocemos ya de memoria. En este momento, enciendo una vela, mirando al Norte, y pido por los que allí estáis. Yo estoy en Madrid, haciendo lo que tengo que hacer, y vosotros en el Espino, haciendo lo que tenéis que hacer.

Os mando un abrazo nostálgico desde esta, mi noche de Viernes Santo. Rezaré solo un momento, hace meses que no lo hago, pero no creo que se me haya olvidado. Si esta noche Dejo en tu cruz algo, que sean mis dudas y mi facilidad para olvidar todo lo bueno que me ha sucedido y me está sucediendo. Hasta aquí mi plegaria.

martes, 13 de julio de 2010

Donde empezaron los sueños de Iker


Buscar una nueva visión, arriesgar, apostar por una nueva concepción de la realidad. Eso es lo que hice, y por eso me fui con Ana Marcos a Navalacruz (Ávila), la tarde en la que España vibraba para alcanzar la gloria. Sólo 200 habitantes, y la mitad de ellos se apellidan Casillas, porque es el pueblo del que viene la familia de Iker, nuestro portero.

Iker es uno más, el pequeño al que veían jugar por las empinadas calles del pueblo. Aquí forjó sus sueños, y por eso regresó cuando era un veinteañero para levantar un campus increíble para enseñar a los chavales a jugar el buen fútbol que a él lo ha llevado a lo más alto. En la plaza de Navalacruz, todos están repletos de orgullo, porque Iker es para sentirse orgulloso. No ha sido pretencioso, ni ha olvidado al pueblo, ni a su abuela. La matriarca habita en una casa de enormes piedras en una de las pocas calles del pueblo, y con 80 años, está en Madrid esperando ver a su nieto levantar la Copa dorada, la que le dice que el esfuerzo vale más que los millones, y que no hacen falta CR9s ni patadas en el pecho, ni manos que meten goles: sólo manos que los paran.

En este pequeño pueblo de Ávila, Ana y yo hemos visto tocar el cielo a esta España que nos ha hecho olvidarnos de la crisis y de las penas en una noche mágica, que ha dejado a un lado las banderas con águilas bicéfalas y bandas lilas. España es sólo España, y el rojo el color de sus ilusiones. Iker es el ejemplo emocionante, sus lágrimas son las mías, las de Navalacruz, las de todo el país, las del mundo. En sus manos doloridas y agrietadas por los guantes está el esfuerzo de un pueblo por ilusionarse a pesar de que no se llegue a fin de mes. Su sonrisa es la sonrisa más sincera, la que premia al humilde, a ese Andrés al que le da vergüenza hablar, a pesar de ser uno de los mejores del mundo. España no entiende de egos: sólo de aprender de esos errores que tantas veces nos han dejado fuera de la gloria, a las puertas del cielo.

En Navalacruz ví esa noche el triunfo de la selección, y viví con sus habitantes y con Ana la explosión de júbilo que se siente cuando el mundo se detiene para contemplar la gloria. La gloria de los que luchan, la gloria de los que nunca se dieron por vencidos. Aquí os dejo la crónica. En la foto estoy yo, y Ana se esconde a mi izquierda detrás de un hombre. Testigos de la gloria de Iker donde todo empezó, donde su mano rozó por primera vez la tersa piel del balón.

Campeones, justos y merecidos Campeones del Mundo...

domingo, 11 de julio de 2010

Comienza la verdadera aventura

De nuevo ejerciendo, de nuevo becario, de nuevo Cultura. Esta vez en El País, escribiendo para toda España, y para los que leen la web desde todas las partes del mundo. Aquí ya no nos andamos con tonterías, hablamos de un periódico, no de las prácticas que no leía nadie que llevo haciendo seis meses. Llega el reto, y un país completo juzgándome, deseando ver un patinazo para decirte lo inútil que eres y que los periodistas no tenemos ni idea de nada. No se dará la ocasión. Escriba en Cultura, Gente o Tendencias, para la web o para el papel.

Aquí os dejo el primer fragmento publicado el pasado jueves. Para leerlo en su sitio original, aquí.

El judío que ganó con su música al olvido

La obsesión de Gustav Mahler por convertir cada concierto en una liturgia a la que se asiste en silencio, le procuró enemigos en los palcos del Teatro de la Ópera vienés. Para la sociedad austriaca ir al teatro era en la época más una excusa para ver a los conocidos y hablar, que para presenciar el concierto.

Mahler solía decir: "Soy tres veces extranjero: un bohemio entre austríacos; un austríaco entre alemanes, y un judío ante el mundo". Tuvo que soportar las críticas de una alta sociedad vienesa que nunca aceptó su pasado -cuando entró a dirigir la Filarmónica de Viena, una de las condiciones que le pusieron fue la de abrazar la fe católica, algo que para el músico fue "un cambio de vestido", según el testimonio de uno de sus conocidos-, y acabó dimitiendo en 1907 para emigrar a Nueva York. En Viena dejó la que fue considerada la mejor orquesta del mundo gracias a su firme dirección y a su estudio riguroso de las partituras para ajustarse lo más fielmente posible a las intenciones del autor.

Nunca olvidó Viena, y a pesar del dolor que le transmitía -en ella vio morir a todos sus hijos, lo que le inspiró para componer las Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos)- quiso acabar sus días en la capital austriaca. Ni siquiera Hitler, que quitó su nombre de la calle vienesa que le dedicaron para rotularla con el nombre de una ópera de Wagner, Los maestros cantores, consiguió enturbiar su memoria. Hitler, a pesar de que no fue contemporáneo de ninguno de los dos compositores, influyó en la imagen posterior de ambos músicos. Colmó de honores al compositor alemán y utilizó su obra como música propagandística de sus conquistas, mientras que hacía todo lo posible por relegar a Mahler -al que odiaba por ser judío- al olvido. Una paradoja, ya que fue el propio Mahler el que se olvidó del antisemitismo que se traduce de los textos de Wagner, para empaparse de su música. Su obra musical a partir de la Tercera Sinfonía está inspirada por el lirismo cromático de la wagneriana Tristán e Isolda.

El cine también se encargó de perpetuar su legado: es el adagietto de su Quinta Sinfonía la que protagoniza el final de Muerte en Venecia, de Lucchino Visconti. 150 años después de su nacimiento y casi un siglo después de su muerte, Mahler sigue siendo uno de los músicos más interpretados del mundo.



Y aquí, lo que publiqué en el periódico y en la web en la sección de Gente. Espero que os gusten.




Deseadme suerte, compañeros.

jueves, 24 de junio de 2010

Hipocondria sentimental

¿Se habrán olvidado de mí? ¿Volveré y sentiré el desarraigo? ¿Qué fue de Sevilla? ¿Sigue como cuando me fui? Me dedico en mis ratos libres a elaborar conjeturas sobre lo que puede estar pasando, pero ni aún así consigo elaborar una película creíble de los acontecimientos que me puedo estar perdiendo. Hipocondria sentimental, supongo. A ver con qué me encuentro mañana mismo...

sábado, 19 de junio de 2010

Visiones de Madrid (I)

De vez en cuando hago fotos del Madrid que me sorprende... Aquí la iglesia de las Escuelas Pías, en la plaza del insigne compositor Agustín Lara. Una antigua ermita incendiada por los anarquistas en la Guerra Civil que José Ignacio Linazasoro ha transformado en biblioteca para la UNED.









Hace años que el Cine Avenida de la Gran Vía dejó de ser cine para convertirse en una tienda de ropa. Sin embargo, sigue mantenindo el espíritu de 'glamour' propio de los cuarenta en pleno siglo XXI.




Antes era la fábrica de las cervezas El Águila, ahora es el archivo de la comunidad de Madrid.


Nada me seduce más de un edificio que sea innacesible y que esté abandonado, por eso creo que me fascina tanto esta maravilla que es la antigua Estación de ferrocarril del Norte en Príncipe Pío.


domingo, 13 de junio de 2010

50 años de 'El Apartamento'


Medio siglo se cumple hoy de la primera proyección de la obra maestra de Billy Wilder. 'El Apartamento' nos traía a una Shirley McLane coqueta y con el pelo corto y a un entrañable Jack Lemmon haciendo de oficinista pardillo, presentados en un ascensor. La muestra del más sumiso de los subordinados es en Lemmon un personaje increíble, trascendental y adorable para la Historia del Cine.

Ya no se hacen películas como 'El Apartamento', una historia de amor de las de toda la vida, pero con la visión Wilder que hace de cada relato una obra genial. La cinta en blanco y negro con más Oscars hasta 'La lista de Schindler' cumple hoy 50 años, y es de recibo hacerle una pequeña entrada. No hace falta decir que es imprescindible verla, altamente recomendable.


Si te miro


Si te miro se me olvida por qué he venido. Se me olvidan las preguntas incómodas que tengo que hacerte, se me borran los prejuicios, se me olvida que en la taza se me enfría el café poco a poco. Si te miro no me acuerdo de que llueve afuera y del frío que he pasado por no haber cogido la chaqueta al salir de casa.

Si te miro no veo la biblioteca que nos rodea, ni escucho los acordes de la banda sonora de 'Cinema Paradiso', que suena delicada mientras hablamos. Si te miro se me olvida lo pasado y sólo existe el presente, ese presente que sólo puede entenderse en la distancia que hay entre tus ojos y los míos. Si te miro, soy capaz de tardar una hora en sacarte el tema de mi visita, la inquietud que me ha hecho deambular por las calles de Madrid esta tarde de lluvia.

Si te miro, me muero de miedo, al mismo tiempo que se me derrama por la comisura del labio una nerviosa sonrisa. Si te miro deseo no parpadear para no perderme ninguno de los gestos que adornan tu forma de hablar. Si te miro no puedo dejar de mirarte, y la mano que, en la despedida, se agarra a mi mano cuando ya no esperaba más que un frío adiós, la mano, tu mano, la que me retiene en una escalera, la que me obliga a volver a mirarte... Tu mano que no significa nada, o al menos eso me parece a mí, pero que me da escalofríos con sólo rozarla, me lleva desbocado al abismo de tus ojos fijos en mí, relajados, brillantes e inquietos.

Si te miro, me pierdo en el sueño de que quizás cambies, en el drama hermoso de no poder olvidarte. Pero, aún así, no puedo dejar de mirarte.

viernes, 11 de junio de 2010

El día que dí el grito

Con gran acierto nos instruía uno de los maestros de la Escuela en el arte de la mala leche y el mal genio a principios de curso. El periodista parece tener un lado oscuro, nazi, reprimido, agrio y demoledor. Y es completamente necesario, porque el mundo sólo te da dos opciones: devorarlo o devorarte.

Hoy me he sorprendido a mí mismo como editor de textos (el que no lo sepa, es el último que lee el periódico antes de la hora del cierre, el que corrige los textos, el último filtro), dando una contestación de jefe dictador. Veía que llegaba la hora de que comenzaran a rodar las rotativas y no estaba el texto que abría con media página la sección de Local. Me pongo a meter prisa y, de repente, la redactora me dice que si quiero ir más rápido que lo haga yo. Sorprendentemente, no me muerdo la lengua, y le grito que no, que lo tiene que hacer ella, pero que tenía que estar listo hace una hora, y que es 'su puto trabajo' y que esto es una redacción y el resultado final depende de todos y no cada uno se ocupa de lo suyo y ya está. La redactora se ha dado la vuelta y ha seguido escribiendo, y lo ha terminado en dos minutos.

Lo peor o lo mejor, según se mire, es que en ningún momento he pensado que me estuviera pasando de la raya. Estamos trabajando, y no puedes morder mi mano, que es la que te da de comer, como a mi no se me ocurrirá morder la tuya cuando tu seas jefa. Realmente este año sí que me está cambiando, pienso que para bien. Para Jose e Isa, los que me han visto morderme los labios más veces, por fin he conseguido abrir la boca y decir las cosas. Llego tarde, pero llego, podéis estar orgullosos.

domingo, 30 de mayo de 2010

Sí, me gusta

A mí también me gusta. Lo mío, que no lo tuyo, que no tiene nada que ver con lo mío gracias a Dios, porque yo de sólo pensar en ver lo que somos por dentro, me da algo. Te llevas 5 años de tu vida cuestionándote si lo que has elegido es realmente lo que quieres y cuando te das cuenta, has terminado la carrera y estás con la beca gris perla puesta subiendo al escenario de la Facultad de Comunicación (como Isabelita hace nada).

Te crees que cualquier día vas a desistir y, de repente, te encuentras con el título en la mano y la cabeza llena de ideas, pero todas relacionadas con el Periodismo. Se han acabado las dudas de un plumazo, y te preguntas si realmente alguna vez las tuviste. No hay duda de que me gusta.

Me gusta porque me hierven las venas con la hora de cierre, porque me explota el corazón si veo que no llegamos al estudio cuando suenan los cinco pitidos de las señales horarias en la radio... y eso, a cualquiera que se lo cuentes, no lo entiende. Porque "emboliar" se está transformando en nuestro verbo más utilizado, porque realmente la tensión es máxima cada día, porque aquí todo parece real aunque no lo sea, y dentro de un mes sí que lo será, y nos veremos en la redacción del periódico más importante de España con los espadas más prestigiosos sentados en la mesa de al lado controlando que estamos a la altura.

Me gusta porque a cada texto sé que puedo darle una vuelta más para hacerlo mejor, porque disfruté demasiado en Diario de Sevilla y en Canal Sur Radio, y en cada línea me acuerdo de lo vivido allí, porque para cad reportaje me exijo un poco más y al final siempre acaba saliendo, porque estoy deseando publicar lo que he escrito y correr a enseñárselo a aquellos que me leen por aquí. Me gusta la alegría que viene después del estrés, aunque haya perseguido a la Reina durante 2 horas y esté agotado de pelearme con sus escoltas por la Feria del Libro, no bajar a comer por temor a que pase algo y no me entere, leer el Herald Tribune en el metro mientras la gente me mira con cara de respeto, la media sonrisa del jefe que te grita un día cualquiera porque sabes que por unos minutos has ganado la batalla. Me gusta aguantarme las lágrimas cuando hablo con las víctimas, porque demuestra que todo esto que hacemos merece la pena, y que realmente damos voz a los sin voz. Me gusta que no nos exijan escribir como en el periódico, sino muchísimo mejor, porque aspirando a la excelencia, sacaremos lo mejor de nosotros.

Me gusta saber que gente como nosotros puede hacer algo en el presente, no en el futuro, por educar a esta opinión pública tan maltratada por años y años de prensa hecha sin responsabilidad. Me gusta pensar en que ahora sí que podemos cambiar el mundo, aunque de ello me desengañé en primero de carrera.

Me gusta saber que se puede volver a soñar y compartir tus sueños a través de un micrófono, una página de periódico o una buena fotografía. El buen periodismo no está muerto, somos nosotros los que estamos dejando que se muera.

lunes, 24 de mayo de 2010

Un abrazo a las diez de la noche

La gente que viene y que va, las clases que se vuelven más duras y las correcciones hirientes que ahora me las tomo simplemente como regalos envueltos en un papel grotesco y chillón. Los días están volando que da miedo, han pasado más de 4 meses y me da la sensación de que los que quedan van a correr mucho más que los pasados.

Por una vez he venido a Sevilla y, en lugar de lamentarme, he preferido organizarme y buscar lo que no venía a mí. En lugar de conformarme, me he lanzado a asumir riesgos, a decir cosas que no hubiese dicho en ningún momento de mi pasado, a preguntar a la cara, pero sin renunciar a ser como soy, que no es poco.

Después de meses prometiendo a un amigo verlo aunque fuera en una cerveza, de reunir como escenarios fallidos de nuestro encuentro una caseta de feria, una calle de Madrid, y una bulla en la Puerta Jerez, hoy he podido abrazarlo y recordar por qué lo echaba de menos. Ha sido frente a su portal, en el sitio más obvio, a las diez de la noche, y sólo han sido unas cortas frases y dos abrazos, pero qué momento...

Aquel primer viaje a Madrid, como hoy recordaba el suyo otro de los habituales de este blog en el Burger King, el primero que hice sin padres con el único fin de desfasarlo, lo hice con él. En ese viaje me reencontré con uno de mis habituales, en este caso de Madrid, con el carismático Andriu, con el que ya no volvería a verme en más espinos (en aquella época fue Andriu el que despertó en mí ese sueño por Madrid, ese sueño que se hizo realidad en la planta quinta de El País en noviembre). En aquel viaje creo que empecé a cambiar, a ser un poco más ese Miguelito al que hoy reconozco en el espejo, ese que ha vivido la transmutación más grande de su vida en este último mes sin ni siquiera proponérselo.

Madrid representó entonces la ilusión, ahora es un reto. Cada día me enfrento a mis demonios, a mis clichés y mis fómulas que sé que dan resultado y busco ir más lejos, me tomo más cafés que nunca para estar concentrado y dar lo mejor de mí, aunque en algunas ocasiones no lo consigo. Me doy cuenta de que una vida paralela a mis días en la Escuela es casi imposible. Me culpan desde Sevilla de estar cambiando, de pasar de ellos, me culpan desde Madrid de no aparecer por PS y de no llamar. Precisamente con Andriu tengo una cita pendiente desde hace semanas, y no hacemos otra cosa que desencontrarnos.

Aquel primer viaje a Madrid me enganchó como no pensaba que lo hiciera. No creas, amigo mío ahora desanimado, rockerito, gitano que te llaman algunos, que aún estoy nostálgico. Madrid me está dando momentos que nunca antes he vivido: historias que te ponen la piel de gallina, personajes que te entristecen el alma y otros que te llenan de orgullo, paisajes que parecen diseñados a escuadra y cartabón.

Esta noche, a las diez, te he abrazado y he sentido que de alguna manera te daba las gracias, por llevarme allí, por arrastrarme a Madrid hace años. Si hoy estoy allí es por aquel viaje remoto, Numa, por reencontrarme con Andriu, que me contagió esa parte de la capital que tanto me gusta, aunque a veces se me olvide, esa parte de la capital de la que estabas enamorado cuando nos bajamos en la Glorieta de Bilbao.

Hace años que no te escribía. Nunca es tarde para recuperar el tiempo, para querer encontrar ese lugar que nos haga volver, aunque sea durante unos segundos, a aquel viaje que ha tenido tantas consecuencias.