domingo, 31 de agosto de 2008

Éxodo

Nueva Orleans. 31 de agosto de 2008.

Cuando la ciudad más rocambolesca de Estados Unidos empezaba a recuperarse de la tremenda tragedia que arrojó a los camposantos más de 1.500 cadáveres hace ahora tres años, llega Gustav, una tormenta tropical que ya ha pasado por Cuba y que promete ser devastadora.

Tras su paso por el Caribe, el huracán, que ya arrastra 350 kilómetros por hora, está ahora sobre el Golfo de México, donde podría fortalecerse debido a las aguas cálidas que lo pueblan. Los expertos dicen que ahora el fenómeno posee la categoría 5, y que probablemente tras su paso por el Golfo, Gustav se recrudezca hasta límites nunca vistos en Louisiana. El alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin, ha ordenado en una rueda de prensa la absoluta evacuación de la ciudad, advirtiendo que "no habrá servicios de emergencia para los que se queden", y que lo mejor es que todos los ciudadanos marchen a zonas más seguras antes que quedarse a luchar contra la que ya ha sido calificada como "la Madre de todas las tormentas".

Lo dramático de la situación ya no es sólo que la traumática experiencia vuelva a repetirse, sino el hecho de que los nuevos diques, aquellos que reventaron con el paso del Katrina, no están terminados aún, por lo que la ciudad podría volver a anegarse con Gustav.

Hoy, hileras de coches recorrían las principales vías de salida de Nueva Orleans en dirección a zonas del norte donde el huracán sólo roce los tejados de las casas. Al mismo tiempo, Minnesota mira al horizonte, ya que mañana se celebra allí la Convención Republicana en la que el presidente Bush arropará al candidato McCaine, el enemigo de Obama. Los temores, basados en los posibles daños que pueda provocar Gustav, podrían hacer que la convención se suspendiera.

Mientras tanto, Nueva Orleans protagoniza de nuevo una escena tremenda: el terrible éxodo del ser humano que ve como la muerte le pisa los talones...otra vez.

jueves, 28 de agosto de 2008

El día que murió Umbral...


Tremendamente eclipsado por la muerte del futbolista Antonio Puerta, al que desde aquí ni menosprecio ni minusvaloro, el mismo día, aquel 28 de agosto de 2007, en su casa de Madrid, entre libros, periódicos y portarretratos, moría Francisco Umbral.

El columnista de El Mundo, que admito había detestado desde siempre, exhalaba su último aliento en la madrugada de agosto. Y yo, recién terminadas mis lecciones de Literatura y periodismo en la Universidad, sentí que en mi cerebro algo me decía que aquello ya era parte de la Historia. Quizá de una historia que no se repetiría nunca, que no se recordaría en los informativos, ni saldría en los periódicos (como de hecho ha pasado en mi querido Diario de Sevilla), y una fecha que sólo recordaría El Mundo, aquel diario del que todos se reían, y que a mí ni fú ni fá.

Hoy me he sentido un poco egoísta. He llegado a mi quiosco a comprar El Correo, y resulta que no quedan, porque traía un especial de Puerta. Y miro el pilón de diarios de El Mundo sin vender. Y una pequeña notita referente al sátiro de la bufanda blanca, aquel que se atrevió a meterse con la Milá, y al que hasta ahora no había comprendido. Para Puerta hay páginas y páginas, un despliegue atronador para alguien que nos da pena porque murió joven, porque era del Sevilla, porque era del barrio... y recuerdo aquel día que estaba Antonio Puerta comprando a mi lado el periódico en ese mismo quiosco, y me da penilla. Pero no es equiparable.

Probablemente a Puerta le harán honores que nunca hubiese querido, lo tratarán como a un Freddy Mercury del balompié sevillano. "Murió joven y dejó un bonito cadáver". Siempre me ha parecido grotesca esa frase.

Y Umbral cumple este año 12 meses desde que subió a esos cielos en los que seguirá criticando a todo Cristo, y ya nadie se acuerda. El otro día, cuando faltaba aún una semana, lo recordé a mi jefe. "Sí, cuando salga el teletipo lo pegamos en un faldoncillo si hay sitio". Le pregunté si podía hacerlo yo, que sería un placer. "No, tu ponte con la Bienal, y así dejas cosas hechas para el fin de semana". En fin, que hoy hemos colaborado para que nadie se acuerde de quién fue Umbral.

Al llegar a casa he rebuscado "Los placeres y los días" por mis altillo, en el que guardo los apuntes de lo que apruebo. Los he ojeado pensando en lo que he cambiado, en lo que odiaba al irónico escritor, y en lo nostálgico que estoy ahora pensando lo que podía haber escrito y que nunca leeremos, o aquella guerra con la Real Academia, que nunca se rebajó a regalarle un asiento entre los literatos (cuando alguien como Pérez-Reverte si goza del suyo).

Un año, y parece que fue ayer, cuando estaba en la playa y corrí a por el periódico saliendo de mi casa recién levantado. "¿A dónde vas?", gritaba mi madre sin entender a qué tanta prisa si el hombre ya estaba muerto. "¡A por El Mundo! Si ayer estaba vivo, hoy publican su última columna!". Exactamente, y me llevé el último.

A veces pienso si compensaba su carácter agrio. Y creo que sí. ¿O acaso no ignoramos los defectos de las personas que queremos y ensalzamos sus virtudes? Podemos decir lo mismo de los artistas. Era artista, y además autodidacta para más inri. Impresionante.

Pues, aunque nadie se acuerde, yo si me acuerdo de tu aniversario. Espero que inspires a otros, que siguen aquí y se encuentran perdidos.

domingo, 24 de agosto de 2008

La noche en que me dijiste que me encantan los imposibles

Como siempre, la situación era surrealista en su planteamiento. Como siempre, el temor a que la paranoia se apoderara del momento estaba latente en la escena.
Impensable la visión de mí mismo saltando por la ventana de la terraza al interior de la casa junto a ti, y también impensable aquel rato en el que sólo sé que tenía el corazón abierto y la cabeza abotargada por el alcohol.
Soy incapaz de recordar el hilo de la conversación, y de mi mente se han borrado todos aquellos detalles que, quizá por autoprotección, mi inteligente cerebro ha velado a mi memoria.
Esta mañana me he despertado frío. De saber que algo hablamos anoche que resquebrajó un poco esa inaccesibilidad de la que a veces alardeo, esa coraza que visto de vez en cuando mientras se libra una guerra en mi pecho.
Siempre respondo que no pasa nada. Y tu no te lo crees. Quizá has descubierto no sólo que sí pasa algo, sino que yo quiero que no pase nada, y a veces al decirlo hasta me lo creo.
Anoche, en un paréntesis del que sólo guardo cierta congoja, esa respiración acelerada de estrés, de emoción contenida sabe Dios por qué, me dijiste que me gustan los imposibles. Y eso sí lo recuerdo.
Los imposibles representan a ese lado que tengo al que le gusta sufrir, al que le gusta el dolor del romántico que pierde el rumbo cuando las cosas le van bien, porque necesita esa angustia existencial que le hace rellenar más y más pliegos de hermosas e irrepetibles palabras.
Yo, que siempre he tenido la música a voz en grito en mi casa, hoy he guardado silencio, y no sé por qué. Creo que se me apagan las luces de la lucidez, y me meto en senderos oscuros que, por desgracia, ya conozco.

jueves, 21 de agosto de 2008

JKK 5022

Llevo semanas quejándome de lo triste que es agosto, de que me llevo horas pegando y recortando teletipos. Llevo semanas indignándome por la falta de actualidad, y realmente no sabía lo que exigía.

Ayer el mediodía se tornó oscuro. Volvía a la redacción para ponerme de nuevo delante de mi ordenador a recortar un reportaje sobre un espectáculo de la Bienal, cuando escuché gritos desde el pasillo. Me asomé a la redacción y todos delante del ordenador rebuscaban en las páginas digitales de los diarios nacionales y en las radios, en la base de las agencias y en el televisor de Deportes, que desde hace días sólo tiene Juegos Olímpicos.

Angustia general para algo que en esos momentos sólo había producido 20 víctimas.

Me senté corriendo en mi mesa, abrí la página de El Mundo, la que más rápido actualiza la información. El titular de mi pantalla rezaba ya por un centenar de muertos. Una voz desde las mesas de Local decía "no cita la fuente, no es fiable, hay que ser cautos". Benditas fuentes del periodismo, que en este caso sólo nos dieron unos minutos más de esperanza. La tensión era terrible.

Subí a tomar café. Detrás mía vino la mayoría de la Segunda Planta, que sufrían lo mismo que yo. Esa maldita sensación de querer saber, de necesitar saber del periodista que me hace acarrear tanto estrés de vez en cuando. La sala de café se llenó, nadie podía evitar hablar del accidente, del vuelo de Spanair que se había estrellado contra el suelo en Barajas, aquel avión que según decía EFE se había partido en tres pedazos y había salido ardiendo al momento. Desde la ventana de la sala los de Nacional e Internacional se apiñaban ante el único televisor de la planta: el Gobierno confirmaba la muerte de 146.

Se me hizo un nudo en el estómago. El silencio se apoderó de la redacción y quise gritar. No soporto estas cosas...Volvía a mi ordenador y vi como lo que sólo era humo ahora era una pila de cadáveres. "El avión era un infierno de cadáveres carbonizados", decía El Mundo en su edición digital, en base a las palabras de un bombero. Creo que nunca me había hecho tanto daño una frase.

El avión con destino a Gran Canaria, ese vuelo JKK 5022 me dejó helado, enfermo. Intentaba seguir con mis banalidades teatrales mientras el avión aún ardía. El Gobierno aplicó el Protocolo del 11M. Era oficialmente una catástrofe. El ABC anunciaba esta mañana "Tragedia en Barajas", y una foto terrible de la cola del avión, clavada en el suelo como un puñal, completamente negra. Negro muerte sobre una chapa blanca que ya no se veía de aquel vuelo JKK 5022. El mayor accidente aéreo en nuestro país desde 1983.

He revisado las listas de pasajeros una y otra vez, apellido a apellido. Sólo pensaba, quizá de manera egocéntrica, que alguien, uno de mis amigos siempre viajero, pudiera estar en ese avión. No conocía a nadie. Pero no me he sentido mejor.

Hoy intentaba no pensar en ello. Comiendo han puesto en Antena 3 una foto publicada en el Qué! del pabellón morgue, el pabellón nº6 de IFEMA. Bolsas y bolsas de cadáveres, dolorosamente negros de las llamas, alineados escrupulosamente como pequeñas tumbas aún frescas.

Hoy la gente no quería montarse en los aviones. Spanair se hace la longui a pesar de todo lo ocurrido y no cree que haya negligencia. Sabe Dios. Han muerto 154 personas en un suspiro, de todas las edades, familias enteras. Triste es el azar para algunos.

Hoy he tenido que cambiar de canal cuando he visto más muerte. No es momento para machacarnos. El luto, como los sentimientos tristes, siempre va por dentro.

Llevo semanas quejándome de que agosto es triste, que no pasa nada de lo que escribir. Ahora sí que lo es. Venga el resto del año tranquilo, si es algo así lo que rompe la quietud del verano. Esta actualidad me duele demasiado...

sábado, 16 de agosto de 2008

Cuando se acaba la inventiva

Últimamente pienso mucho en la creatividad. Será porque estar tantas horas con Isa me están sirviendo para ver la vida más como un publicista, o porque mi escasez de inspiración me ha hecho buscar novedad en cada objeto que observo.

A veces me planteo si las horas que se invierten en hacer cualquier tarea artística se hacen con responsabilidad, con verdadera vocación. Me da la sensación, y llamadme pesimista si queréis, de que a la gente ya no les merece la pena esforzarse. El mundo nos pone tan fácil la posibilidad de tener una vida mediocre, que se ha convertido en la aspiración de muchos que se hallan perdidos.

A mi siempre me ha dolido la palabra mediocre. Significa conformista, significa yermo, vacío, vulgar. Significa "aquí me quedé porque si me arriesgaba, podía salir mal y hacerme daño". A la gente ya no le interesa darse la bofetada contra el suelo, darlo todo por un sueño, empeñarse al máximo para dar un trabajo sobresaliente.

Las ideas escasean en esta era de la globalización que nos convence de los grotesco de nuestras tradiciones y costumbres para insertarnos a la chita callando en una espiral de mediocridad feliz. Porque no hay duda de que si eres como los demás, no tendrás más problemas que ellos, y ya se sabe que "mal de muchos, consuelo de tontos", y eso te conduce a una felicidad que aniquila tus aspiraciones de juventud para entrar en el cajón de sastre de los hipotecados que tienen una mujer y dos hijos, un perrito y un monovolúmen con DVD portátil sin el que podrías vivir perfectamente.

Y por aquello de que mi fiebre londinense está aún haciendo mella en mí, hoy me encontraba sumergido en el YouTube en busca de canciones de Los Beatles. Y precisamente en la búsqueda de esos temas de los padres indiscutibles del pop, me topo con la canción 'Help!', una de mis favoritas. Pero hoy la escucho distinta, y en vez de hacer otras cosas mientras la oigo distraído, miro el vídeo.

Al principio me parece lo más cutre que haya visto nunca. Pero después no puedo dejar de mirarlo. Me relajo, y me contagio de un buen rollo brutal. Blanco y negro para cuatro chavales de Liverpool sentados sobre un tablón de madera en un plató vacío.
Un John Lennon lleno de vida, fornido, no como en sus últimos años, en primera fila con la naturalidad de los que no tienen nada y van a por todas. Ingenuo y simpático Paul McCartney, sonríe a cámara, y cuando empieza a nevar hasta se saca un papelito que se le ha metido en la boca en pleno videoclip, además de haberse llevado todo el tiempo botando sobre el tablón pasándoselo en grande, y que levanta las cejas en los agudos del principio porque casi no llega. George Harrison, como siempre sin molestar, mira de reojo al cámara tras el hombro de Paul, más feo que picio el pobre, y canta de manera descarada al objetivo cada vez que le enfocan, con esos aires de rockero aprendido que lleva en la sangre. Y por último un fascinante personaje, el batería Ringo Starr, que sin batería y sin cantar, lleva colocada una sombrillita que mantiene durante todo el videoclip, mientras mira enterrado en su pelo cortado a la taza hacia el frente como el que espera que la filmación termine lo antes posible.

La espontaneidad por la espontaneidad. La demostración más grande de que sin nada, sólo con una fe en tus canciones impresionante, puede llegarse más lejos de lo que puedas imaginar. Un vídeo tierno a la par que atrevido, de creer que eso basta para promocionar una canción. Quien les daría hoy trabajo en la era del márketing. Seguro que hoy día en su videoclip salvarían el mundo montados en una nave en forma de tortilla o algo de eso, mientras bailarinas en bikini muestran el culo a cámara en las estrofas.

Y recuerdo en este momento qué habría sido estar en uno de sus conciertos, en aquella cueva de Liverpool donde empezaron. Y maldigo el día en el que otro puñado de gente sin inventiva congió esta espléndida y pegadiza canción para convertirlo en 'Santo' que cantar en misa. Y se me hincha la vena del cuello de rabia cuando oigo a aquellos que creen que toooodo puede servir para cantarlo en misa, y que todas las canciones del mundo pueden hablar de Dios si se les cambia esta letra por allí o esta frase por allá. Y me indigno de ver que seguimos desperdiciando nuestro tiempo ultrajando, que es mucho más fácil que crear de cero, y dejamos a nuestros hijos un legado vacío de ideas.

Si Paul McCartney escuchara con las pocas ganas que cantan su 'Help!' en los coros jóvenes de España, se echaría a llorar. Cantarle a Dios con Los Beatles, asesinando de camino la canción, es como regalar un regalo. Faltas el respeto a quién te lo regaló y a quien ahora se lo regalas, porque a ambos les demuestras que no te importan. Mucha tela.

Desgraciadamente, la especie humana es vaga por naturaleza. Seguiremos chupando del bote todo el tiempo que podamos, hasta que ya no queden temas que versionar o libros que reinterpretar. Llegara un momento en que los arreglistas sustituirán a los músicos y los traductores a los escritores. Y entonces ya no nos quedará nada nuevo que decir. Y permaneceremos en silencio, a esperar a que el tiempo nos consuma.

Por ahora, yo sigo disfrutando de este video, sin guitarritas de ritmos salesianos ni voces apagadas de monjitas ursulinas. Y os lo regalo para que volváis a una época en la que la ilusión era lo que vendía.


viernes, 15 de agosto de 2008

Las Crónicas de Londres: el taxista, el borracho y el portero de discoteca (y III)

La mañana fue dura. Allí no había quien se levantase. Isa miraba desde el otro lado de la cama después de haberme llamado unas 700 veces, pero nada funcionaba. "Eres una marmota", me dijo, y para no engañarme más, no lo negué.

El desayuno la verdad es que no lo recuerdo bien. Creo que ni siquiera hubo desayuno, porque nos pusimos a mirar lo del transfer nada más despertar. Lo había dejado para última hora y me iba esa misma noche: un pastelón.

Sólo y abandonado sin nadie a quien consultar, Isa me iluminó momentáneamente y me dijo que llamara a Ángela. Mi amiga desde la infancia se había llevado 4 años en Londres estudiando danza y para ella era su segunda casa. Ahora estaba en España y podía ser mi guía en este momento de angustia. La llamé.

Con esa voz tierna que tiene siempre, y que no sé por qué desde pequeños me ha hecho pensar que es mucho más inteligente que yo, desde el otro lado del Canal de la Mancha me tranquilizó, me habló como si hiciera sólo dos días que no nos veíamos, y me lo explicó todo clarísimo. Sin duda, la mejor idea del mundo. Ella había viajado siempre sin comprar el transfer con antelación, y todo había salido perfecto. Así que me desentendí.

Nos vestimos y salimos a la calle. Donde la meteorología londinense decía que debía haber un sol, había una trama espesa de nubes: mal asunto. Yo, fiel a mi optimismo por un picnic en el parque, había llenado la mochila (que ahora pesaba como un muerto) de toda la comida que había en casa de Isa, y cuando me vi el cielo encapotado y yo con mis mangas cortas, he de admitir que me cagué en la Minerva Piquero de Inglaterra...

Chispeaba cada dos minutos, y el cansancio del día anterior sumado a la ausencia de café, hacía mella en mi dándome un aspecto macilento (más del que tengo normalmente, quiero decir). Llegamos al Tube, y no me imaginé lo que me esperaba. Al montarnos en el tren en Whitechapel, todo parecía ir bien. Hasta que el tren arrancó y nos dimos cuenta de que ibamos en dirección contraria. Sirocos aparte, corrimos raudos en la siguiente parada para montarnos en el contrario, para volver de nuevo a Whitechapel. Preguntamos a un chaval que iba en el tren si esta era la dirección correcta hacia King's Cross. Nos dijo que sí. Sentados en el vagón nos tranquilizamos, hasta que nos dimos cuanta que había que bajarse ya en Aldgate. Pero nos dimos cuenta que hay 2 estaciones: Aldgate East primero y luego Aldgate a secas. Y nos habíamos bajado en la segunda. Resulta que además el fin de semana que yo estaba en Londres era el de las obras del Metro, y muchas líneas cambiaban su funcionamiento. De hecho de Aldgate tuvimos que volver de nuevo para coger dirección Liverpool Street. Allí quisimos coger la línea roja, pero no podíamos, por lo que decidimos dar toooda la vuelta al recorrido de la amarilla hasta Westminster por fin. Sólo hora y media después llegamos a la gran estación.

Al salir le pregunté a Isa que qué es lo que había allí. "No quería que te fueras sin ver esto". Al cruzar las barandillas giratorias y la puerta de cristal me topé con el monumento que había estado evitando desde que llegara a Londres: el Big Ben. Enorme, colosal, con unos remates dorados que parecían recién puestos, y una belleza clásica inglesa sin igual. He de confesar que fue impactante, y que la tele lo ha desvirtuado demasiado. Bajo el cielo gris de aquel día profundamente londinense, el Big Ben había sido diseñado para deslumbrar, para ser una joya de incalculable elegancia. Gracias por llevarme pese a mi cabezonería.
No contentos con el paseo dado, cogimos el metro de nuevo para llegar hasta Trafalgar, donde nos esperaría la National Gallery. El transporte londinense nos la volvió a jugar. Una estación marcaría mi día: Swiss Cottage. El nombre más raro de estación y por el cual pasamos más veces. Cogimos de nuevo una línea en dirección contraria y debimos volver de nuevo, para estar 10 minutos esperando al que venía en dirección contraria. A todo esto, yo aún cargado con la nevera de Isa en la espalda, mientras seguía lloviendo y empapándose el césped de Hyde Park, ahi, en plan esponja...

Cuando el metro decidió que ya no quería jugar más, nos escupió en las cercanías de la National. Plaza gris con un monumental templo griego gris, y con una escultura en forma de columna con dos fuentes, también en gris. Sin duda, el lugar más alegre de Londres. Desde lo alto de la columna un Almirante Nelson henchido de orgullo de habernos ganado en la Batalla de Trafalgar, miraba por encima del hombro a todos aquellos turistas derrotados en la guerra naval.

Subimos la escalinata de la Galería. Desde allí Isa me enseñó cómo se veía el Big Ben entre los edificios, paralelo a la columna de la Plaza. Admito que hasta me enterneció, con el odio que le tenía antes de ir...

En la National todo era hermoso. Cuadros como churros pendían de las paredes. Una sala entera llena de las vistas venecianas de Canaletto me dejó con la boca abierta, a pesar de que Isa había dicho que sólo veríamos los 30 cuadros más importantes. Salas y salas de Turner, la Venus del Espejo de Velázquez, la Virgen de las Rocas de Da Vinci... Tizianos y Veronés, Rubens y Rembrandt, Seurat, Van Gogh, Manet, Cezanne...todos me contemplaban desde los muros de la National pidiendo un poco de atención. Una visita rápida debido a mi nivel de agotamiento, pero llena de emoción de no saber qué maravilla se ocultaría tras el umbral de la próxima sala. Salimos de la pinacoteca, y directos hacia la plaza nos dispusimos a comer. Ni un trocito de suelo sin que estuviera mojado. Isa quería que me sentara a comer en la barandilla de piedra, pero cuando me vió la cara que puse de "teniendo vértigo me parece un poco cruel que digas que nos vamos a sentar aquí", desisitió y me pidió perdón. Total, que acabamos en un glamuroso McDonald's. Y por cierto, que los ingleses son una mierda, porque tienen 2 hamburguesas para escoger, y poco más. Desde luego, no me extraña que no tengan éxito. Una fuente de agua tiene más variedad...


De todas formas allí comimos, para luego, llenos de fuerzas que nos durarían poco, irnos a buscar regalitos para David, Anita y compañía. No hubo demasiada suerte, así que nos encaminamos a Hyde Park. Se estaba levantando un frío flipante, e Isa me prestó su bufanda a la que yo llamé cariñosamente "el salchichón". Me hice la foto pose "Duque de York", y nos montamos en el bus (el 15, faltaba más), pero ésta vez en dirección contraria a la habitual.
En el barrio cercano a Hyde Park que fácil que sepa cómo se llama, y en el que está la escuela de Isa, callejeamos para buscar más regalos. Un barrio de los de las películas, con casas de tres plantas máximo y muy bonitas todas, con esquinas ocupadas por tabernas con merenderos de madera fuera y macetones de geranios de colores colgando de las cornisas. Un toque mediterráneo en Britania!!

Compramos los regalos para Marta y Antonio, nuestros compis de la parroquia, en la tienda de Alicia en el País de las Maravillas. Un imán cervecero en el que estaba retratado el propio Antonio, y un sujetapáginas bordado para Marta. Por lo menos, algo fructífero.

Seguimos hasta Hyde Park al fin, y recorrimos caminos en los que vimos a la gente con los abrigos largos y los chalecos (recordemos que yo iba en polo de manga corta y helándome, por cierto). El destino era el Royal Albert Hall: la sala de conciertos más bonita e impresionante de Londres. Al llegar, empezó a llover, y a causa de los Proms (conciertos veraniegos de música clásica y jazz bastante baratos) no pudimos entrar. Isa se sintió muy culpable, pero a mi ya no me importaba. Empezaba a sentir que tenía que irme esa misma noche, y no podía evitar entristecerme.

Isa me hizo como unas 7 fotos ante el Royal Albert Hall, para nada decepcionante. Pensaba en cómo debía ser por dentro: una pena perdérmelo. Apretó la lluvia: Londres me despedía con una de sus tardes más oscuras. Corrimos hasta Edgware Road, nuestra estación de metro. Pase ante la Escuela Superior de Música y ni la miré de coraje, y mira que es bonita.
Edgware Road tenía como 2 kilómetros de túnel que había que recorrer andando bajo la ciudad hasta alcanzar los andenes. Llegué agotado y recuerdo, con la mochila cargada aún con toooda la comida.

Isa no hacía más que mirarme con cara de pena: vaya último día en la City. Me prometió una ducaha al llegar a casa y una cena, y me animé. Estaba calado y agotado. Llegamos y me duché: me quedé nuevo, aunque no podía parar de pensar en mi regreso. Al salir de la ducha, Isa se envalentonó y llamó a lo que parecía ser Radio Taxi, ya que no sabía si iba a tener que prostituirme para llegar a Liverpool Street. El primero que lo cogió fue un paquistaní que le dijo que llamara a otro número. Cuando terminó de dictarle la cifra, había escrito veinte números: no podía ser. Isa se llevó las manos a la cabeza y le pidió que repitiera. Al fin conseguimos los 10 números correspondientes. Lo consiguió: un taxi vendría a las 3:45 a por mi para llevarme hasta Liverpool Street. Isa se alegró mucho de tenerme un ratito más, y yo de poder estar con ella unas horas más en Londres.

Nos acostamos tras cenar una ensaladita que, al haberse llevado todo el día en mi maleta, estaba más que removida y aliñada. Ella cenó unos mejillones que a mi me daban repelús (no por esos mejillones, sino porque odio los mejillones en general), y nos acostamos. Sonó el despertador de mi movil en plena noche: las 3 de la madrugada. Me levanté y en silencio lo arreglé todo para irme.

Isa me acompañó por la escalera "Agatha Christie" y me dejó en el umbral de la puerta. Mi sueño me hizo que la despedida fuera sosísima. Ni siquiera le dí las gracias por las únicas vacaciones que tendría en verano. Me lamenté en el taxi, mientras contemplaba una ciudad desierta.

Mi taxista era muuuy simpático, gracias a Dios, y me dió palique todo el viaje. Llegué a Liverpool Street en el silencio de la noche, y me sentí de nuevo solo. Me senté ante el 155 de la avenida Bishopsgate y esperé. Fue llegando gente, y me monté en el segundo autobúa que llegó de Terravision. En cuanto terminé de suspirar mirando atrás la ciudad que dejaba, me quedé dormido. Al llegar a la rotonda previa a Stansted me desperté. Bajé corriendo con mi maleta y me fui al mostrador, donde facturé después de que me hicieran ir a la ventanilla porque decían que "había escrito mi nombre mal". De mal, nada, si su ordenador no reconoce las 2 tildes que lleva mi nombre, la culpa es de su máquina que es una analfabeta, señora rubia de bote de Ryanair.

Me compré un café para quitarme el mal cuerpo del frío. Miro el billete: cierre de la puerta de embarque a las 6.40. Son las 6.25. Me bebo el café achicharrándome la lengua, y me salen hasta ampollas...Me pongo en la cola de los pasaportes y el detector de metales. Me hacen quitarme los zapatos, y me parece una grosería por parte de la tía gorda y lenta de la cinta de equipaje de mano. Miro el reloj: las 6.40. Voy a perder el vuelo.

Corro de locura por el aeropuerto. Sólo veo carteles que indican la puerta 47, pero la puerta en sí nunca llega. ya pasan 8 minutos de la hora de cierre de la puerta de embarque y yo aún no he llegado. Finalmente la veo. hay una cola enorme: llego hasta temprano, acaban de empezar a embarcar.

Me siento al lado de una pareja que deben de saberse el kamasutra de pe a pa por la postura en que están dormidos, y los oigo hablar en una especie de spanglish. En la pista de aterrizaje me ha salido vaho de la boca, hace unos 10 grados en pleno agosto. Mucha tela. El joven de al lado mio se queda dormido en mi hombro. No parece que tenga piojos, asi que me hago el longui y me duermo también con el estómago gruñéndome de hambre.

Llego a Sevilla y todo perfecto. Me siento supersolo sin Isa, después de estos días intensos, y me monto en el taxi que me deja a las 11:45 en la Calle Rioja. Entro a trabajar a las 12.00. Suspiro y me quito una sudadera que aquí no hace falta. Es como volver a un pueblo. La ciudad fría y gris me ha dejado huella, y el viaje ha llegado a su fin. No me queda nada que lamentar, sólo el que haya sido tan corto.

En cuanto a ti, sólo decirte que cuando quieras nos espera Milán, Dublín, Munich o la ciudad que quieras. Gracias por haberme permitido compartir contigo lo mejor de mi verano. Respecto al tiempo y a los cielos grises, no importan, ya te llevaba a ti al lado para brillar y deslumbrarme. Hasta la próxima crónica.

lunes, 11 de agosto de 2008

Las Crónicas de Londres: el taxista, el borracho y el portero de discoteca (II)

A la mañana siguiente todo prometía ser nuevo. A falta de dinero, ya se sabe, qué mejor que un buen desayuno en casa. Siempre que tengas qué desayunar...El amanecer de aquel sábado, en el que yo debería estar trabajando en el Diario, prometió ser algo inesperado. Desde el primer momento supe que todo lo que pasara sería improvisado, que de un sitio nos lanzaríamos a otro. Nuestra primera parada fue el supermercado. Mi primer supermercado inglés con todos sus avíos.

Veníamos buscando pan y algo de fruta. Después de debatir sobre si nos salía más económico o no comprar un paquete gigante que no nos íbamos a comer, llegamos a la caja del Iceland. Una señorita joven e hindú, por cierto, nos cobraba mientras otro chaval morenito nos iba metiendo en las bolsas nuestra para nada copiosa compra.

Salimos del supermercado y regresamos a casa. Los obreros que trabajaban en casa de Isa, y que por cierto pensaban que era su primo, después de haber visto partir a Jesús rumbo a España tres días atrás, seguían allí remodelando un piso que, al contrario que el nuestro, tenía lavadora, cocina, y mucho espacio. Allí desayunamos con la cafetera del siglo XVI que hace el café más bueno al norte del Cantábrico, y emprendimos la marcha hacia la lista de lugares frikis que yo había dicho que tenía que visitar.

La primera parada era la foto oficial de todos, la foto del niño que llevamos dentro: la foto del andén nueve y tres cuartos, desde el que se viaja al castillo de Hogwarts, residencia escolar de Harry Potter. Allí nos hicimos nuestra instantánea y aprovechamos para ver la siempre maravillosa y a la vez triste (tras el 7J) estación de King's Cross.

Volvimos a montar en el metro. Si había ido a Londres aparte de para ver a Isa, era para reencontrarme. había perdido a 2 de las amigas que me habían acompañado siempre: la Música y la Literatura. Y a una la había recuperado en el Dominion, y ahora quedaba la otra. En el corazón de Doughter Street, una casa modesta y típica a más no poder: la casa de Charles Dickens. Ni siquiera me hizo falta entrar. Sólo estar en la puerta, sabiendo que allí dentro se trazaron las páginas de Cuento de Navidad...admito que sentí una ligera nostalgia de esa que se siente cuando miras atrás al partir de una ciudad. Echaba de menos aquellos trazos, y echaba de menos sentarme ante el papel y pensar situaciones que sólo en mi mente ocurrían. Miré arriba y vi una pequeña placa, minúscula, con el nombre del genial escritor. Casi olvidado, el espíritu de Dickens se negaba a abandonar el que había sido su hogar, y a través de los visillos quise imaginarme al inglés observando quién se fotografiaba frente a su puerta.
Regresando de aquella calle vestida de aromas de antaño, un mexicano que repartía flyers de un pic-nic (sí, flyers de un pic-nic) nos habló en español para invitarnos a una merienda en un parque cercano. Sólo en Inglaterra podía funcionar una quedada para hacer un pic-nic. Me dió envidia. Más aún cuando vi que esa noche y de manera gratuita, se representaba Romeo y Julieta en la amada lengua del maestro Shakespeare en el mismo parque. Igualito que España.

Llegamos hasta el metro de nuevo. Una estación bien bonita, con sus marcos de madera y situada en los bajos de una casa. Isa se empeñó en hacer la foto que minutos antes yo había sugerido. Tres intentos después, salió.

Nuestra siguiente parada era el bullicioso Covent Garden. Un barrio más típico que Santa Cruz aquí. La escalera del metro a la calle en espiral durante 5 minutos sin parar nos deja totalmente sin aliento...ahora entendemos por qué la gente espera el ascensor. Allí por fin me hice la famosa foto con la cabina roja!!. Tras ver tiendas de ropa rockera y más y más chapas, que he de admitir que me encantan, llegamos hasta una tienda especialmente fragante. Parados ante el umbral por el aroma que salía, nos decidimos a entrar a echar un vistazo. Dentro, un negro con los ojos muy abiertos, posiblemente por causa de unas lentillas demasiado grandes o muy mal puestas, nos invitaba a algo que no sabíamos bien que era. Cuando me di cuenta, tenía cogida la mano de Isa y le untaba una especie de ungüento gris pastoso por el dorso. la miré para reírme de ella, pero cuando me dí cuenta, me cogió la mano a mi y me la untó también. Por lo visto era una crema de hierbas casera hecha con nosequé. La verdad es que olía un poco raro, pero no contento el señor, a Isa le untó también una crema de limón, y a mi una de chocolate que a simple vista parecía mierda...y que me dió bastante asquito.

La pregunta era ¿y ahora qué?. Los 2 nos mirábamos sin saber qué hacer y contemplábamos nuestras patéticas manos en plan Señor Burns, colgando muertas de nuestros brazos untadas de mejunges. El morenito nos indicó que bajásemos la escalera. Cierto es que pensé que abajo me iban a llenar la otra mano, y que ya no habría escapatoria, pero abajo lo que había era un barreño para lavarse.

Lo que no sabíamos es que tras lavarnos, se nos quedó la mano impresionante. Como 2 tontos íbamos por la calle con la nariz pegada a la mano oliéndola sin para. Que maravilla. Una pena que los precios fueran tan caros o nos habríamos comprado algo.

Decidimos comer en la Somerset, la galería impresionista de Londres. Pero nos topamos al salir del Covent Garden con uno de los artistas de circo que abarrotan las plazas cada día. Un malabarista lió la traca para subirse a una escalera en equilibrio para hacer malabares con 3 bolos mientras una espada le atravesaba el gaznate. Una proeza que tuvimos que quedarnos a ver hasta el final!


Como he dicho, fuimos a la Somerset. Comimos en el patio del Palacio, tirados en el suelo, viendo como los niños se bañaban en los chorros que salían del adoquinado, como en aquella fuente de la Expo. Con la boca llena de salmón y queso fresco quisimos volver a ser niños y ponernos el bañador para correr entre las fuentes, pero sólo suspiramos. De repente el día se aclaró: luz del sol para que Miguelito la viera un poquito. Pero nos dió calor (paradoja del destino), y nos metimos en la galería.


La Somerset era un palacio con una escalera de caracol muy chula y muchas salas llenas de cuadros indescriptibles. De Tiépolo a Goya, de Cezanne a Manet, todos allí como quién tiene colgado un póster. La alarma de los cuadros sonó unas 7 veces durante nuestra visita, por lo que concluímos que alguien intentaba averiguar si todos los cuadros sonaban igual, para crear una megamelodía a 8 voces con las alarmas del museo. Otro compositor incomprendido...
Salimos por la parte de atrás, que da al Támesis, y vi el río (un poco sucio, pero al fin y al cabo el escenario de muchas novelas y de muchos de los asesinatos que investigaba el sagaz Sherlock Holmes). Subimos hasta el puente y el skyline de la ciudad de negocios me deslumbró. A la izquierda los rascacielos de Canary Street.


A la derecha el London Eye, la impresionante noria panorámica en la que tienes que dejar la hipoteca de tu casa en taquilla si quieres entrar, y la ciudad antigua, llena de teatros y el Big Ben.



Miré a Isa y estaba quedándose dormida. Compré un café helado para mí y un heladito para ella, y proseguimos nuestro camino. De paseo por las calles, seguimos hasta la Royal Court House, la Corte Real Británica de Justicia. Intenté no hacer fotos típicas, pero en todas me salía el autobús rojo, así que me resigné a tener una foto hermosa, y cogí el autobús escarlata cruzando por delante de la Corte mientras Isa posaba pánfilamente, todo hay que decirlo, ante el singular monumento. He aquí la prueba.

La venía viendo desde el inicio de la calle, pero no me pensé que fuera tan grande. Conforme nos acercábamos, veía anonadado como la Catedral de San Pablo, blanca y pura, gloriosa sobre sus columnas y frontones clásicos, no disminuía, sino que se hacía más y más grandiosa. La escalinata en la que se grabó la escena de la viejecita que daba de comer a las palomas de Mary Poppins estaba ante mis ojos. Al encontrarme a sus pies tuve que pararme. Metros y metros de belleza helénica, de neoclasicismo agradecido de proporciones aritméticas perfectas, me desafiaban desde el otro lado de la plaza. Fui incapaz de que en una foto saliese entera. Entramos.

"No photos" rezaba el cartel de la puerta, y no las hice. La segunda catedral en tamaño del mundo después de San Pedro me recibía mucho más hermosa de como la esperaba. Un coro ensalzaba los himnos de la prodigiosa música sacra inglesa desde más alla del crucero, en un coro lleno de lamparitas que alumbraban cada una de las sillas de madera labrada del trascoro. Impresionante. Piedra blanca y sutiles remates dorados de capiteles compuestos de volutas y acacias perfectas. Una maravilla. Hasta me tembló el pulso cuando al salir leí lo que había grabado sobre la puerta: "en homenaje a todos aquellos ciudadanos que lucharon en la guerra para defender de la destrucción esta Santa Catedral. Al cruzar esta puerta, hermano, cruzas también la puerta de los cielos". Los vellos de punta.

Otro paseíto para reponerme hasta la cercana Torre de Londres, en la que me hice una foto comiéndomela, y otra con Isa en la que después de 3 intentos (un señor de detrás no paraba de cruzarse...), conseguimos una toma con sonrisas un tanto forzadas y con la torre a medias. Pero menos da una piedra.


El césped era demasiado cómodo y nosotros estábamos muertos. Nos quedamos un rato tumbados y en silencio, en feliz silencio de saberse en paz, y no sólo porque ese parque esté rodeado por las tumbas de los soldados de la marina británica. De hecho, cuando retomamos el camino vimos una especie de monje siniestro poniendo flores en una tumba y nos cagamos vivos. Luego vimos que era un payaso con la chaqueta sobre la cabeza, y la verdad nos desilusionó. Qué se le va a hacer.

Bajamos la cuesta que lleva de nuevo hasta el Támesis. De tanto viento mis pelos ya superaban el calificativo "afro", y estábamos ante el Tower Bridge. Brillante, armoinioso y perfecto. Como una joyita inesperada detrás de la masa de piedra de la Cárcel que custodia las joyas de la Corona y cuya entrada sólo vale 60 libras: una ganga, vaya (de hecho ví las joyas en una postal y me quedé tan satisfecho como si me hubera puesto la Corona...). Grotesco debió ser el espectáculo que dimos para hacernos la foto con el puente, tanto que un turista que veía nuestra desesperación, se ofreció para hacernos una foto bastante decente, y en la que, por fin, salía el puente.


Le dimos toda la vuelta a la Torre, maravillándonos del puente de nuevo y de sus colores y de sus ventanales góticos. Guau... Y pensar que casi me voy sin verlo. De hecho cuando lo puse en la anterior entrada del blog como foto, me quedé loco pensando que había puesto una imagen de un sitio al que no quería ir. Bendita ignorancia. Me llego a perder eso y no me lo habría perdonado.

Demasiado cansados y viendo que eran las 7, regresamos hasta la parada del bus (el 15 por supuesto...) de Tower Hill y durante sólo 40 minutos nos mantuvimos a pies quietos en la marquesina sucia de polución. Al fin llegó y subimos hasta la segunda planta. Aproveché para hacer el gamba un poquito y para bromear sobre todo Cristo que iba en el autobús, y cuando me di cuenta ya estábamos en casa.

Duchita, cena, búsqueda de billete por internet para el transfer de mi regreso...cuando nos dimos cuenta eran las 22.00. Vestidos y listos, Isa dijo que era muy tarde para salir y que ya no merecía la pena. Dije que vale, pero me cagué en tó por dentro y quise estrangularla. Menos mal que, inesperadamente, se puso los zapatos y me dijo "vámonos, que salimos". Se me iluminó la cara y entendió que me iba a quedar en casa sólo por cumplir. Por supuesto, me echó la correspondiente charla sobre "tienes que decirme lo que quieres hacer, no aceptar lo que yo diga y ya está. Si no me lo dices, yo no lo sé..". Bla y más bla, pero en el fondo es un cielo y me tiene demasiado mimado.

Último tren de la línea Picadilly y me planto en Hyde Park. Al otro lado de una avenida de 8 carriles con un túnel subterráneo de coches y unas vallas flipantes para que no crucen los peatones. No se ven pasos de cebra. Mierda. A Isa se le va la cabeza y cruzamos uno a unos los 8 carriles, iluminados por la luz tentadora del Hard Rock en la acera de enfrente. Una sirena empieza a pitar de locura cuando estamos cruzando ilegalmente. Pienso que mañana llamarán al periódico para decir que estoy en la cárcel por cruzar una avenida exponiendo mi vida, ya me estoy viendo en un cuchitril de un sótano mirando a la Isa de reojo mientras pienso "esto lo sabía yo".

Despierto de mi ensoñación y ya estoy cruzando el umbral de la puerta de la tienda del Hard Rock. No sé bien cómo he llegado, pero prefiero no pensarlo. En una carrera impresionante buscamos la camiseta perfecta antes de que cierren la tienda. Yo, iluso de mí, había salido sólo con 30 libras (pa qué más?), y me quedo sólo con 10. Me compro una camiseta chulísima ("cuando vea Jesús que te has comprao la que él quería comprarse...") y nos vamos al Hard Rock Café.

El primer Hard Rock Café del planeta me termina de reencontrar con el rock, al que creía perdido. Guitarras y prendas, además de discos de los grandes me rodean. Pedimos las cervezas debajo de la guitarra de Eric Clapton y no puedo parar de mirarla, pensando que con ese instrumento empezó todo. Bajamos, yo con mi Guinness, Isa con su Coronita (que en Londres se llama Corona, será que tienen menos confianza...).

El sótano del Hard Rock es alucinante. Decenas de objetos penden en vitrinas de las paredes: ropa de Madonna, de Pince, las guitarras de Marilyn Manson y Lenny Kravitz...y lo que nos espera.

Nos sentamos en la barra junto a un señor solitario. No tardamos en darnos cuenta de que está como una cuba. Saco la cámara de fotos y se empeña en hacernos una foto (antes me había pasado nada menos que 3 veces la carta de bebidas para que pidiéramos), y claro, qué le vas a decir. La foto es una locura. Sólo un borracho puede hacer una foto así, pero es un recuerdo más. Al ratito se va, y nos da pena. El camarero nos toma otra con el Hard Rock de fondo, y está si vale.



Hablamos y hablamos. Después de las cervezas me queda una libra y media: ruina total. Isa dice que tiene dinero, así que me tranquilizo y paso del tema. Nos movemos y nos hacemos fotos con toooodos los objetos de las 2 plantas del Café: Carlos Santana, Mick Jagger, Los Beatles, Queen, Bob Dylan, Jimi Hendrix...todos están allí. Me da un vuelco al corazón cuando veo tanta Historia reunida en un mismo sitio. Suspiro antes de irme, y me despido con el alma llena de música de nuevo.
Vamos hacia Picadilly con un puntillo curioso. Además, como sólo nos encontramos con hordas y hordas de borrachos, nosotros parecemos de la alta sociedad (en serio, TODO EL MUNDO BORRACHOOO). Es una locura y nos paramos cada dos puertas para hacernos una foto, como la foto en el ¿Consulado de Malta?. Sin comentarios.

Al llegar a la publicitaria plaza, nos acercamos al GAP. Quiero venir a comprar al dia siguiente. Nos acercamos a ver el horario, y justo delante hay una pareja liándose: el tío tapa con su cabeza el horario de la tienda. Si nos viérais a los 2 mirando a los que se están liando parados en medio de la calle enfocando la vista para alcanzar a ver los numeritos del cristal...no me pude reír más. Isa decía "para o me meo". Creo que no hace falta explicar más.

Después de que nos pidieran 20 libras por entrar en un sitio supervip de la muerte, nos adentramos en el Picadilly profundo y vemos una tasca oscura a lo lejos. Una taberna misteriosa, pero que ¿tiene porteros en la puerta?. Se abre la puerta y desde la calle vemos un discotecón. La entrada: 5 libras. Sí de tirona. Isa va al servicio y me quedo solo en la barra leyendo la carta de cócteles. Miro a la izquierda y un tío joven me mira. No es por ser suspicaz, pero después de mirar 4 veces y que me siguiera mirando con una sonrisita, empecé a sospechar. Deseando que llegara Isa, me leí la carta 3 veces. Al llegar ella me confirmó que no paraba de mirarme. Si es que uno tiene un atractivo...jejeje.

Pedimos un cóctel con mandarina y fruta de la pasión. Nos quedan 6 libras en total. Nos terminamos el cóctel y mangamos la carta (Isa quería tener recetas de cóctel, aunque no sé pa qué, si ella cocinar lo que es cocinar, no cocina...), y pedimos una cerveza Brahma.














Nos quedan peniques sueltos. Nos vamos a bailar. Isa me retransmite el proceso por el cual un tío to canijo intenta liarse con una americana borracha. No puedo parar de reírme. Lo mejor es el momento "todos felicitan al tío y a la tía porque al fin se han liado". Pa quedarse muerto... Un rastafari a mi lado quiere quitarme el taburete. La lleva clara.

Miramos el reloj: son las 3 y nuestro vale de transporte solo vale hasta las 4. Corremos como gamos. Isa quiere llevarse las botellas de Brahma porque hizo una campaña sobre ellas, y las metemos en las bolsas del hard Roch. El portero las ve y nos dice que no podemos llevárnoslas. Isa se lo explica. Se ponen de cháchara. De repente me pongo a hablar con el otro portero. El puntillo marcado que tenemos nos convierte en angloparlantes natos. Veinte minutos de risas con los porteros, nos damos cuenta de que hay que coger el bus.

Un abrazo enorme y salimos corriendo hasta Trafalgar Square. Los autobuses del 15 no paran. Me da un ataque, porque se nos acaba el bono. "No pasa nada, compramos un billete en la máquina". Abrimos la cartera: ni una libra. Precio por persona del viaje: 2 libras. Nos ponemos en lo peor. Miramos a ver si es cómodo el césped de la National Gallery para dormir allí.

Esperando el autobús, conocemos a un inglés que tendrá la edad de Isa y que se llama Sam. El tío es genial, guapete y muy simpático, y se nota que ha quedado deslumbrado por Isabelita. Nos explica como va la cosa, y sin esperarlo, se saca la cartera. Nos da todo el dinero que le queda: una libra por cabeza. Isa y yo nos miramos, no podemos aceptarlo. El inglesito me ha sorprendido, acaba de aniquilar mi imagen de frío londinense que no quiere nada con nadie. Un gesto de altruísmo acaba de quiterme el mal sabor de boca del taxista del día anterior. 40 minutos hablando con él: sin duda un consuelo cuando estás tirado en la calle (o al menos eso creíamos).

Llega el 15. Para, y cierra las puertas cuando nos quedan 3 personas para entrar. Depresión. Nos sentimos los más desfasaos del mundo. Isa me dice que no sabe volver andando a casa y me quiero morir, tirados sin dinero después de una noche de juerga por Londres. Resulta que el que se ha quedado sin bus delante nuestra es de Badajoz, y le contamos nuestro periplo. Nos dice que nos da el dinero. Somos los mendigos más tristes de Londres. Finalmente llega otro 15 a las 3:45, y subimos. Momento crítico: si pita el bono transporte, buena señal. Lo acerco al sensor y.........pita!! Subimos y nos sentamos cerca del pacense. Después nos damos cuenta de cómo la hemos liado, y vamos todo el camino haciendo gracias tontas y riéndonos con el pavo.

Llegamos de madrugada a casa, y nos ponemos a probarnos las camisetas del Hard Rock. A Isa se la ve feliz: es la primera vez que sale de noche desde que está en Londres. Me alegro de la aventura y nos ponemos a comer cerezas mientras miramos lo del transfer sin mucho éxito.

Al acostarnos, me promete no destaparme y dejarme sin edredón esta noche. Eso espero, porque si no, me hielo con mi pijama de verano. Un día perfecto sin duda. Mañana tendré que despedirme, y si no se me salta una lagrimilla, poco faltará.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Las Crónicas de Londres: el taxista, el borracho y el portero de discoteca (I)

A mi regreso de Londres todo me parece menos: menos invernal, menos grande, menos emocionante...

Lo cierto es que han sido tres días espléndidos. No sólo he recuperado la ilusión por música y literatura, sino que he tenido la oportunidad de disfrutar de una compañía más que grata, espectacular.
Lo mejor será comenzar con mi relato y ya lo iréis descubriendo.

Salí de Sevilla con más miedo en el cuerpo del que nunca he tenido. No era ya por viajar solo. Era por la incertidumbre de saberme lejos y sin saber si el autobús me devolvería a Londres desde el aeropuerto. Tres largas horas de avión de un vuelo Ryanair que había salido con retraso de San Pablo, en las que mis compañeros de asiento se habían contado una película porno (verídico), comido 2 bocadillos enormes y echado una siesta de locura, mientras yo moría de hambre, no tenía con quién hablar y no me podía dormir de los nervios.
Finalmente a las 23.00 llegué a Londres encontrándome ante una terminal más que grandiosa. He de admitir que me quise morir cuando pensé que no encontraría nunca la cinta de las maletas. Pero en un momento de lucidez, me decidí por seguir paso a paso a mis amigos los pornófilos, que me condujeron hasta mi querida maleta. Desde allí fui a coger el bus, de una empresa llamada Terravisión, y en la que todos sus asistentes de viaje son los típicos chulitos italianos que hablan inglés de la Toscana.

En el bus me relajé un poco más: lo más gordo había pasado. O eso me creía yo. Llegué a Liverpool Street a eso de la 1 de la mañana, y me propuse coger un taxi hasta el 519 de Commercial Road, donde vivía Isa. Me puse en una desierta avenida delante de la sede del HSBC, un banco enorme, y esperé.

Un taxi de esos negros y espaciosos pasó y lo paré. Cuando procedía a subirme al vehículo, el conductor bajó la ventanilla y me habló. Después de 4 años sin el English 1 he de admitir que no me enteré de nada. El taxista se quedó esperando una respuesta, pero yo sólo dije "what?", a lo que él me preguntó que a dónde iba. Le dije la dirección. Volvió a decirme la frase más rara que he oído en mi vida y que, por supuesto, no entendí. y volví a preguntarle "what?". A esto, el taxista hace un gesto de desprecio con la mano y arranca dejándo,me con 2 palmos de narices en medio de la calle. Además, un hombre joven me rondaba por detrás...no es que yo sea Brad Pitt, pero admito que me agobié un poco debido a la cara de desesperación que tenía el hombre.

Menos mal que sólo 30 minutos después pasó un simpático taxista que me llevó hasta la casa.

Al llegar al umbral, le dí un toque a Isa. Me llamó para decirme que estaba asomada a su ventana y que delante de su casa no había nadie. "Yo estoy debajo de tu casa..."- le dije pensando que lo que me faltaba era haberme equivocado de calle a las 2 de la mañana. El 519 brillaba en su placa cachondeándose de mi, cuando una cabeza asomó por una ventana, y vi esa cabecita tan familiar.

Se abrió la puerta. Una Isa despeinada y en pijama me recibía en el hall de una casa con estrecha escalera enmoquetada como la de las películas. Con cara de agobio le dije desde fuera: "Te he echado muuucho de menos, pensé que no llegaba". Un abrazo tremendamente reconfortante y entré. Subí a dejar las cosas en su cuarto (no muy grande, con una cama enooorme y en la que quería echarme a dormir desde nada más llegar, un fregadero discreto enmarcado por la nevera, el armario y el microondas, y una mesa de estudio junto a una ventana, además de un cuarto de baño bastante acogedor), y nos fuimos a comprar algo de comer.

Llegamos al barrio pakistaní, lleno de tenderetes que, me contó, durante el día albergaban un mercadillo al más puro estilo de Bollywood. Compramos una especie de falafel y fruta en una tienda de Whitechapel, y volvimos a casa. Ella se reía con mis historias del viaje. Siempre lo hace. No sé si es que realmente soy un payaso o es que me conoce demasiado bien, pero sabe que me encanta.

La cama nos esperaba. Mi día de viaje había sido tremendo, ya que ese día también había estado en el periódico, pero el suyo tampoco era una tontería. Había ido a clase por la mañana y estaba despierta cuando me había dicho que se acostaba a las 10. Demasiado para el cuerpo. Nos pusimos el pijama y nos acurrucamos con lo que pudimos porque no había traído el casero aún las sábanas. Caímos rendidos esperando un nuevo día en el que Londres me descubriría por qué la llaman "gran ciudad".

La mañana siguiente fue espléndida. Un huracán campaba a sus anchas por toda la City, y nos recibió con suave llovizna en Tottenham Court Road. Pero nada habría podido eclipsar aquella visión: el Dominion en primer plano al salir de la estación de metro, con la estatua gigante de Freddy Mercury recibiéndome bajo el cartel de We Will Rock You. Impresionante. Y nada mejor para empezar un día tristón de cielos nublados que un café del Starbucks.

Me recibió la señora Muffin de chocolate y nos ayudo una pequeña napolitana que habia por allí, acompañadas ambas de café latte para mí, y chocolate para una Isa desengañada con el oscuro néctar desde que le habían servido días atrás un café americano (un dedo de café, medio litro de agua) en vez de un capuccino.

Salimos reconfortados con el vaso en la mano dirección a un British Museum que a Isa se le había perdido entre las calles. Se para a preguntar, y la señora le dice que le sigamos. Nos oye hablar y nos pregunta en castellano si somos españoles. Ella es colombiana, y a mi me alegra muchísimo oírla feliz bajo un cielo tan gris. Dejamos a la señora en paz y llegamos al Museo Británico.

En la puerta nos paramos porque quiero hacerme una foto. Isa consiente. Pero resulta que la foto es imposible, y se lo pedimos a dos señoras tipo "Las chicas de oro" que hay allí paradas. Le doy la cámara y cuando la enciendo se queda sin pila: fantástico. Isa saca la suya. Con el viento huracanado parezco Whoopi Goldberg con esos pelos, pero da igual, estoy ante el Museo Británico.
El edificio es esplendoroso. Reminiscencias romanas y griegas para una arquitectura historicista muy inglesa.Entro en el patio central. Gigante la cúpula me hace olvidar que el día esté nublado. Sólo quiero dejarme cegar por la luz de aquellos cristales. Me acerco a la primera de las salas. "Atento en cuanto entres, mira lo que hay ahí". La gente se acumula en torno a una vitrina frente a la puerta. No me lo puedo creer. No me la esperaba, y me conquista desde el primer momento. Un trozo de Historia de valor incalculable se presenta ante mí frágil, gastada, rota en una de sus esquinas, y a la vez con ese embrujo que poseen los tesoros de la Humanidad: la Piedra Rosetta. El traductor más antiguo del mundo y la llave maestra que abre el entendimiento de los jeroglíficos ante mí, silenciosa desde que Napoleón la trajera de Luxor.

A lo largo de las salas me siguen sorprendiendo las cosas: momias y sarcófagos, los frutos del expolio de Persépolis (enormes leones y esfinges barbudas de rasgos persas, caladas de escritura cuneiforme, que me sobrecogen), monedas antiquísimas, bustos romanos, templos completos de la antigua Grecia, armaduras samuráis...Pero aún me queda algo que me dejará helado: una sala con forma de templo me desvela sin quererlo el friso de las Panateneas y los frontones y metopas del Partenón. Me quedo mudo. Isa sabe que me he emocionado, no puedo esconderlo. Se me corta el habla y sólo puedo estar serio. No tengo ni una foto seria en todo el museo, en todas hago el payaso menos en esta. Los siglos que me contemplan me duelen. Están demasiado lejos de donde un día los colocara Fidias. Pero qué se le va a hacer.

Comemos un sándwich en el Pret a Manger porque son las 3 y tenemos cena en un restaurante a las 6. Dedicamos la tarde a comer helado y a pasear por Oxford Street. El ambiente de Londres me abruma. Vamos de tiendas y casi me compro una cazadora de cuero, pero al final me decido por una sudadera para que no nos congelemos más tarde.

Nos montamos en un autobús de 2 plantas para recorrer la enorme Oxford Street y llegamos al Marble Arch. El punto mas oriental de Hyde Park. hacemos una de esas fotos en las que intentamos salir con el arco, pero no nos sale. El arco es una paranoia, y Isa sale cortada: pero somos felices.


Miramos el reloj y casi no llegamos a la cena en Creations, el restaurante de un hotel en el que he contratado una comida con las entradas del musical de después. vamos al Dominion y me doy cuenta de que no sé donde está el restaurante. me agobio y le pregunto a la tía. Cuando salimos del Dominion, cada uno ha entendido una cosa de la dirección que nos ha dado. Mal asunto.

Por primera vez, soy yo el que lo entiende bien. Donde me pensé que iba a haber un McDonald's, resulta que hay un señor restaurante. Y la Isa y yo to mierdosos. Nos sentamos en la mesa y en vez de sandwich nos traen sopa de patata y puerro templado con salmon ahumado y pollo con salsa de pasas con puré. "Dale las gracias a tu madre, porque esta es la mejor comida que hago desde que estoy en Londres", me dice Isa, y yo me alegro de haber cogido la oferta.

A la hora de pagar no sabemos si las coca colas están cubiertas por la oferta, así que como no traen la cuenta, nos levantamos y nos vamos. Cuando vamos por la puerta, nos grita la camarera: "Sir, you have to pay the Cokes, please". Me muero de vergüenza. La élite de Tottenham Court se piensa que somos unos ladrones, pero en verdad ya no tiene arreglo, así que pago y me voy con una sonrisa.

El Dominion nos espera a la vuelta de la esquina. Entramos (lo intentamos por una puerta cerrada hasta que averiguamos que era por la otra...), y me abruma. Hay un bar de champán en la entreplanta, donde las mujeres elegantes sostienen sus burbujeantes copas. Seguimos subiendo la escalera y llegamos al "circle". El Dominion es apoteósico, majestuoso e inmenso. Nos sentamos y no podemos imaginar cómo será la noche. Nunca nos lo habríamos imaginado.


Se apagan las luces y We Will Rock You empieza como una tempestad. El Innuendo de Queen y el juego de luces nos arranca de los asientos. Isa está "to cagá" con tanto vatio de iluminación. Una a una las canciones del grupo inglés se derraman por el teatro junto a unos excepcionales actores y un montaje soberbio. Al final, tras el We Will Rock You con el que termina la obra, el telón cae. En el telón se proyecta "Do you want some Bohemian Rhapsody?". No puedo aguantarme y grito, claro que quiero. El teatro se cae de tanta emoción. Se abre el telón y un sobrebio Galileo junto a todo el reparto protagonizan uno de los mejores momentos de mi vida: 6 minutos de apoteosis del mejor espectáculo que he visto nunca.

Salimos con tanta adrenalina que decidimos ir a un pub. Dice Isa que el lugar idóneo es Picadilly. Yo le hago caso, al fin y al cabo no tengo ni idea (además en el Primart ya la había perdido una vez de vista y había creído morirme), así que allá vamos.


Encontramos un pub, muy típico. Entramos sin pagar nada, y pedimos: yo una cerveza y ella una cosa naranja que dice que es "la sangría inglesa". A mi que no me engañe, es una cucharada de jarabe en un vaso de agua, que se lo he visto hacer al camarero. Me pido una Guinness y pruebo por primera vez en mi vida la cerveza negra. No puedo resistirme. Me encanta! No sé que he hecho tantos años sin tomarla.

A los diez minutos de estar allí tocan una campana. Yo, iluso de mí, me creo que es que han dejado propina. Las luces se encienden y apagan la música: nos echan, es hora de cerrar. Miro el reloj: las 23.30. Me quedo loco.

Apuramos las bebidas y volvemos a casa vía Trafalgar Square en el 15, que luego cogeríamos cada dos por tres. Un autobús que nos traería muchos recuerdos la noche siguiente, por cierto. El trayecto transcurre por la Calle Fleet, la calle del sangriento barbero Sweeney Todd, y me da un escalofrío. Al llegar a casa no hay sueño. Tenemos un pavo en lo alto que no nos lo creemos, y nos ponemos a comer cerezas que habíamos comprado esa mañana en el super. Se hace tarde hasta para España, y nos acostamos. Ha sido un día grandioso que ha ido de menos a más. Y lo que queda.