martes, 6 de diciembre de 2011

12 meses, 12 estampas

Llega el final. No querría, pero llega. Y por el camino me dejo 12 meses de via crucis y de gloria, de momentos vibrantes y tensión. Estos son mis recuerdos, que en enero echaré de menos.

Enero: la ilusión

Ahí empezó todo. Nueva sección, nuevos compañeros, nuevo estatus. Empezaba una nueva etapa para demostrar lo que soy. En ese mes me dediqué a ubicarme, a enontrar mi lugar, a acostumbrarme a las reuniones de los lunes, a hablar con los jefes y a tomar la iniciativa. Y a descubrir que Madrid era más grande de lo que parecía.

Febrero: los primeros triunfos

Conseguía llevar hasta el final mis primeros reportajes, a acostumbrarme a la calle, a vivir en una sección en la que no hay hora de comienzo ni de fin. A acostumbrarme a no tener vida. El periodismo era mi vida y mi religión, y a partir de ahí articulaba mis escasas horas de sueño y aprendí que comer era un privilegio si podía realizarlo en un lugar que no fuera la mesa de trabajo.

Marzo: el trato

Colaboradores, especialistas, expertos, becarios. Aprendimos los distintos escalafones, esos insalvables escalones que vertebran una redacción en una pirámide inabarcable. Comenzamos a entender cómo funcionaba todo y los reportajes de Cultura vinieron a mi como algo natural. Era el comienzo de mi intención de especializarme, de abarcar ese mundo hermoso de música con el que siempre he vivido.

Abril: la caída

Mis primeros días de libranzas, que no vacaciones, aparecieron en abril. Unos días en Semana Santa y un fin de semana de Feria me reencontraron con Sevilla y con mi gente. Abril sería el mes de los sueños y del análisis: llevaba cuatro meses en la sección y tenía la sombra alargada de nuestros predecesores en el becariado pesándome sobre los hombros. No estaba haciendo lo suficiente, y eso había que cambiarlo.

Mayo: el proyecto

Mayo comenzó con fuerza. El proyecto de la web de Política nos llevó a algunos de nuestras secciones de origen a ese nuevo contenedor que iba a ser la joya de la corona de cara a las elecciones atuonómicas y locales. Una semana antes de abrir las urnas, explotó la bomba: una juventud indignada surcaba Madrid un 15 de mayo para exigir un futuro que les había sido robado. Esa misma noche comenzó la aventura de la Puerta del Sol. Luego vino el grito mudo en la jornada de reflexión, la foto de la plaza abarrotada en la portada del New York Times, los guiños a la Primavera árabe y el modelo asambleario. La bestia había salido de su cárcel y había mostrado sus garras: la clase política temblaba desconcertada. Mientras nosotros coordinábamos la información de los indignados de toda España, mis heroicas compañeras de Local hacían guardias durante 24 horas en Sol. El infierno hecho crónica.

Junio: la imagen

Reservo dos imagenes de ese primer mes de la república independiente de la Puerta del Sol. Una es la del contagio: las distintas acampadas en toda España. La otra es la de tener la noticia ante tus ojos mostrándose de manera brutal. La constitución del Ayuntamiento de Madrid me pilló en la calle Sacramento. Un solo periodista, una sola versión. Vi las porras cargar contra una masa de gente pacífica sentada a la salida de un párking, gente mayor arrastrada por los suelos, amas de casa tiradas como sacos de patatas a las aceras para despejar la calle. La noticia desnuda, la realidad descarnada ante tus ojos, y solo yo para contarlo. Aprendí de aquel día que los nervios son un cuchillo afilado para la veracidad y que no puedes dejar que te afecte lo que ves si quieres seguir adelante.

Julio: la competencia

Llegaron los nuevos becarios de verano y comenzó a vaciarse la redacción por las vacaciones. En los ojos de esa nueva generación más joven y más ambiciosa leímos una amenaza. Ellos eran los que debían sustituirnos a final de año, serían nuestros sucesores y estaban solo dos meses para jugárselo todo a una carta. Ahí comprendimos, como nos dijo un compañero, que era el momento de dejarse vencer o de seguir adelante. Menos personal y más páginas provocaban también que el trabajo fuera despiadado y sin medida. La vida del periodista, al fin y al cabo.

Agosto: el triunfo

Y llegó el Papa, y nos pilló con la redacción medio vacía. Despliegue de vértigo para cubrir los días del Pontífice en España, y petición a título personal para cubrir el Vía Crucis y la posterior procesión. Protocolo y boato para conseguir llegar hasta la grada de prensa, orgulloso, con mi acreditación colgada. Y cuando volvía el Vía Crucis tranquilo una vez entrada la noche, algo pasó. El 15-M y los peregrinos, tras varios encontronazos anteriores, se habían sentado a hablar en la Puerta del Sol. No lo dudé: me salté los cordones policiales, y corrí hacia Sol dejando a mis amigos atrás. Allí estuve viviendo aquella asamblea, viendo como el Palio de la Virgen de Regla asomaba ya por la esquina de Alcalá. La asamblea era una marisma de entendimiento, y cuando el paso pasó es tragabolas del Cercanías, se levantó como un fantasma. Aquella noche escribí desde Sol hasta las 2 de la mañana. Solo yo lo conté: las visitas en la web subieron como la espuma.

Septiembre: el paréntesis

Las mejores vacaciones de mi vida, quizá porque eran las que más necesitaba. Tras ocho meses de becariado intenso, llegaron mis nueve días de vacaciones y las desiertas playas de Portugal se me antojaron un paraíso lejano del que no querría salir nunca. También fue el momento de pensar que comenzaba la cuenta atrás: la beca iba agotándose y no había resolución alguna. El mosntruo de la incertidumbre comenzó a devorar nuestra tranquilidad.

Octubre: la oportunidad

Con el nuevo mes llegó el lavado de cara, y comenzamos a sacar un cuadernillo nuevo de Cultura y ocio los fines de semana. Metrópoli nos hacía sombra y el Cultural también, y era necesario apostar por algo nuevo. Me encargaron una sección de Clásica para cada semana, un par de temas en los que yo me muevo como pez en el agua, mis encasillamiento soñado, lo que realmente quiero contar al mundo: por qué la música no debe morir nunca, y permanecer joven por los siglos de los siglos. Llegaron las primeras felicitaciones y el peso de la responsabilidad, los dobles turnos para llegar al viernes con los deberes hechos. Una luz esperanzadora se veía al final del túnel, pero no era momento de confiarse.

Noviembre: la agonía

Lo que me preocupaba a la mitad de este noviembre lluvioso no eran precisamente las elecciones. La web estaba totalmente dominada y el trabajo solo durante el verano me había convertido en un gestor bastante eficaz de la versión digital de Madrid. Pero faltaba algo más de un mes, y las noticias económicas nos deparaban un futuro negro. La beca era un billete de ida y vuelta a nuestras ciudades, a una vida que aún no sabíamos cómo sería. Era el mes de las preguntas, de los cuchicheos en los pasillos, de compartir currículums... Era el momento de la agonía.

Diciembre: no va más

Es la última apuesta, con el riesgo del Blackjack y la inexactitud de la ruleta. El todo o la nada más absoluta. El tiempo apremia y estamos más pendientes de una llamada que de hacer todo eso que no nos dió tiempo a hacer y que ahora queremos terminar para engrosar el portafolio lo más posible. Es el mes de la cuenta atrás más cruel, del suspiro cuando compras el último abono transporte, del sueño que se rompe, de la vida que se nos escapa entre los dedos. Es el momento de la espera y de la acción al mismo tiempo: solo el destino sabe qué será de nosotros cuando den las campanadas y el 2012 entre entre deseos pedidos a las estrellas. Diciembre es el cierre de una etapa, y probablemente la apertura de otra que aún no sabemos en qué consiste...