lunes, 20 de mayo de 2013

Magna Granada


33 vírgenes. Qué mejor que elegir 33 puntos en un viaje con un claro carácter marianista, de costal y palio, de levantá y procesión, de banda de música y sordo golpeteo de llamador, de cansancio y alegría. Granada, tú eres magna sin necesidad de nada extraordinario.

1. La locura. El momento del que voy pero que no voy. Que si es porque te lo ha dicho el uno o por si te lo ha dicho la otra. La sombra, el miedo, el temor a si podrás ir o no, el posible dolor del encuentro en la esquina traicionera. Ir, que es lo importante, porque a veces no es un capricho, sino una necesidad.

2. Mercedarios de las Descalzas. Puerta del Nazareno, las caras conocidas, los amigos, se abrigan con el costal de la penitencia, el que protege las heridas del alma, la única corona que se admite en las galeras de este barco de plata. Costales en bonanza luchan contra el viento de una tarde desapacible, pero todo indica que habrá Triunfo, y Esperanza y Alegría, que veremos la Aurora de esta tarde en la que el cielo nos concederá Misericordia para calmar las Penas. Y así fue, la ciudad se puso el hábito de Victoria para que Granada hiciera a su Merced la Maravilla.

3. Encuentros. Hay días en los que en la esquina más inesperada aparece de repente. No llama ni pide permiso para entrar, da igual que intentes evitarlo, porque siempre te alcanza por mucho que corras o muy bien que te escondas. Lo olvidado regresa siempre con fuerza a menos que estés preparado para hacer como que no lo has visto.

4. Like a Virgin. Como una virgen nos sentimos al inicio del Paseo de los Tristes. Nosotros, intentando escapar de tanto palio para llegar a Plaza Nueva. La virgen del palio salmón -"acoralado" según Clara- pidiendo paso por la estrechez de la calle, y una petalada que no estaba tan en pétalos como los que la lanzaban pensaban. ¿Petalada al palio? No. Petalada a nosotros, que salimos de allí como de un cuadro de Botticelli. Bien perfumaditos.

5. La búsqueda del costalero en la última levantá. Gran momento el que nos dejó esa parejita. Ella, que busca al costalero que ya está a punto de afrontar el gran reto de la tarde con la complicidad de la noche. Él, agotado por la caminata, por llevar sobre su cuello el peso de una devoción. Un último momento: se encuentran, se miran, se buscan en la profundidad oscura de la trabajadera y se encuentran. Y ya hay fuerzas de nuevo para subir la rampa y afrontar la más estrecha puerta.

6. La discusión de la puerta. Viernes por la noche y, como siempre en Granada, el tabaco sirve de excusa para decirnos las cosas a la cara. Que si tú esto, que si yo lo otro, que si te odio, que si te quiero. Y al final, el mar en calma y ya estamos a punto para el fin de semana. Que no va a ser fácil, que lo sabemos, pero cerveza de un trago y avanti.

7. El diluvio milagroso. Cansancio extenuante. Última parada en Santo Domingo. Entra la Victoria y se aleja el palio blanco tras la puerta de madera. Detrás, un Rosario de plata viene pidiendo paso. La banda se la juega y con el paso parado toca una salve antes de entrar. Tras eso, levantá y hacia adentro, que el cielo está pidiendo guerra. Y la profecía se cumple, porque se cierran las puertas de la iglesia y comienza el diluvio. La tarde se salva, y nosotros nos empapamos de vuelta a casa.

8. San Francisco. No hablamos de santos, sino de un bocadillo. El mismo que en el Aliatar nos reconforta del frío helador de la tarde tras ver durante cuatro horas el paso de 24 palios, soledades, piedades y glorias varias. El que nos devuelve a la vida y nos enseña cómo aguantan en Graná las largas tardes de Semana Santa. El mismo bocadillo con el que se cierra la noche en familia cerca de Pedro Antonio. Hay que reconfortar al que trae el cuello hecho polvo y compartir la tarde en la trabajadera. Quizá algún día de verdad, con el costal y la faja puestos. Quién sabe...

9. Las miradas. "Sé que con lo que te voy a decir te vas a rallar pero...". Y así empieza de nuevo a girar la rueda. Que lo que yo pienso a veces no es lo mismo que tú piensas, que lo que yo veo no es lo que tú ves. Pero esta vez coinciden y ya se nos descuadran los esquemas. Por la tarde la espera entre palios nos aclarará algo más la situación.

10. Dormidor social. Sí, soy un dormidor social. Si me despierto y veo que el de al lado sigue dormido, allá que cierro los ojos yo otra vez, y así hasta que Quique se despierte.Y si me da el arrebato, siento que la cama se me queda pequeña y me pongo en pose 'Piedad del Baratillo' y te quito la mitad del colchón. Que yo siempre he sido de sacar los pies del tiesto y de meterme en lo que no es mío. Hasta durmiendo. Pero no va con mala intención. Si me desato es señal de que estoy cómodo y me siento como en casa.

11. Crecer. Con la tontería ya llevamos un tiempo que nos conocemos en nivel intenso. Y cómo habéis cambiado. Poquito a poco, os habéis ido haciendo grandes, que no mayores. Grandes de espíritu, de actitud, grandes en el fracaso, fuertes en el olvido. Y qué envidia, yo quiero también ese crecimiento, cómo han cambiado los Avecilla que parecen otros, hasta Angelito está centrado. Y poco a poco, siguen adelante. Ya me han enseñado cuál es el camino, vamos a ponernos en marcha.

12. La foto ante la Merced. No sé si somos parte o no de aquello, pero en la foto tras el encierro de la Merced, creo que sentí que algo de mí se había quedado entre las bambalinas de aquel palio. Como le dije a Ana, que grande que algo que para ti no significa nada pueda convertirse en algo tan tuyo. Simplemente porque para las personas a las que quieres es importante, y con eso basta. Aquella noche después del disparo de la cámara, sentí que lo que se vivía allí también era algo mío, de una u otra forma.

13. ¿A por qué había venido yo aquí? Cuarto de Jesús. Jacinta está recogiendo. Me quedo en la puerta pensando. No sé a por qué venía al cuarto, algo se me olvida. Jacinta no lo duda: la toalla. Exacto. Una madre es una madre. Siempre.

14. Habemus conclusiones. Si al volver de uno de estos viajes tienes conclusiones, o más bien te las ponen en bandeja, pues podemos dar el viaje por completado. Que aunque sea a través del móvil, pues la terapia no está mal, siempre y cuando te ayude a seguir adelante. Y si tenemos conclusiones, significa que el siempre viaje terapéutico, sea con la excusa que sea, ha funcionado.

15. No hay buenas noches. Cuando hay tanto cansancio no te da tiempo ni a decir "buenas noches". La noche del sábado, a oscuras, no llegamos a decirlo. Cuando nos dimos cuenta, ambos estábamos roncando como si no hubiera un mañana. Magno cansancio el de aquel día.

16. Darlo todo por hecho. Lo mejor es cuando no hay que preguntar, cuando se actúa con normalidad y no hablamos de lo que es más que evidente. Porque no hace falta hacer comunicados oficiales a cada segundo, y en aquel desayuno entre costales del sábado temprano, no hizo falta explicar nada. Porque estamos en familia y nadie a estas alturas va a poner el grito en el cielo por nada. Lo importante es ser feliz. Lo demás nada importa.

17. La luz de la catedral. No creo que haya una catedral más luminosa por dentro que la Catedral de Granada. Dentro de sus muros parece que siempre sea mediodía. La luz entra a raudales por sus vidrieras claras y los 33 palios y el paseo recorriéndolos uno a uno se convierten en casi un paseo al aire libre. Esta debe ser la luz de la fe de la que hablan, que aquí es casi un grito a los cielos.

18. Con las yemas de los dedos. Era la única ocasión de las hermandades de los pueblos de ver procesionar a sus patronas por la capital. Y se notó. Algunos iban dándolo todo levantando los tronos de sus vírgenes. Recordamos por Gran Vía a la patrona de Loja llevada por sus hijos solo con las yemas de los dedos. Alucinante.

19. Las sevillanas. No me aclaro cuál bailar. No me decido porque todo, absolutamente todo, está en el aire. Más un juego que otra cosa quizá. Hablamos de bodas y de derechos por antigüedad, pero al final nada en claro. Poquito a poco, que hace mucho que no bailo y no vaya a ser que me pegue el batacazo del siglo.

20. Maravillas. Lo que aquí es una entrada, en Graná es un encierro. Y algunos tienen un carácter casi mágico. Es el caso de la Virgen de las Maravillas entrando en San Pedro y San Pablo que, aunque algunos se dieran cuenta entonces de que entra a ruedas, sigue siendo mágico porque el escenario es incomparable. Arriba, la Alhambra, al otro lado las calles sinuosas del Albaicín, como arteria el Paseo de los Tristes y de banda sonora, el rumor del Darro. ¿Quién da más?

21. Trianeros hay en todas partes. Hasta tienen el mismo nombre: la cofradía del Tres Caídas de Granada es trianera porque así lo han querido sus hermanos. Palio de derroche, andares de entrar y salir una y otra vez, dorado por todas partes, bailes y más bailes para los pasos (que eso no son mecidas, no nos engañemos). Y  me pregunto por qué, si aquí en Graná no hay Triana, sino que tienen un Realejo autóctono que vale un millón. Que esto no es Sevilla, ni debería serlo. Porque el encanto está en que sea diferente y fiel a la tierra.

22. La patrona, lo primero. Es curioso lo que quieren a la Virgen de las Angustias en su tierra. Aquí la procesión extraordinaria de la Virgen de los Reyes modo rosario de la Aurora fue casi un erial. La gente aquí no siente que la Virgen de los Reyes sea la encargada de velar por los designios de Sevilla. Y qué pena...

23. Alhambra de recuerdos. Pasa Santa María de las Angustias de la Alhambra y se me hace un nudo en el estómago. Qué mal me lo hiciste pasar el Sábado Santo... Angustias las mías viendo cómo los que iban debajo de ti se dejaban el espinazo para recorrer las cuestas hasta tu insigne morada. Esta vez te vi más tranquilo, no llevabas a los niños denajo y pude disfrutarte. Hasta el año que viene.

24. Diferente no es peor. Palio de cobre para la Reina del Sacromonte y a esos puristas les parecerá una aberración. Pero es distinto, original y muy del Sacromonte. Es genuino y por eso creo que es más hermoso. Porque esto no lo hay en ninguna parte y quien lo quiera ver tiene que venir aquí a verlo.

25. ¿Cómo estás tú? Que frase tan sencilla y qué difícil es a veces hacer la pregunta si sabes lo que viene a continuación. Pero se agradece, sobre todo porque ya has dejado de decir que "bien" siempre y has aprendido a dejar entrever un poco más, has comenzado a comprender que es importante compartir y no dejar tranquila a la persona que te pregunta. Mejor una verdad a tiempo que una mentira que te deja el alma llena de inquietudes.

26. El cruce de caminos de la churrería. Me gusta comer churros porque es algo excepcional. Me gusta que cuando entre en una churrería sea un momento que recuerde un tiempo. Comer churros todas las semanas por norma no tendría sentido, porque no puede haber una historia detrás de cada rueda de churros si conviertes lo excepcional en costumbre. Aquella mañana de sábado fue especial porque era una mañana de traslados y de costales en los percheros. Y porque el dueño de aquella churrería recordaba a la abuela de Ana y su tienda de patatas. El mundo, sobre todo el de ayer, es un pañuelo.

27. El saludo de la emoción. El beso entre hombres es el saludo de la emoción. Creo que con la euforia del costal, la vara, el capirote y la mantilla todos nos sentimos, de una manera u otra, más hermanos. Y el saludo del hermano es el beso, sin duda. Por eso en este ambiente cofrade no se hace raro que el cariño de un paso más, y al hermano se le trate como al hermano. El beso es bien recibido, porque se sabe que viene del corazón.

28. Noche resuelta en Macarena. He de decir que me gustan las marchas que Pulido, Jesús y Quique me van desgranando a lo largo de los meses. Llevan años haciéndolo, y por eso ahora no me resultan ajenas Mi amargura, Merced u Hosanna in excelsis, ni Valle de Sevilla ni Lloras en tu soledad. La música compartida es más música. Pero no puedo evitar que se me pongan los vellos de punta cuando suenan en las calles de Granada Coronación de la Macarena, Jesús de las Penas o La Madrugá. El músico siempre ve a Dios con más claridad entre los pentagramas.

29. Soberbia pizzera. Amigos que estáis en Santo Domigno cuando nosotros estamos hambrientos: podéis compraros unas pizzas, pero no os paseéis por delante nuestra con las cajas abiertas mientras las mordéis con lujuria, porque llevamos mucho caminado y no respondemos de nuestros actos. Primer aviso.

30. La vida sin móviles. En Granada se puede vivir sin móviles, al menos en días de procesiones. Eso es una gran noticia y algo impensable en Sevilla, o al menos eso creo. Nuestras baterías se fueron agotando, una a una, los móviles apagándose hasta que quedamos incomunicados. Aún así, todos nos encontramos, y no nos hizo falta más tecnología que la intuición. La verdad es que da que pensar...

31. El rinconcito de la basura. Nos creímos los más civilizados del mundo y fuimos acumulando en un rinconcito toda la basura que íbamos teniendo. Sí, sí, después la recogemos. Luego vino la lluvia y la tiritona, las niñas con los pañuelos por la cabeza y yo que ya no atinaba ni al botón de la cámara con los temblores. Los buenos propósitos se nos fueron con el frío, y la basurilla se quedó allí olvidada.

32. "Como lo dice tu Quiqui...". No te pongas celosa, que aunque tú no quieras admitirlo, es al que más caña le doy. No se por qué, quizá porque lo del decanato se me está subiendo a la cabeza o solo porque soy idiota (ambas cosas no son incompatibles). Veo que ya estás ampliando el rencor a los Martínez Avecilla. No te columpies con los niños, o no habrá primogénito. Miarmita malafollá depende de que te cortes un poquito y creas que te quiero de verdad.

33. Lo normal supera a las lágrimas. Estación de autobuses de Granada. Más allá de la Chana, zona residencial, dominios del gran Ricardo. Lo mejor de todo esto es cuando te subes al autobús, abrazos sentidos y corazón reconfortado. Y ya no te salen las lágrimas, porque cada vez que te marchas de esta ciudad ya no sientes pena. Sientes la alegría de unos días en la gloria, la alegría del reencuentro y la esperanza del siguiente. Ya no duele marcharse de Granada, al menos no tanto, porque la alegría vivida ha pisoteado la nostalgia. Y eso no tiene explicación alguna. Y creo que por eso es grande, porque es incomprensible. Misterios de la A-92, la arteria que nos une y al mismo nos separa, la de la alegría y la tristeza, la de la nostalgia y los deseos. El camino más corto hacia la felicidad, sin duda.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Diario del Polígono: Virgilio


Vuelvo al Polígono, no a esa parte que puede parecer un barrio más de Sevilla. Sino a sus entrañas profundas, a la zona limítrofe con Las Vegas, la zona más degradada. No tengo miedo. No me lo digo a mi mismo, es que me lo creo. No lo tengo. La puerta del primer colegio está cerrada, y no me asusta bajarme del coche en plena calle para intentar empujar la puerta. No hay suerte, y por eso buscamos el siguiente colegio al que debemos presentarnos, el Colegio Andalucía.

Al contrario que el cercano Altolaguirre, este colegio no parece una fortaleza inexpugnable. Aquí no hay grandes puertas metálicas ni vallas inmensas y muros rodeando el perímetro. La puerta está abierta y varias personas salen del edificio: no sé si serán profesores o padres de alumnos. En el interior nos espera la directora, y tras ella aparece un pequeño niño, al que han puesto un nombre tan literario como mitológico: Virgilio.

Virgilio tiene la piel morena, como el color del café recién molido. En sus ojos está esa fuerza que solo tienen los niños del pueblo gitano, su mirada de un marrón profundo es capaz de adentrarse en ti y hacerte sentir un escalofrío. El pelo lacio entre castaño y rubio le cae sobre la frente y le pone en la cara un gesto de adulto travieso. Virgilio tiene ocho años y hoy lleva en el colegio desde las tres porque su madre no ha venido a recogerlo. Son las seis y media y el niño lucha contra el aburrimiento a la espera de que su madre coja el teléfono y venga a recogerlo. No da señales. La directora atiende el teléfono un momento y nos quedamos a solas con él, y nos cuenta que su cuento favorito es El gato con botas. Lo tiene delante y se le dibuja una sonrisa cuando mira su portada.

Cuando vuelve la directora, Virgilio sigue allí durante toda la reunión. La directora lo trata como si fuese su propio hijo y el niño obedece sin rechistar. Durante toda la reunión, no puedo evitar observarlo. Este niño de ocho años es uno de los candidatos a estar en las bancadas del coro. En este centro educativo el 95% de los alumnos pertenecen al pueblo gitano, al contrario que en el resto de colegios. Lo miro y me emociono, porque me veo enseñándole música a este pequeño, me lo imagino cantando y riendo con sus amigos en los ensayos. Y eso me da más fuerzas. Virgilio representa a ese crisol de culturas que va a integrar el coro y que estoy deseando ver en una misma habitación bajo mi supervisión, con sus botellitas de agua con sus nombres en etiquetas, entonando sus voces. Y llamándome "maestro", que al parecer así es como llaman los niños a los profesores en esta zona. Que bonita palabra: maestro. Aquel que enseña, no solo materias, sino la vida, el que se encarga de tutelar a los niños, el que los cuida y les enseña a comportarse. Maestro. Qué gran palabra, qué profesión tan desprestigiada cuando tiene en sus manos el futuro de la civilización. Qué injusto...

Espero estar altura, y que cuando me llamen maestro, sea porque lo soy de verdad. Porque soy capaz de enseñarles todo lo que yo he aprendido, en el conservatorio, en el colegio o en la calle. Me temo que aquí el maestro voy a ser yo, pero los que me van a enseñar son ellos.

Al salir del colegio, recuerdo a Virgilio y me pregunto si en media hora su madre lo recogerá antes de que cierren el centro. Al montarme en el coche, miro a la acerca de enfrente, donde las viviendas lucen macetas cuajadas de flores en sus balcones, y pienso que en esos pequeños gestos es donde se ve la vida que nace en un terreno baldío. De lejos llega el olor de la madera quemada, la de las hogueras que pronto se encenderán en medio de la calle. Hoy hace algo de frío y pronto el fuego tomará esa zona del barrio. Es hora de volver, la noche cae. Y mientras yo vuelvo a casa, a la vida que llamamos "normal", los soleares y los fandangos quedan en las calles del Polígono y la ciudad no puede escucharlos. La música está aquí viva y brota a raudales de cada esquina. Estoy deseando descubrirla.