lunes, 30 de diciembre de 2013

Defender la alegría

Permítanme que coja este título del poema de Mario Benedetti, el poeta de la alegría, porque en él está todo aquello que quiero poner en mi carta de los Reyes Magos de este año. Quiero defender la alegría, aquella de las cosas que construyen el currículum emocional, el que realmente importa, el que te hace más grande por dentro, el que reviste tus mediocridades de auténticas joyas sin pulir. Déjenme defender la alegría.

Defenderme a mí mismo de mis inseguridades. Que sí, que soy inseguro, que soy un mar de dudas, un edificio a punto de derrumbarse. Un rascacielos construido con cimientos de barro, que lucha por mantenerse erguido y decente. Déjenme defenderme de mi poca confianza en mí mismo, de lo que me pesan los fracasos y lo poco que me dura el entusiasmo de los triunfos.

Déjenme que me olvide de pensar tanto y empezar a vivir más. Déjenme mirar al mañana sin miedo y vivir el presente sin tener que mirar a ese mañana. Déjenme que les aconseje, aunque esos consejos no los aplique yo mismo, y grítenme sin tapujos, y échenme en cara que no cumplo esos consejos que vendo.

Déjenme que quiera cambiar, y abrirme la camisa y quitarme la chaqueta, y dejar que el viento me dé un escalofrío en el pecho, y que viva más sencillo, más claro, más alegre. Déjenme que defienda la alegría que me provocan las cosas pequeñas. Que defienda y se me salten las lágrimas con aquellos que dicen no cantar y luego te sacan las lágrimas con una canción cantada en voz baja, cuando creen que nadie los ve. Déjenme que llore: que renuncio a mil discografías cantadas a la perfección por una sola frase cantada con el corazón, que me recuerda los porqués verdaderos que me hicieron enamorarme de la música.

Déjenme que me abra, déjenme que les cuente aquello que quizá no les importa pero que yo quiero compartir. No se asusten si les pregunto a veces directamente lo que piensan o sienten, pero la profesión va por dentro, y tienen el derecho de no contestarme, pero tengan por seguro que no dejaré de insistir, y que cada respuesta que me deje intranquilo el corazón será una pequeña herida abierta que llevaré conmigo.

Déjenme que deje de pensar en lo que debería ser y piense más en lo que quiero que sea. Permítanme que escuche un poco menos a la cabeza y más al corazón, que tenga miedo. Porque el que siente miedo y el que sufre... pues es porque ha querido jugar, ha querido arriesgar y ha creído que podía ganar. No me hablen de distancias irreconciliables, ni me digan que los amigos son los que viven en el piso de al lado, ni me digan qué música escuchar, no me digan nunca que eso es así porque "ha sido así siempre", no me vengan con desconfianzas y no se vistan de hipócritas cuando se pongan ante mí. Déjenme ser yo, que no es poco.

Déjenme defender las charlas a la hora de la siesta, las nuevas tradiciones que a veces pueden ser simplemente compartir el momento de lavarte los dientes, déjenme ser borde pero atícenme con la misma fuerza para que me dé cuenta de lo que duele, déjenme que defienda mis inseguridades y que tenga miedo, déjenme soñar y anímenme a intentarlo una y otra vez hasta caer rendido -porque necesito que me recuerden que nunca he de dejar de luchar-, déjenme que cante aunque no tenga buena voz, déjenme que les abrace y les busque cuando necesite de sus palabras... Déjenme que les diga 'Te quiero', porque no es una frase que diga si no la siento de verdad.

Déjenme intentar cambiar, aunque luego no me salga. Déjenme soñar, que lo de ser soñador lo llevo bien. Y déjenme defender la alegría que me hace añicos por dentro, la que quiere poner luz en cada oscuro sótano de mi interior. Esa que quiere cargarse a golpe de recuerdos y vivencias cada una de las partes tenebrosas que hay en mí. Déjenme que me quede con una mañana con los ojos llenos de legañas en coche para ir a la estación, con une verborrea inagotable la noche de Nochebuena, con aquellos que se menosprecian cuando están cambiando sin saberlo la vida de la gente, con las noches entre pucheros y peroles, con el silencio de un campo en el que ni hay datos ni cobertura, con los que te meten un puro en el bolsillo como regalo antes de partir... Déjenme que me quede con la alegría, ahora que ha vuelto a mi vida.

Y ayudadme, vosotros mis mosqueteros, porque movéis los engranajes oxidados del corazón para volver a poner en marcha la máquina... Sin vosotros soy peor, mucho peor. Y con vosotros soy un candil que ilumina y no se apaga, un farol que alumbra la noche más oscura cuando bebe de ese carburante que me dais en esas ciudades donde habitan los sueños. Prometo no defraudaros, como vosotros nunca me defraudásteis cuando me miré en vosotros para descubrirme a mí mismo. La alegría la aprendí de vosotros, y cuando os falte... yo os regalo un poco de la mía.

miércoles, 16 de octubre de 2013

El confesionario más grande del mundo

Recuerdo cuando pensaba que no te enterabas de nada... que estabas empanaíllo, y que tampoco se podía hacer mucho por solucionarlo. Pero a ver si va a resultar que el que no se entera de nada soy yo. O que estamos igual de empanaos... Quién sabe.

Hace un mes ya casi que estuviste por aquí. Volviste a Sevilla, volviste a tu centro, a tus calles estrechas, a tus capillas abiertas de barroco deslumbrante, a tus naranjos ya sin flor y a tus paseos, esos que he aprendido de ti que sirven para pensar y para arreglar todo lo que creemos que no tiene solución. Y llegó la tarde de agotamiento tras el paseo intenso, y cada uno regresaba ya. Y volvimos a quedarnos allí solos y volvimos a coger aquella calle de mi conservatorio para enfilar el camino hacia una plaza eterna.

Y veníamos hablando de nuestras cosas, tú más que yo, que a mí me cuesta soltarme, ya sabes... Y sin darme cuenta entramos en la basílica. Creía que íbamos a cortar la conversación, pero seguiste. Yo miraba al altar, pensando cuando cortarías, pero no lo hiciste. De hecho nos sentamos en el primer banco del lateral, y miraba alrededor para ver si no estaríamos importunando a los que estaban allí para rezar.

Y al rato me dijiste que te gustaba hablar las cosas allí, porque sentías que no solo te escuchaba yo, sino también el que todo lo puede. Y entonces miré alrededor y me percaté de algo nuevo, algo que había estado allí siempre probablemente pero en lo que yo no había caído: a nuestro alrededor la gente estaba hablando como tú y yo. Allí no había el silencio sepulcral de otras capillas, ni nadie lo echaba de menos.

La gente hablaba, pero como nos han dicho tantas veces... Hablaban con los cielos a través de los ojos de los que tenemos alrededor. Y entonces entendí que aquello era realmente lo más natural: hablarle a Dios a través de la gente que tenemos cerca. Y quizá por eso la gente iba a la basílica, aunque tuvieran muchas iglesias que estuvieran más cerca de sus casas. Porque aquello es el confesionario más grande del mundo, en el que no se va a pegarse golpes en el pecho, sino a hablar con el que tenemos al lado siempre. Porque en ese que tenemos tan cerquita también está Dios.

Muchas veces pienso si la Semana Santa no es más que ornamento, si no hemos olvidado lo sustancial para dar paso a raudales al espectáculo. Pero entonces vuelvo aquí, a esta basílica que antes no me decía nada, y vuelvo contigo, y todo cambia. Y quién sabe si en el banco de atrás hay reconciliándose un padre y un hijo, o en el atrio una pareja intenta solucionar sus problemas ante el altar del Señor de Sevilla, o si en el camarín dos mujeres mayores comentan las tristezas de sus hijos que no encuentran trabajo y que a ellas no les dejan dormir... Aquí se habla con Dios a través del hermano, y el que escucha guarda silencio y comparte, escucha y responde, porque aquí parece que hay una fuerza que te ilumina.

Y por eso creo que aquí el que no se entera de nada soy yo... Y qué gusto da descubrir cosas nuevas de gente que tiene menos recorrido que tú.. O al menos, menos años vividos. Que la edad no siempre significa que tu maleta esté más llena. Y me quedo con aquel momento de aquel fin de semana, contigo y con cada palabra, porque creo que a veces esa conversación con Dios no está necesariamente en las oraciones o en las vigilias, sino en el banco del parque, en el ascensor, en esta iglesia en la que me parecía que no había respeto... pero lo que no había era muros ni trabas entre el cielo y la tierra. Bajo la cúpula blanca de la basílica solo hubo aquella tarde almas que se desnudaban, que se dejaban herir a quemarropa porque no había nada que esconder. Allí sentí que todo aquello debía ser la verdad, la sencillez, y la sinceridad; la naturalidad, la mejor forma de hacerlo, la más lógica y la más fácil. Y entonces entendí qué quería decir aquel hombre de Nazaret cuando dijo aquella tarde, como una sentencia irrefutable que desprende una luz cegadora, que él era el camino, la verdad y la vida.

martes, 30 de julio de 2013

Crecer bajo la espadaña

¿Qué vigilas tú desde allá en lo alto? ¿Qué secreto guardas, espadaña del Monasterio del Espino? ¿Cuántas vidas has visto pasar por debajo de tus campanas, cuántas lágrimas has visto verterse sobre la madera de tu iglesia? ¿Qué historias guardas entre tus piedras? Has visto tanto que ya solo te queda repicar. Cada vez que suenan tus campanas eres un pregonero que proclama que ha vuelto a cerrarse el círculo, que vuelve a girar la rueda de los deseos, que nuestras vidas vuelven a dejarse seducir por la vorágine de lo que sucede a tus pies.

Los que hemos estado a tu amparo, espadaña, tenemos los mismos nombres que hace unos años... pero ya no somos los mismos. Nos has ido cincelando con el tañer de tus campanas como aquel maestro que con la gubia talla en la madera unos ojos vivos. Y en ese proceso de creación a las órdenes del Creador has construído dentro de nosotros un templo sencillo. Algunos tenemos en las paredes pinturas barrocas, otros grandes ventanales cubiertos de coloridas vidrieras, otros tienen cálidos suelos de madera y otros techos altos y desnudos. Pero cada uno tiene su templo, ese que has ido ayudando a levantar poco a poco, como una obra maestra consagrada a la creación de un mundo más humano.

Qué magia la tuya... Nos has visto congraciarnos y superar nuestros miedos, pasar por encima de nuestros rencores para festejar la felicidad del hermano, ese que vive en la calle que lleva el nombre de la ciudad más hermosa que han visto los tiempos. Ese que un año más ha compartido contigo la misión, como muchos otros. Porque sabes reconciliar lo que parecía imposible, sabes calmar la tormenta, sofocar la inundación, poner orden de nuevo y volver a transformarnos en una familia. Incorporando a los nuevos miembros que van llegando y que abren la puerta para que entre el aire fresco, aquellos que vienen de la mano de tu hermano y que se transforman en personas importantes para ti.

Que tú has visto desde allá arriba cómo llora ante la cruz el soberbio y has sonreído cuando una hermana escucha emocionada cantar a su hermano guitarra en mano con el crucificado presente. Tras tus muros se alojan las historias de dolor en las que ya no hay lágrimas, sino vida. Esa vida que regalas a borbotones para todo aquel que acepta el reto de pasar bajo tus campanas y arrodillarse ante la virgen gótica. Tras tus muros me has permitido ver a mis hermanos hacerse hombres y mujeres llenos de dones y olvidarme de las diferencias de edad hasta el punto de no importarme.

Has visto el abrazo hermoso y espontáneo entre palabras de paz y has sido testigo del llanto contenido cuando suena una canción que trae recuerdos dolorosos y que el oído aún no ha tenido tiempo para transformar en algo bello de nuevo. Desde tu altura has visto partir a la comitiva camino del Sobrón y los has acogido de nuevo al llegar reventados a casa, hechos peazos, como un vigía que no quiere descuidar al que está a su cargo. Has visto al que cree sin ver y al que apoya al que no ve para que los demás puedan caminar. Qué ejemplo de hermandad habéis dado, Granada...

Dios hecho espadaña, tu piedra es demasiado fría como para que te haga caso. Demasiado inmóvil, demasiado dura. Para hablarme de la gloria te revistes de carne y de pupila viva, te encarnas en abrazo y en beso, en palabra que sale del corazón mientras la voz lucha por no transformarse en quebranto. Tienes tantos nombres que me da vértigo: Clara, Ana, Pablo, Juanfer, Jorge, Quique, Jesús, Marta, Joaquín, Cayetana, Ángel, María, Lourdes, Laureano, Javi, David, Jose, Carlos, Carolina, Íñigo, Rafa... Tantos nombres en los que esconderte, como un juego, para hacer un año más que tu palabra sea cercana, que vaya directa al corazón como un dardo.

¡Que han vuelto a abrirnos las puertas de la gloria! ¡Que ya está aquí de nuevo la esperanza! Con lo que te gusta pasar desapercibido, has encontrado en la ilusión de esta juventud tu escondite perfecto. Los has hecho fuertes para soportar el dolor de la muerte, tiernos para consolar al que pierde al ser querido, valientes para buscar su felicidad a pesar de las barreras, despiertos para asimilar tu palabra como una forma de vida, soñadores para creer que un mundo mejor y más justo es posible, risueños para reír y abrazar sin tener que buscar motivos de peso, desprendidos para amar a aquellos con los que convive... Porque de eso iba esto este año: de Con_Vivir. Vivirlo todo como una gran familia, que somos uno, más allá de esa estúpida burbuja que superamos el año pasado contra todo pronóstico. Que esto empieza ahora, cuando arranca el reto de vivir en esa búsqueda de la felicidad todo el año, sin importar los kilómetros que nos separan.

La espadaña se pierde en el horizonte pero el sonido de las campanas se lleva en el corazón, bordado como un salmo que nos recuerda como un toque de queda que es hora de despertar. Un año más, me vuelvo con el corazón lleno de gracias y de frases, el pecho cálido de abrazos y la mandíbula dolorida de sonreír. Si el objetivo de este espino era hacernos sentir más vivos que nunca, el objetivo se ha superado con creces. Ahora comienza la vida real, y tenemos fuerzas para comérnosla a dentelladas, como esa fruta a media mañana o de madrugada que ayudaba a pasar el tiempo. El reloj vuelve a tocar la medianoche. Doce campanas suenan y doce meses comienzan la cuenta atrás para demostrar que todo esto tiene sentido más allá del monasterio. Y que Dios sigue presente en esa ristra de nombres de arriba. Porque la verdadera comunidad se queda unida, se demuestra en el día a día, en esa hermandad tan real como la de sangre que hemos implantado a golpe de cruz redentorista en el pecho. Empieza de nuevo el reto: tenemos un año para seguir siendo hermanos en cada momento.

lunes, 1 de julio de 2013

Carta al Miguelito de julio de 2012

No te asustes por lo que está pasando por tu cabeza. Esto acaba de empezar. Estás solo en tu piso de Madrid, las luces de la calle hacen la noche demasiado activa como para pensar, pero el tráfico no impide que una idea ronde por primera vez en serio tu cabeza. Quieres volver. Y es comprensible. Poco te ata a la gran ciudad y en Sevilla hay demasiado que te llama a voces.

No te has vuelto loco, o quizá sí. Quizá esta locura de vez en cuando es buena. Enhorabuena, has vuelto a ser un soñador. Poco a poco irás descubriendo que Madrid te ha cambiado, que ya no eres el mismo. Poco a poco asumirás que esta ciudad te ha convertido en mejor profesional pero, quizá, en peor persona. Sabes que hay cosas de tu antiguo yo que te gustaban, y quieres recuperarlas aunque no sabes cómo. Quieres volver a soñar, pero bajo el sol de Andalucía. Date la vuelta en la cama y duerme, aún te quedan días para decidirlo por completo.

Cuando llegue mediados de julio te encontrarás en un patio de una iglesia y volverás a encontrarte con esa Granada que no sabes qué piensa de ti ni qué piensas tú de ellos. Es solo un espejismo: con el tiempo te darás cuenta que había demasiados malentendidos como para que esa relación fuese bien hasta ahora. y prepárate: porque vas a embarcar con ellos y con muchos más un viaje de un año que es un dardo al corazón. Puede que ahora no te lo creas, pero esas personas van a convertirse en luces en tu vida, y no querrás soltarlos.

No sufras por todo lo que va a venir, no sufras por la decisión que vas a tomar en un monasterio de Burgos, porque todo saldrá bien. Cuando hagas la maleta por última vez, llora. Es normal que te de pena cerrar este capítulo de tu vida viendo tu piso vacío, viendo tus discos y tus libros metidos en cajas. Aunque en el coche de vuelta a casa sientas que traes el abrigo de fracasos puesto, no es así. Cuando llegues a Sevilla lo entenderás todo. 

Empiezan las ofertas: no rechaces ninguna, porque todas y cada una te harán más grande. Te llamarán para un proyecto surrealista de montar un coro de niños en el Polígono Sur. Ni te lo pienses, porque funcionará. En la entrevista creerás que la has cagado, pero las entrevistas siempre crees que no se te dan bien. Todo saldrá adelante, porque como te dirán después, siendo tú mismo es como se llega a los sitios. Te propondrán volver a colaborar en la parroquia y te harán coordinador, y te darán un equipo. Cuida a ese equipo, a esas seis personitas que verás crecer día a día como un enorme castillo que se levanta sobre cimientos sólidos. Los que no confían, podrán hacerlo; los que quieren abandonar, se quedarán; los que crees que no pueden soportar la presión, soportarán sobre sus hombros la más dura de las pruebas; los que creías que no podían ya sorprenderte, volverán a hacerlo. No los dejes.

Un día te escribirán por Twitter, una de esas personas con las que hablas de música pero a las que no conoces en persona. Y te pedirán un texto, y de repente publicarás en una revista de Barcelona y tu amigo virtual se convertirá en tu jefe y tu consejero, porque esa es la magia también de esto de los 140 caracteres. Y luego buscarás fecha para ir a Barcelona porque necesitas conocerlo.

Y en enero vendrán de Úbeda a verte y tú no tendrás ganas de quedar, pero tienes que ir. Porque allí, entre botellines, el soñador volverá. Y fundarás dos diarios hiperlocales con los mejores amigos que guardas de la facultad, y formarás dos equipos y todo será alucinante, porque sentirás que no tienes ayuda de nadie pero todo va hacia delante. Y te sentirás satisfecho, y la gente hablará de lo que has creado con el sudor de tu frente... Y los compañeros te darán la enhorabuena. Porque eres valiente, y tú antes no lo eras. Porque te has cansado de esperar y has pasado a la acción. 

Y poco a poco se te irá olvidando el fracaso aquel que te trajiste de Madrid y sentirás un poco que esa casualidad de la que se viste Dios a veces ha hecho que todo cuadre y te demuestre que este es lugar en el que tienes que estar. Porque aquí tienes todo que ganar y poco que perder. Y no te pierdas esos viajes a Granada de vez en cuando, porque te servirán de terapia cuando la presión te pueda. Y volverás reforzado, con ganas de comerte el mundo de nuevo.

Te advierto que tendrás que olvidarte de algunos temas que llevas arrastrando años, aunque te cueste y no encuentres el cómo. Vas a llorar y a sufrir, vas a esperar y a dar vueltas en la cama pensando en coger un tren y salir pitando. Pero todo pasa y al final solo te queda un tú más fuerte que el de antes. Te costará olvidar, pero sabrás que todo ha vuelto a su cauce el día que le preguntes a un amigo la receta infalible para ser feliz... y la hagas tuya.

Te queda un año por delante. La aventura solo acaba de empezar y te quedan muchas alegrías y muchas lágrimas, te esperan charlas en la barra de una discoteca y lágrimas al salir de ella, te esperan encuentros incómodos y un inicio de año con sabor agridulce, te queda llegar a querer a gente como a tu vida misma, que las habrá; te quedan peleas y rencores de los que aprenderás a ser más tolerante y también a marcar tu territorio cuando crees que alguien te está puteando las noches. Te quedan caídas y levantás, te quedan lugares nuevos y lugares viejos que se convierten en tu mundo cotidiano, te queda Nervión y Triana, Granada y Sevilla, la nostalgia de Madrid y la revelación de El Espino que vuelve a reclamar al Decano un año más. Te queda un año de cambios brutales y un año de búsquedas extenuantes, pero puedes con todo, porque sé como acaba el cuento. Como alguien me dijo una vez: "Sé tú mismo, deja en manos de Dios lo que es de Dios y nunca te rayes por algo que no merezca la pena. El don más grande que nos han dado los cielos es ser feliz y ser capaces de hacer felices a los demás". 

Suerte en este año, que vienen curvas. Nunca te rindas, que de los cobardes nunca se ha escrito nada.

Te espero en casa.

Tu Yo de julio de 2013

lunes, 20 de mayo de 2013

Magna Granada


33 vírgenes. Qué mejor que elegir 33 puntos en un viaje con un claro carácter marianista, de costal y palio, de levantá y procesión, de banda de música y sordo golpeteo de llamador, de cansancio y alegría. Granada, tú eres magna sin necesidad de nada extraordinario.

1. La locura. El momento del que voy pero que no voy. Que si es porque te lo ha dicho el uno o por si te lo ha dicho la otra. La sombra, el miedo, el temor a si podrás ir o no, el posible dolor del encuentro en la esquina traicionera. Ir, que es lo importante, porque a veces no es un capricho, sino una necesidad.

2. Mercedarios de las Descalzas. Puerta del Nazareno, las caras conocidas, los amigos, se abrigan con el costal de la penitencia, el que protege las heridas del alma, la única corona que se admite en las galeras de este barco de plata. Costales en bonanza luchan contra el viento de una tarde desapacible, pero todo indica que habrá Triunfo, y Esperanza y Alegría, que veremos la Aurora de esta tarde en la que el cielo nos concederá Misericordia para calmar las Penas. Y así fue, la ciudad se puso el hábito de Victoria para que Granada hiciera a su Merced la Maravilla.

3. Encuentros. Hay días en los que en la esquina más inesperada aparece de repente. No llama ni pide permiso para entrar, da igual que intentes evitarlo, porque siempre te alcanza por mucho que corras o muy bien que te escondas. Lo olvidado regresa siempre con fuerza a menos que estés preparado para hacer como que no lo has visto.

4. Like a Virgin. Como una virgen nos sentimos al inicio del Paseo de los Tristes. Nosotros, intentando escapar de tanto palio para llegar a Plaza Nueva. La virgen del palio salmón -"acoralado" según Clara- pidiendo paso por la estrechez de la calle, y una petalada que no estaba tan en pétalos como los que la lanzaban pensaban. ¿Petalada al palio? No. Petalada a nosotros, que salimos de allí como de un cuadro de Botticelli. Bien perfumaditos.

5. La búsqueda del costalero en la última levantá. Gran momento el que nos dejó esa parejita. Ella, que busca al costalero que ya está a punto de afrontar el gran reto de la tarde con la complicidad de la noche. Él, agotado por la caminata, por llevar sobre su cuello el peso de una devoción. Un último momento: se encuentran, se miran, se buscan en la profundidad oscura de la trabajadera y se encuentran. Y ya hay fuerzas de nuevo para subir la rampa y afrontar la más estrecha puerta.

6. La discusión de la puerta. Viernes por la noche y, como siempre en Granada, el tabaco sirve de excusa para decirnos las cosas a la cara. Que si tú esto, que si yo lo otro, que si te odio, que si te quiero. Y al final, el mar en calma y ya estamos a punto para el fin de semana. Que no va a ser fácil, que lo sabemos, pero cerveza de un trago y avanti.

7. El diluvio milagroso. Cansancio extenuante. Última parada en Santo Domingo. Entra la Victoria y se aleja el palio blanco tras la puerta de madera. Detrás, un Rosario de plata viene pidiendo paso. La banda se la juega y con el paso parado toca una salve antes de entrar. Tras eso, levantá y hacia adentro, que el cielo está pidiendo guerra. Y la profecía se cumple, porque se cierran las puertas de la iglesia y comienza el diluvio. La tarde se salva, y nosotros nos empapamos de vuelta a casa.

8. San Francisco. No hablamos de santos, sino de un bocadillo. El mismo que en el Aliatar nos reconforta del frío helador de la tarde tras ver durante cuatro horas el paso de 24 palios, soledades, piedades y glorias varias. El que nos devuelve a la vida y nos enseña cómo aguantan en Graná las largas tardes de Semana Santa. El mismo bocadillo con el que se cierra la noche en familia cerca de Pedro Antonio. Hay que reconfortar al que trae el cuello hecho polvo y compartir la tarde en la trabajadera. Quizá algún día de verdad, con el costal y la faja puestos. Quién sabe...

9. Las miradas. "Sé que con lo que te voy a decir te vas a rallar pero...". Y así empieza de nuevo a girar la rueda. Que lo que yo pienso a veces no es lo mismo que tú piensas, que lo que yo veo no es lo que tú ves. Pero esta vez coinciden y ya se nos descuadran los esquemas. Por la tarde la espera entre palios nos aclarará algo más la situación.

10. Dormidor social. Sí, soy un dormidor social. Si me despierto y veo que el de al lado sigue dormido, allá que cierro los ojos yo otra vez, y así hasta que Quique se despierte.Y si me da el arrebato, siento que la cama se me queda pequeña y me pongo en pose 'Piedad del Baratillo' y te quito la mitad del colchón. Que yo siempre he sido de sacar los pies del tiesto y de meterme en lo que no es mío. Hasta durmiendo. Pero no va con mala intención. Si me desato es señal de que estoy cómodo y me siento como en casa.

11. Crecer. Con la tontería ya llevamos un tiempo que nos conocemos en nivel intenso. Y cómo habéis cambiado. Poquito a poco, os habéis ido haciendo grandes, que no mayores. Grandes de espíritu, de actitud, grandes en el fracaso, fuertes en el olvido. Y qué envidia, yo quiero también ese crecimiento, cómo han cambiado los Avecilla que parecen otros, hasta Angelito está centrado. Y poco a poco, siguen adelante. Ya me han enseñado cuál es el camino, vamos a ponernos en marcha.

12. La foto ante la Merced. No sé si somos parte o no de aquello, pero en la foto tras el encierro de la Merced, creo que sentí que algo de mí se había quedado entre las bambalinas de aquel palio. Como le dije a Ana, que grande que algo que para ti no significa nada pueda convertirse en algo tan tuyo. Simplemente porque para las personas a las que quieres es importante, y con eso basta. Aquella noche después del disparo de la cámara, sentí que lo que se vivía allí también era algo mío, de una u otra forma.

13. ¿A por qué había venido yo aquí? Cuarto de Jesús. Jacinta está recogiendo. Me quedo en la puerta pensando. No sé a por qué venía al cuarto, algo se me olvida. Jacinta no lo duda: la toalla. Exacto. Una madre es una madre. Siempre.

14. Habemus conclusiones. Si al volver de uno de estos viajes tienes conclusiones, o más bien te las ponen en bandeja, pues podemos dar el viaje por completado. Que aunque sea a través del móvil, pues la terapia no está mal, siempre y cuando te ayude a seguir adelante. Y si tenemos conclusiones, significa que el siempre viaje terapéutico, sea con la excusa que sea, ha funcionado.

15. No hay buenas noches. Cuando hay tanto cansancio no te da tiempo ni a decir "buenas noches". La noche del sábado, a oscuras, no llegamos a decirlo. Cuando nos dimos cuenta, ambos estábamos roncando como si no hubiera un mañana. Magno cansancio el de aquel día.

16. Darlo todo por hecho. Lo mejor es cuando no hay que preguntar, cuando se actúa con normalidad y no hablamos de lo que es más que evidente. Porque no hace falta hacer comunicados oficiales a cada segundo, y en aquel desayuno entre costales del sábado temprano, no hizo falta explicar nada. Porque estamos en familia y nadie a estas alturas va a poner el grito en el cielo por nada. Lo importante es ser feliz. Lo demás nada importa.

17. La luz de la catedral. No creo que haya una catedral más luminosa por dentro que la Catedral de Granada. Dentro de sus muros parece que siempre sea mediodía. La luz entra a raudales por sus vidrieras claras y los 33 palios y el paseo recorriéndolos uno a uno se convierten en casi un paseo al aire libre. Esta debe ser la luz de la fe de la que hablan, que aquí es casi un grito a los cielos.

18. Con las yemas de los dedos. Era la única ocasión de las hermandades de los pueblos de ver procesionar a sus patronas por la capital. Y se notó. Algunos iban dándolo todo levantando los tronos de sus vírgenes. Recordamos por Gran Vía a la patrona de Loja llevada por sus hijos solo con las yemas de los dedos. Alucinante.

19. Las sevillanas. No me aclaro cuál bailar. No me decido porque todo, absolutamente todo, está en el aire. Más un juego que otra cosa quizá. Hablamos de bodas y de derechos por antigüedad, pero al final nada en claro. Poquito a poco, que hace mucho que no bailo y no vaya a ser que me pegue el batacazo del siglo.

20. Maravillas. Lo que aquí es una entrada, en Graná es un encierro. Y algunos tienen un carácter casi mágico. Es el caso de la Virgen de las Maravillas entrando en San Pedro y San Pablo que, aunque algunos se dieran cuenta entonces de que entra a ruedas, sigue siendo mágico porque el escenario es incomparable. Arriba, la Alhambra, al otro lado las calles sinuosas del Albaicín, como arteria el Paseo de los Tristes y de banda sonora, el rumor del Darro. ¿Quién da más?

21. Trianeros hay en todas partes. Hasta tienen el mismo nombre: la cofradía del Tres Caídas de Granada es trianera porque así lo han querido sus hermanos. Palio de derroche, andares de entrar y salir una y otra vez, dorado por todas partes, bailes y más bailes para los pasos (que eso no son mecidas, no nos engañemos). Y  me pregunto por qué, si aquí en Graná no hay Triana, sino que tienen un Realejo autóctono que vale un millón. Que esto no es Sevilla, ni debería serlo. Porque el encanto está en que sea diferente y fiel a la tierra.

22. La patrona, lo primero. Es curioso lo que quieren a la Virgen de las Angustias en su tierra. Aquí la procesión extraordinaria de la Virgen de los Reyes modo rosario de la Aurora fue casi un erial. La gente aquí no siente que la Virgen de los Reyes sea la encargada de velar por los designios de Sevilla. Y qué pena...

23. Alhambra de recuerdos. Pasa Santa María de las Angustias de la Alhambra y se me hace un nudo en el estómago. Qué mal me lo hiciste pasar el Sábado Santo... Angustias las mías viendo cómo los que iban debajo de ti se dejaban el espinazo para recorrer las cuestas hasta tu insigne morada. Esta vez te vi más tranquilo, no llevabas a los niños denajo y pude disfrutarte. Hasta el año que viene.

24. Diferente no es peor. Palio de cobre para la Reina del Sacromonte y a esos puristas les parecerá una aberración. Pero es distinto, original y muy del Sacromonte. Es genuino y por eso creo que es más hermoso. Porque esto no lo hay en ninguna parte y quien lo quiera ver tiene que venir aquí a verlo.

25. ¿Cómo estás tú? Que frase tan sencilla y qué difícil es a veces hacer la pregunta si sabes lo que viene a continuación. Pero se agradece, sobre todo porque ya has dejado de decir que "bien" siempre y has aprendido a dejar entrever un poco más, has comenzado a comprender que es importante compartir y no dejar tranquila a la persona que te pregunta. Mejor una verdad a tiempo que una mentira que te deja el alma llena de inquietudes.

26. El cruce de caminos de la churrería. Me gusta comer churros porque es algo excepcional. Me gusta que cuando entre en una churrería sea un momento que recuerde un tiempo. Comer churros todas las semanas por norma no tendría sentido, porque no puede haber una historia detrás de cada rueda de churros si conviertes lo excepcional en costumbre. Aquella mañana de sábado fue especial porque era una mañana de traslados y de costales en los percheros. Y porque el dueño de aquella churrería recordaba a la abuela de Ana y su tienda de patatas. El mundo, sobre todo el de ayer, es un pañuelo.

27. El saludo de la emoción. El beso entre hombres es el saludo de la emoción. Creo que con la euforia del costal, la vara, el capirote y la mantilla todos nos sentimos, de una manera u otra, más hermanos. Y el saludo del hermano es el beso, sin duda. Por eso en este ambiente cofrade no se hace raro que el cariño de un paso más, y al hermano se le trate como al hermano. El beso es bien recibido, porque se sabe que viene del corazón.

28. Noche resuelta en Macarena. He de decir que me gustan las marchas que Pulido, Jesús y Quique me van desgranando a lo largo de los meses. Llevan años haciéndolo, y por eso ahora no me resultan ajenas Mi amargura, Merced u Hosanna in excelsis, ni Valle de Sevilla ni Lloras en tu soledad. La música compartida es más música. Pero no puedo evitar que se me pongan los vellos de punta cuando suenan en las calles de Granada Coronación de la Macarena, Jesús de las Penas o La Madrugá. El músico siempre ve a Dios con más claridad entre los pentagramas.

29. Soberbia pizzera. Amigos que estáis en Santo Domigno cuando nosotros estamos hambrientos: podéis compraros unas pizzas, pero no os paseéis por delante nuestra con las cajas abiertas mientras las mordéis con lujuria, porque llevamos mucho caminado y no respondemos de nuestros actos. Primer aviso.

30. La vida sin móviles. En Granada se puede vivir sin móviles, al menos en días de procesiones. Eso es una gran noticia y algo impensable en Sevilla, o al menos eso creo. Nuestras baterías se fueron agotando, una a una, los móviles apagándose hasta que quedamos incomunicados. Aún así, todos nos encontramos, y no nos hizo falta más tecnología que la intuición. La verdad es que da que pensar...

31. El rinconcito de la basura. Nos creímos los más civilizados del mundo y fuimos acumulando en un rinconcito toda la basura que íbamos teniendo. Sí, sí, después la recogemos. Luego vino la lluvia y la tiritona, las niñas con los pañuelos por la cabeza y yo que ya no atinaba ni al botón de la cámara con los temblores. Los buenos propósitos se nos fueron con el frío, y la basurilla se quedó allí olvidada.

32. "Como lo dice tu Quiqui...". No te pongas celosa, que aunque tú no quieras admitirlo, es al que más caña le doy. No se por qué, quizá porque lo del decanato se me está subiendo a la cabeza o solo porque soy idiota (ambas cosas no son incompatibles). Veo que ya estás ampliando el rencor a los Martínez Avecilla. No te columpies con los niños, o no habrá primogénito. Miarmita malafollá depende de que te cortes un poquito y creas que te quiero de verdad.

33. Lo normal supera a las lágrimas. Estación de autobuses de Granada. Más allá de la Chana, zona residencial, dominios del gran Ricardo. Lo mejor de todo esto es cuando te subes al autobús, abrazos sentidos y corazón reconfortado. Y ya no te salen las lágrimas, porque cada vez que te marchas de esta ciudad ya no sientes pena. Sientes la alegría de unos días en la gloria, la alegría del reencuentro y la esperanza del siguiente. Ya no duele marcharse de Granada, al menos no tanto, porque la alegría vivida ha pisoteado la nostalgia. Y eso no tiene explicación alguna. Y creo que por eso es grande, porque es incomprensible. Misterios de la A-92, la arteria que nos une y al mismo nos separa, la de la alegría y la tristeza, la de la nostalgia y los deseos. El camino más corto hacia la felicidad, sin duda.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Diario del Polígono: Virgilio


Vuelvo al Polígono, no a esa parte que puede parecer un barrio más de Sevilla. Sino a sus entrañas profundas, a la zona limítrofe con Las Vegas, la zona más degradada. No tengo miedo. No me lo digo a mi mismo, es que me lo creo. No lo tengo. La puerta del primer colegio está cerrada, y no me asusta bajarme del coche en plena calle para intentar empujar la puerta. No hay suerte, y por eso buscamos el siguiente colegio al que debemos presentarnos, el Colegio Andalucía.

Al contrario que el cercano Altolaguirre, este colegio no parece una fortaleza inexpugnable. Aquí no hay grandes puertas metálicas ni vallas inmensas y muros rodeando el perímetro. La puerta está abierta y varias personas salen del edificio: no sé si serán profesores o padres de alumnos. En el interior nos espera la directora, y tras ella aparece un pequeño niño, al que han puesto un nombre tan literario como mitológico: Virgilio.

Virgilio tiene la piel morena, como el color del café recién molido. En sus ojos está esa fuerza que solo tienen los niños del pueblo gitano, su mirada de un marrón profundo es capaz de adentrarse en ti y hacerte sentir un escalofrío. El pelo lacio entre castaño y rubio le cae sobre la frente y le pone en la cara un gesto de adulto travieso. Virgilio tiene ocho años y hoy lleva en el colegio desde las tres porque su madre no ha venido a recogerlo. Son las seis y media y el niño lucha contra el aburrimiento a la espera de que su madre coja el teléfono y venga a recogerlo. No da señales. La directora atiende el teléfono un momento y nos quedamos a solas con él, y nos cuenta que su cuento favorito es El gato con botas. Lo tiene delante y se le dibuja una sonrisa cuando mira su portada.

Cuando vuelve la directora, Virgilio sigue allí durante toda la reunión. La directora lo trata como si fuese su propio hijo y el niño obedece sin rechistar. Durante toda la reunión, no puedo evitar observarlo. Este niño de ocho años es uno de los candidatos a estar en las bancadas del coro. En este centro educativo el 95% de los alumnos pertenecen al pueblo gitano, al contrario que en el resto de colegios. Lo miro y me emociono, porque me veo enseñándole música a este pequeño, me lo imagino cantando y riendo con sus amigos en los ensayos. Y eso me da más fuerzas. Virgilio representa a ese crisol de culturas que va a integrar el coro y que estoy deseando ver en una misma habitación bajo mi supervisión, con sus botellitas de agua con sus nombres en etiquetas, entonando sus voces. Y llamándome "maestro", que al parecer así es como llaman los niños a los profesores en esta zona. Que bonita palabra: maestro. Aquel que enseña, no solo materias, sino la vida, el que se encarga de tutelar a los niños, el que los cuida y les enseña a comportarse. Maestro. Qué gran palabra, qué profesión tan desprestigiada cuando tiene en sus manos el futuro de la civilización. Qué injusto...

Espero estar altura, y que cuando me llamen maestro, sea porque lo soy de verdad. Porque soy capaz de enseñarles todo lo que yo he aprendido, en el conservatorio, en el colegio o en la calle. Me temo que aquí el maestro voy a ser yo, pero los que me van a enseñar son ellos.

Al salir del colegio, recuerdo a Virgilio y me pregunto si en media hora su madre lo recogerá antes de que cierren el centro. Al montarme en el coche, miro a la acerca de enfrente, donde las viviendas lucen macetas cuajadas de flores en sus balcones, y pienso que en esos pequeños gestos es donde se ve la vida que nace en un terreno baldío. De lejos llega el olor de la madera quemada, la de las hogueras que pronto se encenderán en medio de la calle. Hoy hace algo de frío y pronto el fuego tomará esa zona del barrio. Es hora de volver, la noche cae. Y mientras yo vuelvo a casa, a la vida que llamamos "normal", los soleares y los fandangos quedan en las calles del Polígono y la ciudad no puede escucharlos. La música está aquí viva y brota a raudales de cada esquina. Estoy deseando descubrirla.

miércoles, 10 de abril de 2013

Diario del Polígono: El primer paso


Los giros que da mi vida, totalmente insospechados para mí se mire por donde se mire, me obligan a abrir blogs, cerrar blogs, cambiar subtítulos, redefinir ocupaciones y cambiar una y otra vez los lugares donde trabajo o dejo de trabajar. Abro un nuevo capítulo dentro de mi segunda etapa sevillana, y por eso he pensado que qué menos que escribir un diario de mis vivencias en el que será mi nuevo lugar de trabajo, el Polígono Sur. Quizás conozcáis más las zonas que se insertan en él: las Tres mil viviendas, Las Vegas, las 800 viviendas... Un barrio sobre el que tanto se ha hablado que dudo que pueda saber nada certeramente hasta que esté dentro.

A veces no sabes lo que te regalan, no sabes lo valioso que puede ser algo hasta que lo ves con los ojos del polígono, los ojos del sur. Fuimos a visitar un colegio ayer y metimos el coche dentro del colegio, a pesar de que la zona era segura: no es lo mismo La Oliva que la lejana y degradada Las Vegas. Al entrar nos topamos con un centro educativo fantasma. No parecía que hubiese movimiento, las puertas estaban cerradas. Por fuera todo modestia, hasta que se abrieron las puertas. 


Quien nos recibía desde dentro parecía estar ya de vuelta de todo. Pero fue empezar a comentarle el proyecto y en su cara empezó a dibujarse la ilusión, esa que había perdido tras tantos desengaños, tras tantas ocasiones en que le ofrecieron una mano de ayuda y luego se la quitaron. "Lo nuestro es distinto, no tiene nada que ver", le decíamos, pero ella, escarmentada por los años, no paraba de repetirme: "tenéis que ganaros nuestra confianza". Pero ella quería seguir creyendo en el fondo: quería creer que esta era la definitiva, que en esta ocasión la cosa iba a funcionar. Hay personas que tienen una fe inagotable, sea en Dios o en la bondad del ser humano.


A su lado, dos madres. Ambas voluntarias, abren el colegio cada tarde porque los recortes han hecho que no puedan pagar un vigilante que esté por la tarde. Si no hay vigilante, no hay colegio abierto. Si no hay colegio abierto, no hay actividades extraescolares. Si no hay actividades extraescolares, los niños están tirados por las calles. 

Y qué madres... Muchas veces no tenemos tiempo para hacer nada, nos excusamos en nuestros quehaceres, nos buscamos problemas donde no los hay, nos cargamos de argumentos absurdos para decir que no podemos más. Y esas madres, que deberían ser ayudadas por voluntarios, que deberían ser el objeto de la ayuda, son ellas mismas las voluntarias. Qué coraje y que ganas de creer, de nuevo, en una vida mejor. ¿Que no se puede abrir el colegio? Yo lo abro y echo la tarde como la conserje. Todo sea por los niños. 

Nos cuentan historias de casquillos de balas encontrados en el patio del recreo y se me hiela la sangre. Me dice que no es broma, y me doy cuenta que del terror se me ha dibujado una sonrisa nerviosa en la cara. Los ojos se me van a salir, no me salen ni las palabras. ¿Es este un barrio en guerra? ¿Aunque sea en guerra contra sus circunstancias, las que les han hecho nacer en un barrio que a día de hoy sigue como un gueto? Borro la sonrisa inmediatamente y agacho la cabeza, porque no puedo ni siquiera imaginarme lo que debe sentirse al encontrar eso en el lugar donde juegan tus hijos.

Pero lo grandioso es ver cómo tiran hacia delante. Cómo sacan una vez más fuerzas de no sé dónde y te abren los brazos para que hagas lo que quieras y lleves a cabo lo que para ti es más que un sueño. Y te ofrecen un lugar donde quedarte, una sala llena de instrumentos musicales cubiertos de polvo. Y sabes que eso es más que suficiente.

Al salir, una última parada. Me entregan un sobrecito hecho con papel de revista y fiso. Dentro se ve una especie de trozo de algodón, unas hebras que no parecen ser nada más que eso. Pero nos conducen al patio: allí está el motivo y el milagro. Un precioso árbol muy raro preside el jardín en el que poco más hay. Pero el árbol es único: sus frutos son una especie de aguacates al principio que luego se transforman al explotar en auténticas pelotas de algodón del tamaño de un balón de balonmano. Lo llaman árbol de lanas o palo borracho, y tiene todo el tronco cubierto de enormes espinas. Nos cuentan que las usaban las ovejas para rascarse al pasar los rebaños. 

Vuelvo a abrir la modesta bolsa. Esa mujer no me conoce de nada y me ha regalado vida... ¡Vida! Un árbol que ahora es solo una semillita negra muy pequeña y que luego alcanza hasta 5 metros. Ella no me conoce de nada y ya me ha hecho uno de los regalos más sencillos y más especiales de mi vida. Nos despedimos y nos dirigimos al coche, pero vuelve a hablarnos en la lejanía: "Si queréis plantarlo, volved. Os acompañaremos y lo plantaremos con vosotros". En el Polígono la vida se regala a aquellos que traen esperanza. Sin miramientos, sin rencores. Parece que por mucho que venga a traerles, a partir de ahora voy a ser yo el que se lleve mucho más.

miércoles, 3 de abril de 2013

Puedo llegar hasta el final...

Hoy es un día de vértigo. De esos que te hacen sentarte, pedir silencio y que te dejen solo un rato, que hoy en día y con esta vida que llevamos es un lujazo.

Cuando eliges un camino, lo eliges con todas las consecuencias. No sabes si estás dando el paso correcto o no, pero sabes que hubo un momento, un único momento crucial que te llevó a empezar a plantearte el salto.Con mi cuarto de siglo, me fui a un monasterio perdido de Burgos, y viví algo diferente. Y mira que ya creía que iba de vuelta de todo, que 'decano' son solo seis letras, las mismas que tiene 'novato'. Y pequé de ingenuo creyéndome que aquellos muros ya no podían decirme nada más. Y me creí que todo estaba ya escrito, que la redacción me había enseñado todo lo que necesitaba. Y qué equivocado estaba...

Un viernes intentando arreglar el mundo en aquel monasterio, me topé con mi propio dilema. Y entonces comenzaron a resquebrajarse las corazas que me impedían preguntarme por qué así, por qué seguir, por qué ese lugar y por cuánto tiempo... Y el mes posterior y el agosto solitario de Madrid me dieron la razón. Y un día de vuelta a Madrid, aquella penúltima vez en el tren, escribí para comunicar que abandonaba todo y que regresaba a Sevilla.

Y ahora me paro a pensar todo lo que no habría pasado en mi vida si no hubiese ido aquellos días a Burgos. A todas las personas importantes de mi vida que no conocería. Todos esos viajes a Granada que no existirían, esa familia que hubiesen sido solo conocidos. Aquellos primeros días de septiembre en los que formamos aquel grupo de whatsapp de tres que fue cambiando de nombre pero nunca de integrantes, y que resucitamos de vez en cuando para decirnos buenas noches: aquellas fiestas de derroche y desquite que tanta falta nos hacían, aquellos días de vino y rosas en los que teníamos demasiado que olvidar y muy pocas ganas de darle vueltas a la cabeza.

No habría vuelto de Madrid, y seguiría viviendo precario y triste viendo en lo marchito de mi rosal una alegoría cruel de mis días. Con lo que no habría podido decir que sí cuando me llamaron para enseñar a cantar a un grupo de niños en el Polígono Sur, ni habría tenido tiempo para ver a Juanjo cuando vino a vernos en enero y nos reunimos los de la Facultad. Sin aquella noche, nunca le hubiese hablado a Emilio del periodismo hiperlocal, y nunca hubiesen visto la luz Nervión al día ni Triana al día. Habríamos seguido con la desilusión y mirando las paredes blancas de nuestras casas. Nunca habría sentido la felicidad de ver como algo que habíamos creado entre amigos nacía y daba fruto, nunca habría podido embarcarme en un proyecto con esa gente a la que tanto quiero.

Sin aquellos días de Burgos, seguiría en Madrid. Triste, solo. Ahora la vida me ha dado demasiado y temo que si me despisto me lo arrebate. No pienso despistarme y jugármela. Lo hice todo a mi manera, como me salió del alma. Viajé y disfruté, no sé si más que otro cualquiera, y así, logré seguir a mi manera. Claro que lloré, y reí con fuerza, gané en mis decisiones y perdí cuando me la jugaron o no supe adelantarme. Dudé cuando me divertía porque, a veces, sabía que estaba forzando la máquina. Hasta el día que afronté lo que era y lo que quería: volver a la tierra, a mi gente, sin llorar ni fingir que era un paso fácil. Queda un duro camino, una dura batalla para que no me quiten lo que estoy ganando, algunas cosas realmente imprescindibles en mi vida, algunas personas sin las que ahora mismo sería mucho peor hombre. Sé que puedo llegar hasta el final, pero a mi manera...


lunes, 1 de abril de 2013

Resucitar la Pasión

Disculpen mi ausencia por estos lares. Llevo unos meses intentando demostrarme a mi mismo que aquel regreso, aquel paso que dí en septiembre, no había sido un fracaso sino una inversión.

He regresado y es para hablar de una resurrección. No solo la de estas páginas virtuales, sino también la de una pasión, la mía por la Semana Grande de mi ciudad. Quizá haya sido la lluvia, quizá la apatía por un tiempo que nos hacía crear una y otra vez noticias de salidas de procesiones frustradas, quizá que necesitaba renovarme a mí mismo y ver la Semana Santa con una óptica diferente. Y por eso me monté en el coche de los Martínez Avecilla la tarde del Viernes Santo recién comenzados los Oficios: porque necesitaba saber que todo aquello podía volver, que podía sanarme de la indiferencia hacia algo que siempre me había hecho latir el corazón como un tambor.

Sevilla había amanecido lluviosa y me había dejado el mal sabor de boca de ver el ascua de luz macareno apagado bajo la lluvia, metiéndose a golpe de tambor por la puerta del templo que guarda la esencia de la belleza más luminosa de la ciudad, la Colegiata del Salvador. Tras una madrugá de vivencias hermosas, tradición que inauguramos el año pasado -da vértigo pensar todo lo que hemos vivido desde aquella noche de emociones de 2012-, me fui a la ciudad en la que últimamente vive mi paz, esa que a veces cuesta encontrar en Sevilla con tanto que hacer y tan pocas horas para dormir.

Y me instalé en la cama plegable, esa a la que me gusta volver porque significa que el trabajo me ha dado un respiro, o que yo mismo he dicho Basta a la rutina y he buscado un espacio y un tiempo para mí. Solo dos días y medio para curar el alma, para curar esa desgana hacia las canastillas doradas en el sueño barroco de una sevillanía que se resigna a desaparecer. Y conocí aquella tarde de Viernes Santo, de la mano de una familia que se ha portado como la mía propia, un nuevo punto de vista. Que ya me retó Marina Heredia hace unos meses: que decía que los sevillanos no salimos de las murallas hispalenses para conocer nada que no sea lo nuestro. Y acepté el reto.

Y me encontré de la mano de Quique y Jesús, en los palcos de Pasiegas, ante la entrada de la imponente catedral, ese recinto que por dentro me recuerda tanto al Salvador. Y vi pasar una a una cofradías modestas, sin cortejos milenarios en cuanto a nazarenos, cofradías que entraban con palabras evangelizadoras del arzobispo, que a veces en Sevilla se nos olvidan los motivos de convertir la ciudad en un Evangelio barroco de derroche y perfección.

Y allí me vi, emocionándome cuando el Cristo de los Favores se paraba en el centro de la plaza, recordándome tanto a aquella Hermandad de San Bernardo que la lluvia no había dejado salir a pasear por el barrio de los toreros. Y sentí aquella necesidad de perseguirlo, de no dejar de mirarlo, de acompañarlo junto a estos dos costaleros que llevan en sus espaldas la pasión de un pueblo entero.Y llegué al Realejo como el que acaba de subir la Cuesta del Rosario, esa cuesta que en Sevilla lo es y en Granada es una calle llana.Y sentí que en cada paso del crucificado por el Campo del Príncipe estaba la fuerza de todo lo que esto representa: la superación, el dolor que es ofrecido como precioso exvoto a los cielos, el sacrificio por un bien mayor, ser capaces llevando una carga de kilos en la espalda de hacer que se salten las lágrimas en un barrio castigado por sus pequeños dramas... Y en aquella cuesta estaban recogidos todos esos favores de la Humanidad, esa necesidad que tenemos de que intercedan por nosotros para lograr que nuestra vida sea menos sufriente. Y a mí se me olvidó pedir el mío, o esos tres de los que al final se cumplirá uno.

Al día siguiente creía que lo había visto todo, que ya había aprendido lo suficiente, y entonces Quique y Jesús se enfundaron el costal. Esa corona de espinas, de espinas de arrayán del Generalife para sacar por Granada a la Sultana, esa piedad antigua que desafía a los arquitectos de la historia al ganarle la partida a los arcos nazaríes de la Alhambra.Y entonces entendí que hay otra Semana Santa, y que vive en esos pies que asoman por debajo de los faldones. Y vi una procesión en familia que es una de las imágenes más angustiantes que he retengo en la memoria: tres cuadrillas de valientes subiendo las cuestas imposibles del Realejo en una batalla contra sus propios cuerpos, tres cuadrillas que desafían al espacio angosto del que vistieron los árabes la colina roja. Y entonces sentí que aquello era también mi estación de penitencia, la del silencio solitario viendo cómo sufren aquellos chavales que van debajo de un paso que se mueve como un reo que desafía a su prisión, como un ave malherida que se arrastra intentando vencer a la muerte. Y en aquella proeza que llegué a calificar de "salvajada inhumana" vi que todo cobraba sentido.

Y que la Semana Santa es esa preocupación por tus hermanos que te lleva al borde de las lágrimas, es ese esfuerzo inhumano, es el suspiro y el silencio en medio de la muchedumbre y de los turistas. La Semana Santa es ese costalero que le busca un bocadillo al hambriento aunque no le corresponda ni lleve el escudo de la hermandad en la chaqueta y no sepa ni siquiera su nombre, la Semana Santa es esa madre que sube la Alhambra aunque le falta el aire porque sabe que es el día grande de sus niños en lo alto de la colina, la Semana Santa es esa noche en la que se cumple aquello de "amar al prójimo como a ti mismo", con todas sus consecuencias, como si te fuera la vida en ello.

Y vuelvo a Sevilla descansado, con la resurrección de mi Pasión, esa que había perdido por el camino al olvidar lo que significa todo esto. Que esta semana es grande por todo eso, por poder compartir con alguien un camino, sea el que sea, sin importar si la talla que acompañas es buena o mala, si anda mejor o peor. Eso es, hermanos, lo de menos. Nos dijeron los cielos que Jesús lo hacía "todo nuevo", y yo este año necesitaba que lo hiciera una vez más, que obrara el milagro. Y por eso me mandó a dos ángeles custodios que me llevaron en volandas hasta San Cecilio, y luego hasta los aledaños del Palacio de Carlos V, para recordarme que no hay cruz más viva que la que se ve en las obras y no colgando del cuello. 

Dejo en Granada una medalla. No por desprecio, sino para que mis 26 años continúen en las manos de otros, de aquellos que sabrán llenarla de historias nuevas, de nuevos triunfos y fracasos que la harán cada día más necesaria.Yo a cambio, le pido al Cristo de los Favores un solo deseo, que yo no necesito tres con la suerte que he tenido: No dejes que se me escapen esos ángeles custodios, los que van costal en mano por las calles del Realejo, o los que van de mantilla por el Domingo de Ramos, o esos que consiguen lograr con su música que este mundo parezca más humano. No dejes que aleje a los ángeles custodios que hacen que todo esto tenga sentido, y no dudes en recordarme lo que esta semana significa cuando vuelva a olvidárseme. Llevo grabada tu cuesta tortuosa en la retina, y a tus guías por la ciudad en el corazón. 

jueves, 3 de enero de 2013

La historia de un nuevo comienzo

Aquella mañana del 30 de diciembre Marta y yo nos levantamos temprano. Cargados con kilos de ropa y con mucho sueño, en parte fruto de los nervios del viaje, llegamos a la estación de Plaza de Armas con tiempo de sobra. Volvía a Granada prácticamente dos semanas después, qué locura... El autobús nos deparó dos niños delante jugando con sus Nintendo DS con el volumen a tope todo el camino, lo que hizo imposible la siesta, pero nos mantuvo hablando todo el camino. Sobre lo que dejábamos atrás y lo que esperábamos encontrar.

Tres horas después llegábamos a aquella estación fría de Granada -"qué avanzadas que están las obras del tranvía, oye"- y nadie vino a recibirnos. Empezábamos bien. Hasta que llegó Anita con su coche recién estrenado y sus estreses fruto de ese miedo al volante que tengo yo de siempre. Era la primera vez que pasaba la cena de Nochevieja fuera de casa, y un poco de vértigo sí que daba. Al rato llegó Jose, que ha dejado de ser el pequeño de los Quesada para ser simplemente él, mi anfitrión, mi amigo. Llegó cojeando. Seguíamos mal. Cargadas las maletas, a Anita se le caló dos veces el coche por el camino. Más contratiempos. Nos habíamos repartido por las casas de los granaínos como una pequeña plaga que asiste a una convención imaginaria: Rafa con Quique y Jesús, Ana en casa de Lucho, Marta con Ana y yo en casa de Jose. Sin contar los que vendrían a su propio piso dos calles más arriba de nuestra casa: 'El niño' y sus amigos. Despliegue absoluto para unos días que prometían mucho, a pesar de los malos augurios de los primeros momentos.

A partir de ahí todo fue magia, como suele serlo últimamente. La subida a San Miguel Alto y la foto contemplando las vistas -que te digan "muchas gracias" y contestar tú "thank you" tras hacer la foto-, el orgullo de hermano de Jose que tiene colgado en su cuarto el proyecto de Emi para el templo universitario, el cartel y la foto que me daban la bienvenida sobre su escritorio. ¡Y qué momentos, madre mía! Caminar con Pablo del brazo porque las calles mojadas de Granada y mis zapatos con suela de material convertían las calles en una pista de patinaje, Ana y Marta cambiándose una y otra vez de vestido antes de la cena y viniendo a preguntar -como es ya tradición casi-, el desayuno en esa casa que con permiso de Jose voy a nombrar como "nuestra casa", subir el Albaicín con Quique demostrándome que puede ser un guía excepcional, el lomo con orejones que se transformó en petróleo fusionado con alquitrán tras diez minutos de olla exprés y achicharrarme la mano con el aceite... Las risas cocinando que convirtieron en un éxito la cena de Nochevieja desde las seis de la tarde -convivir contigo estos días ha sido como compartir las vivencias de 20 espinos-, la comida en casa de Ana -prodigiosa tortilla al horno- y descubrir que no tenemos ni idea de vinos, la mujer del Covirán que nos vendió seis kilos de uvas diciendo que eso era para cuatro personas, el calendario sexy de la rubia en 2005 y llamar Enrique a su padre...

Y las miradas, siempre tan importantes, las miradas que lo dicen todo, las estampas que parecen hechas para reflejar la ternura. Los cuatro viendo la tele abrazaditos el día 1 por la noche, como si fuera lo que hacemos cada noche, como si aquello no fuera excepcional -y estar tan cómodos aunque nos costara coger la postura-. Y una frase de Jose, de esas que parece que a él le salen mejor que a nadie, que vaya piquito tiene el niño, cuando decíamos que no estábamos cenando en familia y el respondió: "Yo estoy cenando con mi familia". Empezar a echarnos de menos antes de habernos ido, Ricardo y ese brindis por la noche en el que se abrió como un libro para demostrarnos que el que guarda silencio no significa que no tenga nada que decir. El brindis posterior a las uvas -Ana atragantándose en la décima uva y haciéndonos reír a carcajadas- en el que acabamos derramando una lágrima más de uno. Las risas en la mesa de la gran cena intentando no desvelar la historia de la carne con chapapote hasta que las niñas se la hubieran comido.

El café en Las niñas y esa pareja entrañable que son Ana y Lucho a los que quiero a morir -"Qué risas, ¿no?"-. Comer de sobras el día uno y olvidarnos de lo malo, porque este 2013 tiene que ser infinitamente mejor que ese 2012 que se marcha y que nos deja dudas, inquietudes, paranoias, incertidumbres laborales, viajes de ida y vuelta, regresos a casa, desamores... Pero que también nos deja reencuentros, viajes de locura, música, muchos abrazos que ahora han pasado a ser besos, nuevas caras que nos hacen sonreír, lazos forjados a contracorriente, confesiones y momentos de confianza y muchos recuerdos. 2013 nos abre la puerta de un año en el que tenemos que ser felices, porque nos lo merecemos. Un año comenzado en Granada, en familia, con todo lo bueno y lo malo que pueda traer consigo. La nostalgia maldita ya está aquí, y más después de haber visto que Jose me ha mandado con cariño en mi mochila el cartel con el que me dio la bienvenida el primer día.

Puede que no haya cenado en mi casa de Sevilla en Nochevieja, ni haya estado sentado a la mesa con mi familia de sangre. Pero tengo claro que comencé el 2013 cenando en familia, y que luego seguí bebiendo en familia, y riendo en familia en "nuestra casa", la que Jose ha compartido conmigo estos días, y en la que me he sentido uno más -ya me sé hasta donde están las cosas en la cocina-. Cada comida en casa, cada agobio entre pucheros, cada plato fregado, cada rato en torno al brasero, han sido momentos en familia. Han sido días para asumir que esto no tiene nada que ver con nada que hayamos vivido antes a nivel espinero.

Por eso cuando nos hemos montado en el autobús, o quizá antes, cuando ha comenzado el rosario de despedidas desde San Juan de Dios al andén, hemos sentido mucho agradecimiento pero también rabia. Rabia por el hecho de que no vivamos más cerquita, rabia por no poder bajar la calle y encontrarnos, rabia familiar, supongo. Montarte en el autobús y saber que no puedes garantizar no soltar una lágrima si miras a los que se quedan en el andén...

Creo que Sevilla ha hecho un esfuerzo para ir a Granada, eso no lo niego, a compartir la apertura de un nuevo año que va a ser increíble. Pero hay que dar gracias y una y otra vez, hasta que duela, porque da igual que no pasemos nuestro mejor momento, da igual que a veces nos sintamos solos, que nos agobie la vida, que no creamos en nosotros, que pensemos que este año va a ser igual que el anterior... Dan igual las frases de los sobres de azúcar que nos dan ganas de suicidarnos o esos dos minutos de tensión en San Juan de Dios en los que apareció la violencia, dan igual los momentos de bajón que nos llevan al lado oscuro, dan igual las quemaduras en la mano, los cortes en el dedo y las lesiones en el pie; porque todo eso no es nada comparado con esta experiencia maravillosa que sin duda es fruto del que está allí arriba. Y creo que aquí también vale aquello de "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". No nos separemos, que lo que tenemos entre Granada y Sevilla me hace demasiado feliz como para perderlo.

Y en el bus de vuelta, entre lágrima reprimida y lágrima reprimida, he querido despedirme de la única forma que sé: la cursi pero sincera, la mía. "Nos llevaron al Espino diciéndonos que haríamos amigos que durarían una semana y nosotros decidimos traernos una familia". Ahí queda, hermanos, muchas gracias y os quiero más de lo que lo que soy capaz de expresar. ¡Hasta pronto!