Quien me dice que me estoy convirtiendo en un snob, en un moderno, en un gafapasta... no tiene razón. Soy mejor que antes, mucho mejor, quizá por este año casi completo en la capital, por haber vivido como si no hubiera un mañana, por haber resistido a las continuas embestidas para hacerme mejor periodista. Soy más optimista, más lúcido, más exigente y más culto. Soy mucho más abierto y más paciente, pero también he aprendido a dar un grito cuando es necesario sin pensarlo.
Ahora veo el Barça bebiendo cerveza belga de importación, tomo café solo, no me dejo intimidar porque todos mis amigos sean mayores que yo, no me importa discutir si sé que llevo la razón, escucho death metal mientras escribo, leo cómics en la cama antes de dormir y me considero capaz de ir a cualquier sitio y sacar un buen reportaje (sea entre fascistas, yonquis, buscando tesoros perdidos o entrevistando por teléfono a abogados de San Francisco).
Claro que he cambiado, faltaría más que volviese siendo el mismo. 24 años, y qué distinto todo con solo echar la vista un año atrás...
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