martes, 10 de marzo de 2015

Revestirse de saco


Entraba una tarde de febrero a ver al Señor de Granada. Como aquel Cristo de San Agustín que en esta ciudad, como en Sevilla, también salvó a la ciudad de la pandemia, aquí hay devociones que parecen dormidas y cosidas a la túnica de penitencia de la ciudad. Richar me contaba minutos antes, bajo el sol de una primavera que quería llegar antes de tiempo, cómo veía desde su balcón los ensayos del Señor del Rescate desde pequeño y siempre había soñado con portar su parihuela.

Al entrar en la iglesia, Parroquia de la Magdalena -que en mi Sevilla es hogar de negro ruán de Calvario y de Quinta Angustia que juega en la noche cerrada a mantener el equilibrio sobre el fino cordel de la muerte-, todo se mantiene sereno, mientras una decena de parroquianos asiste a misa. Nos ponemos discretamente delante de esa capilla lateral donde está este señor cautivo -que tiene su espejo en otro Lunes Santo desde el Tiro de Línea-, y entonces me pregunto si no se me estará yendo la cabeza con tanto viaje. Si todo esto realmente tiene un sentido o me mueve solo una adrenalina que antes desconocía, si esto es más que esfuerzo y testosterona, si ser costalero en una ciudad que no es la tuya con una cofradía de la que no sabías nada hasta hace dos años tiene sentido realmente.

Y entonces suena la palabra, pero no como la procesión que siempre va por dentro, sino a viva voz, desde el ambón. Y uno de los fieles lee mientras estamos en la capilla el libro de Jonás, que narra la amenaza de destrucción de la ciudad de Nínive:
"Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y pregonaron ayuno, y vistiéronse de sacos desde el mayor de ellos hasta el menor de ellos. Y llegó el negocio hasta el rey de Nínive, y levantóse de su silla, y echó de sí su vestido, y cubrióse de saco, y se sentó sobre ceniza".
Creo que Richar ni siquiera se dio cuenta. No podía apartar los ojos de aquel que ha configurado su manera de entender la fe desde la infancia, desde la mirada furtiva de una parihuela que vaga fantasmal por las calles, antes de ir a dormir, para luego soñar con costales y olor de incienso en un futuro no muy lejano.

Y entonces el saco cobra vida propia, y me pregunto si aquel profeta no hablaba en su día de esta manera tan andaluza de vivir la Pasión. Y veo en aquella Nínive el derroche de nuestras ciudades turísticas, embebidas y enamoradas de sí mismas, de sus calles estrechas y sus excesos barrocos. Y veo que aquello de vestir de saco la cabeza no es otra cosa que una llamada de expiación, una forma de despojarse de todo lo que el resto del año creemos imprescindible y transformarnos en algo más sencillo, más austero.

Vestirse de saco para ganar la gloria, una gloria rendida al sudor y a la sangre batiente que soporta el dolor. Un dolor que aquí se disfraza de altar de plata, de terciopelo bordado. Y entonces recuerdo por qué Granada, y por qué Merced, y al final es que la penitencia solo tiene sentido en familia. Por eso la fe te pide que te vistas de saco y que te apoyes en tus hermanos, que el peso de esta vida a veces difícil se lleva mejor cuando se comparten las trabajaderas del día a día con una cuadrilla que carga al cuello su propia vida y también la tuya.

Y como aquellos habitantes de Nínive llamados a arrepentirse ante la destrucción de la ciudad, creo que allí abajo, donde se duermen los brazos y raspa el cuello la arpillera, uno se redime a través del esfuerzo de muchas cosas, aunque solo pasen por el subconsciente y no sepamos que están en nuestra cabeza. Y cuando suena el martillo, es como esa llamada del profeta, que nos llama a sentarnos sobre la ceniza de todo lo que no nos gusta de nosotros y que dejamos en el adoquinado con cada racheo. Y nos vestimos de saco, y nos cubrimos la cabeza y preguntamos al de al lado cómo va, aunque sea la pregunta más sencilla de este mundo. Y en esa pregunta está plasmada una de las grandes verdades de todo esto que para muchos es solo postureo y apariencia: que esto es una penitencia en hermandad y que la cruz que nos pidieron llevar solo ha cambiado de posición, y aquí va en horizontal y sobre el cuello.

Y cuando todo acaba, cuando se da el último golpe de martillo y los zancos se apoyan en el hormigón de nuevo, parece que todo lo vivido haya sido solo un espejismo. Como Granada misma. La noche cerrada que cobija el viacrucis tenebroso del Albaicín, la piedad que busca el Arco del Vino y se derrumba ante tus ojos mientras los que van debajo aprietan los dientes, el tambor de muerte que rompe la tiniebla de la Plaza Nueva en una madrugada de abril, la lucha contra la gravedad de la gloria barroca del Cristo de los Favores por el Campo del Príncipe, el más difícil todavía del palio de la Victoria entrando en Santo Domingo... Cuando pasa, no sabes si ha existido realmente o si ha sido solo un juego de la ciudad.

Pero llega de nuevo el invierno, y vuelve a sonar la voz de Jonás en forma de quejío desde el Sacromonte. "Vestíos de saco, sentaos sobre las cenizas de lo que os atormenta, cargaos con el peso de las devociones de la ciudad y llevadlas a las calles". Y entonces solo queda acatar y cargar, con el peso de lo nuestro y de lo de los demás, como un bloque que lleva a remo el buque a un puerto que aquí es de piedra blanca y al que se entra por el embarcadero de Pasiegas. Y se te olvidan las dudas sobre si tiene sentido hacer 1.000 kilómetros en autobús en un día, y se te olvida el lado amargo de la vida, que a veces hace por enturbiarlo todo. Porque allí abajo todo es posible, y da igual de dónde vengas o lo que seas. Con el costal puesto eres solo tú y lo que te mueve, el esfuerzo y el sudor, la respiración entrecortada y los músculos en tensión. Tras el telón de este teatro de terciopelo no hay etiquetas ni protagonistas. Todos somos iguales, y todos somos uno, el pie que mueve la fe según mi tierra, el caminante anónimo que hace latir de nuevo la devoción de la ciudad.

sábado, 3 de enero de 2015

Ilusión

La Navidad es a veces un cuchillo de doble filo. Tres grandes fechas en torno a las cuales giran los sentimientos y las ausencias, los dolores que vuelven a revivir y las esperanzas a las que te aferras, los miedos y la gloria, el calor y el frío.

Las fechas que van desde los albores de la Nochebuena hasta más allá de la mañana en la que todos seguimos siendo niños son complicadas. Sobre todo porque en su ecuador nos obligan, calendario mediante, a hacer balance de un año pasado que no siempre ha cumplido las expectativas y uno que está por venir en el que volvemos a creer, que sí, que este será el nuestro.

Lo cierto es que ningún año es redondo, pero qué en esta vida lo es... Cada año debería llamarse curso, no como aquellos escolares, sino curso de la vida. Un año en el que aprendemos de lo bueno que se nos subió a la cabeza y nos hizo recuperar el sur para perder un rato el norte, y también un año en el que aprendemos que ni todos los lunes son malos ni todos los viernes buenos. Que las reglas universales son las menos universales, porque quién sabe afirmar con certeza que todos los limones del mundo son amarillos si no ha visto cada limón del planeta...

Quizá sea el momento de creer, una nochevieja más, que este y no otro es el mejor momento. ¿Para qué? Eso Dios lo dirá, y nosotros lo decidiremos. Que esta última noche del año no tiene porque ser en casa, por mucho que se añore a la familia, que hay otras cálidas manos dispuestas a acogerte como si esta fuera también tu casa. Y qué gran metáfora que la última tarde del año ascendiéramos un cerro, la última pendiente de este 2014, el último camino lleno de baches, la última prueba. Sobre el Cerro de la Cruz quiero pensar que el aire frío de la tarde me robó los miedos y las desilusiones que, inevitablemente, han ido minando este año para que no fuera perfecto. Qué fácil dejamos que nos consuman los demonios...

Sobre aquel monte vi la tarde del 31 de diciembre el mundo y la creación, el lienzo en blanco que el 2015 me ofrecía bajo el lema de "que sea lo que tú quieras que sea". Y aquella tarde en el cerro, como preludio, me dí cuenta de que muchas veces nos frenamos a nosotros mismos. Nos aferramos a ese nuevo año como si fuera un tiempo mágico en el que todo pudiera venir bien sin nosotros hacer nada. Pero los años se construyen. Lo dicen las arrugas de mi frente cuando sonrío, el pelo que cada vez clarea más, los suspiros de los que me dices que abuso pero que a veces son mi manera discreta de soltar lastre... Los años, y este 2015, lo construyes tú y lo construyo yo.

Y por eso no hay que decir en el silencio que tenemos miedo. Que tenemos miedo a ilusionarnos, a volver a caer, a sufrir de nuevo, miedo al qué dirán y a que los consejos de los que queremos nos digan lo contrario a lo que el corazón nos pide. No podemos tener miedo, porque un cobarde no hubiera llegado hasta aquí; un cobarde no habría cambiado por dentro en este 2014 ni se sentiría ahora orgulloso de mirar atrás y ver que el pasado era mucho peor que este presente que es el mejor momento sin dudarlo.

Granada y sus campos me devolvieron a la vida, como siempre lo hacen, en los últimos días de ese 2014 en el que volví a coger la sartén por el mango y en esas primeras horas del 2015 en las que brindé con caras familiares, dormí profundo hasta el mediodía para coger fuerzas para 12 meses de aventura -porque allí descanso de esa vida ficticia que marca el reloj y puedo dormir de verdad- y volví a creer que el frío no importa si el corazón sigue latiendo fuerte. ¿Qué miedo puede con la vida vivida hora a hora, devorada segundo a segundo? Cuando se siente... qué importa el temor. Un camino nuevo que arranca, una persona que te hace ser más grande sin que te olvides a ti mismo, una voz amiga que pide perdón y al día siguiente se olvida de una mala noche... Los enemigos de este nuevo año solo somos nosotros mismos.

Para qué aferrarse a los que te consumen para luego condenarte al olvido, a los que te hacen promesas que luego no cumplen, a los que te dicen lo que debes hacer cuando no saben ni ellos mismos lo que quieren, a aquellos que hablan de ti en tardes envenenadas y no se atreven a venir a preguntarte, a los que hacen daño a los que quieres. Quién quiere construir un año con ellos. Construyámoslo a pesar de ellos, que el 2015 solo tenga un protagonista, el que sale en tu foto del carnet. Que la vida fluya como un torrente y seamos nosotros los que le vayamos marcando el camino sin levantar presas que la ahoguen.

2015 será el año más hermoso del mundo, porque es el que toca vivir ahora. Sin miedo a ilusionarnos, porque la ilusión es lo único que guarda el niño y lo revive cada noche de Reyes. Que cada noche del año, por muy oscura que sea la tiniebla, mucho frío que haga en el desierto o muy solos que nos sintamos en cada rincón del mundo, sea Noche de Reyes. Porque de ilusión sí que se vive, solo que hay que mantenerla viva como las chimeneas de Periate para que el hielo no nos consuma, para que el calor no muera por muchas tormentas de nieve que algunos se empeñen en mandarnos.

Se me ocurren muchos deseos de palabras profundas para este 2015, pero creo que la ilusión hace que todos ellos sigan vivos en nuestro día a día. Ilusión por un nuevo reto que nos hace crecer por muy empinado que sea el camino, por una nueva etapa, por una sonrisa buscada que ha pasado a ser más que una sonrisa, por aquellos a los que dejamos escapar y que ahora han vuelto para demostrarnos que hay segundas oportunidades que valen un mundo, por la esperanza de que lo mejor está por llegar, por un cielo limpio en Sevilla y un mar de nubes en Granada, por volver a mi Judería y a tu Albaicín, por seguir contradiciendo a aquellos que nos dijeron que esto era una burbuja, por seguir trabajando en equipo y en familia aunque estemos a 2.000 kilómetros de distancia, por escuchar la misma canción al mismo tiempo por muy lejos que estemos, por tantas cosas que merecen la pena y que se visten de sencillez en nuestro día a día y las dejamos pasar.

Brindo por un 2015 pleno, porque solo de mí y de ti depende que lo sea. Y vuelvo, como siempre, engrandecido y reforzado, afianzado en pelear sacando fuerzas de las fuerzas. Brindo por ti, que tienes tantos nombres como trozos de mi alma fui regalando por el camino, y por mí. Por lo que hemos llegado a ser y lo más grandes aún que seremos. 2015 es nuestro año, porque es el que respira hoy, el que te ha dado 12 meses más para volver a demostrarle al mundo que, sin ti, este mundo sería un lugar mucho peor en el que vivir.