domingo, 21 de noviembre de 2010

Mike


Mike se quedó mirando como embobado al espejo del parasol. Una vez dejado atrás el tanatorio y el olor a desinfección y pulcritud, su mente se hallaba ahora en la cálida visión de un solo gesto. El gesto que le movía las entrañas, que le hacía entrecerrar los ojos y esbozar una sonrisa ladeada, como la que sale cuando aún te dura el efecto de la anestesia del dentista. Un gesto recogido en un instante, pero que en su memoria podía seguir viviendo durante horas: esa mirada tímida, aún con la cabeza agachada, la boca entreabierta exhalando un suspiro que tararea una canción, y el mechón de pelo cayendo, suave, sobre la frente.

Mike volvió en sí cuando el parasol volvió a levantarse para quedar pegado al techo del vehículo. Desde su asiento, justo detrás del copiloto, buscó ahora otro reflejo donde poder mirarla. Y lo encontró en un difuminado retrato de ella en el retrovisor. Volvía la sonrisa ladeada. Volvia la revolución en las entrañas.

Una mano desde el lado del conductor llegó a la pierna de ella, y en el reflejo vio como volvía su mirada inocente a aquel que ni la quería ni nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por darle lo que se merecía. Mientras ella sonreía enamorada al que la llevaba por el camino de la amargura, el otro reclamaba su atención, solo por saber que no hay más visión para ella que él. Solo para sentir que es suya.

Mike deseó haber sido más astuto, más libre, más pícaro, más valiente y más sincero. Deseó haber tenido el valor para decirle a ella que si un día pasaba sin verla, le faltaba el aire; que en su vida no había visión más hermosa que buscarla en los reflejos de los cristales; deseó que él no hubiese existido nunca. Sonaba 'Born to run' de Springsteen en la radio, y pensó que no había nacido para correr, sino para detenerse a contemplar la belleza del mundo. Que no quería huir, que no quería seguir yendo en el asiento de atrás viendo pasar la vida. Viéndola pasar a ella.

Mike se estremeció y cogió aire. Cuánto la quería... Volvió a las ventanas reposadas de árboles cuajados de hojas amarillentas, arcenes con baches y vallas metálicas que cierran el paso a todo vehículo a las fincas colindantes. De repente, sintió que había una extraña sensación en el ambiente, y volvió al espejo del parasol. Y allí estaba.

Ella, con los ojos entrecerrados, la respiración agitada y la sonrisa ladeada post-dentista, lo miraba desde el otro lado del espejo. Al verle, retiró rápidamente la mirada y cerró el parasol. No habían nacido para correr, pero si tenían que hacerlo, que fuese juntos y en un coche de tan solo dos plazas. Mike pensó en lo que haría él, y fue directo al retrovisor lateral. Allí estaba ella de nuevo, ensimismada, con ese precioso mechón sobre la frente. Y Mike supo que lo que tenía que ser, sería.

- ¿Paramos a tomar café? - preguntó el conductor. Nadie contestó. A nadie le importaba. Mike solo sabía que lo que reflejaba aquel espejo era todo lo que amaba. Y ella, que las letras que contiene un "Te quiero" pueden estar grabadas a fuego en el silencio de una mirada.

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