domingo, 25 de octubre de 2009

Callar

Con la boca cerrada no se puede gritar. De la cavidad bucal sale un murmullo, un destello, un ligero rumor que llena la sala de una incomodidad que nadie desea. Con la boca cerrada no se puede tomar aire para seguir adelante, no se puede respirar hondo para relajarse. Con la boca cerrada no se puede cantar, ni susurrar piropos al oído, ni contar historias, ni decir te quiero, ni sonreír de manera auténtica.

Refugiarse en el silencio ha sido siempre mi primera opción, la cura para mis males. Pero el silencio es terrible, desolador, anárquico en sus formas y en sus maneras. Cuando me callo, los minutos pasan más lentos, los teléfonos dejan de sonar, y si suenan, ya me encargaré yo de no oírlos. El silencio me transforma en un monstruo que se consume a sí mismo, que se abotarga y se duerme, queriendo desaparecer por un solo día.

Escucho y escucho, y callo y vuelvo a callar. Y de mis silencios no saco nada en claro. Callando ni avanzo ni crezco. Y sólo cuando me encuentro ante el vacío de una página en blanco despliego toda mi artillería, mi furia, mi cariño, mi compasión, mi ilusión y mis sueños. Y me pregunto si vivo en el mundo real o en estas páginas. ¿Se ha apoderado de mi corazón la literatura y no he dejado nada para mi vida cotidiana? ¿Por qué callo cuando me apetece decir algo? ¿Por qué lo reservo para estas líneas? ¿Será porque pienso que no me escuchan pero sí me leen? ¿Quién soy yo? ¿El que escribe o el que respira? ¿El que juega a ser escritor o el que intenta que la voracidad del mundo no se lo trague con su indiferencia? Demasiadas preguntas, y sigo escribiendo, y sigo callando...

viernes, 23 de octubre de 2009

¿Qué es la Música?


Extrañamente, conforme más busco trabajo como periodista, más aparece la Música (sí, con mayúsculas) en mi vida cotidiana. Es como una sombra de mí, un dardo que me atraviesa. Pero me sorprendo a mí mismo, como si saliera de mi cuerpo, observándome desde fuera, en situaciones tan distintas que me hacen pensar que las situaciones musicales son un reflejo de lo que pasa por mi cabeza.

Como escritor, articulo un nuevo relato, y lo primero que se me ocurre es que la acción esté impulsada por los títulos de las canciones que suenan en un disco mientras tres personas van en un coche. Curioso lo que mi cabeza califica de impulsivo, de 'primer pensamiento que sale de mi mente'.

Hace un mes me hallo, de repente, entre una nube de quinceañeros, en un concierto al que no me hubiese atrevido a ir hace unos años. Green Day sobre el escenario, empapado en sudor, salto en un Palau Sant Jordi más lleno de lo que parecía en un principio. Me siento rockero comercial por un rato, y disfruto del espectáculo, tremendo y emocionante. Tras eso, paso la noche en la calle, en vela, en una Plaza de Cataluña no es más que un gran teatro por el que pasan los personajes más pintorescos de la ciudad condal.


En mis ratos libres, o en los que me encuentro inspirado más bien, me siento ante un piano que ni en mis sueños he visto en mi salón, y arreglo partituras de esas que me encantan. Bandas sonoras de películas. Sentado ante las teclas imagino el concierto de AS, y veo un concierto casi a oscuras, íntimo, como si nadie nos estuviera viendo, con un poco de teatro, disfraces y detalles que nos hagan conectar con el público.

Esta tarde, en el Maestranza con Chema, me sigo indignando cuando el de detrás, que se vanagloria de ser un músico entendidísimo (a menudo las terrazas del teatro están llenas de Paganinis y Mozarts que no paran de criticar la interpretación durante el concierto, faltando el respeto al resto del público y a la orquesta, cuando si los sacas de la música no saben ni articular una frase subordinada sin cometer un error gramatical), no para de tararear la melodía de los violines en alto mientras la ROSS acomete el primer movimiento de la 'Eroica' de Beethoven, como si a alguno nos importara. Y me callo porque sé que me meteré en problemas, pero me duele tanta soberbia cuando la Música es algo tan grandísimo y complejo que ni en cinco vidas, ni dedicando día y noche a estudiarla, puedes llegar a comprenderla como para mirarla a los ojos de igual a igual.

Y en casa, cuando me siento ante el portátil, pongo aquella música que me gusta de siempre, la que descubro por casualidad, la clásica que me acompaña desde antes de nacer, y la que voy recopilando porque la escucho en vuestros coches, en los tonos de vuestros móviles, en los tablones del tuenti, o a vosotros mismos cuando cantáis bajito, creyendo que no os escucho, cada domingo en el coro. Y van desde el She´s like a rainbow de los Rolling, al Hallelujah de Cohen, a la BSO de La lista de Schindler, a las Fanfarrias olímpicas de Los Ángeles de John Williams, a una canción antigua de La Oreja de Van Gogh o simplemente la grabación con Juanito del Dejo en tu cruz este verano.

Y es tan grande cada canción, cada línea, cada letra, que me pregunto si vuelve a enviarme señales esta vieja amante a la que abandoné por otra más libertina y más moderna llamada Periodismo. Como buena amante, deja huella, honda y doliente, una herida de esas que nunca cierra porque precisamente no quieres que cierre, una marca de las que te encanta exhibir porque es parte honrosa de tu pasado y no eres capaz de admitir que la dejaste.

Nunca lo he contado, pero soy tremendamente supersticioso para las señales. hace unos años, cuando dejé el Superior, una señal me dijo que había hecho bien. Yo solía llevar un arpa de bronce colgada del llavero. Resulta que el día que decidí dejar el conservatorio, al abrir la puerta de mi casa, el llavero que llevaba conmigo desde mi primer concurso en Madrid, cayó fulminante al suelo, rompiendo la argolla que lo unía al conjunto de llaves. Era imposible arreglarlo, la Música se había ido de mi vida y así me demostraba que estaba dolida y que no quería verme en un tiempo.

Pero no puedo dejarla. Quien ha probado la dulzura de sus líneas, la sensualidad de una novena romántica, la grandeza de un quinto-primero en un final de Rossini, el escalofrío de un crecendo en un preludio de Wagner... quien ha probado eso, sabe que necesita de ella. Y tenerla, y amarla, y volver a ella continuamente, en la alegría y en la tristeza, porque sólo ella permanece con el tiempo, en la riqueza y en la pobreza, porque nadie puede adueñarse de ella ni ponerle precio, en los sueños, porque nadie la ha visto jamás pero la siente igual que se siente el amor flotando en el aire, porque todos los momentos felices de mi vida tienen una banda sonora, y porque sigo llorando con las mismas obras por muchos años que pasen, porque se me acelera el corazón con sólo sentarme en la banqueta en una orquesta...

Me pregunto si deberíamos volver... El Periodismo seguirá ahí, pero nunca será tan cálido. Será emocionante, ilustrativo, enriquecedor... pero si me exige que abandone a la Música, que no vuelva a pensar en ella... no sé qué será de mí. Los 'barones' y la 'dama' (así llamo yo en clave a los instrumentistas del coro) me entienden, saben de lo que hablo. Los desquiciados porque no consiguen terminar una canción, aquellos que cantan en alto por la calle como si estuvieran solos, los que se sientan ante el piano a improvisar y se le van las horas muertas, los que cantan con el corazón y por ello están por encima de toda técnica, los que tienen los dedos hinchados y agrietados de tocar las cejillas por quintas, arrastrando los dedos sobre las barras metálicas de los trastes, los que regalan canciones en lugar de relojes caros, los que, como yo, sólo pueden escribir si suena música de fondo. Esos, me entienden, lo sé. Y por eso los quiero en mi vida, a mi lado, recordándome que no deje nunca de pensar en ella, que se quede conmigo.

Ella sabe que la necesito, y por eso nunca se va del todo, y me deja este mal sabor de boca cuando paso de ella, cuando no le presto atención, y viene a buscarme cuando sabe que me siento mal o solo. Porque ella no sabe enfadarse, como yo algunas veces, y regresa a mi lado, y me hace sonreír, y llorar, y que mi corazón lata fuerte, y que me quede dormido... ¿acaso importa conocer sus secretos cuando con solo un acorde es capaz de llenar el alma de emoción?

lunes, 19 de octubre de 2009

Select your life

Suena el despertador. Son las diez y media en el reloj. Me levanto sin ninguna prisa, lo único que tengo que hacer es estudiar, sin ninguna prisa, partituras para el concierto de noviembre. El arpa está destapada desde hace días. Voy bien con las obras clásicas, pero el Tema con variaciones sobre un aria de la ópera Norma de Parish-Alvars se me está atravesando. Parece mentira que después de tanto tiempo haya retomado la carrera musical. Tengo un par de conciertos con mi grupo de cámara, y alguna que otra boda casi en diciembre. Mientras, me dedico a componer por las tardes. Al parecer las clases de composición hace ya nueve años, sirvieron para algo. Me siento y hago técnica mientras apunto digitaciones sobre la partitura. Mi profesora, tras años persiguiéndome, ha conseguido que anote los pedales antes de empezar a tocar una pieza. Más vale tarde que nunca.

Suena el despertador. Alargo el brazo, aún con los ojos cerrados, tanteando la madera de la mesilla. Me da un escalofrío nada más sacar el brazo del edredón. La luz de un día nublado recién amanecido se cuela por la balconada: los postigos de madera son bonitos, pero la luz les gana la batalla y entra en la habitación. Casi sonámbulo, me levanto y pongo la cafetera. Mi gato Whisky ronronea por el pasillo detrás mía: se solidariza y se viene conmigo al cuarto de baño. Hoy debemos de rondar los cero grados en la calle. Ojalá nieve, eso en Sevilla no se ve. Tras el chute de cafeína salgo para mis clases: enero en Madrid es terrible. Bajo por la estación de Alonso Martínez no sin antes comprar el periódico que quizá un día me dé de comer. Nueve paradas me quedan hasta mi destino. La gente en el vagón ni siquiera levanta la cabeza... me acuerdo del bullicioso C2 que me llevaba hasta la Cartuja, y de los anuncios de las marquesinas de las paradas, que ya me sabía de memoria. La nostalgia se manifiesta en forma de escalofrío.

Suena mi alarma del móvil en el bolsillo. Pero entre el bullicio de la Plaza de San Lorenzo, no soy capaz de escucharla. He soñado durante años con este momento. El misterio sale bajo esa carita de ángel alado tan característica. Suena la marcha real y conforme va terminando, se me erizan los vellos. La plaza pide un silencio que es imposible. Después de 3 años y cambios en la junta de gobierno que no han parado de demorar este momento, ha llegado la hora. Suena la introducción de 'La otra mejilla' y me alegro de haber aceptado ese trabajo en un periódico local de Granada. Si no, este estreno no habría sido posible. Suenan y redoblan durante cinco minutos los acordes marciales de mi marcha. Ya hubo división de opiniones en el estreno hace un mes, pero hoy es el gran día y sólo existe lo que a mi me pasa por la cabeza. Un sueño cumplido.

Suena la música que indica que el concierto va a continuar después del descanso. Apago el cigarrillo en el masificado cenicero del vestíbulo, y entro en la sala del Teatro Real. Quién me iba a decir que estaría aquí. Esta vez no vengo por gusto, sino a hacer la crónica de patio para la revista cultural en la que trabajo. Al final, ha sido posible encontrar un trabajo en el que puedo compaginar mis conocimientos musicales con la actividad periodística. Benditos aquellos meses en el Diario de Sevilla... Las luces empiezan a apagarse, y saco mi libreta, esa que los parroquianos de Sevilla siempre creen que es una continuación de mi brazo. Se hace el silencio, se alza el telón.

Suena el teléfono de mi habitación. Contesto en inglés, pero parece que se han equivocado. A pesar de que son las seis, la noche es ya profunda en Londres. Me quedan dos semanas para terminar las prácticas y no pienso irme de aquí tan fácilmente. Busco la manera de subsistir sin la beca, por lo que intento complacer en mi trabajo para que me permitan quedarme aunque sea como becario. Si no, tendré que ponerme a trabajar en un bar y a tocar la campanita a las 11 de la noche... pero de aquí no me saca ni Dios.



Suena el pitido de un camión de Coca Cola en la calle. Me despierto una mañana de mediados de octubre, me hago un café y me siento ante el ordenador dispuesto a escribir en el blog. Pienso en los libros que tenía de pequeño, los de 'elige tu aventura'. El resto...ya lo sabéis.

jueves, 15 de octubre de 2009

Leyenda no escrita


He de admitir que poseo una extraña, quizá ridícula fascinación, por los héroes malditos, los mitos de la cultura postcapitalista americana. Ya hace tiempo escribí sobre uno de los personajes cinematográficos que me han marcado. El efímero y decadente James Dean ya ocupó un espacio en este blog, por lo que representa, por esa vida representativa de lo que fue toda una generación incomprendida que dió lugar, precisamente a corrientes de contracultura y movimientos juveniles, jóvenes locos que escapan de su patria para tocar en cafés y salas oscuras de las dinámicas capitales europeas. El viejo continente reinventado de nuevo, centro e Ítaca cambiante de libertades cosmopolitas y cruces de caminos sin resolver. De esa generación inspirada por el "Rebelde sin causa", es heredero otro mito deslumbrante: Jeff Buckley.

Cantante californiano, estudió música en Los Ángeles, pero huyó del academicismo, quizá desencantado con encerrar la música en un plan de estudios en lugar de dejarla libre. Buckley era partidario, como muchos de sus contemporáneos, de apoyarse en la improvisación. Gozaba del intenso placer de tocar en un café medio derruído ante un público que no lo conoce de nada y al que nada le debe. Disfruta cuando, en medio de la interpretación, cierra los ojos para no ser infiel a su propia voz con lo que su vista le muestra. Ama, como un rockero antiguo, como aquel Dean incomprendido que no quiere terapia, sino que nadie le cuestione; el deambular, el aislarse en el campo para que sea el silencio el que haga brotar la música. El eterno dilema de la antítesis, de que del silencio más absoluto es del que brota la música más hermosa.

Jeff Buckley es una de esas personas a las que envidio profundamente. Una de esas personas a las que, sin duda, hubiese deseado conocer, escuchar en persona, sentado en una mesa mugrienta de un café de París, como aquel en el que el joven californiano debutó, en el que año antes había estado la mismísima Edith Piaf. Su voz es de las más prodigiosas, más de cuatro octavas y media, una garganta de una perfección sin igual y unos pulmones repletos de vida, de capacidad de conmover, que se reflejan en esos largos tenutos del final de su versión del 'Hallelujah' de Cohen, la mejor versión que nunca se ha hecho. La mejor que se hará. No es tan importante la canción en sí como los silencios, la respiración, la espera a que termine la guitarra, los murmullos, la tremenda humildad que refleja su actitud.

Un sólo disco llegó a grabar en su corta vida, 'Grace'. Con uno sólo bastó para convertirlo en leyenda. Una leyenda de esas con las que todos soñamos. Una leyenda que representa que la Música está en el interior del ser humano, que es un don innato. Un don que nos agita, que nos hace a veces entrar en trance, mirar de reojo y sonreír a aquel con el que compartimos una improvisación que no te enseñan entre los muros de un conservatorio, una música que de nuevo me reporta más pensamientos.

Dicen que a Jeff Buckley lo vieron sumergirse en un lago en plena tarde. Mucho buscaron su cuerpo, pero nunca apareció. Dejó este mundo con tan sólo 30 años, cuando medio planeta aplaudía sus primeras creaciones. Su legado aún pervive, como saben algunos locos como yo.

Las leyendas nunca mueren, pero nos recuerdan, siempre, que es posible volver a los orígenes, a la esencia, al alma. De ahí nacen las grandes ideas, y es donde las grandes pasiones se ven reflejadas, porque en los acordes no escritos y en los bocetos al carboncillo viven los espíritus cuando el agua del lago hace desaparecer la sombra efímera de la fama, siempre tan revestida de ornamentos que nos hacen olvidar lo realmente importante y lo que nos hace sentir bien.



lunes, 12 de octubre de 2009

En un rollo de una noche indefinido

En determinadas ocasiones me asombro de las cosas que se me pasan por la cabeza. Mis intereses van variando dependiendo de las mareas o los ciclos lunares, porque si no, no consigo encontrarle significado. Es interesante que desde hace un tiempo no sustituyo unos intereses por otros, sino que los voy acumulando, lo que me hace cada vez más complejo estar al día. Soy una eterna contradicción. No quiero dejar mi contacto con la música, pero quiero ver películas, quiero leer las grandes obras literarias de la Humanidad, pero necesito leer el periódico, quiero escribir en este blog de manera constante, pero sin dejar de lado los relatos cortos, quiero estudiar un máster en Madrid pero sin dejar de lado mi vida en Sevilla... Demasiadas cosas, demasiado complicado compaginarlo todo.


Y todas las cosas, cada una a su manera, me mandan sus reclamos, sus señales., acrecentando mi ya natural incertidumbre y mi falta de decisión en esta vida. Por un lado el 9 en Narrativa me anima a seguir escribiendo, a no dejarlo estancado como siempre, a intentar hacer realidad mis aspiraciones de ser un escritor de verdad. Por otro, la música me manda un tesoro: el hallazgo de una caja repleta de cientos de partituras centenarias en el almacén de la iglesia y la peana de director del coro que tantos años llevaba escondida por un mantel... Cosillas que te hacen revisar cada día lo que quieres que sea de tu vida, que parece que compiten para que te quedes con una de ellas y renuncies finalmente a la otra.

Y dentro de esa lucha por ocupar mi cabeza en algo, en este día de la Hispanidad, me encuentro estudiando uno de los episodios más tristes de España, el asesinato de Lorca, que para mi refleja la barbarie de una guerra que, como todas, aniquila las raíces de la identidad de una nación acabando en su camino con los visionarios de cada época. A punto de que se abra su fosa, sin saber tan ni siquiera si el poeta universal sigue allí, si está enterrado en otro lugar o si su cuerpo fue trasladado en secreto para no desvelar el misterio jamás, yo me encuentro leyendo su biografía, buscando quizá una inspiración para escribir, con esa atracción que he tenido siempre por reinventar la Historia, por escribir lo "que hubiese pasado si...".

Como aquellos que se cruzaron con la historia del gran Federico, sus biógrafos y herederos, yo no puedo quedarme indiferente ante una personalidad tan fascinante aplastada por una conjura de necios que creyeron que la espada era más fuerte que la pluma. Y es ésta sólo una muestra de la pasión que pongo en temas momentáneos que despiertan mi interés. Me encuentro inmerso en todo pero con la sensación del 'rollo de una noche indefinido': disfruto del momento al límite y como si todo lo que hiciese fuese a durar para siempre, pero sin poder comprometerme porque mañana mismo puede cambiar el viento, y puede que tenga que partir hacia otro puerto, aunque aún no sepa cual, a la aventura.

Hace años, en este mismo blog, un compañero de fatigas y alegrías excepcional al que echo demasiado de menos, comentaba fascinado que desearía tener la inquietud que yo muestro por cosas que no tienen nada que ver entre sí. Yo no creo que sea para tanto, de hecho creo que siempre me quedo a medio camino, y que me falta voluntad para investigar todo lo que me apasiona en el día a día. Mi curiosidad se va apagando como una de esas velitas de té que apenas duran dos horas, y siempre me quedo con el mal sabor de boca de no haber sacado jugo a lo que durante tres días llamó mi atención como si me fuera la vida en ello.

Ahora me sobra el tiempo, en esos ratos eternos que ocupan mis jornadas entre los vistazos al correo para ver si hay novedades de Madrid o de cualquier otra parte. Podría ser el momento perfecto para dejarme llevar por ese espíritu bohemio que mi mente cuadriculada y mi carácter tímido y pausado nunca han permitido salir de mí. Podría creerme por unos meses que soy espontáneo y aventurero. Podría engañarme, porque en esta zona franca en la que me encuentro, todo vale.

Se aceptan propuestas descabelladas y castillos en el aire. ¿Quién me ayuda a inventar una vida?

lunes, 5 de octubre de 2009

A la familia redentorista

Los nexos personales con determinadas personas son, a veces, complejos. Las relaciones son cuánto menos, demasiado diferentes entre sí como para poder aplicar unas normas generales que solucionen las problemáticas que vayan surgiendo. Precisamente eso es lo hermoso de la comunicación, de la convivencia, del compartir.

Conforme más gente conozco, la vida me demuestra que los seres a los que me acerco son tremendamente frágiles, inexactos y volátiles, en peligro de extinción, desheredados del mundo y de su dinamismo feroz. Muchos son los que me han iluminado últimamente, y os habréis dado cuenta si seguís las peripecias de este fervoroso bloguero, pero hoy haciendo balance con una vieja amiga, me he dado cuenta de que los hombres y mujeres que han construído este último curso de Periodismo han sido excepcionales. Es como si, sin que yo cayese en la cuenta, se hubiesen alineado los planetas, y las casualidades se hubiesen puesto de acuerdo para regalarme un año inolvidable lleno de compañeros para el futuro.

Alguien decía el otro día refiriéndose a la parroquia, que es como si a todos los personajes pintorescos del barrio nos hubiesen reunido y nos hubiesen encerrado entre esas cuatro paredes. En ese momento, pensé en nuestras rarezas, y valoré si era verdad. Y lo era. Seres raros, estrambóticos y peculiares repletos de maravillosos gestos atípicos. Alegría, euforia, hiperactividad, nobleza, timidez... todo eso y mucho más encerrado en frasquitos de distintos tamaños, colores y aromas, que se entremezclan y derraman los unos sobre los otros para construir nuevos perfumes sin perder su esencia. Frasquitos sin embargo frágiles, de un cristal muy fino que estalla cuando la deseperación le puede, pero que vuelve a recoger su líquido en otro recipiente para empezar de nuevo.

Así, frágiles como el cristal, han resultado ser esas personas prejuzgadas fuertes e indomables. El corazón, la esencia, no se parece a nada de lo que hay en esta sociedad estereotipada en la que todos huelen igual. Sus perfumes se han revestido de gloria, de una gloria silenciosa que les evita ser vanidosos, y cada día, en sus gestos simples y desinteresados, está el reflejo de la bondad. Sean de la edad que sean ellos no miran el carnet, ni se fijan en la ropa que llevas ni en cómo hablas, sino que descubren el pecho a quemarropa con la inocencia de creer que todos son tan sinceros como ellos. Y los hieren, a veces profundamente, y del dolor sacan sus mejores virtudes.

La fragilidad de estas personas no les exime de su grandeza. Y sea donde sea, en la "navecita industrial" de Sevilla, en el monasterio oscuro del Espino o en el templo triunfal de Granada, hay una vida rebosante que llena a esta familia a la que llaman redentorista. Y a pesar de que son frágiles y luchan a pecho descubierto, con el corazón siempre expuesto, la batalla es menos dura si es compartida. Algunos dicen que a veces, puedes ser tan bueno que lo que seas es tonto... todo depende, como siempre, del color del cristal con que se mira. La única premisa es que nos cuidemos los unos a los otros. El poder y el agotamiento deslucen el proyecto, pero sabemos que en las familias no sólo todo se perdona, sino que se apoya siempre a aquel que sólo tiene la ilusión por bandera. No importa la edad, ni el carácter, ni el daño que nos hagan desde fuera. La grandeza se demuestra cuando, de vez en cuando, conseguimos juntos que los sueños se hagan realidad.