La gente que viene y que va, las clases que se vuelven más duras y las correcciones hirientes que ahora me las tomo simplemente como regalos envueltos en un papel grotesco y chillón. Los días están volando que da miedo, han pasado más de 4 meses y me da la sensación de que los que quedan van a correr mucho más que los pasados.
Por una vez he venido a Sevilla y, en lugar de lamentarme, he preferido organizarme y buscar lo que no venía a mí. En lugar de conformarme, me he lanzado a asumir riesgos, a decir cosas que no hubiese dicho en ningún momento de mi pasado, a preguntar a la cara, pero sin renunciar a ser como soy, que no es poco.
Después de meses prometiendo a un amigo verlo aunque fuera en una cerveza, de reunir como escenarios fallidos de nuestro encuentro una caseta de feria, una calle de Madrid, y una bulla en la Puerta Jerez, hoy he podido abrazarlo y recordar por qué lo echaba de menos. Ha sido frente a su portal, en el sitio más obvio, a las diez de la noche, y sólo han sido unas cortas frases y dos abrazos, pero qué momento...
Aquel primer viaje a Madrid, como hoy recordaba el suyo otro de los habituales de este blog en el Burger King, el primero que hice sin padres con el único fin de desfasarlo, lo hice con él. En ese viaje me reencontré con uno de mis habituales, en este caso de Madrid, con el carismático Andriu, con el que ya no volvería a verme en más espinos (en aquella época fue Andriu el que despertó en mí ese sueño por Madrid, ese sueño que se hizo realidad en la planta quinta de El País en noviembre). En aquel viaje creo que empecé a cambiar, a ser un poco más ese Miguelito al que hoy reconozco en el espejo, ese que ha vivido la transmutación más grande de su vida en este último mes sin ni siquiera proponérselo.
Madrid representó entonces la ilusión, ahora es un reto. Cada día me enfrento a mis demonios, a mis clichés y mis fómulas que sé que dan resultado y busco ir más lejos, me tomo más cafés que nunca para estar concentrado y dar lo mejor de mí, aunque en algunas ocasiones no lo consigo. Me doy cuenta de que una vida paralela a mis días en la Escuela es casi imposible. Me culpan desde Sevilla de estar cambiando, de pasar de ellos, me culpan desde Madrid de no aparecer por PS y de no llamar. Precisamente con Andriu tengo una cita pendiente desde hace semanas, y no hacemos otra cosa que desencontrarnos.
Aquel primer viaje a Madrid me enganchó como no pensaba que lo hiciera. No creas, amigo mío ahora desanimado, rockerito, gitano que te llaman algunos, que aún estoy nostálgico. Madrid me está dando momentos que nunca antes he vivido: historias que te ponen la piel de gallina, personajes que te entristecen el alma y otros que te llenan de orgullo, paisajes que parecen diseñados a escuadra y cartabón.
Esta noche, a las diez, te he abrazado y he sentido que de alguna manera te daba las gracias, por llevarme allí, por arrastrarme a Madrid hace años. Si hoy estoy allí es por aquel viaje remoto, Numa, por reencontrarme con Andriu, que me contagió esa parte de la capital que tanto me gusta, aunque a veces se me olvide, esa parte de la capital de la que estabas enamorado cuando nos bajamos en la Glorieta de Bilbao.
Hace años que no te escribía. Nunca es tarde para recuperar el tiempo, para querer encontrar ese lugar que nos haga volver, aunque sea durante unos segundos, a aquel viaje que ha tenido tantas consecuencias.
Por una vez he venido a Sevilla y, en lugar de lamentarme, he preferido organizarme y buscar lo que no venía a mí. En lugar de conformarme, me he lanzado a asumir riesgos, a decir cosas que no hubiese dicho en ningún momento de mi pasado, a preguntar a la cara, pero sin renunciar a ser como soy, que no es poco.
Después de meses prometiendo a un amigo verlo aunque fuera en una cerveza, de reunir como escenarios fallidos de nuestro encuentro una caseta de feria, una calle de Madrid, y una bulla en la Puerta Jerez, hoy he podido abrazarlo y recordar por qué lo echaba de menos. Ha sido frente a su portal, en el sitio más obvio, a las diez de la noche, y sólo han sido unas cortas frases y dos abrazos, pero qué momento...
Aquel primer viaje a Madrid, como hoy recordaba el suyo otro de los habituales de este blog en el Burger King, el primero que hice sin padres con el único fin de desfasarlo, lo hice con él. En ese viaje me reencontré con uno de mis habituales, en este caso de Madrid, con el carismático Andriu, con el que ya no volvería a verme en más espinos (en aquella época fue Andriu el que despertó en mí ese sueño por Madrid, ese sueño que se hizo realidad en la planta quinta de El País en noviembre). En aquel viaje creo que empecé a cambiar, a ser un poco más ese Miguelito al que hoy reconozco en el espejo, ese que ha vivido la transmutación más grande de su vida en este último mes sin ni siquiera proponérselo.
Madrid representó entonces la ilusión, ahora es un reto. Cada día me enfrento a mis demonios, a mis clichés y mis fómulas que sé que dan resultado y busco ir más lejos, me tomo más cafés que nunca para estar concentrado y dar lo mejor de mí, aunque en algunas ocasiones no lo consigo. Me doy cuenta de que una vida paralela a mis días en la Escuela es casi imposible. Me culpan desde Sevilla de estar cambiando, de pasar de ellos, me culpan desde Madrid de no aparecer por PS y de no llamar. Precisamente con Andriu tengo una cita pendiente desde hace semanas, y no hacemos otra cosa que desencontrarnos.
Aquel primer viaje a Madrid me enganchó como no pensaba que lo hiciera. No creas, amigo mío ahora desanimado, rockerito, gitano que te llaman algunos, que aún estoy nostálgico. Madrid me está dando momentos que nunca antes he vivido: historias que te ponen la piel de gallina, personajes que te entristecen el alma y otros que te llenan de orgullo, paisajes que parecen diseñados a escuadra y cartabón.
Esta noche, a las diez, te he abrazado y he sentido que de alguna manera te daba las gracias, por llevarme allí, por arrastrarme a Madrid hace años. Si hoy estoy allí es por aquel viaje remoto, Numa, por reencontrarme con Andriu, que me contagió esa parte de la capital que tanto me gusta, aunque a veces se me olvide, esa parte de la capital de la que estabas enamorado cuando nos bajamos en la Glorieta de Bilbao.
Hace años que no te escribía. Nunca es tarde para recuperar el tiempo, para querer encontrar ese lugar que nos haga volver, aunque sea durante unos segundos, a aquel viaje que ha tenido tantas consecuencias.
1 comentario:
Miguel! Me ha hecho mucha ilusión, en serio!! Yo también me acuerdo de vez en cuando de ese viaje!jeje. Me alegra que tu también. Viaje que ahora recuerdo con una "sonrisa" en la cara, quién lo diría eh? jajaj. Gracias por darme un rincón de tu blog! ya por lo menos se que no te has olvidado de mi, cabrón!:). Aver si hay suerte y nos vemos a principios de Junio como te comenté, aunque te llamaré de todas formas para hablarlo contigo, y por ver si te cojo ocupado, que tampoco quiero ser un bulto!
Bueno pues eso, que me he llevado una alegria enorme al leerlo!Gracias de verdad.
Un abrazo. Numa
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