domingo, 28 de agosto de 2011

Te has quedado conmigo

Corría el año 2005. Yo acababa de terminar primero de carrera y el Espino era un momento en el que me preguntaba cómo podía ser un periodista bueno para la comunidad -los médicos y los profesores lo tenían claro, pero para mí era un dilema...-. El grupo, hecho al azar, había sido un conjunto de personas que, probablemente, no seguirían hablando una vez que volviésemos a nuestras comunidades de origen. Hablábamos en el grupo, pero luego no compartíamos apenas nada una vez que salíamos del grupo. Nada que esperar.

Sin embargo, algo cambió aquel año. Montamos en el autobús de vuelta y, cosas de la vida, un asiento libre a la mitad del vehículo me llamó. Silencio al principio hasta que, tras una semana de indiferencia, al fin Andrés y yo hablamos. Hablamos de la Carlos III, de vivir en Madrid, y a mi me entró esa fiebre por la ciudad que ahora me acoge. Tú me hiciste venir a Madrid, para bien o para mal, y gracias a ti no tuve miedo a arriesgarme y pude estar donde estoy hoy.

Parece paradójico que en aquel Espino también estuviera Sergio, el chico mayor que se metía conmigo, y también Emi, la chica entonces tímida e insegura que nunca más fue. Y de su historia no hace falta hablar porque es la mía propia. Curiosamente aquel espino bajo el lema "¿Te estás quedando conmigo?" podría no haber sido nada más, un espino más del que despertar al llegar a Sevilla, cuando se rompiese la burbuja. Pero aquella semana lo desencadenó todo.

Cuatro años después nos volvimos a encontrar, una mañana de noviembre. Yo venía a hacer unas pruebas para un master al que era prácticamente una odisea acceder. Venía a no perder nada y con la ilusión de poder ganarlo todo. Aquel primer día de pruebas fue Andriu el que me llevó en coche hasta el campus de la Autónoma. El segundo día, Sergio fue mi piloto para la segunda tanda de pruebas. La mañana de la tercera prueba, Emi me mandó un mensaje deseándome suerte y dando por hecho que lo iba a hacer bien. De nuevo los tres.

Volví a Sevilla con la ilusión, simplemente, de haberos visto. Y seguí mirando masters dando por hecho que había intentado algo imposible. Llegó diciembre y entré en el master. Ahí se cumplió mi amenaza de hacer de Madrid mi casa, el sueño que me había metido en la cabeza un amigo en un autobús cuatro años antes. Y, por fin, me vine a Madrid un 13 de enero de 2010 para cumplir una promesa hecha a mi mismo.

En todo este proceso, hasta esta semana de agosto de 2011, solo coincide una cosa: vosotros. Yo ya no tengo demasiado que ver con aquel chaval que no quería arriesgar de 2005, y vosotros tampoco con aquellos que conocí, y pienso que ahora tengo la respuesta para aquella pregunta que no supe responder aquel año, porque pensé que no sabía o que era mejor no contestarla.

La respuesta es sí. Te has quedado conmigo. Porque me importaba que te quedaras, porque en el fondo tú tampoco te fuiste nunca, ni yo quería que te fueras. Te has quedado, Andriu; te has quedado, Sergio; te has quedado, Emi. Lo demás, se ha ido con el viento.

Pero esta última semana he podido revivir aquel Espino, haya sido un viernes, un martes o un sábado; en una procesión, en un bar de pinchos o en el teatro; mientras trabajaba, de descanso o después de la jornada laboral. Aquella semana en la que pensé que tenía ir a Madrid, porque allí me esperaba algo grande. Aquella semana en la que creí que podía ser un buen periodista siempre que me agarrara a vosotros como a un clavo ardiendo. En 2009 me dísteis la razón. Y ahora, en 2011, yo os doy las gracias.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Volver, al fin volver


No sé si será por estos días. Casi seguro que sí. Quizá por las conversaciones con un escocés ateo que hay en mi sección pero con el que da gusto hablar, quizá por ambas cosas, pero he vuelto. Al fin he echado de menos esa cruz del Espino que acumula polvo en una de mis estanterías en Sevilla.

Porque después de la vorágine papal viene la esperanza. Y esa esperanza me ha llegado como un bofetón cuando me he dado cuenta de lo que significa 'comunidad'. Ese grupo de gente, ese estilo de vida, ese hombro que sabes que siempre estará cercano para llorar cuando lo necesites. Y se me han venido a la mente en estos días de invasión peregrina de Madrid tantos momentos, que he recobrado la esperanza. Aquella tarde en la que Pulido me llevó de la mano hasta el voladizo del santuario de Granada porque yo tenía vértigo, aquellas noches de pizza con el coro dando los últimos retoques al concierto, aquellas mañanas de desayunos en Ramón y Cajal con las 5 personas, catequistas y amigos, que durante aquellos años fueron como mi familia; aquel paseo en aquella Pascua en el que me di cuenta que aquel que yo creía un golfillo y poco más iba a ser alguien importante en mi vida...

La comunidad es lo más hermoso que me ha dado llevar la cruz al cuello y es lo que me ha hecho volver, al fin volver, al redil que no debí abandonar nunca. Quizá haya sido por despecho viendo que todo lo que tenía alrededor esta semana papal estaba en mi contra, quizá me haya atrevido al fin a rebelarme y a decir que todo en lo que he creído merece la pena. Esta Jornada Mundial de la Juventud es mi Jornada Personal de la Esperanza, y en ella me he dejado las horas de sueño y las luchas internas para entregarme por completo a aquellos recuerdos. ¡Por qué los dejaría atrás sin miramientos!

Echo de menos mi cruz y echo de menos esa comunidad que arropa, que nos recuerda que somos más humanos de lo que muchas veces dejamos ver, y que, cuando se produce el reencuentro, todo merece la pena. Estos días me han hecho darme cuenta de que os necesito, y que hay esperanza para mí y para la cruz que acumula polvo en Sevilla, porque esto es un nuevo comienzo.

Ya sé que de buenas intenciones están llenos los nuevos comienzos, pero espero que esto no se quede aquí. He recordado lo que soy y he barajado si merece la pena recuperar lo que deje atrás. Y sí que lo merece. Merece la pena mantener el contacto, aunque nos veamos poco, merece la pena preguntar de vez en cuando al cielo si el de arriba sigue ahí y si aún hay un hueco para mí entre los bancos de sus iglesias, merece la pena volver a intentarlo. La vida es demasiado corta para vivirla sin esperanza, y por eso esto es un regreso a por mis libros, a por la gente que dejé atrás, un intento para ver si puedo salvar algo de los escombros de este incendio que lleva quemando mi pasado durante un año y medio. Los recuerdos me indicarán el camino de vuelta y entonces, solo entonces, sabré si aún puedo volver al punto de partida y volver a engancharme a este tren. El tren de lo que nunca he dejado de creer, y que ahora brama con fuerza en el andén esperando a que suba a sus vagones de alegría peregrina.

Ya os contaré cómo me va, por el momento, el domingo me introduje casi de incógnito en la catedral castrense y me dejé llevar por su silencio. Allí me encontré cómodo, como alguien que vuelve a dormir después de mucho tiempo en su cama de siempre. Y supe que había vuelto.

domingo, 7 de agosto de 2011

Alegoría de un momento

El rosal de mi casa muere. Agoniza lentamente por culpa de una araña que no sé por dónde entró, pero que se ha colado en mi terraza y ha hecho que el rosal se haya quedado solo en los troncos, en las ramas desnudas cubiertas de telarañas.

Supongo que es solo una metáfora de este agosto. Este agosto en el que me he quedado seco, ya no sé de qué escribir ni se me ocurren nuevos temas que sacar a la luz. No me lo puedo permitir. Por eso he quitado las hojas y las telarañas del rosal y he recogido los escombros de su antigua vida. Y ahora trabajaré, seguiré regando esta oportunidad para que vuelva a florecer, para renovar mi creatividad y demostrar que puedo ir hacia arriba hasta diciembre. Es el momento. Mañana ya veremos que sucede, pero el camino es limpiar para volver a empezar. Quien se rinde, nunca gana.