miércoles, 4 de noviembre de 2009

Capitulo II_ Cómo desenterrar recuerdos y resucitar sueños en la noche de los muertos

Amanece un nuevo día. Me voy para mi segundo y tercer exámen y en la casa sólo se oye la fantástica orquesta de las respiraciones al dormir. Me voy en silencio. Sergio, genial anfitrión donde los haya, me lleva después de haber dormido sólo dos horitas, a la facultad de Informática de la UAM. Hoy tengo redacción y actualidad, y mis apuntes del caso Gürtel no hay quien me los quite de debajo del brazo.

Pleno. La trama del PP aparece en el tema de redacción, y me pongo a ello. Detrás mío, algunos repetidores intentan amedrentar a los novatos. Quizá estén cansados de intentarlo y necesitan eliminar competencia. Yo a lo mío, destripando al PP todo lo que puedo. Tras los exámenes, de nuevo el Cercanías, 50 minutos de túneles subterráneos hasta Alonso Martínez, donde residimos. Estoy deseando llegar a casa después de mis tres horas de sueño y mis cuatro horas de exámenes.

Todos esperan a que llegue con las barrigas rugiendo, porque nos vamos a comer al centro. En la puerta del Sol quedamos con Cris y David, y me bombardean a preguntas de las del test de actualidad mientras decidimos dónde comemos. De repente nos sale la brillante idea de ir al Museo del Jamón (la Isa al principio piensa que es un supermercado), y encima no nos conformamos con la barra, sino que nos sentamos en el comedor. Nosotros, que no queremos gastarnos la vida en un almuerzo, al ver la carta nos mordemos el labio pensando qué hacer. Juanito se indigna porque todos los platos combinados llevan consomé, y Candy y Sara piden comida a medias como dos tortolitos. De repente, la camarera nos da una idea: nos trae una cesta con bollos de pan, y nos volvemos ingeniosos de repente. Isa, Laura, Juan y yo pedimos una ración de jamón y queso, le rateamos el tomate a los de la élite (Mary Jane, David y Cris), que han pedido platos combinados, y le echamos un chorreón de aceite. ¡Por dos euros tenemos un magnífico bocadillo!

De allí a hacer miniturismo, porque la Poyatos y yo buscamos desesperadamente una cafetería en la que no nos cobren agua hervida a precio de oro. Tras la Plaza Mayor, en la calle también Mayor, nos quedamos Juan, ella y yo (en muchas ocasiones nos quedaremos los tres) a tomarnos un cafelillo mientras los demás visitan el Palacio Real ("si ahi ya no viven los reyes, ¿pa qué vamos a ir?"). Nos sentamos en una mesa pequeñita de 2, y se nos van los minutos y las horas ante la taza de café. El bar está casi en silencio, excepto por la camarera, a la que no paran de caérsele cosas. De hecho, se le cae una rebanada de pan al suelo y la carta detrás de Laura, y la Poyatos empieza a ver conspiraciones de robo como las del móvil de Mari Ro. 3 horas muertas pero tremendamente cómodas y agradables en las que llega Ale. Ya la había visto en anteriores ocasiones, pero por fin ahora ha dejado las prisas a un lado y se sienta con nosotros. La Poyatos se levanta a hablar por teléfono, y me quedo de violinista oficial del reino. Ale no quiere darme mi gato, Whisky, que me prometió por internet, y me indigno mucho. En plena discusión, suena el móvil. Pulido se monta solo por primera vez en el metro (¿ese medio de transporte proletario?) y busca la manera de llegar hasta nosotros. Dice que el Valle de los Caídos le ha decpecionado. Gracias a Dios no es el mismo al que conocí hace años, quién le ha visto y quién le ve. Ale intenta indicarle para que no se pierda, pero nos tememos que no servirá de nada.

Salimos de allí muy a nuestro pesar. El Madrid comienza en el televisor del bar justo cuando salimos por la puerta, pero hemos quedado en la puerta de la Almudena con los demás sevillanitos, Emi, Sergio, Belén y Álvaro. Belén me llama porque no sabe dónde estamos, por lo que me pongo a indicarle. La pobre le da toda la vuelta en redondo al Palacio Real hasta que nos encuentra en la misma puerta. Dicen de ir al Templo de Debod, mientras Juanito y Ale se pierden a las puertas de los Jardines de Sabatini. Es el momento de continuar hasta el templo. Cuando llegamos, Isa está profundamente decepcionada: se esperaba una pirámide colosal y se encuentra con lo que debía de ser la ermita del Rocío de los egipcios. Nos intentamos hacer una foto para el recuerdo, y le pedimos a un híbrido mujer-hombre (a los guiris a veces cuesta identificarlos) que nos haga un fotón, para lo que tarda alrededor de 5 minutos (Laura temía ya otro robo).

Suena el teléfono mientras miramos desde el mirador: Pulido de nuevo, que se ha perdido. El de Sergio suena al mismo tiempo: Juanito y Ale preguntan dónde estamos. Suena también el de Laura: su madre quiere recibir el parte del día. De repente parecemos un anuncio de Vodafone. Cogemos dirección Plaza de España, donde Pulido aguarda. Decidimos cenar por Bilbao, porque ya es nuestra zona y así podemos arreglarnos con tranquilidad, y porque así nos coge más cerca para ir al cumple de Íñigo, que es esa misma noche de Halloween en un bar cercano. Hablamos de la cercana entrevista y empiezo a ponerme nervioso: no se me da demasiado bien el trato directo con las personas, soy más de escribir...

Vamos llegando en el metro, y paramos en el Eroski a comprar provisiones alcohólicas para la noche. Nos vuelve a tocar la cajera lentita del viernes, y encima nos quiere endosar Cacique de ricos. Pasamos de ella y nos acercamos a nuestro Chino (desde ahora) habitual (este barrio tiene de todo, quiero vivir alli!!!).

Haremos botellón en el mismo sitio del día anterior, pero antes cenamos en el Vips. Mi grupo de cena (aunque estemos todos sentados en una sola mesa es inevitable que se fraccionen los grupos) me encanta: Anita del Palacio, Pulido (que ha conseguido llegar), Juanito, Laura, Sara y Belén. Lo primero que hacemos es cantarle el cumpleaños feliz a Belencita, lo que luego derivará en una brutal carcajada que nos pondrá en el punto de mira de todo el restaurante. Juanito le hace por la calle a Laura y a Pulido un book romántico para seguir alimentando el rumor.

La noche a partir de ese momento alterna los sinsabores con las alegrías. Idas y venidas, Pulido que se pota en el zapato y se va a casa antes de medianoche, Juanito que busca y encuentra a Ale, que la pobre está un poco perjudicada y necesita un hermano mayor que la cuide, las llaves del piso que van de mano en mano, y algunas conversaciones se vuelven sórdidas.

Me siento en un poyete con Isa. Hace mucho que no hablamos, y nos sentamos para hacer un poco de balance de la situación, del viaje, de la noche. Muy a nuestro pesar nos ponemos serios, nos rayamos y nos da por pensar. Qué poquito nos hemos visto desde que empezó el curso... Pero Mari Ro y Sara nos alegran la noche, con su media papa de tinto de verano, y la cosa va a mejor. Al momento aparece Íñigo: le hemos hecho un feo gordo, al final el del cumple ha tenido que venir a buscarnos en lugar de nosotros a él. Perdona rockerito...

Nos marchamos camino de La Siesta, un sitio en el que no te ponen el sello, sino que te lo tatuan. Cuando vamos llegando, nos damos cuenta de que somos 5, Juanito aún sigue con Ale. Pero me llama, y dice que ya viene para donde estamos. Volvemos a ser Friends. La verdad es que La Siesta estuvo muy bien, pero el calor nos agotó demasiado pronto, y salimos sudando a la calle, para pasar allí la otra mitad de la noche. El sueño me puede, y necesito acostarme. Esta vez, al contrario que el viernes, nadie lo duda, y se vienen todos conmigo, menos la Poyatos que, como siempre, se queda 10 minutos más dándolo todo.

De camino al piso, todo sigue bien, aunque con un poco de frío. Al llegar nos ponemos el atuendo de dormir y directos a la cama de cabeza. No me da tiempo ni a pensármelo. Al llegar están todos dormiditos. Miro por el balcón y siento que al fin puedo dormir, que estoy al límite. Vuelvo a escuchar las respiraciones de los que empiezan a dormir. Aún no sabía la noche que me esperaba, pero el día había sido duro por muchos aspectos y sólo quería dormir. Escucho a las niñas despiertas, pero no nos importa, y veo a Candy darle un manotazo a la puerta para no oírlas. El silencio y la noche me cierran los ojos. Mañana será otro día.

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