miércoles, 3 de abril de 2013

Puedo llegar hasta el final...

Hoy es un día de vértigo. De esos que te hacen sentarte, pedir silencio y que te dejen solo un rato, que hoy en día y con esta vida que llevamos es un lujazo.

Cuando eliges un camino, lo eliges con todas las consecuencias. No sabes si estás dando el paso correcto o no, pero sabes que hubo un momento, un único momento crucial que te llevó a empezar a plantearte el salto.Con mi cuarto de siglo, me fui a un monasterio perdido de Burgos, y viví algo diferente. Y mira que ya creía que iba de vuelta de todo, que 'decano' son solo seis letras, las mismas que tiene 'novato'. Y pequé de ingenuo creyéndome que aquellos muros ya no podían decirme nada más. Y me creí que todo estaba ya escrito, que la redacción me había enseñado todo lo que necesitaba. Y qué equivocado estaba...

Un viernes intentando arreglar el mundo en aquel monasterio, me topé con mi propio dilema. Y entonces comenzaron a resquebrajarse las corazas que me impedían preguntarme por qué así, por qué seguir, por qué ese lugar y por cuánto tiempo... Y el mes posterior y el agosto solitario de Madrid me dieron la razón. Y un día de vuelta a Madrid, aquella penúltima vez en el tren, escribí para comunicar que abandonaba todo y que regresaba a Sevilla.

Y ahora me paro a pensar todo lo que no habría pasado en mi vida si no hubiese ido aquellos días a Burgos. A todas las personas importantes de mi vida que no conocería. Todos esos viajes a Granada que no existirían, esa familia que hubiesen sido solo conocidos. Aquellos primeros días de septiembre en los que formamos aquel grupo de whatsapp de tres que fue cambiando de nombre pero nunca de integrantes, y que resucitamos de vez en cuando para decirnos buenas noches: aquellas fiestas de derroche y desquite que tanta falta nos hacían, aquellos días de vino y rosas en los que teníamos demasiado que olvidar y muy pocas ganas de darle vueltas a la cabeza.

No habría vuelto de Madrid, y seguiría viviendo precario y triste viendo en lo marchito de mi rosal una alegoría cruel de mis días. Con lo que no habría podido decir que sí cuando me llamaron para enseñar a cantar a un grupo de niños en el Polígono Sur, ni habría tenido tiempo para ver a Juanjo cuando vino a vernos en enero y nos reunimos los de la Facultad. Sin aquella noche, nunca le hubiese hablado a Emilio del periodismo hiperlocal, y nunca hubiesen visto la luz Nervión al día ni Triana al día. Habríamos seguido con la desilusión y mirando las paredes blancas de nuestras casas. Nunca habría sentido la felicidad de ver como algo que habíamos creado entre amigos nacía y daba fruto, nunca habría podido embarcarme en un proyecto con esa gente a la que tanto quiero.

Sin aquellos días de Burgos, seguiría en Madrid. Triste, solo. Ahora la vida me ha dado demasiado y temo que si me despisto me lo arrebate. No pienso despistarme y jugármela. Lo hice todo a mi manera, como me salió del alma. Viajé y disfruté, no sé si más que otro cualquiera, y así, logré seguir a mi manera. Claro que lloré, y reí con fuerza, gané en mis decisiones y perdí cuando me la jugaron o no supe adelantarme. Dudé cuando me divertía porque, a veces, sabía que estaba forzando la máquina. Hasta el día que afronté lo que era y lo que quería: volver a la tierra, a mi gente, sin llorar ni fingir que era un paso fácil. Queda un duro camino, una dura batalla para que no me quiten lo que estoy ganando, algunas cosas realmente imprescindibles en mi vida, algunas personas sin las que ahora mismo sería mucho peor hombre. Sé que puedo llegar hasta el final, pero a mi manera...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una alegría ver q vuelves a escribir por aqui y por motivos tan felices e ilusionantes como los que aquí cuentas!Espero a ver estado en todos los posibles y en los que quedan por venir:D

Ismoga dijo...

Qué decir... más que me alegro. Que me alegro de corazón. Que ojalá sea cierto y cada día seas un poco más tú. Que el trabajo dé sus frutos y puedas recogerlos pronto, muy pronto. Y que seas feliz. Sólo eso.