martes, 30 de julio de 2013

Crecer bajo la espadaña

¿Qué vigilas tú desde allá en lo alto? ¿Qué secreto guardas, espadaña del Monasterio del Espino? ¿Cuántas vidas has visto pasar por debajo de tus campanas, cuántas lágrimas has visto verterse sobre la madera de tu iglesia? ¿Qué historias guardas entre tus piedras? Has visto tanto que ya solo te queda repicar. Cada vez que suenan tus campanas eres un pregonero que proclama que ha vuelto a cerrarse el círculo, que vuelve a girar la rueda de los deseos, que nuestras vidas vuelven a dejarse seducir por la vorágine de lo que sucede a tus pies.

Los que hemos estado a tu amparo, espadaña, tenemos los mismos nombres que hace unos años... pero ya no somos los mismos. Nos has ido cincelando con el tañer de tus campanas como aquel maestro que con la gubia talla en la madera unos ojos vivos. Y en ese proceso de creación a las órdenes del Creador has construído dentro de nosotros un templo sencillo. Algunos tenemos en las paredes pinturas barrocas, otros grandes ventanales cubiertos de coloridas vidrieras, otros tienen cálidos suelos de madera y otros techos altos y desnudos. Pero cada uno tiene su templo, ese que has ido ayudando a levantar poco a poco, como una obra maestra consagrada a la creación de un mundo más humano.

Qué magia la tuya... Nos has visto congraciarnos y superar nuestros miedos, pasar por encima de nuestros rencores para festejar la felicidad del hermano, ese que vive en la calle que lleva el nombre de la ciudad más hermosa que han visto los tiempos. Ese que un año más ha compartido contigo la misión, como muchos otros. Porque sabes reconciliar lo que parecía imposible, sabes calmar la tormenta, sofocar la inundación, poner orden de nuevo y volver a transformarnos en una familia. Incorporando a los nuevos miembros que van llegando y que abren la puerta para que entre el aire fresco, aquellos que vienen de la mano de tu hermano y que se transforman en personas importantes para ti.

Que tú has visto desde allá arriba cómo llora ante la cruz el soberbio y has sonreído cuando una hermana escucha emocionada cantar a su hermano guitarra en mano con el crucificado presente. Tras tus muros se alojan las historias de dolor en las que ya no hay lágrimas, sino vida. Esa vida que regalas a borbotones para todo aquel que acepta el reto de pasar bajo tus campanas y arrodillarse ante la virgen gótica. Tras tus muros me has permitido ver a mis hermanos hacerse hombres y mujeres llenos de dones y olvidarme de las diferencias de edad hasta el punto de no importarme.

Has visto el abrazo hermoso y espontáneo entre palabras de paz y has sido testigo del llanto contenido cuando suena una canción que trae recuerdos dolorosos y que el oído aún no ha tenido tiempo para transformar en algo bello de nuevo. Desde tu altura has visto partir a la comitiva camino del Sobrón y los has acogido de nuevo al llegar reventados a casa, hechos peazos, como un vigía que no quiere descuidar al que está a su cargo. Has visto al que cree sin ver y al que apoya al que no ve para que los demás puedan caminar. Qué ejemplo de hermandad habéis dado, Granada...

Dios hecho espadaña, tu piedra es demasiado fría como para que te haga caso. Demasiado inmóvil, demasiado dura. Para hablarme de la gloria te revistes de carne y de pupila viva, te encarnas en abrazo y en beso, en palabra que sale del corazón mientras la voz lucha por no transformarse en quebranto. Tienes tantos nombres que me da vértigo: Clara, Ana, Pablo, Juanfer, Jorge, Quique, Jesús, Marta, Joaquín, Cayetana, Ángel, María, Lourdes, Laureano, Javi, David, Jose, Carlos, Carolina, Íñigo, Rafa... Tantos nombres en los que esconderte, como un juego, para hacer un año más que tu palabra sea cercana, que vaya directa al corazón como un dardo.

¡Que han vuelto a abrirnos las puertas de la gloria! ¡Que ya está aquí de nuevo la esperanza! Con lo que te gusta pasar desapercibido, has encontrado en la ilusión de esta juventud tu escondite perfecto. Los has hecho fuertes para soportar el dolor de la muerte, tiernos para consolar al que pierde al ser querido, valientes para buscar su felicidad a pesar de las barreras, despiertos para asimilar tu palabra como una forma de vida, soñadores para creer que un mundo mejor y más justo es posible, risueños para reír y abrazar sin tener que buscar motivos de peso, desprendidos para amar a aquellos con los que convive... Porque de eso iba esto este año: de Con_Vivir. Vivirlo todo como una gran familia, que somos uno, más allá de esa estúpida burbuja que superamos el año pasado contra todo pronóstico. Que esto empieza ahora, cuando arranca el reto de vivir en esa búsqueda de la felicidad todo el año, sin importar los kilómetros que nos separan.

La espadaña se pierde en el horizonte pero el sonido de las campanas se lleva en el corazón, bordado como un salmo que nos recuerda como un toque de queda que es hora de despertar. Un año más, me vuelvo con el corazón lleno de gracias y de frases, el pecho cálido de abrazos y la mandíbula dolorida de sonreír. Si el objetivo de este espino era hacernos sentir más vivos que nunca, el objetivo se ha superado con creces. Ahora comienza la vida real, y tenemos fuerzas para comérnosla a dentelladas, como esa fruta a media mañana o de madrugada que ayudaba a pasar el tiempo. El reloj vuelve a tocar la medianoche. Doce campanas suenan y doce meses comienzan la cuenta atrás para demostrar que todo esto tiene sentido más allá del monasterio. Y que Dios sigue presente en esa ristra de nombres de arriba. Porque la verdadera comunidad se queda unida, se demuestra en el día a día, en esa hermandad tan real como la de sangre que hemos implantado a golpe de cruz redentorista en el pecho. Empieza de nuevo el reto: tenemos un año para seguir siendo hermanos en cada momento.

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