Por los siglos de los siglos, amén. Como biblias abiertas de par en par algunos de nosotros, que hemos vivido la experiencia de ser catequistas, hemos sufrido la tentación de hablar ex cátedra, de pronunciar sentencias irrefutables a pesar de que apenas superamos la veintena. Es imposible ser tajante en esto que vivimos en el día a día y que llamamos cristianismo. La duda no es la antagonista de la fe, sino que es parte intrínseca de lo que nos hace cristianos, de ese impulso, de ese soplo que da vida, como el que recitó al oído de San Gregorio Magno las notas del canto más místico que han escuchado los cielos (reflejo, no olvidemos, de aquella 'música de las esferas' tan profana y científica que recuperó San Agustín de los clásicos griegos).
Como prodigios de la naturaleza, sentimos la necesidad de dar ejemplo por encima de decir lo que se nos pasa por la cabeza. La prudencia y aludir a la "respuesta correcta y oficial" a veces nos hace separarnos de esos pequeños que nos escuchan una hora a la semana. Poco más vivido tenemos que ellos, sin embargo somos responsables del enfoque de sus vidas. Por algunos pasaremos como la lluvia pasa por los adoquines de una calle, a otros los decepcionaremos, porque no somos lo que esperan de nosotros, a otros los heriremos quizá porque sienten que no somos auténticos, y a otros, los menos, les haremos que den una vuelta a sus vidas.
Qué tremenda labor ésta, la de ser hombres del hoy y crear hombres del mañana sin entrar a menudo en contradicción con determinadas facetas de lo que creemos. A pesar de que pueda parecer que le doy a la religión una dimensión únicamente utilitarista, lo cierto es que para mí la religión debe existir para cambiar el mundo. Para hacer un mundo mejor. Si no conlleva esa faceta como el eje maestro en torno al cual giran los ritos, los textos, los símbolos y los cantos... ¿qué sentido tiene? No es el adorar, no es la estética, no es el placer propio, es sólo el afán de crear un mundo mejor, el creer que estamos aquí por una sencilla razón.
Nuestra labor no es la de ser biblias andantes, sino la de ser Palabra viva, acción, movimiento, realidad. Espadas que corten las vendas del pasado de los ojos del mundo. Dejemos de defender nuestras creencias con textos que no están al día y que Jesús nunca pronunció, defendamos esta maravillosa forma de ver la vida con el estandarte de la sensatez, con discusión y no con asentimiento por vagancia, recemos con el corazón y con el pensamiento, dudemos hasta caer agotados y no caigamos en lo que todos quieren oír. Demostremos con nuestras propias manos que los estereotipos no existen, que somos gente del hoy, hablemos de medicina, de política, de periodismo, de las artes... Renovemos, renovemos y renovemos: el Evangelio nunca se queda antiguo, siempre es nuevo.
Si la Iglesia vive un tanto desfasada es normal si evaluamos el peso que tiene en la sociedad, el enorme engranaje que posee y la gente que carga a sus espaldas en esta Vía Dolorosa de preciosa comunidad directa hasta los cielos. Pero catequistas, los que a veces creemos que venimos de vuelta de todo, la mitra también la llevamos nosotros. La democratización de la Iglesia de Pedro nos hace tan partícipes como culpables de sus errores: su responsabilidad es la de cada uno de nosotros, y somos nosotros los encargados de reconducir, de defendernos con armas limpias, de abrir los oídos para escuchar lo que nos grita el planeta.
Catequistas como yo: la solución no está en poner barreras, sino en encontrar los rayos de luz del otro lado del muro y abrirles paso para que entren en este hermoso proyecto. Si sentimos que nos alejamos del mundo actual, algo estaremos haciendo mal. No creemos periódicos sólo para católicos, eso es como si para sentirnos integrados nos separáramos cada vez más; no creemos partidos políticos, no pongamos trabas a los que no creen como nosotros, no nos distanciemos y nos sumerjamos en la cueva. Nadie nos persigue: no hay necesidad de catacumbas en el mundo libre. Seamos predicadores de la Buena Nueva (Buena porque es hermosa y adora por encima de todo al Ser Humano y a la Creación, y Nueva porque siempre resiste a los tiempos, porque su mensaje es universal y trasciende todas las eras y gobiernos).
Somos afortunados de poder clamar a los cuatro vientos un mensaje tan prodigioso, pero a veces nuestro conformismo, paradójicamente, nos hace decir que sí sin pensar, y con ello perdemos el entusiasmo y la lucidez para transmitir Vida. La Vida que reside en la alegría y en la sencillez de ese mensaje que vive en el HOY, en este preciso momento, y que siempre es moderno y avanzado.
Pero nos empeñamos en rizar el rizo, en poner el pan de oro por encima del servicio, el incienso por encima de la mano agrietada por el trabajo. Y por eso, además de cristianos, tenemos la necesidad y la obligación de ser profesionales libres, porque seguir a Cristo es libertad. Y podemos ser médicos y no asistir a manifestaciones del Foro de la Familia y creer que el debate es el camino, y podemos ser periodistas y saber que la Iglesia se equivoca y que los medios de la Conferencia Episcopal le hacen más daño a la sede de Pedro que favores, y podemos ser maestros y enseñar a los herederos del mañana algo más que el Padre Nuestro, y educar en valores y en que el servicio es la base de nuestra fe.
Podemos ser marionetas que asienten por costumbre o podemos ser auténticos, despojarnos de la máscara y convencer no con literatura y boato, sino porque realmente nos arde el fuego del Evangelio en el pecho, y nos duele la responsabilidad. Sólo podemos seguir adelante: no dejemos que el Amor con mayúsculas desaparezca porque preferimos encerrarlo en una jaula antes que exponerlo orgullosos al mundo.
Como prodigios de la naturaleza, sentimos la necesidad de dar ejemplo por encima de decir lo que se nos pasa por la cabeza. La prudencia y aludir a la "respuesta correcta y oficial" a veces nos hace separarnos de esos pequeños que nos escuchan una hora a la semana. Poco más vivido tenemos que ellos, sin embargo somos responsables del enfoque de sus vidas. Por algunos pasaremos como la lluvia pasa por los adoquines de una calle, a otros los decepcionaremos, porque no somos lo que esperan de nosotros, a otros los heriremos quizá porque sienten que no somos auténticos, y a otros, los menos, les haremos que den una vuelta a sus vidas.
Qué tremenda labor ésta, la de ser hombres del hoy y crear hombres del mañana sin entrar a menudo en contradicción con determinadas facetas de lo que creemos. A pesar de que pueda parecer que le doy a la religión una dimensión únicamente utilitarista, lo cierto es que para mí la religión debe existir para cambiar el mundo. Para hacer un mundo mejor. Si no conlleva esa faceta como el eje maestro en torno al cual giran los ritos, los textos, los símbolos y los cantos... ¿qué sentido tiene? No es el adorar, no es la estética, no es el placer propio, es sólo el afán de crear un mundo mejor, el creer que estamos aquí por una sencilla razón.
Nuestra labor no es la de ser biblias andantes, sino la de ser Palabra viva, acción, movimiento, realidad. Espadas que corten las vendas del pasado de los ojos del mundo. Dejemos de defender nuestras creencias con textos que no están al día y que Jesús nunca pronunció, defendamos esta maravillosa forma de ver la vida con el estandarte de la sensatez, con discusión y no con asentimiento por vagancia, recemos con el corazón y con el pensamiento, dudemos hasta caer agotados y no caigamos en lo que todos quieren oír. Demostremos con nuestras propias manos que los estereotipos no existen, que somos gente del hoy, hablemos de medicina, de política, de periodismo, de las artes... Renovemos, renovemos y renovemos: el Evangelio nunca se queda antiguo, siempre es nuevo.
Si la Iglesia vive un tanto desfasada es normal si evaluamos el peso que tiene en la sociedad, el enorme engranaje que posee y la gente que carga a sus espaldas en esta Vía Dolorosa de preciosa comunidad directa hasta los cielos. Pero catequistas, los que a veces creemos que venimos de vuelta de todo, la mitra también la llevamos nosotros. La democratización de la Iglesia de Pedro nos hace tan partícipes como culpables de sus errores: su responsabilidad es la de cada uno de nosotros, y somos nosotros los encargados de reconducir, de defendernos con armas limpias, de abrir los oídos para escuchar lo que nos grita el planeta.
Catequistas como yo: la solución no está en poner barreras, sino en encontrar los rayos de luz del otro lado del muro y abrirles paso para que entren en este hermoso proyecto. Si sentimos que nos alejamos del mundo actual, algo estaremos haciendo mal. No creemos periódicos sólo para católicos, eso es como si para sentirnos integrados nos separáramos cada vez más; no creemos partidos políticos, no pongamos trabas a los que no creen como nosotros, no nos distanciemos y nos sumerjamos en la cueva. Nadie nos persigue: no hay necesidad de catacumbas en el mundo libre. Seamos predicadores de la Buena Nueva (Buena porque es hermosa y adora por encima de todo al Ser Humano y a la Creación, y Nueva porque siempre resiste a los tiempos, porque su mensaje es universal y trasciende todas las eras y gobiernos).
Somos afortunados de poder clamar a los cuatro vientos un mensaje tan prodigioso, pero a veces nuestro conformismo, paradójicamente, nos hace decir que sí sin pensar, y con ello perdemos el entusiasmo y la lucidez para transmitir Vida. La Vida que reside en la alegría y en la sencillez de ese mensaje que vive en el HOY, en este preciso momento, y que siempre es moderno y avanzado.
Pero nos empeñamos en rizar el rizo, en poner el pan de oro por encima del servicio, el incienso por encima de la mano agrietada por el trabajo. Y por eso, además de cristianos, tenemos la necesidad y la obligación de ser profesionales libres, porque seguir a Cristo es libertad. Y podemos ser médicos y no asistir a manifestaciones del Foro de la Familia y creer que el debate es el camino, y podemos ser periodistas y saber que la Iglesia se equivoca y que los medios de la Conferencia Episcopal le hacen más daño a la sede de Pedro que favores, y podemos ser maestros y enseñar a los herederos del mañana algo más que el Padre Nuestro, y educar en valores y en que el servicio es la base de nuestra fe.
Podemos ser marionetas que asienten por costumbre o podemos ser auténticos, despojarnos de la máscara y convencer no con literatura y boato, sino porque realmente nos arde el fuego del Evangelio en el pecho, y nos duele la responsabilidad. Sólo podemos seguir adelante: no dejemos que el Amor con mayúsculas desaparezca porque preferimos encerrarlo en una jaula antes que exponerlo orgullosos al mundo.
3 comentarios:
Gran texto Miguelito. Da que pensar la verdad.... gracias simplemente por escribir en este blog. 1 abrazo
Miguel,ojalá más de uno pensara como tú,la Iglesia se acercaría como debería a la sociedad. Enhorabuena por la entrada.
Ójala contagies a la gente con ese espíritu...te admiro
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