Mantener los lazos con los que queremos a veces es complicado. No hay nada tan satisfactorio como crear un lazo artificial, no obligado por el nacimiento, y mantenerlo a toda costa: cueste lo que cueste. Vas creando hermanos, padres, primos, cuñados... Y quieres aferrarte a ellos como a un clavo ardiendo, sabiendo que el camino será largo, pero que merecerá la pena.
En la ruta tortuosa habrá problemas, dolores, decepciones y silencios. Pero los sinsabores son los que nos ayudan a pasar página, a avanzar, a sacar una sonrisa cuando contienes la respiración para que nadie se dé cuenta de que si expulsas el aire soltarás las lágrimas que nublan tu vista. Los parentescos fingidos son el mayor gesto de que la familia no entiende de sangre ni de apellidos. La familia representa a aquellos que aman incondicionalmente, a aquellos que no valoran los silencios sino que recuerdan las palabras por los siglos de los siglos. Los recuerdos se graban a fuego en el alma, como un tatuaje que duele y se irrita cuando aquel o aquella que lo provocó se olvida de nosotros, cuando lo sentimos lejos.
Mi familia buscada, aquella que he repartido por las calles de Sevilla, fuera de mi ciudad, al norte y al este de la península, es aquella de la que me tengo que separar, poco a poco... Como el que deja el tabaco, me resigno. Un año sin posibilidad de viajar, con un horario intenso a 500 kilómetros de Sevilla. Este año pondrá a prueba los parentescos, me hará ilusionarme cada vez que suene el teléfono, cada vez que abra el correo, cada vez que suene el pitido inocente del móvil que avisa de un mensaje. Quiero que, ahora que voy a estar tan lejos, sienta esos lazos más cerca que nunca, como si los contemplara reunidos en torno a mi.
Hay gente que pensará que esto es una estupidez, pero hay determinadas personas que, inesperadamente, se convierten en imprescindibles. Y como decía Jack Nicholson en 'Mejor Imposible', el motivo por el que las quiero como las quiero es que "me hacen querer ser mejor persona". Me han enseñado lo que no podría haber aprendido ni en las aulas de la facultad, ni en los pasillos del colegio, ni en los auditorios del conservatorio. Me han enseñado a aferrarme a esos parentescos a los que nos vamos atando conscientemente, y a besar mis cadenas, las que yo mismo me puse. Las cadenas que me harán sentirme más cerca de ellos cuando los kilómetros sean un obstáculo y los suspiros más frecuentes, cuando las voces al teléfono se vuelvan más cálidas y los privados me transporten a la vida que dejé.
Hoy se marcha uno de los eslabones de la cadena que me ata a mis sueños, y por eso me aprietan hoy un poco más las muñecas por esta nostalgia que ya empieza a convertirse en una costumbre. Aprieta fuerte, hierro helado. ¡Qué pronto hemos empezado las despedidas y qué poco tiempo me queda para recubrir de acero mi corazón y mis recuerdos!. Benditos parentescos... hermanos en la lejanía y en la cercanía, como voy a echaros de menos...
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