sábado, 12 de diciembre de 2009

Jose

Fue una de mis primeras consagraciones. No se me ocurría qué podía interpretar en aquellos escasos dos minutos que duraba, y no era momento para gloria, sino para esbozar un tema. Mi cabeza se encontraba en aquel momento en esa marcha que no termino se componer (fuiste tú el que me llevaste a Cigarreras, ¿te acuerdas?), y la música de Semana Santa era mi banda sonora diaria. Se acerca el momento, la gente se arrodilla y ya no hay tiempo: como quien no quiere la cosa empiezo a tocar el tema repetitivo y profundamente comercial de ‘Caridad del Guadalquivir’. Ahí fue el momento en el que recomenzamos, el ‘rewind’ de nuestra cinta que había empezado a sonar a trompicones. Rebobinamos y volvimos al inicio, un apretón de manos y una frase echándome en cara lo que había tocado (“¿cómo se te ocurre tocar eso? ¿No había otra marcha que tocar? “). A la semana siguiente inauguramos nuestros lazos musicales, aquellos que habíamos olvidado desde que éramos pequeños en el cole. Yo toqué el solo de ‘La Madrugá’ de Abel Moreno y comenzamos a hacer las paces, unas paces que se consolidarían semanas después cuando tocamos en aquella convivencia el ‘Canon en Re’ de Pachelbel, la prodigiosa pieza que interpretaríamos una y otra vez, sin cansarnos de ella, porque son 3 minutos perfectos, y es inevitable que, como me pasa con Lucho, no te recuerde cuando la escucho.

Aunque te duela, quienes te conocen bien saben que eres tan bipolar como yo. Lo mismo conmueves con una prodigiosa frase inesperada, de esas que a mi sólo me salen a veces y, si acaso, por escrito; que eres la alegría de la fiesta, el jolgorio, el que me hace reír sin parar. Pero eres estable, macizo, enérgico y valiente, y por eso no te rendiste cuando el examen más importante de tu vida te daba la espalda, y volviste tres veces, porque a la tercera va la vencida y porque para ti las caídas sólo significan una oportunidad para coger impulso más fuerte y levantarte más erguido, para levantar más la cabeza, henchido de orgullo y demostrar que las obras en esta vida pasan por encima de las palabras.

Volviendo a las consagraciones, era hace una semana cuando mi locura se topaba con la realidad, con el brusco despertar del sueño, con el disgusto del auditorio ante la novedad. Y por eso ‘El Padrino’ fue un encontronazo. Pero me sorprendo a mí mismo discutiendo, reivindicando, queriendo enfrentarme al que no ha comprendido que esto no es un juego, que es un paso adelante, que es decir no al pasado y abrir las puertas de par en par al futuro. Y no me conozco reivindicando lo que creo justo. Y me doy cuenta de que eso, a mis 23 años, lo he tenido que aprender de alguien, de alguien con una personalidad arrolladora que me ha llevado por delante mientras no paraba de crecer, que me ha cogido como una alforja bajo el brazo y me ha llevado en volandas a un estadio superior de mí. Alguien con el que ya apenas puedo discutir, porque me ha ido convenciendo poco a poco de que se merece mi respeto y mi credibilidad.

Contigo he pasado del “ni de coña” al “¡vía libre!”, porque siempre tiras del carro y nos llevas en brazos a los inseguros si hace falta. No te rechisto, ni me indigno, ni me siento ridículo cuando suena un eructo y corriendo me llevo el pulgar a la frente y digo “bocio” como el que le va la vida en ello. Ya no me quedan dudas, ya no eres aquel chavalito al que le guardaba rencor porque hablaba con todos de sus temas personales menos conmigo, que era su acompañante. Me quedo con el Jose del último espino, de la acogida populosa y divertida, del “Jesús Buen Amigo”, de ese torrente de voz inmenso, que llena los corazones helados como el mío y que me obliga a apretar las manos para no emocionarme demasiado. Me quedo con el Jose de los abrazos inesperados, con el que toma las riendas de todo en los momentos de crisis, con el que se cabrea y al que le doy una palmadita en el hombro para que se calme, con el que sabe entender una indirecta de este blog cuando hace falta, con el que me saca dos cabezas pero no me mira con soberbia, con ese al que ni la Medicina es capaz de explicar por qué no le cabe el corazón en el pecho.

Tú eres al único al que no pude mirar directamente durante la gran sorpresa del concierto, durante la canción, porque sentía que si me daba cuenta de lo importante que se había hecho para mí aquel chico hiperactivo y respondón que pasaba de mí descaradamente meses atrás, sería otra espinita con la que marcharme a Madrid. Y eso que rezaste y pataleaste cuando te diste cuenta de que los resultados de las pruebas del master eran positivos. Qué le vamos a hacer… Puede que la próxima vez sea necesario que vuelva a tocar ‘Caridad del Guadalquivir’, o que directamente sean los acordes de ‘La Misión’ los que nos hagan reunirnos de nuevo, como sucede en las películas, en esas escenas en las que de repente, pasan los otoños, pero los personajes se dan cita en el mismo lugar, más curtidos y más viejos, con el brillo en los ojos y la sonrisa rompiendo los labios. Puede que la música no pare, y que el ‘Canon’ me acompañe, como tu banda sonora particular e intransferible, como guardián de lo que quiero que sigas significando para mí, y me diga desde mi reproductor “Vuelve”.

¡Qué dilema el nuestro…! Del sí al no, del silencio a la palabra, de la indiferencia a la sonrisa, de escuchar tus faltas a contarte las mías, del adiós al hasta pronto, de la música…a la Música. Me pregunto cuántas cosas me hubiese perdido si no hubiese existido ‘Caridad del Guadalquivir’, si no hubiese sido acompañante de los antes desheredados, ahora Herederos del 89, la oveja dada por perdida que volvió al sendero ella sola, superando las cercas, ignorando los peligros, y se hizo valer ante el resto del rebaño ganándose el respeto negado.

Me has empapado de ilusión y de emoción por cada gesto, por cada segundo, y ahora me dejas marchar, lejos, allá donde no hay misas rocieras, ni arpa en la consagración, ni pipas en la puerta de la parro, ni cumpleaños sorpresa, ni noches de cervecitas y claras, ni reuniones hasta la medianoche. Tan mía es la culpa como tuya, Joselillo. No puedes pretender entrar en mi vida como un torrente, como un viento que se lleva todo lo malo de mí y sólo deja lo bueno, no puedes regalarme momentos tan increíbles y pretender que no te escriba una entrada de cuatro folios, no puedes dejarme tan impresionado y ahora pretender que te olvide. No puedes (y eso que con tus ganas de crecer lo puedes casi todo), no puedes ser tan grande, Jose, y pretender que no te lleve conmigo en el alma por muy lejano que esté mi destino.


2 comentarios:

Jesús dijo...

iviva paco lola

que grandes sois los dos

Anónimo dijo...

yo tmb kiero una entrada....supongo q ya sabes kien soy.....¬¬