Corría el año 2005. Yo acababa de terminar primero de carrera y el Espino era un momento en el que me preguntaba cómo podía ser un periodista bueno para la comunidad -los médicos y los profesores lo tenían claro, pero para mí era un dilema...-. El grupo, hecho al azar, había sido un conjunto de personas que, probablemente, no seguirían hablando una vez que volviésemos a nuestras comunidades de origen. Hablábamos en el grupo, pero luego no compartíamos apenas nada una vez que salíamos del grupo. Nada que esperar.
Sin embargo, algo cambió aquel año. Montamos en el autobús de vuelta y, cosas de la vida, un asiento libre a la mitad del vehículo me llamó. Silencio al principio hasta que, tras una semana de indiferencia, al fin Andrés y yo hablamos. Hablamos de la Carlos III, de vivir en Madrid, y a mi me entró esa fiebre por la ciudad que ahora me acoge. Tú me hiciste venir a Madrid, para bien o para mal, y gracias a ti no tuve miedo a arriesgarme y pude estar donde estoy hoy.
Parece paradójico que en aquel Espino también estuviera Sergio, el chico mayor que se metía conmigo, y también Emi, la chica entonces tímida e insegura que nunca más fue. Y de su historia no hace falta hablar porque es la mía propia. Curiosamente aquel espino bajo el lema "¿Te estás quedando conmigo?" podría no haber sido nada más, un espino más del que despertar al llegar a Sevilla, cuando se rompiese la burbuja. Pero aquella semana lo desencadenó todo.
Cuatro años después nos volvimos a encontrar, una mañana de noviembre. Yo venía a hacer unas pruebas para un master al que era prácticamente una odisea acceder. Venía a no perder nada y con la ilusión de poder ganarlo todo. Aquel primer día de pruebas fue Andriu el que me llevó en coche hasta el campus de la Autónoma. El segundo día, Sergio fue mi piloto para la segunda tanda de pruebas. La mañana de la tercera prueba, Emi me mandó un mensaje deseándome suerte y dando por hecho que lo iba a hacer bien. De nuevo los tres.
Volví a Sevilla con la ilusión, simplemente, de haberos visto. Y seguí mirando masters dando por hecho que había intentado algo imposible. Llegó diciembre y entré en el master. Ahí se cumplió mi amenaza de hacer de Madrid mi casa, el sueño que me había metido en la cabeza un amigo en un autobús cuatro años antes. Y, por fin, me vine a Madrid un 13 de enero de 2010 para cumplir una promesa hecha a mi mismo.
En todo este proceso, hasta esta semana de agosto de 2011, solo coincide una cosa: vosotros. Yo ya no tengo demasiado que ver con aquel chaval que no quería arriesgar de 2005, y vosotros tampoco con aquellos que conocí, y pienso que ahora tengo la respuesta para aquella pregunta que no supe responder aquel año, porque pensé que no sabía o que era mejor no contestarla.
La respuesta es sí. Te has quedado conmigo. Porque me importaba que te quedaras, porque en el fondo tú tampoco te fuiste nunca, ni yo quería que te fueras. Te has quedado, Andriu; te has quedado, Sergio; te has quedado, Emi. Lo demás, se ha ido con el viento.
Pero esta última semana he podido revivir aquel Espino, haya sido un viernes, un martes o un sábado; en una procesión, en un bar de pinchos o en el teatro; mientras trabajaba, de descanso o después de la jornada laboral. Aquella semana en la que pensé que tenía ir a Madrid, porque allí me esperaba algo grande. Aquella semana en la que creí que podía ser un buen periodista siempre que me agarrara a vosotros como a un clavo ardiendo. En 2009 me dísteis la razón. Y ahora, en 2011, yo os doy las gracias.
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