miércoles, 24 de agosto de 2011
Volver, al fin volver
No sé si será por estos días. Casi seguro que sí. Quizá por las conversaciones con un escocés ateo que hay en mi sección pero con el que da gusto hablar, quizá por ambas cosas, pero he vuelto. Al fin he echado de menos esa cruz del Espino que acumula polvo en una de mis estanterías en Sevilla.
Porque después de la vorágine papal viene la esperanza. Y esa esperanza me ha llegado como un bofetón cuando me he dado cuenta de lo que significa 'comunidad'. Ese grupo de gente, ese estilo de vida, ese hombro que sabes que siempre estará cercano para llorar cuando lo necesites. Y se me han venido a la mente en estos días de invasión peregrina de Madrid tantos momentos, que he recobrado la esperanza. Aquella tarde en la que Pulido me llevó de la mano hasta el voladizo del santuario de Granada porque yo tenía vértigo, aquellas noches de pizza con el coro dando los últimos retoques al concierto, aquellas mañanas de desayunos en Ramón y Cajal con las 5 personas, catequistas y amigos, que durante aquellos años fueron como mi familia; aquel paseo en aquella Pascua en el que me di cuenta que aquel que yo creía un golfillo y poco más iba a ser alguien importante en mi vida...
La comunidad es lo más hermoso que me ha dado llevar la cruz al cuello y es lo que me ha hecho volver, al fin volver, al redil que no debí abandonar nunca. Quizá haya sido por despecho viendo que todo lo que tenía alrededor esta semana papal estaba en mi contra, quizá me haya atrevido al fin a rebelarme y a decir que todo en lo que he creído merece la pena. Esta Jornada Mundial de la Juventud es mi Jornada Personal de la Esperanza, y en ella me he dejado las horas de sueño y las luchas internas para entregarme por completo a aquellos recuerdos. ¡Por qué los dejaría atrás sin miramientos!
Echo de menos mi cruz y echo de menos esa comunidad que arropa, que nos recuerda que somos más humanos de lo que muchas veces dejamos ver, y que, cuando se produce el reencuentro, todo merece la pena. Estos días me han hecho darme cuenta de que os necesito, y que hay esperanza para mí y para la cruz que acumula polvo en Sevilla, porque esto es un nuevo comienzo.
Ya sé que de buenas intenciones están llenos los nuevos comienzos, pero espero que esto no se quede aquí. He recordado lo que soy y he barajado si merece la pena recuperar lo que deje atrás. Y sí que lo merece. Merece la pena mantener el contacto, aunque nos veamos poco, merece la pena preguntar de vez en cuando al cielo si el de arriba sigue ahí y si aún hay un hueco para mí entre los bancos de sus iglesias, merece la pena volver a intentarlo. La vida es demasiado corta para vivirla sin esperanza, y por eso esto es un regreso a por mis libros, a por la gente que dejé atrás, un intento para ver si puedo salvar algo de los escombros de este incendio que lleva quemando mi pasado durante un año y medio. Los recuerdos me indicarán el camino de vuelta y entonces, solo entonces, sabré si aún puedo volver al punto de partida y volver a engancharme a este tren. El tren de lo que nunca he dejado de creer, y que ahora brama con fuerza en el andén esperando a que suba a sus vagones de alegría peregrina.
Ya os contaré cómo me va, por el momento, el domingo me introduje casi de incógnito en la catedral castrense y me dejé llevar por su silencio. Allí me encontré cómodo, como alguien que vuelve a dormir después de mucho tiempo en su cama de siempre. Y supe que había vuelto.
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