Podría haber titulado esta entrada 'Obrigado' y haber dejado que el espíritu eufórico de mi recién terminado viaje a Portugal me llevara en volandas hasta una crónica más entusiasta que reflexiva. Sin embargo, he preferido tomar la metáfora de las piedras de Praia da Luz, donde hemos estado durante seis días, para arrancar esta entrada.
En la zona más alejada de la turística (y fatídicamente recordada por la desaparición de Madeleine McCann) Praia da Luz, virando hacia el oeste en dirección a Lagos, nos encontramos una zona rocosa a la orilla del mar. En el paseo vimos primero cómo varias piedras redondeadas se apilaban formando una especie de pirámide. Creyendo que sería algo anecdótico, seguimos adelante, con la sorpresa de que sobre cada roca grande había decenas de castilletes iguales elaborados con cantos rodados. Inmóviles, desafiando a los fuertes vientos marinos, las pirámides se erguían orgullosas ante el océano.
Esas pirámides son el reflejo de este viaje. Un viaje improvisado llevado a cabo con ninguna pretensión y con muchas esperanzas. Y, como las piedras en equilibrio, los miembros participantes en este viaje son piedras que siempre han estado en la misma playa, a la espera de que alguien las reuna, y que por los devenires de la vida han acabado apiladas, unidas, formando un solo pilar que desafía a lo que haya de venir mañana. No digo que seamos un pilar indestructible sino que, como en Sevilla28, somos un grupo de personas que han tenido la suerte de coincidir en un mismo lugar y en un mismo tiempo. Cosas del destino, supongo.
Nunca imaginé que nos veríamos viviendo bajo el mismo techo durante una semana, y sin embargo, a eso hemos llegado. No niego que echaré de menos vuestras risas, que Ana se acerque con una sonrisa y te de un beso antes de irse a dormir, la continua vitalidad del Canina y ese ingenio que solo "en el barrio" podría encontrarse ("no me había yo terminado las uvas y ya iba mi colega bajando la escalera con los petardos tirándolos a las puertas de las casas: pa, pa, pa, pa..."), las discusiones y las charlas con Jose (Yoooosiiiiiii) en la que probamos a ver cuál de los dos puede ser más cabezón a la hora de defender lo que cuenta, la ilusión desbordante y apasionante de Lucho plasmada en un momento en el que te susurra desde abajo de la escalera si quieres escuchar la armonía que acaba de ocurrírsele para una canción, cuando Tere cambia de tono porque lo que te cuenta ya es algo más serio que una simple bordería gaditana (salada como el mar, ingeniosa como un pueblo que a base de palos ha aprendido a reírse de sí mismo), las charlitas cortas con tu hermano cuando ya estás rendido en la cama y a punto de cerrar los ojos (tanto los cerramos que perdiste el autobús y ninguno de los cuatro escuchamos la alarma).
Apilamos las piedras de nuestras agendas de exámenes, distintas ciudades y vacaciones y construímos una torre en un dúplex de la parte alta de Vila da Luz. Y confiamos en que el tiempo y el mar no nos llevase por delante, a pesar de que estuvimos a punto de perder el equilibrio (yo más que nadie en variados boquetes en la arena, calles empedradas y escaleras) y en que ningún animal despistado (llámese perro de la playa, llámese la desidia y nuestras ocupaciones que nos alejen) viniese a llevarse por delante nuestro osado equilibrio de una semana de lucimiento y meses de trabajo.
Como en la tarde en los acantilados de Lagos, como piedras que viajan juntas y confían plenamente en que el tiempo respete su formación, miramos al mar, a ese infinito océano hermoso y dorado por uno de los atardeceres más evocadores que he visto nunca. Y en ese océano enterramos nuestros mosqueos de última hora, nuestro humor negro y nuestras bromas que no siempre sientan bien, nuestras diferencias de edad y los distintos momentos por los que estamos pasando, enterramos nuestros demonios y sacamos a flote nuestra paciencia, nuestra esperanza, nuestro cariño y los buenos momentos. El océano nos da la luz para seguir, el aliento para olvidarnos del móvil y pensar solo en esa casa del Algarve, nuestra casa. La de la sombrilla voladora, la de aprender a liar tabaco, la del círculo de la muerte, la de hablar en portugués porque, ante todo, somos rrraudos y rrrepetitivos; la de los desayunos de una barra de pan entera en la cocina con la cara de otro, la de las barbacoas en la terraza con cinco obreros mirándote desde el andamio, la de las noches de tranquileo bebiéndose sus cubatas con los colegas...
Como las piedras, nunca nos imaginamos que alguna vez nos reuniríamos en septiembre en una playa solitaria de Portugal y que seríamos capaz de hacer de la normalidad y la naturalidad nuestras armas para aguantar la semana. He de admitir que esta semana de vacaciones ha sido la mejor de mi vida. No estoy exagerando ni me he pasado, aunque tiendo a la exageración y a recordar las cosas como yo quiero que hayan sido (¡ay, que la realidad no te estropee un buen reportaje!). Estas vacaciones han sido las mejores porque creo que este año ha sido cuando más las he necesitado, y porque me lo jugaba todo a una carta: un viaje y una sola semana para triunfar y desconectar o para fracasar y perder mi única semana libre del año. Y me lo habéis servido en bandeja de plata y he disfrutado del sabor de la victoria (que sabe a Sagres, a carne a la plancha y a agua de mar).
'Obrigado' era la palabra para esta entrada, pero han ganado las piedras y el afán de hacer algo profundo. Al final, me he puesto nostálgico y emotivo como siempre. Pero es que merece la pena emocionarse cuando se os tiene cerca, igual que es inevitable echaros de menos cuando se os tiene lejos. Las piedras se quedaron en Praia da Luz y vendrán durante meses distintos paseantes que las verán como algo curioso. Nosotros pasaremos el otoño refugiados en nuestras rutinas y en nuestras decisiones (curso nuevo, propósitos nuevos), y cuando llegue el septiembre que viene elegiremos un nuevo reto y recorremos el camino de vuelta que siempre pasa por la incertidumbre.
Este año todo comenzó con un estado kamikaze de Tuenti en el que pedía un viaje con quién sea y a dónde fuera, el año que viene habrá que seguir nuevas pistas. Lo que sé es que este año habéis sido vosotros y he sentido que en el Algarve estaba mi casa. Gracias por abrirme las puertas, por invitarme a sentarme, por recibirme con una mirada profunda y una sonrisa sincera, y por dejarme que me quede. Porque me abrísteis una puerta y entré con miedo hasta que me invitásteis a sentarme, y desde entonces, quise volver siempre a aquel sillón en el que me siento tan cómodo, en el que me siento como en casa.
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