Sí Señor, la locura. En una semana en la que no he parado de hacer trabajos ni un sólo día (y lo peor es que aún podría haber tenido más obligaciones), de repente llega el viernes como un infierno y al salir de la Escuela una frase inaudita del guarda de seguridad, que creo no me ha dirigido la palabra en la vida.
- ¡Hasta el lunes! Están ahí esperándote tus amigos- me dice sonriente.
Yo pienso que se refiere a mis compañeros del lobby del Grupo C (C de Cabreo este fin de semana), pero me reafirma que son mis amigos que han venido a buscarme. Y sin esperarlo para nada, el coche de Tere aparcado en medio de la salida, atrevido y de espaldas. Jose, Lora y Tere se bajan del automóvil y espero que se dieran cuenta de cómo se me iluminaba la cara. Mis compañeros, que van saliendo, han notado mi alegría, porque los veo sonreír cuando pasan junto a nuestros abrazos.
El viaje que pensé que nunca llegaría a buen puerto, ha resultado inaudito. han venido a recogerme, algo que nunca nadie había hecho por mí en esta ciudad, y para mí ya sólo con eso me tienen conquistado. En el largo viaje en coche a través de la infinita Alcalá les pongo al día de mi vida aquí y les informo que tengo que seguir trabajando cuando lleguemos a casa. En ningún momento escucho quejas, sino proposiciones, ayuda y ofrecimiento. Respiro hondo y agradezco su comprensión porque esta semana me va a estallar la cabeza.
Al llegar a casa me doy cuenta de que para estos tres grandullones esta casa se queda pequeña: a Jose se le salen los pies de la cama. Es la primera vez que hospedo a un trío y no sé cómo lo vamos a hacer. No pasan ni tres horas y la casa ya está absolutamente revolucionada. Ha llegado la locura a mi hogar y me sobrepasa por todas las vertientes: calcetines en la terraza, maletas abiertas, botines bajo la mesa, macarrones rodando, posavasos como fichas de póker, vasos por todas partes, sillas en medio de ningún lado... Jose me nota cómo me voy poniendo blanco. Para colmo, la cama se desfonda y a mi me da un ataque de ansiedad del que no me he recuperado hasta esta mañana.
La noche se va transformando y creo que por primera vez desde que estoy aquí me hacen sentirme como en mi propia casa. Siento que es éste mi sofá, éstas mis lámparas y mis puertas, y mi escasa comida la que custodia el frigorífico. No es un decorado, ni la habitación de hotel en la que creía vivir, sino mi modesta casita. Hago una pausa en mi infierno de la Escuela y me dejo llevar.
Lo primero que me dijeron al llegar estos tres a Madrid fue que había perdido el humor. ("Ni de coña, no puede ser, soy el mismo de siempre"). Iluso de mí. De repente me doy cuenta de que se me agria el carácter con esta vida que no es vida de carreras por los pasillos del metro y horas largas frente al ordenador. Y poco a poco, a lo largo del fin de semana, me comprometo a volver a ser yo pase lo que pase. Más maduro e independiente, sí, pero yo al fin y al cabo.
Como siempre, por encima de los hechos están las palabras en las que me refugio, no en vano asocio mi felicidad a esta lengua escrita con la que tanto disfruto en cada línea. Tres momentos: cuando Jose y yo bajamos a comprar cuerda para intentar arreglar la cama y todo el proceso de "Bricolage para una sola noche" (los resultados no duraron ni 24 horas) y nos dedicamos a saquear las obras de San Bernardo en busca de maderas para mi cama herida de muerte mientras dábamos repaso a mi situación, que me trae loco (¿te has dado cuenta que te has convertido en mi confidente?); la charla con Tere en el almuerzo del domingo, creo que la primera vez que hemos hablado en serio, la primera en la que he visto a esa gaditana en todo su esplendor (¡Qué razón los gaditanos cuando dicen que nos trajeron a Sevilla la gracia! ¿Quién si no?) en una charla que se me queda en el recuerdo porque los minutos se me han pasado volando entre risas; y una memorable conversación con el Lora, sobre el colchón en el suelo después de que la cama firmara su sentencia de muerte, creo (y esto es duro escribirlo, pero más darse cuenta de que es verdad) que la más larga que hemos tenido nunca, y en la que me dí cuanta de todo lo que me estoy perdiendo, que quizá hace falta que me venga a Madrid para despertarme a base de tortas.
En mi infierno, sin sentido y sólo con dirección al suicidio social, ha llegado la locura, bendita locura, la de este fin de semana. No me ha dado tiempo a darme cuenta de que se han ido, porque todo ha sido tan rápido y he estado tan a gusto, que me parece que han estado siempre aquí, y que cuando mañana suene el despertador, escucharé al Lora ronronear haciéndose el remolón, luego vendrá Jose a tirarse a mi lado para despertarme, y mientras veré a Tere apurada intentar adecentar la casa lo justo para que a mí no me dé un infarto. Pero no pasará.
Esta vez son sólo cinco días para volver a tener cenas en casa, alguien con quien hablar en la cocina, alguien con quien ir a la compra, alguien para jugar a las cartas, y con quien buscar aparcamiento por Madrid. Este fin de semana habéis hecho mucho más que ser amigos, que visitarme, que animarme. Este fin de semana con vosotros he recordado lo que es tener una familia cada minuto a tu lado, ahora que la mía no está cerca.
1 comentario:
Me encanta que haya algo de locura en tu vida.
pd. Estoy buscando fecha para llevarte un poco de locutra...
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