Paso por delante cada día y no puedo parar de mirarla. Me produce respeto y me llama la atención por cada detalle que no ví el día anterior. No sé nada de ella, y aún así me produce una sensación de cercanía que no tengo con ningún otro edificio en esta ciudad.
La casa encantada está en el número 15 de la calle Carranza. Tiene cinco plantas y su fachada parece enlutada, polvorienta en grado sumo, quizá heredera de un incendio años atrás, o solamente objeto de la desidia de las instituciones y de sus propios inquilinos. Sus balcones se muestran desvancijados, los hierros oxidados y la piedra oscurecida. En su puerta de madera agrietada, ya sin barniz después de los ataques de la lluvia, el sol y el frío, se observa el peso de los años.
La casa se construyó a finales del siglo XIX como casi todos los bloques de la zona, y parece que desde entonces viva en el olvido, condenada a estar siempre igual, a no tener más moradores que los fantasmas que la levantaron. En su planta baja, una pollería con puerta metálica cerrada a cal y canto con una persiana gris y llena de desconchados en la laca que la tiñe. Las letras del letrero, de mármol, parece que algún día fueron doradas, pero ya no queda nada de su resplandor pasado. Por encima de la persiana, una rejilla que sólo permite ver oscuridad y vacío.
Los domingos, cuando vengo de Luchana a las once de la noche, veo un resplandor en la cuarta planta. Una luz tenue como de candil siempre ilumina uno de los balcones de la tercera planta. Siempre la misma ventana, siempre la misma luz. De día no parece haber vida, pero de noche siempre hay alguien en ese balcón que quiere hacer saber que está ahí. Pero no sólo la luz, si pasas de madrugada escucharás metales que caen dentro de la vieja pollería, e incluso alguna vez podrás sentir que sale calor del espacio diáfano por la rejilla superior.
La casa abandonada me seduce: siento que está ahí, quiero empujar su puerta y entrar, pero no me atrevo. La casa abandonada representa esta nueva etapa. Quiero saber el porqué no me permito entrar, qué es lo que me impide meterme en sus pasillos oscuros y buscar al inquilino misterioso del candil. Quisiera investigar y escribir una entrada de cómo es la historia de Carranza 15, las causas que la han llevado al abandono, pero me conformo con escribir sobre sueños e inquietudes. No termino de cruzar la puerta de este Madrid que me acoge, a pesar de que soy un extranjero que se siente bastante cómodo en esta ciudad.
La casa abandonada, como esta ciudad, me llama a gritos y me invita a disfrutar de ella un poco más, a dejar de verla como una tierra hostil. Pero por ahora no puedo. Quizá tengo miedo a que me guste demasiado, a que sea como la casa de Carranza, que cause en mí una necesidad. Lo bonito es pensar que estoy recuperando esas ansias de Madrid que tenía cuando estudiaba en Sevilla, y que ahora que estoy aquí puedo ver este Madrid con sol en directo que el temporal me ha cedido durante estos últimos dos días.
Quizá haga el reportaje de la casa encantada, quizá mañana abra la puerta y me aventure por su escalera crepitante hasta la tercera planta, donde viven los misterios, los de la casa y los míos, los que ni siquiera yo conozco y aún no sé si quiero conocer. Qué de miedos esta semana, y todos siguen ahí atormentándome, desde ese balcón iluminado cuando llega la medianoche...
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