miércoles, 4 de mayo de 2011
Desubicado
Se me hace raro esto de amanecer en Madrid y, a media tarde, despertar de la siesta en Sevilla. Pero las fiestas de primavera es lo que tienen: si quieres llegar a disfrutarlas, es necesario sacrificar horas de sueño, descanso, trabajar más de la cuenta y evitar contar las horas para coger el tren.
Se echan de menos, y más cuando vuelves a esa redacción sin ventanas en la que la luz del sol es una utopía. Esta vez veré a Sevilla vestida de volantes, con las orejas llenas de farolillos y con una banda sonora de bullicio y sevillana a todo trapo saliendo a través de las cortinas de lona de rayas bicolores. Sevilla ha transformado en una semana la agonía del crucificado en la gloria festiva del baile, ha cambiado la torrija espesa y empalagosa por el pepito de lomo pasado por la plancha con ajito y aceite de oliva. Sevilla se ha quitado la mantilla negra para engarzarse la peineta colorida y la flor.
Sevilla es bipolar, como yo. Y quizá por eso allí me siento cómodo, aunque tenga que cambiar en horas el chip de mi cabeza para no verme desbordado por las fiestas que transforman la ciudad. En Semana Santa llegué a la fiesta tan a bocajarro que me encontré desubicado, pero intentaré superar el trance esta vez con más dignidad. Vuelvo a Sevilla, a ver Triana en el mes de abril. Sí, en abril, porque mientras haya Feria, abril no se resigna a marcharse y ceder a mayo la gloria que siempre le ha correspondido: la de la alegría del albero, el caballo, la risa y el farolillo.
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