Dicen que los españoles, sobre todo la generación en la que me inserto, no sabemos valorar el peso de nuestro legado. No me refiero al amor a las cruzadas y a la nostalgia del Imperio que tienen los grupos de ultraderecha, ni al deseo de que vuelva Franco que tienen algunos enfermos... me refiero a nuestro legado cultural, ese que nos hizo brillar en algún momento y que obligó a la orgullosa Europa a bajar su imperial cabeza para mirar a España, esa gran desconocida.
Hoy me he acercado a la Fnac para ver qué hay de nuevo y, principalmente, para que me dé el sol un poco. Allí me he topado con dos compositores en forma de CD que me han obligado a comprar su música: Cristóbal de Morales y Tomás Luis de Victoria.
Empecemos por Victoria. Heredero del magistral y espléndido sevillano Francisco Guerrero y del también hispalense Juan Vázquez, el abulense Tomás Luis de Victoria fue el músico más brillante de Europa. En su época lo llamaron "príncipe de los músicos" y era un quebradero de cabeza para el padre de la música de la Contrarreforma, Pierluigi da Palestrina. Palestrina difícilmente podía competir con las partituras de Victoria -a pesar de su magnífica Misa del Papa Marcello-, y el español llegó hasta la capilla del Vaticano como maestro absoluto. El mejor músico de la historia de la música española y un olvidado ahora que se cumple el Cuarto centenario de su muerte.
Cristóbal de Morales no se le quedaba atrás. Durante 10 años he estudiado música en el conservatorio de Sevilla que lleva su nombre y, sin embargo, nunca me he esforzado por saber a santo de qué le habían puesto a esa institución ese nombre. Resulta que, ahora que pretendo hacerme un hueco entre los culturetas de la Clásica, me pongo a leer sobre la Historia de la Música y lo descubro. Cristóbal de Morales nació en el cambio de siglo, en 1500. España vivía bajo el influjo de un Renacimiento que iba a cambiar el mundo y la cultura, y Cristóbal de Morales se empapó de él. Llegó a ser director de la Capilla papal en Roma, y es la cabeza de la Escuela Sevillana, la más prolífica y rica de la historia de la Música de España. En una etapa en la que Madrid aún era un pueblo grande de La Mancha, Sevilla era la puerta abierta al Nuevo Mundo, llamada Nueva Roma. De su puerto salió la primera imprenta que llegó a América, hoy potencia editorial.
De Morales volvió de Roma a una Sevilla bulliciosa y marítima a pesar de no tener mar, y demostró ser "luz de España en la música", como lo llamó el teórico Juan Bermudo. Exquisito, con fama en toda Europa, Cristóbal de Morales hoy tiene un callejón peatonal en Sevilla, desconocido y oculto, del que nadie se acuerda. El otro gran maestro de la Escuela sevillana, Francisco Guerrero, ha dado su nombre al conservatorio de Nervión, pero tampoco ha llegado más allá de eso. Es impresionante que tengamos músicos de fama internacional, de la Edad de Oro de la música española, para bautizar todos los conservatorios de la ciudad (Manuel del Castillo, otro gran olvidado, esta vez del siglo XX, da nombre al Superior), que hayamos tenido una Escuela sevillana que deslumbró en Europa, y sus obras no se programen nunca ni aparezcan apenas en los libros de texto.
Lo dicho, estaba en la Fnac de Callao cuando he visto la Misa para la fiesta de San Isidoro de Sevilla de Morales y me la he comprado. Isidoro de Sevilla, arzobispo de la capital hispalense, fue, aunque casi nadie lo sepa, el que escribió la primera enciclopedia de la Historia, las Etimologías. Al leer el libreto del disco, leo que es música dedicada a la festividad del santo sevillano en el día que la Iglesia fijó para recordarlo: el 4 de abril. Hoy es 4 de abril, y es la primera vez que escuchó y sé valorar a Cristóbal de Morales. Hay casualidades en la vida que sirven para descubrir cosas que no sabías, pero creo que esta es la casualidad de las casualidades.
No sabemos nada ni tenemos interés en saber algo, o al menos esa es la conclusión a la que llego hoy. Miramos tanto más allá de nuestras fronteras, que no sabemos que años antes de que nacieran los grandes maestros de la Música Clásica universal, nosotros ya teníamos nuestros propios Bach, Mozart y Beethoven. Mientras Salzburgo, Bonn y Mannheim celebran a sus ilustres compositores, a nosotros parece que no nos importe nada. Somos tan necios -yo incluído-...
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