Aunque yo llevo pidiéndolo toda la vida porque es mi favorito, el café vienés ni siquiera existe en Viena. De hecho me contaron en la Calle Larios que lo inventó un malagueño y que le puso ese nombre para que tomara el caché de la vieja Europa. Es un café negro como el carbón con dos dedos de nata montada por encima, servido en copa o taza de cristal para que se vea la bipolaridad de los colores, un café magnífico porque el azúcar ya lo lleva la nata, y la textura que resulta de la mezcla es el equilibrio perfecto de un café para una tarde de lluvia.
Vuelve a llover en Madrid, vuelve a hacer frío, es martes y trece y el tiempo arrecia contra los cristales de la balconada. Bien hice en no limpiarlos después del temporal del final del invierno.
Esta tarde, mi primera cita con el Madrid castizo. Después de acercarme a la alpargatería Antigua Casa Crespo para hacer un reportaje (el local más antiguo de Madrid, según El País), me llama 'la rubia'. Ana se ha cruzado conmigo hace una hora aproximadamente montada en su moto Habana blanca mientras yo recorría Monteleón en busca de un sitio pintoresco en el que reportajear. La veo llegar con su abrigo rojo de niña pijilla reconvertida a la parada de Metro de Tribunal donde hemos quedado, y me lleva a un café de esos de puerta de cristales y exterior de madera con faroles y frontón recto en Vicente Ferrer.
El café es de otro siglo. En una mesa de formica redonda junto a la ventana, un guiri enseña inglés a dos chavales que lo miran pasmado pronunciar con acento británico las frases del libro que tiene delante. Más adelante, un salón vacío pintado en rojo con zócalo de madera y lámparas con tulipas floreadas que penden del techo sobre cada una de las mesas blancas. Nos sentamos al final del salón. Chocolate español para Ana, café vienés para mí. Charlamos del día y de la vida, por fin fuera del máster (aún no nos habíamos visto simplemente para tomar un café y por el sencillo placer de vernos tras un encuentro casual). Al final del café, en un tercer salón que parece estar en las profundidades de la tierra, un trío de señoras cuchichean sentadas en una mesa alta, mientras el camarero prepara en la barra un batido en una copa acampanada.
Qué placer esta hora tranquila, sintiendo que has aprovechado el día y que ahora el descanso es merecido. El café flota en otra época y me hace olvidar mi vida frenética por escasos 45 minutos. El periodista no tiene más tiempo, hay demasiado que hacer y muy pocas horas. Quien encuentre mi paz, por favor, que me la devuelva.
1 comentario:
El vienés es un café versionado del capuccino, prácticamente tan antiguo como él, antes de que ni siquiera se conociese en españa el propio capuccino. Anda que malagueños.. y por cierto, es con crema batida, no con nata...
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