miércoles, 13 de enero de 2010

Siempre nos quedará Sevilla


¿Es posible presentir antes de marcharte que la ciudad en la que naciste te dice adiós? ¿Es una locura? Esta noche, fría y seca después de semanas lloviendo, volvía de una charla enriquecedora con un amigo, cuando he sentido que la Sevilla a la que había dicho que no echaría de menos me despedía. Durante los 15 minutos que he estado caminando hasta mi casa no he visto ni un coche ni un alma por las calles de mi barrio. Sólo silencio, sólo los sonidos que la ciudad se reserva como su música particular y que interpreta únicamente cuando nosotros dormimos, ajenos a lo que sucede más allá de nuestros sueños.

La humedad, esa que sube desde las veredas del Guadalquivir, de tardes de césped en Capote al sol de la vega de este río de mentira que cruza la ciudad, me calaba los huesos a la una de la madrugada, cuando caminaba hacia casa. Y de repente, algo me hace estremecerme. No es miedo, ni dolor, sólo es una extraña comunión entre esta urbe caprichosa y yo.

Me detengo en la esquina de la parroquia, junto al buzón y me paro a contemplar los semáforos. Cambian sus brillantes luces de color y no hay coches que obedezcan sus señales. Nada hay que indicar, nadie que los vea, pero siguen centelleando, del verde Esperanza al amarillo albero de esa feria que este año no se si veré, pasando por el rojo de la bandera hispalense sobre la que se tatúa el 'Nomadejado' de aquél que reconquistó la ciudad. Me voy y la vida sigue, no sé qué esperaba. Los semáforos seguirán destellando aunque no haya nadie que los mire.

Sigo detenido, a pesar de que tirito, y puedo escuchar al búho molesto que no me deja dormir algunas noches porque canta en la madrugada, veo algún que otro gato entre los coches y puedo sentir el susurro del viento entre las hojas mojadas de los naranjos. Parece mentira que nada, ni una sola moto, enturbie el momento. Sevilla me dice adiós, me pide perdón por las semanas lluviosas y por no poder disfrutar de sus tardes de sol antes de irme, me dice que vuelva con historias que contar y que nunca la olvide.

Sevilla, la de mi pequeño barrio, la de las calles de mi infancia y los edificios de mi día a día, la de mi colegio y mis tardes de universidad, la de las confesiones en sus cafeterías y las risas en las barras de sus bares. La Sevilla sentimental me dice en silencio que me echará de menos, y es precisamente esta Sevilla atípica y sin monumentos, la que no forma parte del skyline que llevo semanas memorizando en mi retina, la que me despide en el descuento. Silencio para una despedida que a estas alturas ya no esperaba. Adiós Sevilla, mi Sevilla, la que nunca duerme, la que me habla a través de los ecos, de las fuentes y las ráfagas de viento que juegan entre las columnas y las rejas. No hace falta que digas nada, tú también me contarás todo lo que vivas en mi ausencia.

1 comentario:

Álvaro Méndez dijo...

Fascinante Miguelito! Espero que cuando vuelvas a Sevilla después de esta aventura que comienzas te lleves de Madrid, por lo menos, la mitad de esas sensaciones de vuelta a casa