Mi calle es uno de los ejes del barrio. Larga como ella sola, se extiende hasta la Cruz del Campo. Dependiendo de la dirección que cojas, a escasos metros de mi portal hallarás la residencia de mis dos vecinas. Cada una de ellas con su propia farmacia, allá donde veas una cruz verde, hallarás sus casas.
Mi 'cuñaíta' es entrañable. Probablemente cuando la conocí le eché tres edades distintas en 10 minutos. Es imposible, como conmigo, descifrar lo que cruza por sus pensamientos. Tiene un genio y una personalidad que ya quisiera yo para mí, es tajante, pero en ningún momento la verás olvidar ese espíritu de niña que sólo se ve desde fuera si miras el brillo de sus ojos, esa luz que desprenden sus retinas, ese destello de cristal que te da envidia y te hace preguntarte por qué olvidaste esa parte de tí. Sin embargo, no creas que elude responsabilidades. Si te ve flaquear, antes de que se aflojen los tornillos del andamio y creas caer al vacío, ella lo ve, sintoniza el movimiento, y con un acto más sentido que reflejo, te agarra fuerte del brazo y le mete un empujón a tus inseguridades. Quien le diga que no sabe de lo que habla ni lo que hace porque es del 90 es que no sabe lo que se esconde detrás de sus mechones intrépidos, de su cabellera rebelde pero profundamente carismática. Si muestra debilidad es por pura bondad, no se siente menos por flaquear, ni un rubor es una derrota, es que la niña que lleva dentro le pide a gritos salir. No olvidaré estas conversaciones en persona y sobre todo vía tuenti, porque no dejaremos de tenerlas.
Si bajas la calle en dirección contraria te encontrarás con la bocacalle de Laura. La Poyatos, la siempre sorprendente Poyatos es todo lo que nunca te imaginarías. La primera impresión te hace pensar que es quizá una de esas estilosas jovencitas que no piensa en otra cosa que en mirar por encima del hombro a los demás y hacer lo correcto cual libro de protocolo. Cómo nos equivocamos cuando prejuzgamos, ¿verdad?. Laura es divertida, espontánea, juvenil, nostálgica de hoja caduca de otoño y tren que se marcha de la estación al vuelo de pañuelos blancos de despedida (como yo), y cariñosa de rubor en las mejillas, como la otra vecina. Madrid fue un antes y un después y ahora es sólo un mientras, porque nada cambiará lo que pase a partir de mañana. Has ganado tantos puntos desde la famosa frase del 10 en Farmacia, que te me sales de los baremos de media ponderada. De nuevo los prejuicios que me dan un bofetón, no hay quien aprenda. ¿Qué hago contigo? Eres otra de las que se mantiene conmigo hasta las tantas de parloteo en el chat, la que se queda siempre hasta la última en las cervecerías y la que cierra las discotecas literalmente...
Cuando abandone la calle, ya no buscaré vuestras ventanas encendidas, porque desde mi balcón de Madrid sólo veré gente correr con la cabeza agachada por el frío. No os veré cruzar, no tendré vuestros desgarros flamencos en el primer banco del coro, ese coro que se vuelve rociero, que toca las palmas por rumbas y bulerías porque le sale del alma, sólo por eso, porque esas cosas no se ensayan, sino que se deciden sobre la marcha. ¿Ya estáis llorando? No esperaba menos, más lloraré yo en el exilio.
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