Son las siete de la tarde y el tintineo de unas campanillas indican que estamos entrando en el bar. Tras varias vueltas por Chamberí, Rafa y yo nos sentamos en una pequeña mesa. Tenemos bastante con lo que ponernos al día, hace demasiado que no nos vemos y me apetecía mucho encontrarme frente a él en lo que espero que sea un encuentro de tantos.
Sentados allí, de repente entra un señor sesentón con el pelo lacio y blanco, casi plata. Rafa está de espaldas a la puerta y al pasar el hombre, lo mira y se para a saludarlo. Por lo visto el señor ha visto a Rafa en otra ocasión acompañando a Pedro López, y parece que la ligera interrupción va a quedar en anécdota. Con la camisa azul gastada y muy abierta, y una copa de vino blanco en la mano, el hombre regresa de la barra y se queda de pie junto a nuestra mesa.
Mi resfriado por culpa de la calefacción me ha hecho perder parcialmente el olfato, pero los ojos vidriosos de nuestro interlocutor no engañan: demasiado alcohol para esas horas de la tarde. El hombre nos estrecha la mano y le habla a Rafa de que lo vió en algún lugar acompañado de una chica. Rafa lo duda, y le pide más detalles. Conforme se construye la escena con nuevos datos, más sabemos que la historia no es real. Cada vez que se marcha a la barra a tomar otro trago, cada vez que se aleja, miro a Rafa, porque no estoy acostumbrado al surrealismo hasta estos límites.
El hombre nos da la mano una y otra vez y repite los mismos clichés: no es una buena señal. En su ilusión, cree que somos músicos, y que Rafa se llama Enrique (no deja de llamarlo así a pesar de que lo corrige). Aquí es donde comienza a narrar, indignado, su prodigiosa historia.
Sacando el carnet de identidad para darnos sus datos, porque el hombre sabe que de entrada no le creemos, nos explica que es el batería de Los Brincos. Sólo conozco el grupo de oídas, pero no los he visto, por lo que no puedo corroborar ni desmentir. Empieza a hablarnos de homenajes en la sala Galileo Galilei en los que tocan Los Brincos, Radio Futura, Antonio Vega (muerto desde hace meses, es uno de los indicadores que me hacen entristecer con este suceso), Los Secretos... A estas alturas, ya sabemos que el hombre ha perdido la cabeza allá por los noventa, y a mi ya sólo me sale la sonrisa forzada.
En su memoria, se considera a sí mismo "el mejor puto batera que ha dado España". Nos hace tocarle el bíceps para darnos cuenta de que aún está en forma, y sigue contándonos que estaba casado con la cantante Cecilia, y se cree su historia, porque incluso se asoma una lágrima a su ojo. Recuerda como "un moro y una cabra" se cargaron a la cantante. Dice frases sin sentido, sigue dándonos la mano a cada rato y haciendo alusiones a cosas que no conocemos. Se indigna con el musical recién estrenado de Nino Bravo y dice que él lo haría mejor, por eso se pone a cantar a gritos en el bar. Es un escándalo y él lo sabe. "No pueden echarme del bar, no saben quién soy yo". Nos pide perdón. Sigue cantando, su voz suena tan desafinada y destemplada que da pena.
Nos quiere componer una canción única y por ello pide la libreta al camarero. Nos pide un boli que no tenemos, y finalmente empieza a esbozar garabatos. No está escribiendo nada, y finalmente le da a Rafa una especie de autógrafo sin pies ni cabeza. De sus ojos delirantes se escapa la soberbia del que fue una estrella del pop.
Rafa se levanta en un descuido del hombre y paga. Ya es hora de que termine la función. Sigue llamándolo Enrique, a veces Quique, y nos damos cuenta de que lo llama así por Urquijo. No sé si es que cree que es él o lo evoca. Cualquiera sabe. Aguantamos el tipo como caballeros pero esto debe acabar y nos despedimos como podemos.
Rafa me deja en casa y continúa por la avenida camino de Argüelles. Lo veo alejarse con su abrigo azul mientras abro el portal. Al llegar a casa miro en el ordenador, con una esperanza infatigable porque el hombre no esté loco, pero en la lista de Los Brincos no aparece su nombre, ni en ningún homenaje a las estrellas de la Movida. No hay nada. Triste historia la de un batería imaginario, un pobre loco que sueña con que regrese una gloria y unos aplausos que nunca sonaron para él, que llora por una esposa cantante que nunca le amó, que añora cosas que no vivió. Dice Rafa que me encontraré a muchos así en Madrid, que la locura es algo más común de lo que parece. Quizá mañana pisemos el mismo bar y siga allí, de pie junto a alguna mesa, contando su leyenda, exhibiendo su arrogancia de estrella, clamando por un poco de atención, buscando una mirada desde sus ojos vidriosos. Y seguro que no habrá nadie que lo escuche.
1 comentario:
Miguelito:
esta hitoria me ha conmovido!!!
que bien escribes... y que envidia me das.
Muchos besitos al sevillano más wapo que esta en los madriles. Y hablando de rafa como lo haces dale saludos, que aun me acuerdo del espino.
Muchos besitos
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