¿Para qué estamos aquí? ¿A dónde nos llevan los caprichosos bandazos de la vida? Quizá demasiada retórica para un día de resaca de cansancio posconcierto. Acabamos de volver de Valencia, los del coro de siempre, Sevilla28. Y creo que nunca me imaginé que este concierto, después de todos los que llevamos, fuera a ser el más especial.
Nazaret es un barrio de esos que nadie quiere ver. Oculto, pasando el último puente del Turia, en una zona de terrenos bajos y rodeado por huertas que un día fueron el esplendor comercial de la zona, se muestra como una especie de suburbio con poco que ver con la cercana Avenida del Puerto o la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En el centro de este barrio, una parroquia que lleva el nombre de la patrona de la ciudad, pero también el de una advocación que refleja muy bien a los habitantes de la zona: los Desamparados.
Llegamos allí con nuestros instrumentos, con las ganas de hacer lo que mejor sabemos hacer y, por qué no decirlo, con un poco de nudo en el estómago por lo que nos podíamos encontrar allí. Los preparativos fueron bien, adaptando el concierto al nuevo escenario, ensayos sin parar, preparación del vestuario en la "trastienda" de un colegio y retoques a la distribución para que entrásemos todos en un escenario que para 14 personas siempre se hace pequeño. Valencia, encabezada por Matute, Víctor y los postulantes, había dado todo lo que podían dar -y más aún- para que Sevilla28 fuera allí. Ya solo con entrar en los pisos donde íbamos a dormir nos dimos cuenta que aquello era algo más serio de lo que pensábamos. Habitaciones más que de hotel para nosotros, que no éramos nadie... Pagadas por una parroquia más que modesta, que nos ha tratado como reyes solo porque vamos a actuar a su barrio.
Valencia me ha tocado, creo que nos ha tocado a todos, en el fondo de nuestro ser. El bofetón de realidad ha sido tremendo, y creo que nos hemos dado cuenta de que el coro es más que música, más que el dinero que recaude -algo que aquí no importaba-, que es evangelización, que es fe viva, una muestra de lo mejor de nosotros sobre un escenario. El concierto de Valencia ha sido leer el entusiasmo de un barrio en los ojos de la gente a la que la crisis ha azotado con más fiereza, gente excluída por designio social y por castigo. Y ese entusiasmo vale más que cualquier riqueza tangible del mundo. En cierto modo, como decía San Agustín, hemos predicado con la música, una música más sencilla, muy lejos de esa música de las esferas planetarias que suponía para el Padre de la Iglesia una celestial muestra de la grandeza y la perfección de la creación.
Volvemos tocados, tocados por una música que no entiende de pentagramas, la de las risas sinceras de aquellos que en un concierto de 14 sevillanos ven un motivo para sonreír cuando todo te induce a llorar. Creo que en Valencia hemos sido misioneros, sin creernos nada, nos hemos demostrado a nosotros mismos que en las periferias de nuestras ciudades está la gente que más necesita un soplo de aliento. Y en la periferia valenciana, allí donde Víctor y Manolo tienen su campo de acción, entre prostitutas e inmigrantes, con el mundo de la droga cerniendo su oscura sombra sobre las calles del barrio, creo que hemos visto a Dios entre los muros de un colegio. Y nos ha cogido por los hombros para zarandearnos y despertarnos, para decirnos que Sevilla28 es un estandarte, pero sobre todo un sentimiento, una fórmula para sacar lo mejor de nosotros y que eso no se nos puede olvidar.
Hay que darle gracias al coro pero, las gracias que nunca dejaremos de dar son para Valencia, para aquellos que nos acogieron en su casa y nos hicieron darnos cuenta, bofetón de por medio, de que cuando ponemos toda la carne en el asador, podemos lograr grandes cosas. Que las cosas importantes no se cuentan por fajos de billetes ni por aplausos, sino por gestos. Una sonrisa de aquel que hace meses que no sonríe es el mejor logro de este coro, de este grupo de chavales acomodados que han jugado a ser misioneros un fin de semana. Que los verdaderos misioneros se quedan allí, en la plaza de Nazaret, en la casa de acogida para presos de La Punta, en el colegio en el que nosotros actuamos... Con este concierto nos llevamos un pellizco en el corazón, lo más importante sin duda. Y una conclusión, que me hizo ver Carlitos Galán esta mañana: "Que cada uno con lo que ha recibido se ponga al servicio de los demás...".
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