Dios mío, qué febrero... Qué de días en casa inventándome maneras de entretenerme en esta ciudad que no duerme ni un lunes a las cuatro de la mañana.
Entre las noches hasta las cinco de la mañana fumando sin parar para acabar ese pregón que me pesa en los hombros ha pasado este mes en el que la Semana Santa tenía que brillar en mi salvapantallas, en mis páginas de Word, en las marchas que ponía en Youtube para acercar esa primavera florida a mi casa de Madrid. Qué difícil encontrar inspiración cofrade para llenar 34 folios en Chamberí...
Pero lo he logrado, y ya estoy entre retoques de versos y cambios de expresiones para un texto que me temo que nunca quedará perfecto, como tantas cosas en esta vida. Pero han aliviado estos días las continuas visitas. Visitas de todo tipo, desde la de un joven Quesada que ya me saca más de una cabeza a una vecina que está siempre presente, pasando por un amigo del colegio al que pienso que no he echado lo suficiente de menos.
Visitas para hacer que mi casa vuelva a estar llena de vida, que estas calles tengan acento andaluz, sea ese acento precioso de Graná o el seseo que me suena como una nana de mi Sevilla. Y sin olvidar ese deje que es a la vez marcado y delicado del soniquete de mis vecinos de Chamberí, a los que a veces veo menos que a mis paisanos.
No olvidaré esa única noche, fugaz e intensa, que comenzó donde comenzó todo hace unos años, ante la boca de metro de Manuela Malasaña, ese día que el imponente edificio del Ocaso nos hizo adorar esta ciudad trasnochadora. Qué complicado ha sido llegar hasta este reencuentro, pero qué satisfactorio y qué oportuno este viaje exprés. Parece mentira lo que pueden hacer unas cervezas y oir una respiración cercana para hacer que te levantes con otra perspectiva...
Y luego llegó la corte andaluza. Qué maravilla esos viajes en metro si era por encontrarme con vosotros en una parroquia que solo piso cuando os dejáis caer por la capital. Y en casa, la familia, mientras yo dormía en el sofá cama entre excursión y excursión dejándome los riñones en unas tablas que no se las deseo a nadie... Y todo bañado por ese exquisito acento que a mí me suena a campanillas: ese acento tan distinto entre dos ciudades hermosas que miran desde sus altas torretas la gloria de un pasado mejor -almohade y nazarí-. Un acento que esta vez es lo que más echo de menos, curiosamente. Que en Madrid nos llamen brutos, paletos, aldeanos... a mi eso me da igual. Eso es porque seguro que no han oido palabras bonitas dichas por esos labios a caballo entre los reden y la parro, porque no han grabado en el aguafuerte de su memoria frases dichas con sinceridad, desde el corazón, porque lo que se siente nunca ha hecho falta pensarlo.
Y porque echaba de menos esos acentos, que esta vez son los que provocan mi nostalgia, he tenido la necesidad de rememorar aquella tarde por el Paseo de los Tristes, y recuperar los buenos recuerdos. Y he quedado con una chica, otra Quesada, que siempre habla de su mala follá, pero que yo no me la creo. Quizá con los años a mí ya no me engañas. Tú tienes mala follá y yo soy un saborío. Pero eso solo a ojos de la gente, la misma que no sabe ver más que ordinariez en nuestros acentos. Donde estén las vocales abiertas del campo granaíno -de Alfacar a Otura, de La Zubia al Albaicín- y el aspirar orgulloso de finales nervionense, allí estarán mis recuerdos.
1 comentario:
Hay palabras que se clavan en el alma
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