sábado, 12 de febrero de 2011
El espíritu de El Cairo
18 días de espera. Millones de egipcios reclamando su libertad. La plaza Tahrir, el último bastión para lograr un sueño.
He de admitir que en ningún lugar como en un periódico estas cosas se vuelven algo brutalmente emocionante. En la redacción, todos salimos corriendo desde nuestras secciones para apiñarnos en torno a la televisión de la sección de Internacional. Nuestros corresponsales y fotógrafos lo vivieron en la plaza de El Cairo. Se nos aceleró el corazón, nos salió una sonrisa y hubo aplausos.
Adiós Mubarak. Durante 18 días, habíamos visto a un pueblo ejemplar tomar el relevo de Túnez sin tomar las armas. He de admitir que me dió un escalofrío cuando vi la cadena humana que formaron alrededor del Museo Arqueológico de El Cairo para que los pillajes y el expolio no los dejara sin sus tesoros nacionales. Fue el pueblo el que rodeó el museo para que los salvajes no profanaran lo más valioso que el pueblo egipcio tiene: su Historia. Impresionante.
Quienes solo quieran recordar los pillajes y los escasos saqueos en la capital y Alejandría, es que no han entendido nada de esta revolución. Quizá desde el 11-S hemos construido tantos arquetipos negativos contra el pueblo árabe que no podemos acallar los prejuicios. El pueblo egipcio ha dormido en la plaza Tahrir, no ha parado de gritar, y no se ha dejado intimidar por los mensajes de Mubarak que, una y otra vez, les decía que no dejaba su cargo. 3.000 años después el faraón ha vuelto a caer, ha dejado al pueblo libre, a su pueblo, a ese al que solo quiso para poder seguir enriqueciéndose a su costa.
Una revolución silenciosa, una revolución ejemplar. Como decía Obama tras la salida de Mubarak, "el pueblo egipcio no solo ha cambiado el país, sino que ha cambiado la Historia". ¿Dónde esta la barbarie árabe? ¿Dónde el fuego indiscriminado? Qué hermosas las imágenes de los ciudadanos egipcios abrazándose a los militares, qué hermoso unas Fuerzas Armadas llevando al país a la democracia (para la que aún queda mucho) y no aprovechando la coyuntura para instaurar una dictadura militar, qué hermosa la plaza Tahrir llena de gente eufórica, un mar de rojo, blanco y negro. Qué grande el pueblo egipcio, qué lección le ha dado a Occidente, que a la mínima de cambio saca los cazas y envía tropas a países lejanos para sacar tajada.
De todas formas, esto aún no ha acabado. Dicen los expertos que la siguiente es Argelia. Seguiremos atentos a lo que no se perfila como una revolución pacífica como Egipto: el ejército argelino no se anda con tonterías.
Yo me quedo con la imagen de los egipcios junto al museo, esa cadena humana, esa dignidad de un pueblo que ha conquistado su libertad con la palabra. Bendito espíritu el de El Cairo, bendito el pueblo egipcio, que ahora tiene la ocasión para empezar de nuevo, para reconstruir su país arruinado. Ha caído el último faraón. Que el Nilo se lleve los malos recuerdos de 30 años de cadenas.
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