miércoles, 12 de agosto de 2009

Pequeñas historias: 'La mujer que no podía amar'

La conocí en un viaje. No recuerdo bien a dónde ni cuándo. No recuerdo si nevaba, si íbamos en tren o en barco, sólo la recuerdo a ella.

En el oscuro rincón de un café, con la frente caída hacia la endeble mesa circular que la custodiaba. Ese muro y frontera hacia lo ajeno, lo extraño, lo para ella inexistente. El tintineo de su cucharilla contra el cristal de la taza de café era el monótono ruido de su enajenación, el seco chirriar de las cadenas de los recuerdos que vuelven a aflorar.

Las mesas de alrededor lucían brillantes, pulidas, remozadas. La suya estaba igual de limpia, igual de nivelada. Pero la mesa estaba fría, sin brillo al roce de un chaleco blanco, que abrigaba el cuello de la mujer triste. Mi mujer triste desde aquel día.

El pelo, lacio, castaño claro por la acción del sol, se derramaba dulcemente sobre el lienzo terso de su frente, a modo de telón de una obra maestra. No había provocación en el peinado, no había extravagancia, sólo el equilibrio y la elegancia de la hermosura que es cien mil veces bella por sí misma.

Se miraba abatida en el espejo amargo del café. Entre las ondas del brebaje oscuro buscaba la razón de un abandono, quizá de un desamor, quizá de un duelo. Sola en la esquina del café, sola en el mundo de sus pensamientos.

Levantó la cabeza en un instante. Poderosa mirada la que me contemplaba. Exhausto de dolor yacía inmóvil ante aquellas saetas que me atravesaban desde tantos metros de distancia. El sol que penetraba en el salón se reflejaba en sus ojos como monedas nuevas, como el mismo oro deslumbrante. Unos ojos siempre dispuestos a mirar al horizonte, unos ojos profundamente hermosos, pero tristemente huérfanos de amor. Eran los ojos de un corazón herido, de un alma que había sufrido demasiado para seguir riendo cuando un hombre le dedicaba su piropo más cortés.

Aquella mujer no confiaba en los hombres. No podía. Quizá un hondo pesar, una experiencia violentamente desalentadora le hubiera retractado de seguir formando parte del enorme teatro del deseo. Aquella mujer no necesitaba ya más hombres de facciones poderosas y labios carnosos, no más cuerpos atléticos ni voces encantadoras. Necesitaba un amigo, un pequeño ángel, tan frágil como ella, y a la vez con una actitud emprendedora, valiente ante la adversidad.

Pero la mujer del café nunca lo admitiría. Estaba demasiado dolida como para darse cuenta de que se le escapaba la vida entre los muros del salón. Poco a poco cada minuto caía de su tiempo como las gotas de su cucharilla resbalaban por el plato. El hombre al que esperaba pasaría ante sus ojos como el sueño que se olvida al despertar, y ella ni siquiera levantaría la mirada. Porque ella no sabía que lo esperaba.

La gente del café entraba y salía, pero ella siempre permanecía. Siempre su melena pendía cual telón ante la concurrencia. Siempre su pelo destellaba a la luz del mediodía. Siempre sus ojos ocultos fijos en aquel café. Quiso la mujer leer en su taza el futuro que le aguardaba, pero no pudo ver lo desgraciada que era.

Pensé que quizá podría mantener la mirada hacia la mujer triste un segundo más, y si era capaz de arrancarle un esbozo de sonrisa, le diría lo espectacularmente hermosa que era. Pero sus ojos parpadearon, y como quién rompe el encanto, su mirada, aquellos ojos profundos como el océano, volvieron a caer en vertical hacia la mesa de su soledad.

Se había roto el hechizo. No pude reprimir que una lágrima cayera por mi mejilla mientras huía como un niño desolado dejando atrás el café. Al fin y al cabo, la ilusión es solo la condena de los necios.


Un regalito que pretende ser literario. Hace años que lo escribí, pero ahora os lo presento para este verano de tiempos libres e inquietudes de futuro. Como podréis comprobar, es el relato que da nombre al blog. ¿Si la historia sucedió realmente? Eso queda para el autor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente el mundo es tonto y ciego de no querer ver tu talento...si esto lo escribiste hace tiempo, miedo me da leer como exprimes tu literatura a dia de hoy...damasiada sensibilidad y hermosura para estar escondida miguelito...:)

Un parisino animador de suicidios