Nadie es indiferente a él. Es el símbolo de toda una época, un mito de la Historia del Cine como pocos ha habido. Una tragedia impresionante y una vida vivida al límite.
Como parece que febrero es el mes de los héroes (como la temática del Maestranza este año, por cierto), por lo menos eso es lo que quiero que sea desde este rincón del café, no podemos dejar atrás a un personaje que marcó una antes y un después en la imagen universal de la rebeldía adolescente: el grandísimo James Dean.
James Byron (como otro grande) Dean nació allá por 1931, mientras nosotros en España discutíamos por una República que era un cachondeo, en un pueblo de Indiana, Estados Unidos de América. Criado por sus tíos, después de que su madre muriese a los nueve años, dicen que por la noche se escapaba al cercano cementerio a llorar sobre la lápida. Una muerte que le marcaría durante toda su vida y que quedaría reflejada en cada una de sus películas.
Cuando tenía 17 años marchó a Los Ángeles, a estudiar en la UCLA. Allí empezó su contacto verdadero con el teatro, y un par de teatros pequeños de Broadway le contrataron para representar obras cortas. Pero aquello sólo acababa de empezar...
La sorpresa vino cuando un director de la fama de Elia Kazan lo escogió entre una fila interminable de actores para representar al joven Cal Trask en Al este del Edén. Kazan había visto en sus ojos la psicología de un personaje hecho a su medida. Un adolescente solitario, tímido, al que su madre lo abandonó de pequeño, que vive con un padre estricto que no le quiere porque no puede entenderlo. Un papel perfecto y desgarrador. El director de Brando en Un tranvía llamado Deseo acababa de descubrir a uno de los actores de la década en Hollywood.
Fue en esa misma película donde conoció al que sería el amor de su vida, la actriz de origen italiano Pier Angeli, según el propio Dean "la mujer perfecta". Sin embargo, la madre de Angeli nunca permitiría su amor, y por ello concertó la boda de la actriz con un cantante mediocre antes de que acabase el rodaje. Dicen que Dean, sabiendo lo desgraciada que sería la mujer de su vida, se llevó durante toda la ceremonia derrapando con su moto en la puerta de la iglesia, emitiendo un ruido ensordecedor.
Pocas semanas después se estrenó la película en todo el país: fue un éxito rotundo, y Dean se ganó un sitio privilegiado en el corazón de muchas jovencitas. Aquella noche estaban de acomodadoras entre las butacas del cine nada menos que Marlene Dietricht y Marylin Monroe. Todo un buen presagio para la carrera del joven Jimmy.
Tras esta primera película vino la cinta que le consagró en todo el mundo: Rebelde sin causa. Dean ejercía de adolescente rebelde e incomprendido. Impresionante la escena en la que le grita a su padre en la escalera, y lo derriba sobre un sillón, yéndose corriendo y pateándolo todo, y dando el clásico portazo. Un retrato de adolescente que sigue siendo válido hoy día. Como anécdota, una premisa de su contrato: no podría correr en carreras ilegales durante el rodaje. Un preámbulo o una señal del que sería su final.
Llegó la tercera película, y le buscaron como coprotagonistas a Rock Hudson y a la impresionante Liz Taylor, para grabar un filme de cuatro horas de historia tejana: Gigante. Una paradoja sobre el racismo, los nuevos ricos por el petróleo y el carácter de los rancheros de Texas, pero una maravillosa película. No dejéis de ver el discurso de Dean en la inauguración del Hotel, cuando está totalmente borracho.
Durante el rodaje, Dean se compró el que había sido siempre su sueño: Un Porsche. Era conocida la afición de James por la velocidad y las carreras, y un día en lo más alto de la gloria, se dirigía a las Salinas, cerca de San Francisco para participar en una. Liz Taylor le había rogado que no fuera, pero Dean seguía siendo un rebelde, y emprendió el camino hacía la ciudad acompañado de su mecánico.
James Dean sólo corría a gran velocidad en los circuitos. Dicen que era un buen conductor, y que precisamente aquel día iba tranquilo y despacio. Pero en una curva, un estudiante a bordo de un Ford le embistió a gran velocidad, haciéndolo estrellarse contra un poste de la luz y rompiéndose los antebrazos y el cuello en el acto, mientras que a los demás no les sucedía nada. El estudiante del Ford venía de un cine local de ver Gigante. Era 30 de septiembre de 1955, y Dean tenía 24 años.
Desde ese momento, desde esa muerte trágica, James Dean se convirtió en todo un mito. Símbolo de la juventud inconformista, de los adolescentes incomprendidos y de la triste "dolce vita" de Hollywood. Con sólo tres películas en su haber, y tres años de experiencia fílmica, Dean había pasado a la Historia como uno de los iconos más grandes de todos los tiempos. Un icono que ayer habría cumplido 77 años.
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