martes, 16 de febrero de 2010

Tocado


Vivir prácticamente en el recinto de la Escuela es, cuando llevas un tiempo experimentándolo, algo agotador. Por la mañana no me da tiempo a pararme a desayunar tranquilamente, porque el frío me hace acurrucarme entre las sábanas hasta justo la hora límite para no llegar tarde, y por la noche, tras un trecho en metro hasta San Bernardo y una cena rápida, contactar con mi tierra a través de esta pantalla me hace caer rendido en la cama sin apenas despegar las pastas del libro que llevo semanas intentando leer.

Hoy es un día más gris de lo normal. Ha nevado hasta el mediodía, y más tarde ha comenzado a llover, alternando el agua pura con el aguanieve, ese que cala los huesos aunque no lo parezca. En las calles las placas de hielo nos han impedido disfrutar del escaso paseo que hay de la Escuela a la boca de metro, y las clases hoy han sido tremendamente desesperanzadoras.

¿Será que hoy, por fín, nos hemos dado cuenta de la dureza de la vida que nos espera? ¿En qué clase de vida me he metido por conseguir un sueño? Si algo no dudo es que ni quiero dar marcha atrás ni voy a hacerlo. La nieve, blanca sobre un paisaje de cielos encapotados y calles grises, sobre las chimeneas, esos vigías arrogantes de la glorieta cuando nadie mira, que cuchichean entre ellos, y llevan los malos recuerdos a nuestros oídos cuando nos trapasa ese viento helado que nada bueno trae.

Tocado pero no hundido me voy a la cama. Los días grises que pasas en aulas grises mientras afuera el cielo te brinda un cielo de grises nubes son para hacer borrón y cuenta nueva.

Y por eso y para que veáis que la luz está ahí siempre, ha salido el sol hacia las nueve (sí, cuando ya ha caído profunda la noche), allá por Bilbao, la glorieta de la fuente con forma de barcaza marinera. Y he recibido el mensaje perfecto en el momento perfecto, y he tomado la cerveza perfecta con la compañía perfecta, y he visto la película perfecta con la moraleja perfecta... y he cerrado el paraguas y me ha dejado de importar la lluvia, porque al mojarme se ha llevado de mí los pesares, que he visto caer, metálicos como cadenas, por las alcantarillas discretas de Fuencarral.

Me coso la herida abierta del día con hilo fuerte que me recuerde en un futuro que no estoy ya para tonterías, y que si me puede la vida, soy yo el único que tiene la posibilidad de arreglarlo.

1 comentario:

Glo! dijo...

nunca mais este pesimismo