martes, 6 de mayo de 2008

MÚSICA PARA SOÑAR (II)

Júpiter, de la suite de Los Planetas op.32 de Gustav Holst


Probablemente mi obra favorita. Definía Holst este movimiento cuarto de la suite de Los Planetas, como "Júpiter, el portador de la alegría". pero creo que es mucho más que eso. El padre de los dioses antiguos depara al oyente una amalgama de colores distintos, de ritmos que llegan al corazón desde los albores del siglo XX. Un siglo confuso y tremendamente cruel, en el que Holst, el misterioso y mágico transcriptor de aquella música de las esferas de la que hablaba San Agustín y antes que él, Pitágoras; daba a la vieja Europa un canto de esperanza, una explosión de fervor.

Júpiter, como parte de una impresionante e irrepetible suite de siete piezas, es la obra maestra del compositor inglés. La obra abre con un batir de alas que hacen de manera impresionante los violines. Mientras, de vez en cuando los metales hacen sonar los clarines de la victoria, las trompetas de la gloria de los tiempos. En el minuto 1 nos transporta a un paisaje floral, casi juguetón, de repeticiones con distintos timbres...hasta que llega a a una parte preciosa en el segundo 45 que nos lleva a una serie de repeticiones que asemejan a los caballos de las tropas del Dios acercándose victoriosos a la ciudad. Rompe entonces en cornetas que dan lugar a una parte sombría que evoca susurros. Es el momento crucial.

La segunda parte de la obra se abre entonces entre una cuerda apasionada, que apura al máximo el arco, casi insostenible, profundo y emotivo como un canto de esperanza. hay luz después de la matanza del hombre contra el hombre, y Holst lo sabe evocar aquí magistralmente. Es imposible no emocionarse si cierras los ojos a partir del minuto 3. Un tema brutalmente hermoso, desgarrador, nos lleva a un estado de fe, de salvación, redención a través del arte: lo único que nos hace verdaderos hombres. Un canto eterno que empieza calmado, como una canción de cuna de una madre que arrulla a su bebé, que va subiendo hasta convertirse en una gloriosa declaración de belleza. Metales y timbales para darle suntuosidad a una melodía perfecta, que hace un ritardando y se queda en el aire esperando...

Vuelve en el minuto 5 el batir de alas, tímido, para luego romper en atronador clamor de trompetas que llevan al Olimpo. Y vuelve la música lenta, que acelera poco a poco como rueda de molino. la repiten las flautas y las maderas, y luego quedamente los trombones. Y entonces llega maravilloso el xilófono, con su sonido de cristal, al que le sigue una pandereta jolgoriosa que nos lleva a las fiestas campestres, y una trompeta que indica que la gloria está cerca. Irrumpen impresionantes los vientos como en un vendaval que se lo lleva todo suavemente, y de repente...nos vemos sumergidos en sonidos de tic-tac de relojes y campanarios, que nos llevan entre tambores de fiesta a un final atronador, que termina en un amanecer de trompetas tremendamente excitante.

Una obra tan completa, que da miedo que la haya podido componer el hombre. Una impresionante declaración de esperanza y un canto tremendo a la vida. Gracias Holst por una maravilla como esta.


No hay comentarios: