miércoles, 12 de marzo de 2008

La teoría del suicidio

Hace ahora más de cuatro años, cuando entré por primera vez a una clase en la facultad, fue el primer momento en el que me sentí idiota de remate.
Tras los nervios de las presentaciones, y darme cuenta de que en verdad, amigos lo que se dice amigos, no tenía; acudí en actitud responsable a mi primera clase de Teoría de la Comunicación. Un profesor de apellido Serrato, uno de los pocos que ha conseguido maravillarme desde que crucé el umbral de la Facultad de Comunicación de Sevilla, con su tono distendido entre Matías Prats y un Hemingway al que se le cogía en día bueno, daba su primera clase demostrándonos que la verdad no existe. Su discurso se enmarañaba en reminiscencias a la cultura pop, al cómic, a la música rock y a las corrientes de pensamiento europeas de la etapa de la Escuela de Frankfurt. Era fascinante para un chico que salía de un colegio en el que todo era siempre rutinario, escuchar hablar de temas que en la vida habían pasado por su cabeza, pero que eran apasionantes. Ir a clase era más un deseo que una obligación.
Recuerdo que en una de aquellas clases, uno de mis compañeros a los que no conocía (como a tantos otros) levantó la mano para interactuar con el Sr. Serrato, y en su turno preguntó si lo que explicaba tenía relación con las tesis del suicidio de nosequé autor, que a mi me sonó a chino. En ese momento, y viendo que el profesor le contestaba, me dí cuenta que aquel tío entendía de lo que se estaba hablando. Y me pregunté a qué había dedicado mi vida durante tantos años...
Lo peor es que en los días sucesivos, personas más o menos pintorescas, continuaron con la costumbre de interactuar con el profesor, y a cada comentario, yo me sentía más inferior a la clase. Cada libro o película que nombraba Serrato me la sacaba de la biblioteca. Intentaba comprender lo que hay detrás del mensaje oficial del lenguaje cinematográfico, descifrar intenciones ocultas en la música de las vanguardias, tomarme el movimiento rock como toda una ceremonia... Intenté transformar mi pequeña y cerrada mente en un baúl de ideas abierto a todo lo que pudiera enriquecerme. Y hasta hoy.
Si no hubiera sido por aquel chico de las tesis del suicidio, posiblemente hoy sería un pazguato como aquel Miguel que llegó a clase y le dió miedo volver al día siguiente porque todo era nuevo y desconcertante. Ahora se que nada es blanco o negro, y que las cosas no siempre son lo que parecen. Quién me iba a decir a mi, por ejemplo, que Romeo y Julieta encerraba un grito de auxilio contra los matrimonios concertados...
Si de algo sirvieron las clases de Serrato fueron para pensar...en realidad no sé de que iba muy bien la asignatura, porque el maestro se desviaba demasiado, pero hoy sé que fueron posiblemente las mejores que he dado entre los muros de la facultad, aunque no todos opinen lo mismo. Si hoy soy capaz de mirar con curiosidad todo lo que existe y ver más allá, fue gracias a aquel loco que creyóque antes que conocer el modelo de Jakobson, debíamos darnos cuenta de que no sabemos nada del mundo que creemos que conocemos...

4 comentarios:

Fray David dijo...

Wenas!
Supongo que esa sensación de idiotez la sentimos todos el primer día de facultad y más en Periodismo. Yo siempre cuento la anécdota de uno de los que después se convertiría en compañero de viaje durante esos apasionantes años de universidad. También el primer día, alguien comentó no sé qué cosa de una película de Kieslowski (Azul, Blanco y Rojo, la trilogía) y el recuerda como la noche anterior había estado deleitándose con un film de Chuck Norris. Cara de goyú de pero caducao!!!!
Supongo que esa es la principal función de la educación universitaria: ampliar nuestros horizontes, despertar inquietudes y ayudarnos a mirar el mundo de modo distinto (aunque no por ello hay que convertirse en un pedante, no crees?).
Un abrazo desde Belfast!

Falete dijo...

Mi primer día de facultad entré en la clase que no era (caí en otro grupo, y de 2º), pero topé con uno de los mejores profesores de la Universidad de Sevilla, por su fama y presencia en alguno de los cortos que los alumnos preparan para fin de carrera. Sólo lo tuve ese día, mi primera hora de facultad, cuando tuve que alternar mi atención hacia su discurso (recuerdo que hablaba de un nuevo paso en nuestra formación, pisando el charco de las nuevas tecnologias, que influirian eternamente en nuestra futura profesion, esas nuevas tecnologias que provocaron el miedo global por el efecto 2000 y la necesidad de construir un bunker para el Sr. Aznar...). En fin, son pocas las palabras que recuerdo, yo tambien me sentia bastante imbécil y sin saber cómo la gente podía estar tan atenta, cuando yo estaba más atontado con la estructura de la clase -con la que me llevé gran decepción, porque yo me imaginaba el atractivo hemiciclo americano- pero a la vez sorprendido por el silencio experto de mis falsos compañeros.

Al día siguiente caí en mi grupo verdadero, y cuánta falsedad hay los primeros días de carrera, pude comprobarla cuando ví que todo el mundo hablaba sin parar, que ahí todos se conocían como de hace tiempo. Los meses que pasé allí durante mi primer año fueron mi delación de que los estudiantes de primero, como de segundo y tercero, son como las moléculas. En otoño hacen una panda y en abril ya están con novia o formando otro grupo radicalmente diferente.

por cierto, llegaste a conocer esa teoria del suicidio? que tenia que ver al final?

Miguel dijo...

"La teoría del doctor Igor (supongo que un psicólogo) dice que hay una sustancia en el cuerpo llamada amargura que el doctor Igor lo llama Vitriolo.

Con un alto grado de vitriolo en el cuerpo la persona crea un mundo ficticio y se encierra en él. A eso se llama una persona loca, que vive su propia realidad.

Para eliminar el vitriolo hay que hacerse consciente de la vida."

Creo que era esta, y lo relacionabamos con el hombre masa, la idea de Ortega y Gasset sobre el personaje alienado de los demás y de la propia realidad. Espero que os sirva!!

Anónimo dijo...

Hola Miguelito! ¡Soy Pinilla!
Entiendo perfectamente esa situación a la que te afrontastes al dar el salto hacia el conocimiento universitario. AL igual que tu, yo también venía de una cierta inercia de conocimiento superficial y vago del colegio cuando apareció ante mí el gran vacío de conocimiento potencial que esta esperando ser aprendido. Coincidiendo contigo, decirte que desde que entré en la Escuela de Arquitectura yo también me he topado con gente con una capacidad impresionante y con grandes deseos de saber y profundizar en ciertos temas (no solo arquitectónicos). Me alegro de que te encuentres en mi misma situación de hambre intelectual y te dejo aqui en tu blog un texto que me parece muy sugerente y que estoy convencido de que te resultará interesante.

El texto es un extracto de las Notas de Clase de Vladimir Nabokov, como sabrás, un magnífico novelista de principios del siglo XX. (deja de reirte del nombre del tio y lee el texto Migua de Pan!!)

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Cuantas más cosas sabemos, mejor equipados estamos para comprender cualquier cosa, y es una verdadera lástima que nuestra vida no sea lo bastante larga ni eté bastante libre de molestos obstáculos para permitirnos estudiar todo con el mismo cuidado y profundidad que ahora dedicamos a un tema o a una época preferidos. Y, sin embargo, hay un asomo de consuelo dentro de este deprimente estado de cosas; del mismo modo en que el universo entero puede contemplarse replicado en la estructura de un átomo...un estudiante inteligente y aplicado puede encontrar una pequeña réplica de todo el saber en un tema que ha escogido para su investigación específica...y si, al elegir el tema, tratáis aplicadamente de descubrir algo acerca de él, si os dejáis llevar hacia los umbrosos senderos que, de la ruta principal que habéis escogido, conducen a los encantadores y poco conocidos recovecos del conocimiento especial; si acariciáis los eslabones de las muchas cadenas que conectan vuestro tema con el pasado y el futuro, y si tenéis la suerte de dar con una pizca de conocimiento relacionado con vuestro tema, no convertido aún en saber común, entonces conoceréis la auténtica dicha de la gran aventura de aprender y vuestros años en esta universidad se convertirán en el valioso punto de partida de una ruta de felicidad inestimable.

Vladimir Nabocov, Notas de clase
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Espero tu respuesta via tuenti o e-mail Miguelito. ¡Un Abrazo!

Manolo Pinilla