lunes, 11 de agosto de 2008

Las Crónicas de Londres: el taxista, el borracho y el portero de discoteca (II)

A la mañana siguiente todo prometía ser nuevo. A falta de dinero, ya se sabe, qué mejor que un buen desayuno en casa. Siempre que tengas qué desayunar...El amanecer de aquel sábado, en el que yo debería estar trabajando en el Diario, prometió ser algo inesperado. Desde el primer momento supe que todo lo que pasara sería improvisado, que de un sitio nos lanzaríamos a otro. Nuestra primera parada fue el supermercado. Mi primer supermercado inglés con todos sus avíos.

Veníamos buscando pan y algo de fruta. Después de debatir sobre si nos salía más económico o no comprar un paquete gigante que no nos íbamos a comer, llegamos a la caja del Iceland. Una señorita joven e hindú, por cierto, nos cobraba mientras otro chaval morenito nos iba metiendo en las bolsas nuestra para nada copiosa compra.

Salimos del supermercado y regresamos a casa. Los obreros que trabajaban en casa de Isa, y que por cierto pensaban que era su primo, después de haber visto partir a Jesús rumbo a España tres días atrás, seguían allí remodelando un piso que, al contrario que el nuestro, tenía lavadora, cocina, y mucho espacio. Allí desayunamos con la cafetera del siglo XVI que hace el café más bueno al norte del Cantábrico, y emprendimos la marcha hacia la lista de lugares frikis que yo había dicho que tenía que visitar.

La primera parada era la foto oficial de todos, la foto del niño que llevamos dentro: la foto del andén nueve y tres cuartos, desde el que se viaja al castillo de Hogwarts, residencia escolar de Harry Potter. Allí nos hicimos nuestra instantánea y aprovechamos para ver la siempre maravillosa y a la vez triste (tras el 7J) estación de King's Cross.

Volvimos a montar en el metro. Si había ido a Londres aparte de para ver a Isa, era para reencontrarme. había perdido a 2 de las amigas que me habían acompañado siempre: la Música y la Literatura. Y a una la había recuperado en el Dominion, y ahora quedaba la otra. En el corazón de Doughter Street, una casa modesta y típica a más no poder: la casa de Charles Dickens. Ni siquiera me hizo falta entrar. Sólo estar en la puerta, sabiendo que allí dentro se trazaron las páginas de Cuento de Navidad...admito que sentí una ligera nostalgia de esa que se siente cuando miras atrás al partir de una ciudad. Echaba de menos aquellos trazos, y echaba de menos sentarme ante el papel y pensar situaciones que sólo en mi mente ocurrían. Miré arriba y vi una pequeña placa, minúscula, con el nombre del genial escritor. Casi olvidado, el espíritu de Dickens se negaba a abandonar el que había sido su hogar, y a través de los visillos quise imaginarme al inglés observando quién se fotografiaba frente a su puerta.
Regresando de aquella calle vestida de aromas de antaño, un mexicano que repartía flyers de un pic-nic (sí, flyers de un pic-nic) nos habló en español para invitarnos a una merienda en un parque cercano. Sólo en Inglaterra podía funcionar una quedada para hacer un pic-nic. Me dió envidia. Más aún cuando vi que esa noche y de manera gratuita, se representaba Romeo y Julieta en la amada lengua del maestro Shakespeare en el mismo parque. Igualito que España.

Llegamos hasta el metro de nuevo. Una estación bien bonita, con sus marcos de madera y situada en los bajos de una casa. Isa se empeñó en hacer la foto que minutos antes yo había sugerido. Tres intentos después, salió.

Nuestra siguiente parada era el bullicioso Covent Garden. Un barrio más típico que Santa Cruz aquí. La escalera del metro a la calle en espiral durante 5 minutos sin parar nos deja totalmente sin aliento...ahora entendemos por qué la gente espera el ascensor. Allí por fin me hice la famosa foto con la cabina roja!!. Tras ver tiendas de ropa rockera y más y más chapas, que he de admitir que me encantan, llegamos hasta una tienda especialmente fragante. Parados ante el umbral por el aroma que salía, nos decidimos a entrar a echar un vistazo. Dentro, un negro con los ojos muy abiertos, posiblemente por causa de unas lentillas demasiado grandes o muy mal puestas, nos invitaba a algo que no sabíamos bien que era. Cuando me di cuenta, tenía cogida la mano de Isa y le untaba una especie de ungüento gris pastoso por el dorso. la miré para reírme de ella, pero cuando me dí cuenta, me cogió la mano a mi y me la untó también. Por lo visto era una crema de hierbas casera hecha con nosequé. La verdad es que olía un poco raro, pero no contento el señor, a Isa le untó también una crema de limón, y a mi una de chocolate que a simple vista parecía mierda...y que me dió bastante asquito.

La pregunta era ¿y ahora qué?. Los 2 nos mirábamos sin saber qué hacer y contemplábamos nuestras patéticas manos en plan Señor Burns, colgando muertas de nuestros brazos untadas de mejunges. El morenito nos indicó que bajásemos la escalera. Cierto es que pensé que abajo me iban a llenar la otra mano, y que ya no habría escapatoria, pero abajo lo que había era un barreño para lavarse.

Lo que no sabíamos es que tras lavarnos, se nos quedó la mano impresionante. Como 2 tontos íbamos por la calle con la nariz pegada a la mano oliéndola sin para. Que maravilla. Una pena que los precios fueran tan caros o nos habríamos comprado algo.

Decidimos comer en la Somerset, la galería impresionista de Londres. Pero nos topamos al salir del Covent Garden con uno de los artistas de circo que abarrotan las plazas cada día. Un malabarista lió la traca para subirse a una escalera en equilibrio para hacer malabares con 3 bolos mientras una espada le atravesaba el gaznate. Una proeza que tuvimos que quedarnos a ver hasta el final!


Como he dicho, fuimos a la Somerset. Comimos en el patio del Palacio, tirados en el suelo, viendo como los niños se bañaban en los chorros que salían del adoquinado, como en aquella fuente de la Expo. Con la boca llena de salmón y queso fresco quisimos volver a ser niños y ponernos el bañador para correr entre las fuentes, pero sólo suspiramos. De repente el día se aclaró: luz del sol para que Miguelito la viera un poquito. Pero nos dió calor (paradoja del destino), y nos metimos en la galería.


La Somerset era un palacio con una escalera de caracol muy chula y muchas salas llenas de cuadros indescriptibles. De Tiépolo a Goya, de Cezanne a Manet, todos allí como quién tiene colgado un póster. La alarma de los cuadros sonó unas 7 veces durante nuestra visita, por lo que concluímos que alguien intentaba averiguar si todos los cuadros sonaban igual, para crear una megamelodía a 8 voces con las alarmas del museo. Otro compositor incomprendido...
Salimos por la parte de atrás, que da al Támesis, y vi el río (un poco sucio, pero al fin y al cabo el escenario de muchas novelas y de muchos de los asesinatos que investigaba el sagaz Sherlock Holmes). Subimos hasta el puente y el skyline de la ciudad de negocios me deslumbró. A la izquierda los rascacielos de Canary Street.


A la derecha el London Eye, la impresionante noria panorámica en la que tienes que dejar la hipoteca de tu casa en taquilla si quieres entrar, y la ciudad antigua, llena de teatros y el Big Ben.



Miré a Isa y estaba quedándose dormida. Compré un café helado para mí y un heladito para ella, y proseguimos nuestro camino. De paseo por las calles, seguimos hasta la Royal Court House, la Corte Real Británica de Justicia. Intenté no hacer fotos típicas, pero en todas me salía el autobús rojo, así que me resigné a tener una foto hermosa, y cogí el autobús escarlata cruzando por delante de la Corte mientras Isa posaba pánfilamente, todo hay que decirlo, ante el singular monumento. He aquí la prueba.

La venía viendo desde el inicio de la calle, pero no me pensé que fuera tan grande. Conforme nos acercábamos, veía anonadado como la Catedral de San Pablo, blanca y pura, gloriosa sobre sus columnas y frontones clásicos, no disminuía, sino que se hacía más y más grandiosa. La escalinata en la que se grabó la escena de la viejecita que daba de comer a las palomas de Mary Poppins estaba ante mis ojos. Al encontrarme a sus pies tuve que pararme. Metros y metros de belleza helénica, de neoclasicismo agradecido de proporciones aritméticas perfectas, me desafiaban desde el otro lado de la plaza. Fui incapaz de que en una foto saliese entera. Entramos.

"No photos" rezaba el cartel de la puerta, y no las hice. La segunda catedral en tamaño del mundo después de San Pedro me recibía mucho más hermosa de como la esperaba. Un coro ensalzaba los himnos de la prodigiosa música sacra inglesa desde más alla del crucero, en un coro lleno de lamparitas que alumbraban cada una de las sillas de madera labrada del trascoro. Impresionante. Piedra blanca y sutiles remates dorados de capiteles compuestos de volutas y acacias perfectas. Una maravilla. Hasta me tembló el pulso cuando al salir leí lo que había grabado sobre la puerta: "en homenaje a todos aquellos ciudadanos que lucharon en la guerra para defender de la destrucción esta Santa Catedral. Al cruzar esta puerta, hermano, cruzas también la puerta de los cielos". Los vellos de punta.

Otro paseíto para reponerme hasta la cercana Torre de Londres, en la que me hice una foto comiéndomela, y otra con Isa en la que después de 3 intentos (un señor de detrás no paraba de cruzarse...), conseguimos una toma con sonrisas un tanto forzadas y con la torre a medias. Pero menos da una piedra.


El césped era demasiado cómodo y nosotros estábamos muertos. Nos quedamos un rato tumbados y en silencio, en feliz silencio de saberse en paz, y no sólo porque ese parque esté rodeado por las tumbas de los soldados de la marina británica. De hecho, cuando retomamos el camino vimos una especie de monje siniestro poniendo flores en una tumba y nos cagamos vivos. Luego vimos que era un payaso con la chaqueta sobre la cabeza, y la verdad nos desilusionó. Qué se le va a hacer.

Bajamos la cuesta que lleva de nuevo hasta el Támesis. De tanto viento mis pelos ya superaban el calificativo "afro", y estábamos ante el Tower Bridge. Brillante, armoinioso y perfecto. Como una joyita inesperada detrás de la masa de piedra de la Cárcel que custodia las joyas de la Corona y cuya entrada sólo vale 60 libras: una ganga, vaya (de hecho ví las joyas en una postal y me quedé tan satisfecho como si me hubera puesto la Corona...). Grotesco debió ser el espectáculo que dimos para hacernos la foto con el puente, tanto que un turista que veía nuestra desesperación, se ofreció para hacernos una foto bastante decente, y en la que, por fin, salía el puente.


Le dimos toda la vuelta a la Torre, maravillándonos del puente de nuevo y de sus colores y de sus ventanales góticos. Guau... Y pensar que casi me voy sin verlo. De hecho cuando lo puse en la anterior entrada del blog como foto, me quedé loco pensando que había puesto una imagen de un sitio al que no quería ir. Bendita ignorancia. Me llego a perder eso y no me lo habría perdonado.

Demasiado cansados y viendo que eran las 7, regresamos hasta la parada del bus (el 15 por supuesto...) de Tower Hill y durante sólo 40 minutos nos mantuvimos a pies quietos en la marquesina sucia de polución. Al fin llegó y subimos hasta la segunda planta. Aproveché para hacer el gamba un poquito y para bromear sobre todo Cristo que iba en el autobús, y cuando me di cuenta ya estábamos en casa.

Duchita, cena, búsqueda de billete por internet para el transfer de mi regreso...cuando nos dimos cuenta eran las 22.00. Vestidos y listos, Isa dijo que era muy tarde para salir y que ya no merecía la pena. Dije que vale, pero me cagué en tó por dentro y quise estrangularla. Menos mal que, inesperadamente, se puso los zapatos y me dijo "vámonos, que salimos". Se me iluminó la cara y entendió que me iba a quedar en casa sólo por cumplir. Por supuesto, me echó la correspondiente charla sobre "tienes que decirme lo que quieres hacer, no aceptar lo que yo diga y ya está. Si no me lo dices, yo no lo sé..". Bla y más bla, pero en el fondo es un cielo y me tiene demasiado mimado.

Último tren de la línea Picadilly y me planto en Hyde Park. Al otro lado de una avenida de 8 carriles con un túnel subterráneo de coches y unas vallas flipantes para que no crucen los peatones. No se ven pasos de cebra. Mierda. A Isa se le va la cabeza y cruzamos uno a unos los 8 carriles, iluminados por la luz tentadora del Hard Rock en la acera de enfrente. Una sirena empieza a pitar de locura cuando estamos cruzando ilegalmente. Pienso que mañana llamarán al periódico para decir que estoy en la cárcel por cruzar una avenida exponiendo mi vida, ya me estoy viendo en un cuchitril de un sótano mirando a la Isa de reojo mientras pienso "esto lo sabía yo".

Despierto de mi ensoñación y ya estoy cruzando el umbral de la puerta de la tienda del Hard Rock. No sé bien cómo he llegado, pero prefiero no pensarlo. En una carrera impresionante buscamos la camiseta perfecta antes de que cierren la tienda. Yo, iluso de mí, había salido sólo con 30 libras (pa qué más?), y me quedo sólo con 10. Me compro una camiseta chulísima ("cuando vea Jesús que te has comprao la que él quería comprarse...") y nos vamos al Hard Rock Café.

El primer Hard Rock Café del planeta me termina de reencontrar con el rock, al que creía perdido. Guitarras y prendas, además de discos de los grandes me rodean. Pedimos las cervezas debajo de la guitarra de Eric Clapton y no puedo parar de mirarla, pensando que con ese instrumento empezó todo. Bajamos, yo con mi Guinness, Isa con su Coronita (que en Londres se llama Corona, será que tienen menos confianza...).

El sótano del Hard Rock es alucinante. Decenas de objetos penden en vitrinas de las paredes: ropa de Madonna, de Pince, las guitarras de Marilyn Manson y Lenny Kravitz...y lo que nos espera.

Nos sentamos en la barra junto a un señor solitario. No tardamos en darnos cuenta de que está como una cuba. Saco la cámara de fotos y se empeña en hacernos una foto (antes me había pasado nada menos que 3 veces la carta de bebidas para que pidiéramos), y claro, qué le vas a decir. La foto es una locura. Sólo un borracho puede hacer una foto así, pero es un recuerdo más. Al ratito se va, y nos da pena. El camarero nos toma otra con el Hard Rock de fondo, y está si vale.



Hablamos y hablamos. Después de las cervezas me queda una libra y media: ruina total. Isa dice que tiene dinero, así que me tranquilizo y paso del tema. Nos movemos y nos hacemos fotos con toooodos los objetos de las 2 plantas del Café: Carlos Santana, Mick Jagger, Los Beatles, Queen, Bob Dylan, Jimi Hendrix...todos están allí. Me da un vuelco al corazón cuando veo tanta Historia reunida en un mismo sitio. Suspiro antes de irme, y me despido con el alma llena de música de nuevo.
Vamos hacia Picadilly con un puntillo curioso. Además, como sólo nos encontramos con hordas y hordas de borrachos, nosotros parecemos de la alta sociedad (en serio, TODO EL MUNDO BORRACHOOO). Es una locura y nos paramos cada dos puertas para hacernos una foto, como la foto en el ¿Consulado de Malta?. Sin comentarios.

Al llegar a la publicitaria plaza, nos acercamos al GAP. Quiero venir a comprar al dia siguiente. Nos acercamos a ver el horario, y justo delante hay una pareja liándose: el tío tapa con su cabeza el horario de la tienda. Si nos viérais a los 2 mirando a los que se están liando parados en medio de la calle enfocando la vista para alcanzar a ver los numeritos del cristal...no me pude reír más. Isa decía "para o me meo". Creo que no hace falta explicar más.

Después de que nos pidieran 20 libras por entrar en un sitio supervip de la muerte, nos adentramos en el Picadilly profundo y vemos una tasca oscura a lo lejos. Una taberna misteriosa, pero que ¿tiene porteros en la puerta?. Se abre la puerta y desde la calle vemos un discotecón. La entrada: 5 libras. Sí de tirona. Isa va al servicio y me quedo solo en la barra leyendo la carta de cócteles. Miro a la izquierda y un tío joven me mira. No es por ser suspicaz, pero después de mirar 4 veces y que me siguiera mirando con una sonrisita, empecé a sospechar. Deseando que llegara Isa, me leí la carta 3 veces. Al llegar ella me confirmó que no paraba de mirarme. Si es que uno tiene un atractivo...jejeje.

Pedimos un cóctel con mandarina y fruta de la pasión. Nos quedan 6 libras en total. Nos terminamos el cóctel y mangamos la carta (Isa quería tener recetas de cóctel, aunque no sé pa qué, si ella cocinar lo que es cocinar, no cocina...), y pedimos una cerveza Brahma.














Nos quedan peniques sueltos. Nos vamos a bailar. Isa me retransmite el proceso por el cual un tío to canijo intenta liarse con una americana borracha. No puedo parar de reírme. Lo mejor es el momento "todos felicitan al tío y a la tía porque al fin se han liado". Pa quedarse muerto... Un rastafari a mi lado quiere quitarme el taburete. La lleva clara.

Miramos el reloj: son las 3 y nuestro vale de transporte solo vale hasta las 4. Corremos como gamos. Isa quiere llevarse las botellas de Brahma porque hizo una campaña sobre ellas, y las metemos en las bolsas del hard Roch. El portero las ve y nos dice que no podemos llevárnoslas. Isa se lo explica. Se ponen de cháchara. De repente me pongo a hablar con el otro portero. El puntillo marcado que tenemos nos convierte en angloparlantes natos. Veinte minutos de risas con los porteros, nos damos cuenta de que hay que coger el bus.

Un abrazo enorme y salimos corriendo hasta Trafalgar Square. Los autobuses del 15 no paran. Me da un ataque, porque se nos acaba el bono. "No pasa nada, compramos un billete en la máquina". Abrimos la cartera: ni una libra. Precio por persona del viaje: 2 libras. Nos ponemos en lo peor. Miramos a ver si es cómodo el césped de la National Gallery para dormir allí.

Esperando el autobús, conocemos a un inglés que tendrá la edad de Isa y que se llama Sam. El tío es genial, guapete y muy simpático, y se nota que ha quedado deslumbrado por Isabelita. Nos explica como va la cosa, y sin esperarlo, se saca la cartera. Nos da todo el dinero que le queda: una libra por cabeza. Isa y yo nos miramos, no podemos aceptarlo. El inglesito me ha sorprendido, acaba de aniquilar mi imagen de frío londinense que no quiere nada con nadie. Un gesto de altruísmo acaba de quiterme el mal sabor de boca del taxista del día anterior. 40 minutos hablando con él: sin duda un consuelo cuando estás tirado en la calle (o al menos eso creíamos).

Llega el 15. Para, y cierra las puertas cuando nos quedan 3 personas para entrar. Depresión. Nos sentimos los más desfasaos del mundo. Isa me dice que no sabe volver andando a casa y me quiero morir, tirados sin dinero después de una noche de juerga por Londres. Resulta que el que se ha quedado sin bus delante nuestra es de Badajoz, y le contamos nuestro periplo. Nos dice que nos da el dinero. Somos los mendigos más tristes de Londres. Finalmente llega otro 15 a las 3:45, y subimos. Momento crítico: si pita el bono transporte, buena señal. Lo acerco al sensor y.........pita!! Subimos y nos sentamos cerca del pacense. Después nos damos cuenta de cómo la hemos liado, y vamos todo el camino haciendo gracias tontas y riéndonos con el pavo.

Llegamos de madrugada a casa, y nos ponemos a probarnos las camisetas del Hard Rock. A Isa se la ve feliz: es la primera vez que sale de noche desde que está en Londres. Me alegro de la aventura y nos ponemos a comer cerezas mientras miramos lo del transfer sin mucho éxito.

Al acostarnos, me promete no destaparme y dejarme sin edredón esta noche. Eso espero, porque si no, me hielo con mi pijama de verano. Un día perfecto sin duda. Mañana tendré que despedirme, y si no se me salta una lagrimilla, poco faltará.

No hay comentarios: