sábado, 28 de marzo de 2009

Nos vemos en los Jamones

Hay gente que no entiende los porqués de mi profunda pasión por la Semana Santa. No entiende que me sobrecoja una fiesta ancestral, folclórica y, sobre todo, que no está de moda. Pero es muy sencillo: no ven lo que yo veo. No pueden sentir lo que yo siento, porque mi forma de ser, mi personalidad y mis recuerdos también los forman esbozos de primaveras pasadas de corneta y de tambor, de horizonte de capirotes blancos y de olor a azahar.

Semana Santa de reencuentro. De Domingo de Ramos caluroso a las 12 de la mañana, quedando en donde siempre, en los Jamones, una pequeña tasca más o menos céntrica pasando el parque. Allí se produce la magia. Los mismos personajes, que algunos pueden haberse visto dos veces al cabo del año, se reúnen como un antiguo rito delante del bar. Enchaquetados, peinados, perfumados, ellas con los vestidos de alegre primavera; y sobre todo enjoyados con una sonrisa del que sabe que el reencuentro siempre es hermoso. Después de meses distantes, separados, impracticables, la mañana de abril nos reúne, una vez más para visitar el Porvenir. La Paz por el parque es una tradición que ya es nuestra, que es todo un símbolo de lo que significamos. Da igual si nos gusta o nos deja de gustar más o menos la Semana Santa. Lo que importa es esa pertenencia, ese camino cruzando la Pirotecnia hasta las calles estrechas de la Borbolla. La Paz con su cortejo blanco inmaculado, y nosotros unidos de nuevo ante un hecho tan maravilloso como lo es un palio casi transparente.



Semana Santa de magia. Que no hay más magia, o gracia como dice la Iglesia, que la de una ciudad mandando a callar. De repente, la Alfalfa se queda muda. Siseos que vienen del final de la plaza hacen que todo se quede en silencio, porque viene el palio de la Virgen del Rocío con su candelería empezando a consumirse, y está llegando el solo de la marcha de Vidriet. La flauta y el tamboril esbozan los compases que compusiera en su día Turina para la romería onubense, y los extranjeros que se han callado sin saber por qué, ahora lo comprenden. El susurro de los instrumentos flota delicado entre varal y varal, azotado dulcemente por cada bambalina, y sientes que toda la bulla merece la pena.

Semana Santa de emoción. Emoción de Martes Santo, cuando por el mediodía, adelantamos a El Cerro por la calle San Fernando para llegar al Rectorado, de donde sale mi hermandad. Voy vestido de negro, nazareno sobrio y silencioso, como dicen las reglas que juré siendo un chiquillo. Termina la estación de penitencia por la noche y no sólo estoy conmocionado por el día, sino que salgo rápido dispuesto a marchar hasta la Plaza Nueva. Allí pasa la otra hermandad de mi corazón: la Bofetá. Y aunque me duelen los pies y no puedo con las lumbares, me quedo allí esperando a aquellos a los que dediqué mi marcha, y siento que la espera ha valido la pena. Mi madre nunca quiso meterme en su hermandad para que no me sintiese obligado, y resulta que hace 15 años me hice hermano porque quise. Paradojas de la vida.


Semana Santa de búsqueda. De Madrugá profunda en el Arco del Postigo, lugar clave en el que no puedes caminar ni aunque quieras, porque el bullicio espera ver al Señor de Sevilla, y no consiente que nadie se lo impida. Y yo mientras, no busco el mejor sitio para ver al Señor de Sevilla, que sé que me perdona, sino para buscar entre los idénticos nazarenos los ojos de mi padre y de mi hermano. Y me veo con la botella de agua y los caramelos en la mano por si quieren y mirando a los ojos, uno a uno, a cada nazareno. Hasta que los encuentro y recuerdo mi infancia, cuando era un monaguillo y mi madre me perseguía durante todo el día para que no me faltara de nada en la estación de penitencia.

Semana Santa de encrucijadas. Siempre llevo a los niños a ver la Macarena en una calle estrecha y desconocida: Santa Bárbara. Allí nos colocamos durante horas, de pie, con el frío de la madrugada, avanzando filas conforme la gente se va cansando. No se ve la calle por la que viene la Señora, así que sólo podemos imaginar los sonidos de la banda para saber cuánto queda. Es la calle del Conservatorio, el enclave central que cruza entre el Turina y el Falla, los dos edificios en los que echaba las tardes de mi juventud. Y allí de repente se oye un murmullo, destellos en los edificios de la calle Trajano, y unos ciriales que aparecen de la nada. Y llega ella, como la perfección de lo que esta fiesta significa: belleza absoluta y sobrecogimiento que pasa en apenas unos segundos. Se marcha la banda y nos embarga la emoción, y echamos a correr hasta un pasaje que tiene el mismo ancho que el palio, dando la vuelta a la manzana. Y al momento, la magia en un suspiro: la Macarena queda enmarcada en las líneas del pasaje como una instantánea.

Semana Santa de sueños. De sueños que se marchan cuando el palio toma la esquina, de recuerdos que se vuelven color sepia cuando ves la Candelaria marchar por los Jardines para no volver, de lágrimas contenidas cuando los elementos se alían para crear el momento perfecto. Eso es para mi la Semana Santa. Una parte de mi vida, de mis recuerdos, de mi infancia, de mi identidad. Una parte de mí que no puedo negar porque viene dada por el nacimiento y que establece unos lazos emocionales demasiado fuertes.

Ya sólo queda una semana. Os veo en los Jamones, amigos; y a los demás, en cualquier bulla.

sábado, 21 de marzo de 2009

Filosofía

Sucede a veces que en las situaciones más inesperadas, es cuando te encuentras tratando los temas más complejos que han acaparado la mente de los hombres. Resulta que sales un día de botellón y de repente te hallas ante el mayor de los misterios, intentando desentrañar nada más y nada menos que el secreto de la felicidad.

Con una pasión que sólo puedes comparar con los debates entre cielo y tierra que entablas en tu grupo de catequesis, te introduces en una dinámica de querer y no poder. De querer acercar todo aquello que crees a los que te rodean. Y te encuentras con tus amigos alrededor hablando sobre la bondad y si es innata o no en el ser humano. Y tratamos de un mundo perfecto, y de las suposiciones que derivan de una Humanidad feliz por naturaleza. Y me echo a temblar.

Entre los momentos de lucidez que mi mente atormentada me concede, expido comentarios por esta boca siempre silenciosa. Y me hallo con un Yo desconsolado, desesperanzado, que no cree en la Humanidad como pensaba. Y en frente mía, un tío con las ideas claras, con los horizontes tan lejanos, tan utópicos, que no parece él. Quizá alguien le haya contagiado esa filantropía tan maravillosa que yo antes tenía y que ya no tengo. No sé por qué esa confianza en la raza humana se ha esfumado de un plumazo, y no consigo encontrarla. Me hallo perdido.

Dicen que el alcohol saca la verdad, pero también los delirios. Y esta noche me he encontrado con un Yo que se aleja de los antiguos patrones y se acerca a un universo nuevo y desesperanzador. ¿En quién me he convertido? ¿Por qué no lo advertí antes? ¿Qué ideas o frases me hicieron cambiar sin yo saberlo?

Mi mundo soleado que puede convertirse en un mundo mejor se derrumba, y no se por qué. No entiendo a qué se debe esta agonía que esta noche he descubierto... ¿Acaso no he sido siempre un optimista?

Ahora parece que se intercambian los papeles, y como últimamente siempre me pasa, mis encuentros contigo son más que encuentros. Son revelaciones. La sinceridad a veces rompe las contraventanas y deja ver esa luz que ya creíamos que no existía. ¿Es posible ese mundo mejor? ¿Se puede ser feliz siendo un ingenuo?

Maldita sea... aunque supongo que si no me hicieras replantearme todas estas cosas que a menudo doy por hecho, no te apreciaría tanto como te aprecio.

*Al bebedor de SevenUp compulsivo y filósofo a su pesar...

martes, 17 de marzo de 2009

Prejuicios

Desde que comenzara mi andadura hace tres años ya en el grupo de Juvenal, he predicado con el ejemplo. O al menos eso me creía. Vamos de maduros, de sabihondos, de doctos solucionadores de problemas. Y lo cierto es que no he hecho otra cosa que mirar sin ver, observar el grupo a través de una mampara de cristal que me permitía colaborar con la causa sin implicarme emocionalmente. Esa eterna defensa contra el riesgo de lo desconocido.


Ensimismado en mi propia visión de la realidad, me he cargado al hombro lo que yo pensaba que eran verdades, y he escrito mi manifiesto a partir de una lista larga de prejuicios. Y resulta que llego a la última convivencia y, de repente, se me caen los palos del sombrajo. Yo era el primero que no quería cambiar los grupos, y de repente me hallo en solitario con un conjunto de jóvenes a los que conozco de vista. Y me digo que hay que respirar hondo y dejarse llevar. Y el grupo me lleva, me agita, me sacude directo al corazón y me deja con la cabeza llena de inquietudes. Ese grupo de la mañana me da a entender que estoy cargado de prejuicios, precisamente por mirar desde el otro lado del cristal de esa mampara. Y se me abren las entrañas aunque intento evitarlo, y me sumerjo en un grupo que me está dejando tocado, que no hundido. Nos desviamos, hablamos de alcohol, de familia, de postcolonialismo, de enfrentamiento de culturas, de toros, de psicología, de filosofía, de religión, de política, y de las intimidades más íntimas. Curioso: llevo 3 años midiendo mis palabras en el grupo, moderando cada uno de mis comentarios, que son pocos; y de repente este grupo de "desconocidos" me desarma, y no me deja fingir. Se rompe el cristal de la mampara y me quedo desprotegido ante la realidad.


Tres años ya y yo pensaba que ninguno de ellos había crecido. Y de repente, son ellos los que nos echan la bronca a nosotros, porque se han sentido solos e Isa y yo no hemos estado ahí porque creíamos que había cosas más importantes en las que ocuparnos. Y en vez de mostrarnos soberbios, agachamos la cabeza, porque nos damos cuenta de que ellos sabían cada momento lo que pasaba, y que ven más allá de nuestro teatro en el grupo cuando nos encontramos mal. Y que han crecido más por dentro que por fuera, y eso hace que me de un escalofrío, porque ya son como nosotros.


Y me sorprendo, porque el que puedan hacerles daño nos hierve la sangre. Y ahi está ese vínculo que llevamos ocultando tanto tiempo. Se ha destapado el pastel en esta última convivencia, y nos ha cogido por sorpresa. A menudo nos preguntamos qué será de esta relación entre ellos y nosotros cuando acabe el rito del aceite y el Espíritu. Y normalmente asumíamos que se acabaría como todo acaba algún día. Hoy no estoy seguro de querer que acabe. Siento que se me han quedado demasiadas cosas en el tintero, y que quiero compartirlas.


A un mes y medio de las Confirmaciones, por fin me creo que esto es sólo un paso más y no el final. Estaba tan empeñado en llegar al 15 de mayo, que no me he dado cuenta que muchos de estos personajes a los que prejuzgué ya han pasado lo que esa fecha significa, y siguen adelante.


El rito del aceite del sábado por la noche me dejó tocado. Con una simple cruz sobre la frente, me tiembla el pulso, y pasa por mi cabeza todo lo hablado en el día. Las broncas, los testimonios, las cruel realidad, el dolor, la dureza de la verdad y la tristeza de la mentira. Y necesito respirar hondo porque una decepción lo cambia todo a sólo dos meses del gran día. En un sólo sábado me enfrento a mi pasado, a mi presente y a mi futuro, y necesito aguantar una lágrima cuando pienso que, a pesar de haber dicho que esto no significaba apenas nada para mi, resulta que ahora es algo que no sólo me llena, sino que ha convertido a unos jovencitos perdidos en hombres del mañana, algunos más maduros y consecuentes que yo. Y se me llena la boca de palabras que susurro porque estoy afónico de tanta euforia, y en este silencio obligado me siento en cierto modo orgulloso, porque aunque pensáramos que no, el grupo nos ha tomado de la mano a Isa y a mi, y nos la ha devuelto. Ya nos somos catequistas y catecúmenos: el grupo se ha apoderado de nuestra energía y nos ha dejado sin respuesta. Touché.


Ya sólo nos queda luchar. Luchar unidos entre nosotros por un futuro que se nos echa encima. Problemas y disputas las que nos aguardan hasta ese 15 de mayo, al que hay que llegar contra viento y marea. Nos queda la etapa más dura de los 3 años, y nos ha cogido por sorpresa. Y nosotros que pensábamos que lo peor había pasado ya... Paso firme: sólo nosotros podemos. Y lo haremos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Cuesta abajo y sin frenos

Ha llegado. Ese punto del curso en el que sientes que has llegado a lo más alto, que lo difícil y lo lejano desaparece y sólo puedes esperar que los días pasen cada vez más rápidos. Es el punto de inflexión del curso, y ha llegado hoy cuando regresábamos en coche de la playa.
Con los ojos hinchados y como tomates porque se me había olvidado tomarme las pastillas de la alergia, miraba la carretera irritablemente recta que va de Matalascañas a El Rocío. De pronto, oigo en el asiento de atrás a Isa recitando fechas. Me vuelvo y me sorprendo al ver que hojea la agenda. Uno a uno, desglosa los fines de semana que quedan, y se encadenan en mi cabeza una serie de acontecimientos que me hacen sentir vértigo.
La reunión de padres, el fin de semana de la convivencia, el fin de mis prácticas en Canal Sur, Semana Santa, el posible estreno de la marcha, el viaje a Túnez de la carrera, la última Feria como universitario, el encuentro internacional de Taizé y las confirmaciones... y a partir de ahí los exámenes y la Graduación... y FIN. Y se acaba lo que llevo 5 años llamando rutina para embarcarme en algo a lo que todavía no le he dado forma, pero que sé que tiene destino anglosajón.
Ya todo es cuesta abajo. He pasado la hoja de febrero del calendario y no me he dado ni cuenta de que ha acabado el mes más corto del año. Todo se acaba señores, y me temo que más rápido de lo que pensaba.
En ese mismo momento en el coche, he preguntado aún sabiendo la respuesta: "Creéis que volveremos a repetir esto?", refiriéndome al fin de semana. "No", ha contestado Isa tajante y sabiendo que mi pregunta es sólo la confirmación de un grupo de seis que tiene fecha de caducidad. Se van los minutos por el desagüe y soy incapaz de frenar este torrente que me arrastra. El 15 de mayo se acaba una etapa, es una ruptura queramos o no. Las cadenas que nos han mantenido atados a un proyecto durante 3 años llenos de risas y sinsabores, nos dejan libres y volamos irremediablemente hacia paraderos insospechados. Lanzados a un futuro que no conocemos pero que nos hará más difícil el seguir unidos.
¿Pesimista? Puede. Pero ahora cabeza alta, que aún hay mucho que hacer y grandes momentos por viir.