miércoles, 29 de septiembre de 2010

Esperanza

A veces hay frases que pasan desapercibidas entre tanta desesperanza, y no deberían. Miguel Ángel Bastenier nos obsequió con este sutil alegato a favor de nuestra profesión en una de nuestras clases. Hay luz al final del túnel.

"Los doctores no trabajan en los hospitales, ellos no trabajan. Sólo trabaja el picapedrero. Los doctores son como los abogados y los periodistas: hacen magia."

Miguel Ángel Bastenier

lunes, 27 de septiembre de 2010

Desidia

¿Que por qué te comportas así? No lo sé. En nueve meses no he logrado entenderlo. Ni creo que lo logre jamás. Quise entenderte más allá del "qué diran"y me ha costado sudor y lágrimas. Ahora no puedo hacer otra cosa que decir que tenían razón, que nunca dejaste de estar más preocupada por mirarte en el espejo de tu polvera que por preguntar por mí.

El viento helado de este invierno precoz en octubre me ha despejado, y han salido con el vaho de mi boca mis demonios. Se me están olvidando tus momentos buenos y breves, y ahora es como si viera a la misma desconocida del primer día, aquella que no quise ver y que ahora desearía no haber visto. Idas, venidas, dudas y discusiones, silencios sin motivo y huidas de madrugada. Las cosas no suceden en vano. Hacía falta hacer todo este recorrido para llegar a darme cuenta de que no merece la pena seguir esperando. Esperando a que salgan también tus demonios por el vaho de tu boca.

Ni tú has intentado calmarte, ni nunca lo harás. Lo que pasa por tu cabeza es un laberinto indescifrable que ni tú misma comprendes. ¿Cómo voy a hacerlo yo? Si supieras las teorías que he montado en mi mente para encontrar una explicación... pero no he conseguido ni siquiera encontrar un patrón satisfactorio que me ayudara a seguir adelante.

Se ha acabado el tiempo. Esto ha sido un parto a la inversa de nueve meses de desencanto, de una angustia de no saber qué fallaba que no paraba de crecer. Nueve meses de echarme la culpa yo cuando la tenías tú. Cosas de la vida...

Aquí se separan nuestros caminos. Ahora te veo a través de un velo, una turbia nebulosa que ha estado ahí desde que te conocí y que me impide saber quién eres en realidad. Ya no me queda paciencia. Aquí acaba el cariño y empieza la cortesía. Te lo has ganado.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Reporterismo en Madrid


Me encantaría titular este post Vacaciones en Roma, como la película de Audrey Hepburn y Gregory Peck, pero ni estoy en Roma ni de vacaciones. Ayer, después de unos 5 años, volví a subirme en una moto. Ana conducía y yo, de paquete, con mi cámara para hacer fotos de la reapertura de la calle Serrano, me acordé entonces de aquella película y de la famosa escena sobre la Vespa.

Ir en la moto y pasearme, cámara en ristre, por la calle más glamourosa de Madrid con un casco de Telepizza en el brazo, mientras fotografío las lindezas de la reurbanización de la calle de Gallardón, no tiene precio. La gente te mira sin saber lo que eres: si un repartidor, un turista o un paseante perdido. Cosas del periodismo rudimentario, cuando tienes que hacer un periódico pero no tienes un gran nombre respaldándote, ni unos recibos con los que pagar tus desplazamientos, ni contactos suficientes como para asegurarte que todo sale bien.

Esto del periodismo de calle me encanta, he de reconocerlo, pero a veces es complicado no tirarte de los pelos cuando ves que si pudieras decir por teléfono "soy Miguel Pérez, periodista de El País" en lugar de "soy Miguel Pérez, estudiante de la Escuela de Periodismo de El País, esto no va a salir publicado", te harían más caso... pues te indignas, sobre todo sabiendo que ya no eres estudiante, que eres periodista porque tus prácticas y tu título lo dicen.

De todas formas, no queda otra que seguir adelante, seguir pensando que hacemos un periódico para miles de personas, y que nuestro trabajo no es sólo para nuestros maestros y correctores. Seguir apostando por hacer algo distinto que no nos deje en la cuneta cuando terminemos y no seamos uno de esos tristes "pre-parados" que El País pregona. Tenemos que tomarnos cada tema como si fuese el Watergate pero sin volvernos locos. Es la única manera de que, cuando llegue diciembre, estemos curtidos en este reporterismo suicida, aunque haya que correr en moto por Alcalá y pasearse por Serano con un casco de Telepizza.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Día a día entre la vida y la muerte

La vida en cuatro botellas


Para mis amigos los médicos


Creo que son los más imprescindibles de los profesionales, por eso su carrera es infinita y el peso de la responsabilidad, casi insoportable. Si hay algo a lo que dedicar tu vida que te haga reconciliarte con la Humanidad, eso es la Medicina. Ponemos nuestra existencia en sus manos y nos dejamos llevar: la vida y la muerte tienen en sus manos campos de actuación relativos.

Tienen en el quirófano una sala mágica en la que ser Dios por un rato, en la que retrasar las embestidas de la vejez y de la enfermedad. No hay marcha atrás: tras esterilizar sus manos y ponerse los guantes comienza la gran prueba, la del bisturí que intenta arreglar los desperfectos del canon universal del creador, que es el ser humano. Un millón de años de existencia no nos deja obsoletos, pero sí que necesitamos pasar más a menudo por el taller.

La línea de la vida que se refleja en el monitor crece y decrece al ritmo de nuestra respiración, de los latidos de nuestro corazón, mientras ellos se ponen la capa de la ciencia y, con nervios de acero, alargan sensiblemente la vida. Son los que miran a los ojos a la muerte e intentan ganarle la partida, aunque no siempre lo consiguen.

Mientras los demás tratamos de convertir el mundo en un lugar más habitable, ellos son los que nos dan más tiempo, los que nos vuelven a dar las fuerzas para no dejar de luchar. Fue la Medicina la que permitió que Mozart compusiera el Kyrie de su Réquiem, la que resucitó a los que salieron de los trenes de aquel 11 de marzo con la metralla incrustada en sus cuerpos, fueron ellos los que devolvieron la voz a Plácido Domingo cuando el cáncer le destrozaba, los médicos salvaron a Juan Pablo II después de que le dispararan en plena Plaza de San Pedro, y fueron ellos los que dejaron a tantos grandes hombres y mujeres de la historia terminar lo que empezaron.

Cuando nosotros desistimos, ellos no tienen horarios, ni eligen cuándo salvar una vida. Siempre médicos, vayan donde vayan. Aunque de lejos, me recuerdan un poco a los periodistas: nunca dejamos de serlo, aunque estemos de libranza, no se elige cuándo sucede una noticia, al igual que tampoco el momento en el que llega la enfermedad. Ser médico es elegir una vida, no una profesión. Son estrellas silenciosas, humildes luchadores, a diario entre la vida y la muerte, y aún así tan humanos como nosotros. Los que devuelven a este mundo a los que ven acercarse las puertas del Paraíso. Juegan con el tiempo y el destino, pero saben que no son Dios. Hombres sin más, pero con la vida en sus manos: ser médico es consagrar tus días a que los demás tengan el tiempo suficiente para cumplir sus sueños.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Lo siento, pero no

Recuerdo una charla hace tiempo, que he repetido en numerosas ocasiones. De si en los medios se publicaban noticias malas de la Iglesia porque somos los chicos malos, porque perseguimos a Roma por cualquier cosa, porque somos así de malvados. Yo pertenezco a ambos lados. No tengo por qué renunciar a un lado por el otro. Es perfecto y compatible.

Hay veces que se cuentan cosas menores porque faltan noticias, pero hay determinadas cosas que SÍ son noticia. Las perversiones de algunos sacerdotes no pueden quedar en el silencio, sobre todo cuando son tan terribles como estas. Ser periodista es contar lo que pasa, no inventarse noticias. Esto ha sucedido, es tremendamente trascendente, y es noticioso. No se pueden justificar las abominaciones con las cosas buenas que hace la Iglesia, y no estamos hablando de la Inquisición ni de las Cruzadas. Esto está pasando en el siglo XXI, y denunciarlo a través de los medios es el primer paso para poner medidas. Al igual que no se puede obviar el Gürtel porque los implicados hayan hecho cosas buenas durante sus mandatos. Lo irregular es noticia, y lo que perjudica a un grupo social representativo, es denunciable, en este caso a través de los medios de comunicación.

Para los que creen que es una persecución, les digo que es una denuncia. Y me parece correcta y necesaria. Iglesia católica, ata corto a tus ovejas descarriadas y no arrojes piedras contra los que ayudan a devolverte al sendero inicial, el de la bondad sin nada más que el puro altruísmo. Aquí os dejo la noticia:

http://www.elpais.com/articulo/internacional/informe/belga/detalla/menores/suicidaron/abusos/religiosos/elpepuint/20100910elpepuint_9/Tes

No hay más que decir. Al menos por ahora. No se pueden destrozar vidas y mirar hacia otro lado.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Carta desde el exilio

Para estar exiliado no hacen falta causas políticas, ni económicas ni ideológicas. El exilio puede ser forzoso o voluntario. Cuando partes de la tierra habitual de tus paseos, tus quedadas, tus sueños y tus recuerdos, sólo te hace falta saber que lo que encontrarás en tu destino merecerá la pena.

El exilio es una situación bastante contradictoria, y por eso es complicado acostumbrarse a él. Cambias la bicicleta por el metro, la ciudad arbolada de la superficie por el estéril mundo subterráneo, el bar de la esquina por el que está mínimo a dos paradas en metro, de levantarte un cuarto de hora antes a levantarte con hora y media de antelación. El exilio es así, al menos para mí. He cambiado hasta la forma de uno de mis placeres: de pedir un capuccino y esperar a que se funda la espuma lentamente a pedir el café con la leche fría para poder beberlo en dos sorbos y salir corriendo de nuevo.

El exilio te introduce en una rutina de tachar los días en un calendario de cartón, en planificar la semana para que el domingo te de tiempo a limpiar, en pasar por casa para coger la maleta después del máster cruzando los dedos para que te de tiempo y no pierdas el último tren a Sevilla, en levantarte a las 5 de la mañana para poder coger el primero de vuelta.

He de confesar que cientos de veces he temido decir adiós y no sentir nada al marcharme de nuevo a Madrid. Estar tan inmerso en estos trajines de viajes, escapadas, estaciones y trenes, que desistiera de volver con tal de no darme la paliza.

Esta última vez he dicho algunos adioses más fuertes, porque otros se marchan como yo me fui, a un exilio voluntario en destinos diversos. Los mismos nervios que tenía yo, el mismo miedo a equivocarse, el mismo temor a decir después de una semana que se volvían. París, Vila Real, Rouen, Bamberg... cada uno parte a donde cree que se tiene que ir. Tan exiliados están los que se van lejos como los que se quedan, sea en la reclusión de una biblioteca o en un centro de Pilas antes de un concierto.

El exilio nos ayuda a saber que hay algo por lo que volver, el adiós sigue teniendo tanto significado como la primera vez que me marché. Parece mentira que ahora estemos más cerca en avión que antes, cuando usábamos el autobús o el tren. Para mí el exilio no es negativo: es un alejamiento temporal y consciente que me ha hecho valorar más lo que tengo lejos.

El cielo no está tan gris como parece, y ahora que regresa el frío poco a poco, la vuelta al sur sigue siendo una manta reconfortante en la que envolvernos. Mientras tanto, hay que aprovechar el viaje emprendido, no caer en el olvido, recordar las risas y los momentos vividos, ponernos el abrigo y dejar que el aire, sea el de Francia, Alemania o Portugal, nos dé de pleno en la cara. A los que se quedaron allí, sólo cabe decirles que volverás, y que intentarás no cambiar tanto que no te reconozcan.

Dejar atrás lo conocido para lanzarse a la incertidumbre es sólo un paso más para hacernos mayores, nada más que eso. Tomar decisiones es vivir, quedarse sentado esperando, dejar que pase la vida. Ánimo y mucha suerte a los que se marchan y a los que se quedan, a mí ya no me preocupan los adioses, ni volverme un témpano de hielo. Porque después de ocho meses, no puedo evitarlo, y aún se me pone un nudo en el estómago cuando llega el domingo por la noche en Sevilla y vuelvo a abrazar a los que dejo atrás para volver a estar solo en el exilio, y a pensar en la próxima vez, en la que los abrazos sean de bienvenida.