lunes, 17 de diciembre de 2012

Carta a mis granaínos



17 de diciembre de 2012, Sevilla


Hermanos:

Se acabó otro viaje, y ya os escribo desde mi Sevilla, esa tierra que gracias a Dios es también vuestra casa desde hace unos meses, aunque pienso que lo ha sido siempre.

Acabó la aventura, esta vez con excusa laboral y en solitario. Se acabó vivir en la gloria granaína, que tiene sus matices respecto a mi gloria sevillana. Os escribo mientras escucho la marcha Hosanna in excelsis que me descubrió Quique hace unas semanas, porque pienso que es la música con la que mejor puedo escribir estas líneas. 

Lo primero que quiero deciros es que conforme avanzan nuestras visitas lo extraordinario ha dejado de atraerme. Entended lo extraordinario como aquello de visitar monumentos, lo de ir de tapas a sitios nuevos, la actividad cultural... Después de subir tantas veces a la Alhambra -ese palacio que nunca se ha visto demasiadas veces-, he empezado a creer que no necesito eso. Que me vale con compartir una siesta, con comer en familia en casa, con echaros una mano sirviendo una cena a 300 desconocidos... Y que no me importa irme con vosotros de convivencia si hace falta, ni estar presente en vuestros grupos, ni ayudaros a coger ideas para una catequesis. Que no me cuesta trabajo acompañaros a comprar lo que haga falta, ni ayudaros en una prueba de la gymkhana, ni me importa levantarme a las ocho de la mañana un domingo. Porque lo realmente extraordinario es que no me siento un forastero, que este fin de semana me he sentido uno más. Que no ha hecho falta que estuviérais pendientes de mí, porque ya no soy un invitado. Que ya no soy un extraño. O al menos así me siento yo.

Este fin de semana ha sido como estar dentro de vuestro circuito, dentro de vuestras vidas reales, y no de esas vidas excepcionales y en cierto modo protocolarias de cuando íbamos de visita. Este fin de semana ha sido en familia, olvidándonos de lo turístico, de lo curioso, de lo excepcionalmente cortés. Hemos sido como somos, como somos cada día, y nos ha ido más que bien.

Quique, gracias por darme un techo, una cama en tu cuarto, a pesar de que creí que llegaba en el peor momento posible. Ana me dijo una de las frases más bonitas que me han dicho en mis 26 años de vida y entendí que estaba allí por algo, aunque yo no fuera consciente. No desesperes, hermano. La vida nos da mazazos inexplicables de vez en cuando, no sé si para darnos un toque de atención o para probar nuestra fuerza. Tú tienes más que suficiente, Rafa y yo no nos cansamos de decirte que creemos en ti, y es porque lo sentimos de verdad. Cada vez que se te plantea un reto, saber salir de él. Y con esto no va a ser diferente. Como decía más arriba, da igual las charlas que queden pendientes, porque esto ha dejado de ser extraordinario. Cuando hay sueño, hay que dormir, y cuando hay que estar montando una convivencia o estudiando, es porque es lo que hay que hacer. No se para el mundo porque yo vaya. Y en eso consiste también convivir en familia, como me he sentido este fin de semana. Tampoco yo quise apartarte de mi vida normal, y por eso quería llevarte conmigo al Albaicín a que me vieras en acción, en parte para que entendieras que mi trabajo es más hermoso de lo que se pueda imaginar, y porque quería compartir contigo un momento mágico que acabaron siendo dos horas únicas. Y creo que lo conseguimos. Sigue adelante Quique, con esas ganas que le pones a todo lo que haces, sin perder la sonrisa. Sigo creyendo en ti, quizá cada vez más. Dale duro, que puedes. Palabra de decano.

A ti Jose, sobre todo tengo que decirte que me gusta tu alegría, esa nueva y que para mi es más de verdad. No la de la eterna sonrisa que esconde más de lo que enseña, sino la que me muestra momentos mejores y peores. Que todos somos humanos y tenemos días mejores y peores, que todos estamos cansados en algún momento y tenemos ganas de apuñalar en otros. Que la vida es así. No te dejes llevar por los que cargan todo el peso de los Reden a tus espaldas. Claro que los coordinadores estamos ahí para sacar las ruedas del carro del barro, para intentar arreglar lo que nadie tiene tiempo para arreglar, pero no puedes cargar con todo eso. La vida es la vida, y va mucho más allá de los muros del despacho. Sigue con ese entusiasmo voraz, pero delega también. Muchas veces es mejor enseñar a los demás a superar los momentos de crisis solos, aunque tú estés siempre pendiente por si se les va de las manos. Delega, reparte, quítate peso, pero no pierdas esa iniciativa que te hace único.

Aunque me has dado por saco, porque sabes que lo das, porque es parte de tu encanto, creo que tienes un lado que no había descubierto aún, Jesús. Has sido mi anfitrión y, a pesar de que tu hermano te gana en responsabilidad y te lleva la ventaja de lo que he vivido con él, te estás ganando un hueco en el corazón del decanito. Eso seguro. Igual que Ricardo, que yo soy el decano de nombre y poco más, que no hace falta que me hagas la pelota, miarma. Que no hace falta. Que ya me tienes ganao, y no hace falta que te sigas esforzando, aunque sé que te sale solo.

Rubia, solo dos fotos, pero para mí valen un mundo. En serio. Me has dicho que he sido uno más, y hoy en el autobús de vuelta creo que lo he comprendido del todo. He vivido lo mismo que vosotros, y cómo has dicho, no ha hecho falta vigilarme. Que ya somos mayorcitos para saber que la vida sigue aunque alguien venga de viaje. Yo he trabajado y tú también, y la vida es así. Un cúmulo de obligaciones entre las que asoman momentos de verdadera ilusión y recuerdos.Y eso ha sido este fin de semana. No hay más. Y por eso ha sido nada extraordinario y totalmente extraordinario al mismo tiempo. Que me habéis abierto las puertas, las ventanas y todo lo que ha hecho falta. Escaleras arriba y abajo cargados de platos, esperando niños en la plaza de la catedral o comiendo con ancianitos -y recibiendo un bofetón de realidad, como dice Jose- como uno más. 

Y a los demás, qué deciros. Que aunque Pablo sea el fucker virtual del santuario, sigue teniendo la sonrisa y la ilusión de un niño siempre presente. No la pierdas nunca, porque a cualquiera le devuelves la vida con ella. Y Ángel, que no te creas que tengo las respuestas a las preguntas difíciles, que como le he dicho a Ricardo, lo de decano es más por edad que por otra cosa. Tú te vales más que solo para conseguir lo que quieras, y lo has demostrado esta tarde misma. Sigo riéndome lo mismo contigo, y eso es algo que no estoy dispuesto a perder ni sacrificar.

Y después de esta parrafada infernal, y quizá creáis que innecesaria, deciros que perdonad si algunas veces he sido más un estorbo que una ayuda. Que sé que he ido en el peor de los fines de semana posibles, pero que creo que todo ha salido más que bien. Aunque esté completamente reventado y os escriba esto entre bostezos. Y deciros de nuevo gracias mil veces, que me habéis dejado compartir vuestra vida, la de verdad. La de las obligaciones y los follones, la de los estudios y los trabajos. La vida real. Y cuando uno se siente uno más es la mejor señal posible, porque significa que ha dejado de ser excepcional para ser cotidiano.

Gracias por convertir un improvisado viaje de trabajo en una estancia en familia. Para lo que queráis, en Sevilla tenéis vuestra casa, ya lo sabéis. Ya os echo de menos, y solo acabo de irme. 

Hasta pronto y cuidaros mucho!

Miguelito

lunes, 3 de diciembre de 2012

Contradiciendo a la burbuja

Nos hemos llevado años adoctrinando a nuestros niños: "Cuando vayáis al Espino, no os emocionéis. Aquello es una burbuja, una situación irreal. Al regresar a vuestras ciudades de origen las amistades que parecían eternas y lo allí vivido se quedará con toda probabilidad entre los muros del monasterio". Y una vez alcanzado el decanato, cuando era lógico pensar que la profecía se cumpliría de nuevo, llega la sorpresa.

Esta historia comienza hace tres semanas. El regreso de Valencia con una espinita clavada, sin tiempo a recuperarnos, nos llevó en volandas a un nuevo proyecto. El más ambicioso, el más agotador de los que los chicos del coro se habían planteado hasta ahora. ¿Quién dijo que los cuentos eran tarea fácil? Pudimos soñar que podíamos respirar bajo el mar o imaginar que el simple hecho de poner la mesa podía convertirse en una gran cabalgata de derroche imaginativo. Pero no fue sencillo. Semanas ensayando día tras día, a pesar de que el flautista de Hamelín nos intentaba llevar siempre por buen camino y la hormiga reina trabajaba incansable cuadrando horarios y haciendo cuadrantes para que la enorme tela del concierto se fuera tejiendo poco a poco. Semanas en las que, poco a poco, como siempre pasa en estas cosas, nos fuimos transformando hasta convertirnos en "alguien que solíamos conocer". Que entre bambalinas, muchas veces, hay que callar y morderse la lengua, que la procesión, aunque hermosa, siempre va por dentro.

Pedíamos al reloj que detuviese su camino mientras los cocos marcaban el tic tac y nos acercaban al viernes del estreno, y cada vez veíamos más claro que la tortuga, ese lastre de la complejidad de las corales y de los disfraces, podía ganar a la liebre, esa desesperanza fanfarrona que se cernía sobre nosotros. Hasta que llegó 'El ciclo de la vida'. Y luego el concierto se fue deshaciendo, poco a poco, marchándose las tensiones, reforzándose los lazos ante un público entusiasmado, que se emocionó hasta al ver salir las servilletas dando saltitos en fila en 'Qué festín'. Y luego solo quedó la emoción, el derroche, la alegría, para terminar diciéndonos a nosotros mismos en aquel final de los Payasos de la tele que lo que acabábamos de hacer era "magistral y sensacional".


Y, volviendo a la burbuja, en la platea, sobre la moqueta (porque eso también lo hemos aprendido en el reino burgalés de la burbuja), estaban los que habían hecho kilómetros para venir a ver nuestro regalo solidario. Bien fuera desde Madrid o desde Graná, nos honraron con su presencia, a pesar de que los focos nos impidieron cantarles a la cara, ya que solo veíamos una espesa nube de cabecitas. Y después del éxito, nos tocó darles las gracias. Cada uno con los suyos, acogidos en nuestras propias casa, como familias que por unos días tienen un hermano más o, en el caso de Rafa, familia supernumerosa.

Nos tocaba devolverles la entrega, devolverles la ilusión que nos habían dado, los ánimos minutos antes de comenzar el concierto. Y volvimos a las charlas paseando por el centro, algunas postergadas durante meses y más que necesarias, a mirar a los ojos al Gran Poder, a la paz tras las puyas hirientes del proceso de construcción del concierto, volvimos a las noches de risas y nos unimos ante la adversidad (30 personas buscando un bolso robado hasta encontrarlo bajo un coche).

¿Momentos? Todos los del mundo. La vista hermosa desde el mirador de las Setas de la Encarnación, la vuelta a casa andando con los gritos de 'Decano' resonando por la calle San Fernando, los cigarritos que calientan la noche fría de la Calle Betis, el maratón de vídeos rumbo a Triana, las luces de Navidad, la historia del cinturón imperdible de Ile de France, la Catedral haciéndonos la cobra cuando intentábamos entrar, las 27 tapas de solomillo en la Tabernita, las buenas noches con nuevas voces en cada una de nuestras casas, los sandwiches en la cripta después del subidón, los abrazos del adiós...

¿Quién nos contó lo de la burbuja? ¿Quién nos hizo creer que aquello era inevitable? Hemos roto la maldición: no podemos vivir sin la burbuja, y por eso nos hemos propuesto mantenerla, haciéndola de cristal transparente para que no se rompa. Y a golpe de visita de este a oeste y de oeste a este, poco a poco vamos consagrando lo impredecible. Que Si tienes fe, puedes pegarle una patada a la desesperanza, que al fin y al cabo, 'Nostalgia' lleva dentro la palabra 'regreso', y eso solo puede significar que la mejor despedida es un 'Hasta luego'.

Creo que después de esta visita, de este fin de semana de concierto solidario en plan boda gitana -tres días de celebración-, nos queda sobre todo, algo más de concordia. Concordia por las conversaciones que tardaron meses en llegar y que al final han puesto los temas importantes sobre la mesa, concordia por la eterna promesa de venir a Sevilla que al final se cumple, concordia por haber escuchado al corazón pero también a la razón. Concordia porque estos momentos te hacen más fuerte, porque te llevan hasta los límites de la cordura para probar lo fuerte que eres. No puedes permitir que te ganen la partida. Parece que una vez más lo hemos superado, y el llevar nuestros cuerpos y mentes hasta el límite ha dado un fruto de 3.700 semillas de esperanza.

Hoy nos queda el vacío, la morriña y la vuelta a la realidad. Esa en la que los cuentos vienen en blanco y negro y se venden en los quioscos, en la que los finales felices hace tiempo ya que pasaron casi a mejor vida.  La realidad en la que los malos no se transforman con la fe, sino que siguen martilleando al que tiene ilusión. Que la ilusión no cotiza en bolsa ni vende en las televisiones. Pero que nos quiten los sueños, que eso sí que no pueden. Ya lo decía Chema en el concierto. Que los cuentos no viven en nuestros viejos libros, ni están hechos de papel y tinta, que los cuentos no se pueden destruir si seguimos creyendo en ellos y nos aferramos a la esperanza. Porque los cuentos, sean de los hermanos Grimm o nuestros propios sueños, viven en ti. Y eso es algo que ni la bestia más despiadada puede arrebatarte.

lunes, 29 de octubre de 2012

Granada tags


Muchas veces, cuando vuelvo de un viaje, y más si es tan intenso como este último, con pocos momentos para coger aire y pensar, se me vienen a la cabeza ideas en forma de tags de blog. Como temas o frases que dicen más solo dando pinceladas que exponiéndolos, como si estuviera mejor así. Ideas que pasan por mi mente, y que prefieren quedarse solo como un bombardeo doloroso y festivo de aspectos concretos. Esta es la nube de tags de este viaje.

El café antes de salir bebido en dos buches. La historia del triángulo y el paso hacia la caja china. El sol reflejándose sobre la nieve en la sierra. Los postigos de madera en las ventanas del santuario. El Paseo de los Tristes bajo el agobiante cielo espeso de nubes. El qué dirán. Los diez cigarrillos buscados en la puerta de la taberna y el porqué de la grandeza de la música de Mozart. Los gin tonics de media tarde. El pacto de no-agresión y la tregua firmada con un apretón de manos. La llovizna al bajarse del coche.

La sonrisa de los voluntarios al rememorar lo que han cambiado sus vidas. El móvil rugiendo de tanto tuitear. El #EncuentroVoluntarios. "¿Dónde coño duerme Marta?". Las medias noches preparadas a las siete de la mañana para que estuvieran tiernas. El hombre de la tarta que nos deja a Quique y a mí con las ganas. Las lágrimas en la capilla. La botella con un mensaje dentro.

La luna reflejada en los cristales del santuario al rozar la medianoche. El abrazo. La inseguridad y las siete horas de sueño que nos mantuvieron vivos todo el fin de semana. La escalera de madrugada que guarda el secreto. Bailar salsa. Los mensajes que no vinieron en una botella. Las risas en las presentaciones. La paellera que no cabía por la puerta y la cola para disfrutar de la barbacoa. La presidenta y la otra presidenta.

Las dos tartas heladas y el número 23. Ver cómo el más echao palante se pone colorao cuando le cantan el 'Cumpleaños Feliz'. El pasado y el presente. El pregonero joven de la Semana Santa y el paseo con Fidel y Loreto hasta Plaza Nueva. El compromiso y el vértigo de ver que no hay marcha atrás. "Enamorado de la moda juvenil". El encargo del obituario que llega durante la cena. La mala cara al despertar.

La desconfianza. Las conversaciones que sustituyen a las siestas por muy cansados que estemos. La vista hermosa de las cubiertas del santuario que hasta duele. Instagram. La canción en francés en el coche de vuelta. La rueda que vuelve a poner el contador a cero y que provoca que el ciclo vuelva a empezar. La conversación inesperada en el baño que pasa de una frase a 20 minutos. AS y esa nueva visión de la vida.

Compartir y sentirte parte del proyecto. La gente que pasados cinco años en silencio se convierten en una buena compañía de nuevo. La terraza de Los Jerónimos y los vellos de punta por el frío. La luz de tus ojos y tu voz que hipnotiza cuando susurras. Kaliche para todos. Cantar con la garganta destrozada. La foto-lluvia en el photocall de Galería. El sueño y la extenuación. Comprender que no hay que criticar tanto a la luz del mundo, sino empezar a meterle combustible a tu candil para empezar a dar luz tú también. Decir 'Nosotros' en lugar de 'Yo'. Cuestionar la altura de la catedral. Las estampas del Gran Poder que fueron de viaje conmigo y no volvieron.

La confianza como pilar fundamental para sentirte vivo y útil. Ser menos tajante. El frío. Los ronquidos y dormir con 'los vocales' en el cuarto. El cuaderno del Espino con mi nombre con la cubierta llena de mierda de tanto llevarlo de un lado a otro. El jardín chill-out. El americano borracho que nos suspira en la cara al pasar. La sede del Granada Hoy cerrada. La llamada a la puerta a las seis de la mañana. La melancolía del regreso. La mirada como herramienta certera de lectura del alma. Cuidar del niño.. y de la niña. Estrella de Galicia en la tierra de la dulce Alhambra. La amistad. La incomprensión. El hombro listo para ser usado. La llave y las correcciones de Shakespeare.

Granada. El reencuentro. La fachada y los cimientos. La tormenta. Las gracias al cielo por haber puesto a ciertas personas en mi camino. La paz y la inquietud. La vida. Y el último abrazo preguntando cuándo será la próxima visita. El abrazo colectivo. Y la esperanza.

martes, 16 de octubre de 2012

El bofetón de realidad de Valencia

¿Para qué estamos aquí? ¿A dónde nos llevan los caprichosos bandazos de la vida? Quizá demasiada retórica para un día de resaca de cansancio posconcierto. Acabamos de volver de Valencia, los del coro de siempre, Sevilla28. Y creo que nunca me imaginé que este concierto, después de todos los que llevamos, fuera a ser el más especial.

Nazaret es un barrio de esos que nadie quiere ver. Oculto, pasando el último puente del Turia, en una zona de terrenos bajos y rodeado por huertas que un día fueron el esplendor comercial de la zona, se muestra como una especie de suburbio con poco que ver con la cercana Avenida del Puerto o la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En el centro de este barrio, una parroquia que lleva el nombre de la patrona de la ciudad, pero también el de una advocación que refleja muy bien a los habitantes de la zona: los Desamparados.

Llegamos allí con nuestros instrumentos, con las ganas de hacer lo que mejor sabemos hacer y, por qué no decirlo, con un poco de nudo en el estómago por lo que nos podíamos encontrar allí. Los preparativos fueron bien, adaptando el concierto al nuevo escenario, ensayos sin parar, preparación del vestuario en la "trastienda" de un colegio y retoques a la distribución para que entrásemos todos en un escenario que para 14 personas siempre se hace pequeño. Valencia, encabezada por Matute, Víctor y los postulantes, había dado todo lo que podían dar -y más aún- para que Sevilla28 fuera allí. Ya solo con entrar en los pisos donde íbamos a dormir nos dimos cuenta que aquello era algo más serio de lo que pensábamos. Habitaciones más que de hotel para nosotros, que no éramos nadie... Pagadas por una parroquia más que modesta, que nos ha tratado como reyes solo porque vamos a actuar a su barrio.

Valencia me ha tocado, creo que nos ha tocado a todos, en el fondo de nuestro ser. El bofetón de realidad ha sido tremendo, y creo que nos hemos dado cuenta de que el coro es más que música, más que el dinero que recaude -algo que aquí no importaba-, que es evangelización, que es fe viva, una muestra de lo mejor de nosotros sobre un escenario. El concierto de Valencia ha sido leer el entusiasmo de un barrio en los ojos de la gente a la que la crisis ha azotado con más fiereza, gente excluída por designio social y por castigo. Y ese entusiasmo vale más que cualquier riqueza tangible del mundo. En cierto modo, como decía San Agustín, hemos predicado con la música, una música más sencilla, muy lejos de esa música de las esferas planetarias que suponía para el Padre de la Iglesia una celestial muestra de la grandeza y la perfección de la creación.

Volvemos tocados, tocados por una música que no entiende de pentagramas, la de las risas sinceras de aquellos que en un concierto de 14 sevillanos ven un motivo para sonreír cuando todo te induce a llorar. Creo que en Valencia hemos sido misioneros, sin creernos nada, nos hemos demostrado a nosotros mismos que en las periferias de nuestras ciudades está la gente que más necesita un soplo de aliento. Y en la periferia valenciana, allí donde Víctor y Manolo tienen su campo de acción, entre prostitutas e inmigrantes, con el mundo de la droga cerniendo su oscura sombra sobre las calles del barrio, creo que hemos visto a Dios entre los muros de un colegio. Y nos ha cogido por los hombros para zarandearnos y despertarnos, para decirnos que Sevilla28 es un estandarte, pero sobre todo un sentimiento, una fórmula para sacar lo mejor de nosotros y que eso no se nos puede olvidar.

Hay que darle gracias al coro pero, las gracias que nunca dejaremos de dar son para Valencia, para aquellos que nos acogieron en su casa y nos hicieron darnos cuenta, bofetón de por medio, de que cuando ponemos toda la carne en el asador, podemos lograr grandes cosas. Que las cosas importantes no se cuentan por fajos de billetes ni por aplausos, sino por gestos. Una sonrisa de aquel que hace meses que no sonríe es el mejor logro de este coro, de este grupo de chavales acomodados que han jugado a ser misioneros un fin de semana. Que los verdaderos misioneros se quedan allí, en la plaza de Nazaret, en la casa de acogida para presos de La Punta, en el colegio en el que nosotros actuamos... Con este concierto nos llevamos un pellizco en el corazón, lo más importante sin duda. Y una conclusión, que me hizo ver Carlitos Galán esta mañana: "Que cada uno con lo que ha recibido se ponga al servicio de los demás...".

lunes, 8 de octubre de 2012

Cerrar la herida de San Lorenzo

Fueron apenas unos minutos. Quizá ni siquiera llegaran a ser cinco, un simple acercamiento, bajo la concha de mármol rosado de la parte posterior del camarín, esa que se repite en la capilla trasera de San Lorenzo, como un palio árabe y marino. Subiendo las escaleras más por obligación que por deseo, cada peldaño me conducía a una estampa que mi mente había borrado para atesorar otros momentos, quizás menos importantes.

Como un forastero en algo que es tan mío como de cualquier otro sevillano -sevillano universal, de esos que sienten Sevilla sin importar cuál ser el lugar de nacimiento que aparezca en su DNI-, me dispuse sobre la pared marmórea del camarín y observé. Y me pregunté por qué esas caras, por qué ese fuego en los ojos de aquellos que me acompañaban, por qué lo que para mí siempre había sido un tema secundario era para otros una Meca, un lugar al que acudir llueva o truene en la plaza de San Lorenzo.

Y me vi a mí mismo pensando qué significaba aquella escultura de madera, aquel retrato de Dios venerado por los siglos de los siglos. Y me vi de pequeño, subiendo al camarín más con miedo que con devoción, porque aquel hombre de madera con la cara oscura y una corona de espinas excesiva me daba más que respeto. Y me vi en los besamanos previos a la Semana Santa, con mi padre cogiéndome en brazos para alcanzar a aquellas manos torturadas por el tiempo y el humo de las velas.

Y sentí que algo me había perdido en todos estos años en los que no he visitado San Lorenzo -años en los que veía a mi familia sentir verdadera devoción mientras yo hacía caso omiso, y me iba separando poco a poco de aquella pasión familiar-, y me pregunté si sería capaz de sentir lo que sentía aquel Quique que me había puesto como única necesidad de venir a Sevilla "ir a ver al Señor". Y entonces hice una foto, y se la envié a mi padre, ese que sé que siempre ha tenido una espinita clavada por el hecho de que no me pase por la basílica. No para resarcirme con él, que ya me ha aguantado bastante con mis idas y venidas en San Lorenzo, sino porque quería mandársela. Y la respuesta de mi padre fue sencilla: "Él no te lo tiene en cuenta. Ha escogido un buen amigo para que regreses a él".Y se me escapó una lagrimilla irremediablemente, y miré la espalda de aquel hombre de madera que tenía ante mí. Y luego a Quique, y me dije a mí mismo que a veces la respuesta para un problema está en la persona que menos lo esperas, y que hace unos meses no habría ni tan siquiera adivinado que volvería por él a pisar el suelo de la basílica.

¿Quién sabe lo que ha de venir y para qué se cruzan las personas en tu camino? Creo que acabo de cerrar una de las cuestiones abiertas desde hace años, que la herida se cerró cuando Quique fue la excusa perfecta para volver a ver a Dios cara a cara. Y creo que sentí cierta envidia de aquella mirada fija, de aquel rostro que cambió completamente cuando miró al Gran Poder desde el lateral del camarín. Sentí envidia y me pregunté por qué yo no iba a verlo con lo cerca que lo tenía, cuando había gente que viajaba desde Granada un par de días con el objetivo de tenerlo más cerca solo unos minutos. Y volví a emocionarme, algo que en esta basílica nunca me había sucedido, para bien o para mal. Volví por obligación, pero creo que porque los hilos de ese plan que tienes para mí me llevaron aquella tarde de sábado hasta tu pequeña habitación al final de la escalera. Y me pediste, a través de los ojos de Quique y Jesús que me reconciliara, que volviera, que me echabas de menos, y que, como me dijo mi padre, lo pasado no me lo tenías en cuenta.

martes, 4 de septiembre de 2012

Abecedario pollúo

Llega un momento en el que se te acaban las expresiones que utilizar, las formas de reinventarte cada día, y de repente, aparece una nueva idea. Una solución válida que sale de lo más esencial que tenemos los seres humanos para comunicarnos -además de la música-, las propias letras que forman nuestras complejas palabras. "¡Un abecedario!", me dije a mí mismo después de estos cinco días en Graná y el vértigo de contar un viaje con tantos matices que temía que la mitad se me quedaran en el tintero. Una de las cosas que más me gusta de esa ciudad de los sueños es su manera de convertir las palabras en música, de darle a cada frase una entonación. Porque, al igual que en la música, el acento es el que le da a las palabras la vida y la emoción. Hasta entonces no son nada. Así que una de las opciones es contar y hacer balance de este viaje a Graná con un abecedario, un abecedario pollúo, por supuesto.

A. Este ha sido el viaje de la provincia, y la A debe ser de Alfacar. Desde el primer día nos hemos dedicado a recorrer los pueblos, y la casa de los Quesada estaba en nuestra apretada agenda. Atracón de comer y siesta en la franja de Gaza -nunca sabes de dónde puede venir el disparo que te ponga empapado de agua en pleno sueño-. Alfacar, la casa de campo con piscina que suena a rumor de acequia, y en la que las excursiones de trabajo quedan relegadas a un lado, que ya habrá tiempo de ver la acequia de Aynadamar, porque lo que toca es estar con esa gente por la que has realizado este viaje. Que Graná es su gente, esa ristra de nombres que hemos aprendido en un monaaterio de Burgos. Y lo demás, es lo de menos.


B. Sí, Graná es una de esas ciudades en las que el modelo de Botellódromo funciona. Y la mejor forma de celebrar un cumpleaños es desplazarse hasta allí después de haberse metido entre pecho y espalda una de esas tapas con las que cenas por dos euritos. Y echo de menos, en Madrid y en Sevilla, ese rollo de estar con todo el mundo, al aire libre. Y encontrarte con los de ayer y los de hoy, vaso de plástico en mano. Y si hace falta, alguno se va calentito y otros se van antes de tiempo, o llegan tarde -bien porque está en su naturaleza, bien porque se han cambiado de vestido cinco veces antes de salir-, o se apuntan en el último momento. Pero lo que importa es que estén.

C. La Chana ha sido nuestra casa y nuestro punto de partida. Que quizá la A de este abecedario debería haber sido para Ana, pero es mucho mejor explicar que ha sido nuestra anfitriona en su piso. Y que desde el primer momento, tuvimos un chófer muy familiar, unos desayunos inolvidables de los que hablaremos luego y unas vistas increíbles de una ciudad más que eterna. Y una anfitriona de excepción a la que le debemos buena parte del éxito de esta aventura. Que por unos días hemos sido compañeros de piso, Martita, ella y yo. Y que lo podría haber sido otros cinco días más. Si realmente hemos servido para traer alegría a tu verano, no sabes la alegría que tú has traído al nuestro.

D. Y hablando de Desayunos. Los de este viaje no es solo que hayan sido atípicos, es que han tenido su propia banda sonora y sus invitados especiales. Mientras Marta se mostraba con el moño en lo alto de la cabeza y a mí se me caían los párpados sobre unas ojeras cada vez más marcadas, pasaron por nuestra cocina Jose y el hermano de Anita. De fondo, lo más friki que se nos ocurría, desde Andy y Lucas a Melendi, pasando por Alejandro Sanz o Kiko y Shara. Desayunos distintos, desde luego, mientras Ana corría como una loca hiperactiva por toda la casa. Nadie tiene esa energía tan temprano.

E. Esta letra es más bien por ausencia, porque se refiere al Estrés. Estrés inexistente a pesar de que estoy cerrando etapa y que tenía que trabajar desde Graná, a pesar de que me habían ofrecido un trabajo en Caracas... Y se me ha olvidado todo a golpe de la paz que se respira en esta ciudad de calles de ensueño y acentos marcados que siempre me sacan una sonrisa.

F. Estar como en Familia, sea dónde sea. Bien sea en Alfacar, en Periate, en La Chana o en los Reden, nos hemos sentido como esos primos lejanos que rara vez vienen de visita pero a los que se les acoge con los brazos abiertos. Una especie de hijos pródigos que nunca fueron hijos, pero que en un momento se sienten como parte de la familia. Hemos estado tan acogidos que no se ha hecho raro: un día nos llamábamos Rojas, otro Martínez y otro Quesada. Y nosotros encantados con la acogida. Así debería ser de sencillo siempre.

G. En este mundo en el que parece que un plato de comida no es Gourmet si no contiene virutas de jamón ibérico, está hecho espuma o se esconde tras un nombre de tres renglones, Quique desconfiaba paseando por el centro del concepto de Pionono Gourmet. Y es normal. Eso ni es pionono ni es ná (¡Qué pollah!). Porque en este viaje me he desintoxicado de esa comida extrema y superelaborada que ha sido incapaz de superar a platos como las maravillosas migas de la madre de los Quesada, a ese pan de Alfacar que es gourmet por méritos propios o a la propia Milnoh, esa cerveza exquisita que es un brebaje mágico y suave.

H. Una de las expresiones que me he traído a Sevilla es "estar hecho peazos". Porque en ese maravilloso habla de Graná, uno no está reventao, sino hecho peazos; no tiene hambre, sino está ehmayao; no te dan por culo, sino tras tras que te dan por detrás; y todos los adjetivos intentan terminar en -illo o -ico, que así parece que están dichos solo para ti. Qué maravillosa habla que tenéis, quien os dija que no se os entiende es que no os ha escuchado bien.

I. Y por las noches, parece que no has estado en Graná si no pasas aunque sea un rato por Los Italianos en busca de un cucurucho. Y qué descubrimiento la Casata, un helado que no se sabe muy bien en qué consiste, es como el helado total hecho en plan popurrí de todo lo que se te ocurra. Recomendación del pequeño de los Quesada y un acierto total en una noche en la que descubrí que las azucenas y los lirios son lo mismo... Fíjate tú.

J. Con J empiezan dos nombres que han tenido un momento especial en este viaje. Uno es Juan, que parece que ha dejado de enfadarse con el mundo y ha decidido volver a la gente que un día fue su familia y que ha estado esperándolo para que les alegre la vida, que es lo que mejor sabe hacer. Y el segundo muchas veces se me olvida que se llama Jesús, porque solo lo llamo por su nombre cuando me pongo serio. El costalerito que ahora va de modernete, Pulido, el de las idas y las vueltas, el de las broncas trascendentales en las discotecas y las charlas en pijama en la puerta de un hotel de Madrid. Porque siempre está ahí, aunque a veces se nos olvide a ambos.

K. Kilos son los que he cogido yo, y eso que hemos subido cuestas a más no poder. Que subir al Albaicín a las dos de la tarde debería ser una prueba del triatlón, o bajar de la Alhambra con alpargatas. Pero es que, aunque suene tópico, ese rollo del tapeo y del barbacoismo rural extremo son cosas que no se pueden rechazar. Y así he vuelto a Sevilla, que como dice Rafa, llevamos una semana hidratando con frutas y gazpacho...

L. La vín. Nada resume la sorpresa y la exageración como esas dos palabras. Y es que esas exageraciones nos unen a los sevillanos y a los granaínos. Que hay que ser exagerado para que con subir a una terraza a tomar a un café ya nos creamos en el paraíso. O hay que ser exagerado para pensar que una cuesta del Realejo merece decenas de fotos porque la escalera que la recorre te hipnotiza. Pero hay que ser exagerado, porque eso significa que nos importan los detalles, y eso, amigo, es lo que forma la vida.


M. Por fin lo conseguimos: después de haber ido muchas veces a Graná y visitar la Alhambra una y otra vez, llegamos a la Mae West. Discoteca con pretensiones, por supuesto, en lo alto de una escalinata que para algún que otro chavalín seguro que es la escalera a los cielos una noche de sábado cualquiera, la Mae West no es más importante que cualquier otro sitio de cualquier lugar del mundo. Lo que lo hace diferente es con quien vayas, quien te dé una charla interesante a gritos intentando ganar en decibelios a la música, o quien te conceda un rato agradable con sabor a gintonic en su terraza bajo el manto de estrellas, en el que un cigarrillo se convierta en tres seguidos y una copa debatiendo sobre el futuro y sobre música.

N. Si en Graná hay un mirador, ese es San Nicolás. El mirador que Clinton le descubrió al mundo, la mejor puesta de sol del planeta, o al menos eso dicen. Y volver a San Nicolás parece una obligación desde que pones el pie sobre el cálido suelo de la ciudad. Pero ha habido mucho mirador esta vez, y no solo el de San Nicolás. Acercarse de noche al Paseo de los Tristes para que Marta pueda ver la hermosa nocturnidad de la Alhambra, alevosamente bella. Subir a los escalones de la catedral para contemplar la plaza de las Pasiegas, correr a la terraza de Los Jerónimos para ver el monasterio del mismo nombre, o pasear por sus calles, que son miradores de por sí, sin necesidad de altura. Que nuestras ciudades se miran desde el suelo, que no hay cielo más alto que ellas.

Ñ. Y aunque un poco forzado, la Ñ es de mañanas. Las mañanas que, a pesar de ser solo cuatro, instauraron a fuerza de anécdotas sus propias tradiciones. Esa Ana intentando bajar poco a poco la persiana de mi cuarto (que en realidad es el suyo) para que no me dé el sol en la cara mientras yo le contesto frases sin sentido, por aquello de contestarle algo. Esa hiperactividad absoluta con la que se levanta -porque yo creo que duerme con un ojo abierto, siempre alerta- y te trae un vasillo de agua, que sabe que la noche ha sido larga, y el despertar con la boca como un esparto es inevitable. Y a golpe de tradición, ahora llego a casa y busco mi vaso de agua por las mañanas. Que decirle a mi madre que me lo traiga me parece un poco abuso...

O. Quizá el más rebuscado, me he dado cuenta en este viaje que peco de un soberbio Ombliguismo urbano. ¿Que eso qué es? Más sencillo de lo que parece. Mi absoluto desconocimiento de la vida en el campo me ha hecho ver lo pictórico del discurrir de una acequia, el mejor de los sabores -el más sencillo, el del agua de un pilón, agua que seguro que si metes en una botella y envasas no sabe igual- o la maravillosa experiencia de bañarse bajo una cascada -pequeñita, eso sí, pero con fuerza-. Estoy tan centrado en la ciudad, que bañarme en una piscina viendo un campo de olivos o ver las montañas al levantarme son cuestiones absolutamente exóticas para mí. Y yo que lo lamento, porque qué maravilla la que me estoy perdiendo.

P. ¿Alguien sabe lo que es Periate? Mucha gente de Graná tampoco. Digamos que es una gran parcela donde, a modo de cortijo, viven una serie de familias ligadas entre sí a media hora escasa de la capital. Pero, como Alfacar, ese lugar desconocido también fue una parada de nuestra estancia. Acogidos por los Martínez Avecilla no sin agobios de por medio, el domingo en Periate fue una auténtica barbacoa rural, como proponía el evento. No morimos en el descenso a la cascada y, como en todos mis días felices, me quemé -parece que si no me quemo, si no acabo con heridas de guerra por el sol, es como si no hubiera estado allí-. Hasta charla periodística con el tío de Quique y Jesús hubo, él como un experimentado profesional y yo como un pupilo respetuoso que escucha atento. Y sé el esfuerzo que hicieron nuestros anfitriones por nosotros, que lo que se jugaban en septiembre no era poca cosa, pero adaptaron sus agendas para acogernos, y eso es lo más importante que han podido hacer por nosotros, el mayor sacrificio. Gracias.

Q. Es un apellido que nombro bastantes veces, que ya es habitual en este blog desde hace años, pero es que a esa familia hay que quererla o morir. Los Quesada, sí, los de la sonrisa profidén y los ojos expresivos. Los mismos de siempre, a través de tres generaciones en las relaciones Sevilla-Graná-Madrid y lo que se tercie. Y el cuñao, como dice Jose, que ya es uno más de la familia y que será una de las cosas que más echaré de menos con el traslado. Y por fin conocer a Doña Emilia en persona, lectora de mi blog, una de las más ilustres, que nos hizo unos platos de migas para caerse de espaldas. Esos Quesada del "todo saldrá bien" y del "lo que queráis vosotros", los de la mano siempre dispuesta para ayudar. La arquitecta, el médico y el maestro, qué parecidos y qué diferentes, pero qué familia entrañable e inolvidable. Se os quiere. Y mucho.

R. Y la R ha de ser de Reencuentro. No solo con esa Graná que se está convirtiendo en una obsesión como un día se convirtió Madrid, sino con la gente que hace que aquella ciudad tenga cada vez más lazos con esa capital soberbia y esplendorosa que es Sevilla -Majestuosa que decía Ele-.Y reencuentro también con mi gente, que se creían Marta y Rafa que en esta entrada los iba a obviar. Reencuentro con los que serán mi familia una vez más ahora que he vuelto a la tierra, que me llevaron en volandas a la ciudad de la Alhambra -porque si me lo pienso, no voy-, y me dieron paz y alegría. Que en este viaje no ha hecho falta pedir ayuda, Rafaé, que cuando se está con buena gente todo va sobre ruedas. Y Martita, que me iría contigo al fin del mundo, que has demostrado más que nunca que sabes defenderte y que no eres una más. Tienes coraje y vulnerabilidad a partes iguales, y eso te hace alguien imprescindible en este regreso a Sevilla.

S. Y estando en Graná, y sin olvidar que el pregonero lo es para siempre, aunque él no quiera, salió la Semana Santa. Y salió la tertulia cofrade profunda, nada menos que en el botellódromo, y entre comentarios que se me escapaban de lo frikis que eran -no os lo toméis a mal, chavales-, un par de miradas. Una para decirle a un apollardao recién conocido que mejor se largara por donde había venido, y otra en busca de una salida con destino Quique. Que ni aquello era el Tabernáculo ni el Garlochi, y que necesitaba que me sacara de aquel jardín en el que me habían metido de palios, andares de una u otra manera y años de fundación de hermandades. Y tras aquella noche, una promesa. La de abandonar mi barroca Sevilla en la semana grande un solo día para conocer la Semana Santa granaína. Pero conocerla a través de estos niños que se ponen el costal por abril al igual que nosotros nos ponemos el capirote. A través de los ojos de los que la aman.

T. ¿Y a dónde volvíamos siempre? ¿A dónde eché la última mirada antes de marcharme de Graná? A la Terraza. La tarraza de la teoría de los nombres compuestos, de las latas de Alhambra a la mañana siguiente calientes por el sol, la terraza en la que ay si las plantas hablaran... La terraza de las confesiones y el epicentro de la casa, sin duda. Que en mi cuarto era imposible porque parecía aquello el Bershka y en el de las niñas era demasiado incómodo charlar a dos alturas de litera. Y hablar del pasado, el presente y el futuro mirando a las vías del tren, que no hay metáfora tan acertada en el mundo para comparar el pasar de la vida. La terraza en la que nos daban las cinco de la mañana mientras hablábamos de la nada y el todo entre risas y llamadas, conversaciones virtuales y reales. La terraza de planear futuros viajes y comentar el presente. La terraza. Y nada más.


U. Y sonaba esa última mañana 'Ese último momento' de Alejandro Sanz en el ordenador. Que ya sabemos que nos gusta revestir el momento de la nostalgia de más nostalgia. Y con esa canción se acercaba el final, la despedida por wasap desde el autobús, las lágrimas luchando por salir y esa estación de autobús tan diáfana que hacía que a Ana se la viera terriblemente sola al otro lado del cristal. Ese último adiós a los cielos limpios, a las montañas, a las colinas de casa blancas y al castillo imponente y romántico que es la Alhambra.

V. Aunque pueda parecer imposible, sí, la V es por Voldemort. Porque Ana se convirtió en "la que no debe ser nombrada" durante una comida en el Albaicín en la que un costalerito se metió en un jardín del que no supo salir. Y es que el costalerito, como recordaba con él mismo, no es tan diferente a aquel chavalín que conocí en un espino y al que le sigo guardando un cariño especial. A pesar de que intentara asesinarnos subiendo el Albaicín con 40 grados a la sombra, el costalerito es tan personaje como entonces. Y tan cambiante. Y por esos jardines en los que se mete sin pensarlo, hay que quererlo.

X. El lugar marcado en el mapa, la X que señala el paraje donde todo vuelve a empezar. La cruz que marcada sobre los Reden señalaba el lugar del concierto de la pasada primavera, es de nuevo el punto en el que confluye todo un domingo por la tarde. Parece que la ciudad se doblega ante las campanas que señalan que la misa está próxima, y tras salir de la iglesia, todo vuelve a su cauce. Y en el bar sabes que Graná y Sevilla son lo mismo, solo que allí la cerveza va con tapa, y en Sevilla son solo botellines de Cruzcampo. Y que somos dos mundos que conviven paralelos hasta que un viaje los une y se crea la magia. Y que en esa cerveza nadie se acuerda de que eres forastero, porque eso es lo de menos.

Y. Cambiar el Yo por Nosotros. Ese es el secreto. Porque si hubiera pensado solo en mí en este viaje, nada habría sido como ha sido. Vamos todos a todos los sitios, comer mientras más personas mejor es más divertido, porque comerse unos tallarines chinos no es nada del otro mundo si no es por la compañía; y un batido de helado te lo puedes tomar en cualquier sitio de España, pero no con la gente que estaba sentada en la mesa aquella tarde. Lo importante es el Nosotros, que es lo que hace de cada momento una experiencia inolvidable y añade un nudo más a esta relación Sevilla-Granada que seguiremos alimentando en octubre a más tardar.

Z. Y acabamos donde empezamos, en La Zubia. Porque aunque no estaba su más ilustre morador, el joven @lucho_masats, la piscina con el colgador feng-shui obró el primer milagro: ver a Ele y a Juanito. Además de a Ana, por supuesto, y a Jose, que se ha ganado el título compartido de anfitrión, porque solo le faltaba quedarse a dormir. Y después de La Zubia, ya se nos habían olvidado las prisas, a mí las de Madrid y a Marta las de Sevilla. Tanto que, esperando a que llegara el autobús, no cayó una cerveza, sino dos, y se nos pasaron tres autobuses. Pero esa es la grandeza de estos viajes: desconectar tanto que llegues a olvidarte de tu vida real, olvidarte de las obligaciones y las penas, que Graná es un gran bálsamo de buena vida. Y nuestros doctores, sean Quesada, Martínez, Rojas o del apellido que sean, saben cómo tratarnos para curarnos de la rutina. Pronto necesitaremos revisión médica: os esperamos en nuestra consulta a los pies de la Giralda. No tenemos Alhambra ni tapas, pero prometemos atención personalizada y muchas risas, que es la única medicina que cura el alma.

miércoles, 25 de julio de 2012

Palabra de decano

"Para que mi amor no sea un sentimiento, tan solo un deslumbramiento pasajero", para eso, hay que ir al Espino una última vez con el corazón preparado para querer y dejarse herir a quemarropa. Como dice esa 'Getsemaní' que en las voces de Marta y Mari Ro suena a canto de ángeles, este año me marché a Santa Gadea del Cid dispuesto a sorprenderme, con el sabor a nostalgia en los labios pero para que lo que viviera entre aquellos muros no fuera un deslumbramiento pasajero.

En la previa en PS, en el cursillo intensivo de acompañantes de Madrid, ya me di cuenta de que da igual los años que pasen porque seguimos siendo instrumentos imperfectos. Llegaba el decano de los acompañantes repleto de dudas, con sus 25 años a las espaldas y seis espinos de idas y venidas, y tomaba apuntes como si no hubiera un mañana intentando comprender el cielo y el infierno, las complejidades del perdón de los pecados, la abstracción del Espíritu Santo... Y allí estaba el equipo de mis noches repasando para el día siguiente, el de las buenas noches antes de acostarme, el equipo de acompañantes que compartiría los temores del decano día a día, el que compartiría las ojeras y las prisas, los nulos tiempos libres y las largas horas de repaso.

El decano llegó desprotegido, quizá demasiado. Se dejó la coraza en Madrid y se armó con un bolígrafo y un cuaderno ante una semana extrema. También quizá por eso a veces estaba a la defensiva y lo pagaba con los que consideraba adversarios conocidos, injustamente. Porque este corazón que "es inquieto y es frágil" no está preparado para decir adiós aunque tenga que hacerlo. Y le duele decir adiós a un pasado que le ha dado tanto, sin pedir nada a cambio, solo con los brazos abiertos para cambiarle la vida.

Y Dios mío, qué momentos le has dado al decano como regalo de despedida. Has llenado mi mochila de dulces recuerdos, de carcajadas y de lágrimas, de charlas en el camino y de canciones. Y esas son las cosas que hacen la vida, no los estreses del trabajo. Y me llevo a mis compañeros de cuarto, por esas guardias de acompañantes y custodia de llaves que nunca cerraban puertas. Y este espino tiene muchos nombres, pero para mi se llama Quique. Porque el decano se dejó llevar y permitió que entrara en su corazón un chaval de 21 años que ha convertido en necesidad. Y se sorprendió de que lo que comenzó en una Madrugá sevillana se transformó en compartir (¿qué es vivir sino compartir?) cada momento, cada segundo. Y por eso te llevo donde más fuerte siento el discurrir de mi sangre, en la muñeca derecha, en forma de pulsera que simboliza que en una semana puede estar condensada una vida entera. Y en ese cordón sencillo, desnudo, están los dos nudos: el del descubrimiento de aquella madrugá y el de la confirmación de esta semana. Y cada vez que miro esa pulsera se me vienen a la cabeza las duchas escuchando comparsas de Cádiz, las 'buenas noches' antes de caer rendidos por el abatimiento, los desayunos de pie en el último momento a base de barritas de muesli, esa charla que no pudo llegar hasta el sábado y ese abrazo que me hizo romper a llorar antes de partir, como un niño una vez más. Porque hay veces que un chico de 21 años puede devolverte la ilusión y la sonrisa después de meses de convertirte en alguien insensible y frío, y porque Quique, eres un diamante en bruto con tantas bondades en cada una de tus aristas, que el decano ha tenido que rechazar todo para deducir que aquí no venía a enseñar, sino a aprender, sobre todo de ti.

Y de ese mismo cuarto me llevo la sonrisa más sincera, la del pequeño de los Quesada. La única caja de dientes capaz de iluminar una habitación sin decir una palabra, y la única que encuentra las palabras perfectas para culminar un abrazo. Y que te hace sentirte reconfortado, porque sabes que lo que sale de su boca es imposible decirlo de otra manera. Son las palabras perfectas para el momento perfecto, y salen del corazón. Y que por muy periodista que seas, y mucho léxico que uses, aquí eso no vale. Y te quedas sin palabras, y solo te queda sentir el abrazo en silencio y esbozar un gracias casi susurrando porque te da miedo estropear el momento. Y el decano tiene que recordar en ese momento a su hermana mayor, y admite que cuando vió a Emi pasar por el cobertizo, diez años después, supo que ya podía cerrar el círculo. Que ya podía retirarse tranquilo, y dejar paso a su hermano, ese que ya comenzó a volar solo hace tiempo. Ay Emi, qué herencia tan hermosa hemos dejado los Quesada y los Pérez para el futuro de los espinos. Qué relevo tan perfecto. El decano deja paso a su hermano y se reconcilia al mismo tiempo con sus niños, aquellos a los que iba a coordinar hace ahora casi tres años, pero que su partida a Madrid no le permitió casi ni conocerlos.

Y tengo que hablar de mis niños, que ni son míos ni son niños. Ese Lucho que se ha superado a sí mismo una vez más, por encima de todas las dificultades, porque es valiente y es valioso, como un torrente de agua clara y fresca. Esa Mari Ro que ya no es la niña que dejé hace cinco años en aquel grupo Varsovia, y que me da igual que no hable mucho, porque en una frase suya hay más luz que en cientos de libros y porque sus ojos dicen lo que las palabras casi no aciertan ni a adivinar (y qué herencia deja ella también, dos hermanos entusiastas que son dos joyas). Esa Marta: todo genio, como un volcán que siempre está a punto de explotar cargado de madurez y encanto, la vecina que siempre está cerca aunque viva a 500 kilómetros, porque las amistades no entienden de muros ni portales. Y tengo que hablar de Jose, porque siempre hay que hablar de él, y el decano se postra ante su paciencia. Y porque es él y no otro, quizá por eso ha habido más discusiones que abrazos (hasta que la música lo arreglaba todo, como un viento redentor cargado de paz). Pero no te engañes: que sigues siendo la luz del mundo. Y el camino es más fácil si está tu candil para enseñarme dónde están las trampas y dónde los oasis para descansar y tomar aliento. Porque eres más luz de lo que piensas, y porque eres desprendido hasta tu propio perjuicio. Y das pero siempre tomas mucho menos de lo que dejaste. Y porque eres generoso, y porque das luz, los abrazos contigo son más largos y las despedidas más amargas.

Y aunque podría nombrar uno a uno a cada uno de los que han hecho de este espino una valiosa experiencia (Rafa, Jorge, Víctor, Tomás, Javi, Tere, Marta Cuesta, Cris, Manuela, Íñigo, Lora, Jesús, Robina, Pablo...), hay dos nombres especiales: Ana y Miguel. La primera, el redescubrimiento, la claridad en la tormenta. El decano se ha aferrado a tus sonrisas y no piensa soltarse, se ha dejado contagiar por tus locuras y ha decidido retomar el rumbo. En ti me he apoyado para vencer al cansancio y a las dudas. Y el segundo, la reconciliación. Porque has sido el faro y el timón, mi redentorista, el que me daba los abrazos cuando lo necesitaba y me dejaba avanzar aunque me empeñara en poner "No hay pan pa tanto chorizo" en la Sábana Santa. Me dijiste que ves en mi mucho de tí, muchas cosas que te recuerdan a ti mismo: creo que también veo en ti mucho de lo que quiero ser y un modelo en el que mirarme.

Este es un resumen que es solo un grano de arena en la playa de este espino. Se me olvidan muchos nombres, momentos, gestos, palabras y revelaciones. Pero el decano es tan imperfecto que ni siquiera es capaz de escribir este texto sin dejarse cientos de cosas por el camino. Y el decano se deja llevar por la emoción, y le sale lo que le sale: Un 'gracias' de tamaño colosal en el que lo que solo es una palabra se convierte en una parrafada infernal. Esta es mi despedida, mi 'hasta luego' sincero y emocionado, con las lágrimas saltadas por la felicidad. Me llevo de vosotros una fuerza para afrontar cualquier reto, la ilusión para vencer a los malos vientos, la dulzura de vuestras palabras y la sinceridad de vuestras sonrisas. El decano se retira con buen sabor de boca, y os cede el testigo tras un espino perfecto. Sed felices, porque os lo habéis ganado. Yo he sabido lo que es la felicidad en esta semana gracias a vosotros. A cuidarse, y no miento si digo que os quiero de verdad.

Palabra de decano.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Cualquier tiempo pasado fue... distinto

No quiero caer en el tópico nostálgico y erróneo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero cuando tienes tiempo libre y miras hacia atrás en estas redes sociales que lo almacenan todo, te das cuenta de que la vida de, por ejemplo, 2009, era tan deslumbrante, que te da rabia no estar aún viviéndola.

El fin de la carrera, el viaje con los periodistas a Túnez y luego la semana en mi casa de la playa, los días en la radio, el Espino como acompañante, el coro... Y esas caras, tan jóvenes todos, tan inocentes, tan ingenuos. Que no es que 25 años sea una edad de viejo, que para mi profesión me dicen que soy insultantemente joven, pero es que ver aquellos momentos en los que las sonrisas eran más sinceras, la vida más fácil...

Viendo los tiempos que corren lo fácil sería decir sin dudarlo que aquella época fue mucho mejor que la que vivimos hoy. Pero creo que han pasado las suficientes cosas por mi vida desde aquel verano de 2009 como para no caer en el error, y decir en un gesto de madurez que aquellos tiempos no fueron mejores sino distintos. Somos el resultado de todo lo que hemos vivido, de nuestros sueños y de nuestros fracasos, de nuestros aciertos y de los fallos que nos llevaron a perder a veces lo que más queríamos, de nuestra confianza ciega que nos jugó una mala pasada y de nuestra desconfianza que nos ocultó durante meses lo maravillosa que es una persona.

Los cambios vienen, siempre vienen arrollando, como una locomotora desbocada que solo te da un segundo para hacerte a la idea, que solo te da un instante para subir al vagón o quedarte en el andén. Y después solo queda apechugar con la decisión, o bajarte del tren en marcha con las consecuencias que pueda acarrear. Quizá ahora por eso valoro más cuando bajo la guardia: que cuando me río a carcajadas lo hago de verdad, que cuando doy un abrazo lo doy de verdad, que cuando se me queda grabada una frase o un gesto en la cabeza es porque realmente me importa. Y que ahora valoro los pocos momentos que en 2009 eran algo cotidiano, porque quizá esa es la grandeza de crecer.

El tiempo pasa y terminamos nuestras carreras, nos vamos a otros países dejándolo todo atrás, nos casamos... Y cada momento parece cerrar una etapa que no volverá nunca. Y vendrán sin duda las lágrimas, pero será porque realmente las sentimos, no porque todo el mundo alrededor llora. Y cuando echamos de menos, echamos de menos con el corazón encogido, con una nostalgia auténtica que no se pasa en tres días pero que asimilamos, porque la madurez también es asumir que los cambios forman parte de la vida. Y cuando decimos adiós queremos decir hasta luego. Y cuando el abrazo del reencuentro se vuelve a producir, nuestra cara no miente. Aunque nuestras caras han cambiado, y nuestro pelo, y nuestra actitud ante la vida y nuestro arrojo ante las adversidades del destino. Pero así es la vida: azar, emoción, cambio y nada más.

Cualquier tiempo pasado nos ha dejado tatuados a fuego en la memoria momentos esplendorosos, risas por nada, regalos sencillos que nos parecieron catedrales, amistades que vuelven cada cierto tiempo con alegría, sueños que vuelven a retomarse... Pero eso no implica que aquel tiempo fuera mejor que este: porque eso implicaría asumir que nuestro yo de entonces era mejor que el de ahora. Y eso es imposible. A cada etapa le corresponde su gloria. Vivamos la que hoy nos ocupa.

lunes, 30 de abril de 2012

Saltar al último bote...

Es el año del Titanic y de su orquesta. Esa que se mantuvo hasta el último segundo del hundimiento tocando el himno Nearer my God to Thee. Y últimamente siento que cada reportaje, cada línea que escribo, cada compositor del que me enamoro en cada historia, es una de esas notas que suenan en la noche helada del Atlántico.

Quizá para mi más de dos años ya son suficientes. Quizá los icebergs que no paran de embestir al buque me estén dando el aviso para que suelte el violín y me monte en el bote que me lleva a una nueva vida de la que no sé nada. Pero todo viene aderezado con ese "quizá" que me hace dudar de todo.

¿Es volver a Sevilla un paso atrás? ¿Compensa una vida en la que me voy a dormir cada noche pensando que todo puede acabarse en cualquier momento? ¿Compensa escribir sobre lo más hermoso que has conocido nunca si llega un momento en el que ya no disfrutas con ello? Este barco me está poniendo a prueba. Aquí o allí estaré bajo el mismo cielo, pero quizá la tierra no me trate igual, puede que necesite cambiar de calles o volver a las mismas que ya conocí. Puede que más que nunca de este mes de mayo dependa mi vida entera.

En estos años (Dios mío, años ya...) en Madrid me he convertido en una persona más fuerte, más decidida, mejor profesional... pero por el camino me he dejado la alegría, el buen humor, demasiadas cosas hermosas y hasta el pelo. El carácter se me ha agriado hasta convertirme en alguien que me repugna a mí mismo: nunca había pedido tantas veces perdón, nunca había hecho tanto daño, nunca había dejado de lado tantas cosas que consideraba importantes... Madrid me ha convertido en alguien distinto, pero no estoy seguro de que me haya convertido en alguien mejor. Profesionalmente, probablemente sí, personalmente, lo dudo.

Recuerdo una conversación en una playa de Portugal con un amigo de pelo rizado y gorro de paja que me hizo reflexionar sobre qué quería de mi vida. Si quería consagrarme a mi trabajo y que fuera en sí mi vida, o trabajar para que me diera de comer y tener una vida fuera, formar una familia y ser feliz con las cosas sencillas. También recuerdo la charla con una compañera periodista que me dijo que huyera antes de que se hundiera el barco, que retornara a la música yo que podía, y que me hace soñar con un proyecto con un joven violonchelista con el que sé que podría hacer algo grande. Aún no sé qué quiero, pero me temo que es el momento de dar el siguiente paso hacia esa decisión. Quizá dejar de fumar, volver a escribir relatos, colaborar desde Sevilla, volver a adquirir destreza en las manos para poder tocar las obras del Superior al arpa, hacer un curso, montar en bici todos los días... quién sabe, soñar es gratis.

Y volver a escuchar todas aquellas conversaciones que me quejaba porque decía que me las contaban una y otra vez aunque ni siquiera las estaba escuchando. Y escucharlas de verdad. Y sorprenderme y recordarlas para poder aprender de ella. Y vivir, sin angustias por el futuro, sin el dolor de la supervivencia. Solo vivir.

viernes, 30 de marzo de 2012

¡Que nos vamos de gira!





Si el año pasado Sevilla28 trajo hasta Madrid su recorrido a través de la historia, este año le toca a Granada acoger nuestra tercera función. ¿Tercera? Sí, porque una semana antes estaremos repitiendo esta Vuelta al mundo en 80 días en la Parroquia del Santísimo Redentor por los 50 años del edificio. 

El Santuario del Perpetuo Socorro de Granada acogerá nuestra ilusión, nuestras ganas, nuestras mejores intenciones (decir que acogerá nuestro arte me parece un tanto exagerado) para hacerle pasar a los granaínos una buena tarde por una buena causa. Acercaros sin dudarlo, porque la ocasión lo merece, y llegamos amparados por la ONGD Asociación para la Solidaridad. No es porque lo hagamos nosotros, pero este coro/orquesta cada año se supera a sí mismo.


Puedes seguir las novedades en nuestro Twitter y estas son las fechas: 

Concierto de Sevilla: 13 de abril a las 21.00. Parroquía del Santísimo Redentor. Calle Espinosa y Cárcel, 53.

Concierto de Granada: 21 de abril a las 21.00. Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Calle San Jerónimo, 35.


Twitter: @Sevilla28

Tuenti: http://www.tuenti.com/#m=Profile&func=index&user_id=67007793

Web: http://www.sevilla28.com/

domingo, 18 de marzo de 2012

¿Qué queda de lo que fuímos?

Pasaron los años -cuántos ya, Dios mío- y nos volvimos a encontrar, en una estación neutral. De ninguno de los dos era aquel cielo, aunque uno de nosotros quería verlo como futuro y otro como pasado. El sol de Madrid nos premiaba y el viento frío nos castigaba en aquella terraza, y las gafas de sol sirvieron de metáfora para un encuentro en el que pasamos por las banalidades una a una, por los comentarios sin más trasfondo que el de nuestras tazas de café. Y con aquel cielo y en aquella ciudad extraña, comenzó un reencuentro.

Bien saben mis 25 años que sé distanciar con maestría a aquellos que traspasan mis umbrales con su cercanía. Si siento que hay alguien que empieza a importarme con fuerza, lo castigo al destierro a través del silencio y de rabietas sin sentido, como bien saben algunos. Y algunos vuelven para quedarse y otros se marchan para no volver. Es el precio que tengo que pagar.

No fue la última vez que nos vimos, pero para mí aquella noche en tu terreno fue la revelación. La bofetada que necesitaba (porque me la merecía). La lección a gritos en una discoteca que me dejó con la impotencia de no poder contestarte porque no tenía nada que reprochar ni rebatir. Llevábamos meses sin hablarnos, por culpa mía, lo admito, porque me ofusqué en magnificar una estupidez de la que esta noche ni siquiera me acordaba (fíjate si era importante...). Y me pregunto, aunque ya para nada, qué hubiera sido de nosotros si hubiese continuado aquella bonita tradición que tenías de llamarme tras el Espino cada dos días para hablar largo y tendido. Si yo no hubiese dejado un día de esperar aquellas llamadas, si alguna vez hubiese sido yo el que llamaba... Pero de nada sirve lamentarse de lo que no se puede arreglar.

La última vez fue en mi terreno, en mi Sevilla en fiestas. Una noche de caprichos y estampas a la luz de la candelería de un paso de palio. Y aquella noche, quizá por necesidad, sentí que volvíamos a empezar de cero. Y como espejo de aquella noche, un año después la noche fría se trasladó de la Plaza de San Pedro a la puerta de un hotel de Alonso Martínez. Y en esta noche, me doy cuenta de que poco queda de aquel sevillano y aquel granaíno que renunciaron aquella última noche de Espino a dormir para ver la noche estrellada. Esta noche sincera, sin exaltaciones de amistad exageradas, sin imposturas. En la que solo quedamos tú y yo. Solo queda lo que somos, porque ya hemos pasado lo nuestro como para andarnos con más gilipolleces. Desprovistos de armazones, escudos y máscaras, compartimos sueños ante un presente que nos ahoga. Porque hemos crecido y, con nosotros, nuestras inquietudes.

Y en esa puerta de hotel a mí empieza a entrarme migraña -puede que por un par de gintonics tomados a destiempo- y a ti te entra la tos. Ya sin gafas de sol, sin las banalidades de la tarde. Que quedan pocas horas para que tú vuelvas a marchar a esa ciudad que sabes que ya echas de menos, y yo regrese a mi música, a mis páginas y a mis llamadas de teléfono. No hay tiempo para fingir. Y con eso me quedo. Porque creo que aquella 'bronca' sirvió para mucho más de lo que te piensas, porque el hecho de que haya olvidado aquello por lo que te olvidé es señal de que el tiempo me ha perdonado, porque he ido tachando los días esperando que vinieras. Y cuando te he visto en el semáforo se me ha iluminado la cara.

No quería que esto fuera una exaltación mayúscula de lo que han sido unas horas contigo. Pero es que miro atrás y me da vértigo, y siento que quizá la mejor excusa para actualizar este blog es dedicarte esas palabras que creo que nunca te dije. Y que pasan los años y al final queda lo que tiene que quedar: la irremediable y sincera alegría del reencuentro. Vuelve a Granada y vuelve a soñar, yo intentaré recuperar mis sueños en estas tierras. Y quizá un día nos crucemos en el camino, y vuelva a ser Alonso ese territorio neutral, esta vez sin gafas de sol desde el principio. Solo tú y solo yo, sin ese barroco que nos gusta a los dos. Gracias por estas horas y perdona mi diarrea verbal, pero la gente que me importa también me hace escribir sin parar...

miércoles, 29 de febrero de 2012

El mes más corto y el más largo

Dios mío, qué febrero... Qué de días en casa inventándome maneras de entretenerme en esta ciudad que no duerme ni un lunes a las cuatro de la mañana.

Entre las noches hasta las cinco de la mañana fumando sin parar para acabar ese pregón que me pesa en los hombros ha pasado este mes en el que la Semana Santa tenía que brillar en mi salvapantallas, en mis páginas de Word, en las marchas que ponía en Youtube para acercar esa primavera florida a mi casa de Madrid. Qué difícil encontrar inspiración cofrade para llenar 34 folios en Chamberí...

Pero lo he logrado, y ya estoy entre retoques de versos y cambios de expresiones para un texto que me temo que nunca quedará perfecto, como tantas cosas en esta vida. Pero han aliviado estos días las continuas visitas. Visitas de todo tipo, desde la de un joven Quesada que ya me saca más de una cabeza a una vecina que está siempre presente, pasando por un amigo del colegio al que pienso que no he echado lo suficiente de menos.

Visitas para hacer que mi casa vuelva a estar llena de vida, que estas calles tengan acento andaluz, sea ese acento precioso de Graná o el seseo que me suena como una nana de mi Sevilla. Y sin olvidar ese deje que es a la vez marcado y delicado del soniquete de mis vecinos de Chamberí, a los que a veces veo menos que a mis paisanos.

No olvidaré esa única noche, fugaz e intensa, que comenzó donde comenzó todo hace unos años, ante la boca de metro de Manuela Malasaña, ese día que el imponente edificio del Ocaso nos hizo adorar esta ciudad trasnochadora. Qué complicado ha sido llegar hasta este reencuentro, pero qué satisfactorio y qué oportuno este viaje exprés. Parece mentira lo que pueden hacer unas cervezas y oir una respiración cercana para hacer que te levantes con otra perspectiva...

Y luego llegó la corte andaluza. Qué maravilla esos viajes en metro si era por encontrarme con vosotros en una parroquia que solo piso cuando os dejáis caer por la capital. Y en casa, la familia, mientras yo dormía en el sofá cama entre excursión y excursión dejándome los riñones en unas tablas que no se las deseo a nadie... Y todo bañado por ese exquisito acento que a mí me suena a campanillas: ese acento tan distinto entre dos ciudades hermosas que miran desde sus altas torretas la gloria de un pasado mejor -almohade y nazarí-. Un acento que esta vez es lo que más echo de menos, curiosamente. Que en Madrid nos llamen brutos, paletos, aldeanos... a mi eso me da igual. Eso es porque seguro que no han oido palabras bonitas dichas por esos labios a caballo entre los reden y la parro, porque no han grabado en el aguafuerte de su memoria frases dichas con sinceridad, desde el corazón, porque lo que se siente nunca ha hecho falta pensarlo.

Y porque echaba de menos esos acentos, que esta vez son los que provocan mi nostalgia, he tenido la necesidad de rememorar aquella tarde por el Paseo de los Tristes, y recuperar los buenos recuerdos. Y he quedado con una chica, otra Quesada, que siempre habla de su mala follá, pero que yo no me la creo. Quizá con los años a mí ya no me engañas. Tú tienes mala follá y yo soy un saborío. Pero eso solo a ojos de la gente, la misma que no sabe ver más que ordinariez en nuestros acentos. Donde estén las vocales abiertas del campo granaíno -de Alfacar a Otura, de La Zubia al Albaicín- y el aspirar orgulloso de finales nervionense, allí estarán mis recuerdos.

sábado, 28 de enero de 2012

No contaban con la magia de febrero

Un año más desfilaron por el escenario del Gran Teatro Falla: en forma de versos, de descaradas coplillas, aparecieron en los labios de los artistas callejeros más canallas que tiene este país. Los políticos, los Borbones, los asesinos de mujeres, los jueces, los delincuentes, alcaldes y presidentes, los que agonizan en su lecho de muerte, los parados y los famosos. Un año más, se encontraron de bruces con sus nombres desfilando en una letanía hermosa y crítica en el rincón con más duende de España. No contaban con la magia de febrero.

He de admitir que mi afición por los carnavales no es desde chiquitito. A pesar de que mi padre, año tras año, ponía chirigotas, coros y comparsas en Canal Sur para ver si nos picaba el gusanillo. Pasaron los años y, lo que al principio no entendía, se convirtió en una adicción y una necesidad cuando la Cuaresma ya asomaba sus orejas de castidad y santidad por las páginas del calendario.

Cádiz es una gloria bendita: pensar que la gente más sencilla es la que tiene ese arte capaz de dejar a un rey a la altura del betún o proclamar las grandes verdades, o denunciar las tremendas injusticias que la crisis ha multiplicado llevándonos a una tristeza y una angustia perpetuos. Me llama la atención cómo los periódicos son ajenos a todo eso: hacen su misma función, la de denunciar, la de controlar al poder, la de decir bien alto que esta sociedad en la que vivimos no puede ser así por un millón de razones.

Qué escalofríos te recorren por la espalda cuando estos poetas del pueblo claman, por ejemplo, contra la violencia contra las mujeres en una letanía de nombres de mujer que van recorriendo el vía crucis vergonzoso que las lleva hasta la tumba. Qué rotunda y desnuda belleza la de unas voces que alcanzan sus límites para gritar contra un mundo político corrupto, y que alegoría tan barroca y maravillosa la de esos hermanos Márquez Mateos más conocidos como hermanos Carapapa en una representación de las absurdas reuniones de los países más ricos del mundo ("Esta cumbre se termina y el que piense que ha servido para algo, que levante la mano"). Qué imaginación, que amor por la historia de Cádiz la que demuestra Quiñones cada febrero rescatando en sus comparsas la historia de la Tacita. Cómo duele si el periódico decano, aquella Pensadora Gaditana te dice en labios de Quiñones que la prensa española ha cumplido 100 años y sigue siendo igual de injusta que entonces, cuando los periódicos eran oficiales. Cómo duele esa espinita si la cantan las mejores voces de Cádiz ("La libertad de la prensa es tenerme informao, y aunque han pasao cien años yo no me he enterao"). Qué bonito como una comparsa da marcha atrás, como hace suyo el "detrás vendrá quien bueno te hará" y alaban al alcalde gaditano que criticaron hace solo unos años y le dan su espacio: qué señorío y qué buen hacer.

Y qué decir de la reina de la fiesta, la traca absoluta, la muestra del genio más genuino de Cádiz: la chirigota. Del cuplé más descarado al pasodoble que hace saltar las lágrimas pasando por la hilarante presentación para culminar en un popurrí que es un derroche de ingenio. De la representación del Código da Vinci en versión viñera (cuadro de la Última Cena de por medio) a una tremeda peluquería en la que hasta los catalanes se llevan su ración de sarcasmo de la mano del Tijerita, en relación a las declaraciones ofensivas de la parlamentaria catalana sobre los andaluces ("Y lávese bien la boca, diputada caradura, con mi sangre y mi cultura, con mi sangre y mi cultura"). Y luego hay que pasar por esa gracia de Carmona que se instaló en Cádiz porque eso demuestra que el carnaval no tiene fronteras, porque es patrimonio inmaterial de nuestra memoria. Y lo demuestra ese Falla puesto en pie para aclamar a el Canijo, el que lo mismo se viste de la Fiona de Shrek que de pera que de feto en la placenta, y que canta esos pasodobles que se te clavan en el alma como un arma de doble filo, porque así es el carnaval: denuncia y arte a partes iguales (recuerden ese alegato reivindicativo y esclarecedor de Andalucía: "Andaluz, ay mi indígena del sur, todavía en España déjame que te recuerde: nos tachan de flojos y nos siguen poniendo verdes"). Y tantos otros, como el Selu, iluminadísimo cada año, gracioso hasta morir, que este año se atreve con las limpiadoras del Oratorio de San Felipe, donde se juró la Constitución de 1812, de la que cumplimos el Bicentenario. Una magistral muestra de talento: tanto arte que duele.

Qué hermosa fiesta, que alegría sin límites, que patrimonio tenemos sin saber valorarlo. Viva el Carnaval: que el Teatro Falla siga cayéndose de aplausos por los siglos de los siglos. En el nombre del arte. Amén.


lunes, 2 de enero de 2012

Año nuevo, dilemas nuevos

Acabó el año, acabó El País, las jornadas maratonianas, los devaneos en la redacción y Madrid. Se acabó lo que ha sido mi vida durante dos años y me he quedado como vacío por dentro.

Sí, empieza una nueva etapa, vuelve a comenzar la caída de la arena en el reloj, en un reloj nuevo que no se parece a ninguno que haya tenido hasta ahora. Y en ese nuevo reloj empieza a caerme la arena encima y a cubrirme los pies. El cristal me ofrece dos salidas: una tiene vistas a la Gran Vía y por el asfalto se desplazan implacables mares de automóviles que pueden llevarme por delante en cualquier momento, y la otra da a los Jardines de Murillo, y es una calle desierta en la que se alza majestuoso un convento barroco en cuya puerta pone que quien entra no siempre sale.


Otra vez: Sevilla y Madrid, Madrid y Sevilla. La vocación y la vida tranquila, la seguridad y la incertidumbre, la metrópoli y la ciudad apacible, el sol y la nieve, el hogar y el exilio. De nuevo se enfrentan y cada una me tira de un brazo reclamándome. Dos semanas para tomar uandecisión que, una vez más, volverá a marcar lo que será de mí el día de mañana. Una me reclama con un concierto de puertas abiertas, con orquestas de todo el mundo resonando solo para mi, con teatros colosales y gloria. La otra con la paz, la garantía de no hipotecar mi vida, la posibilidad de vivir más allá del trabajo y el sol del sur.

Pero soy un estúpido vocacional, y creo que el riesgo es ahora la única carta que puedo jugar con 25 años. Algún día llegará esa vida tranquila, esa paz interior, pero no sé si es el momento. Soy masoquista, pero adoro esa vida de esclavo contándole a los demás por qué deben ir a un auditorio a escuchar la música más hermosa que han visto los siglos. Dos semanas para decidir, para escoger antes de que me ahogue la arena de un reloj que me oprime la cabeza y el corazón. Dos semanas. Dos ciudades. Dos posibles vidas. Pongo en marcha la máquina.