miércoles, 6 de agosto de 2008

Las Crónicas de Londres: el taxista, el borracho y el portero de discoteca (I)

A mi regreso de Londres todo me parece menos: menos invernal, menos grande, menos emocionante...

Lo cierto es que han sido tres días espléndidos. No sólo he recuperado la ilusión por música y literatura, sino que he tenido la oportunidad de disfrutar de una compañía más que grata, espectacular.
Lo mejor será comenzar con mi relato y ya lo iréis descubriendo.

Salí de Sevilla con más miedo en el cuerpo del que nunca he tenido. No era ya por viajar solo. Era por la incertidumbre de saberme lejos y sin saber si el autobús me devolvería a Londres desde el aeropuerto. Tres largas horas de avión de un vuelo Ryanair que había salido con retraso de San Pablo, en las que mis compañeros de asiento se habían contado una película porno (verídico), comido 2 bocadillos enormes y echado una siesta de locura, mientras yo moría de hambre, no tenía con quién hablar y no me podía dormir de los nervios.
Finalmente a las 23.00 llegué a Londres encontrándome ante una terminal más que grandiosa. He de admitir que me quise morir cuando pensé que no encontraría nunca la cinta de las maletas. Pero en un momento de lucidez, me decidí por seguir paso a paso a mis amigos los pornófilos, que me condujeron hasta mi querida maleta. Desde allí fui a coger el bus, de una empresa llamada Terravisión, y en la que todos sus asistentes de viaje son los típicos chulitos italianos que hablan inglés de la Toscana.

En el bus me relajé un poco más: lo más gordo había pasado. O eso me creía yo. Llegué a Liverpool Street a eso de la 1 de la mañana, y me propuse coger un taxi hasta el 519 de Commercial Road, donde vivía Isa. Me puse en una desierta avenida delante de la sede del HSBC, un banco enorme, y esperé.

Un taxi de esos negros y espaciosos pasó y lo paré. Cuando procedía a subirme al vehículo, el conductor bajó la ventanilla y me habló. Después de 4 años sin el English 1 he de admitir que no me enteré de nada. El taxista se quedó esperando una respuesta, pero yo sólo dije "what?", a lo que él me preguntó que a dónde iba. Le dije la dirección. Volvió a decirme la frase más rara que he oído en mi vida y que, por supuesto, no entendí. y volví a preguntarle "what?". A esto, el taxista hace un gesto de desprecio con la mano y arranca dejándo,me con 2 palmos de narices en medio de la calle. Además, un hombre joven me rondaba por detrás...no es que yo sea Brad Pitt, pero admito que me agobié un poco debido a la cara de desesperación que tenía el hombre.

Menos mal que sólo 30 minutos después pasó un simpático taxista que me llevó hasta la casa.

Al llegar al umbral, le dí un toque a Isa. Me llamó para decirme que estaba asomada a su ventana y que delante de su casa no había nadie. "Yo estoy debajo de tu casa..."- le dije pensando que lo que me faltaba era haberme equivocado de calle a las 2 de la mañana. El 519 brillaba en su placa cachondeándose de mi, cuando una cabeza asomó por una ventana, y vi esa cabecita tan familiar.

Se abrió la puerta. Una Isa despeinada y en pijama me recibía en el hall de una casa con estrecha escalera enmoquetada como la de las películas. Con cara de agobio le dije desde fuera: "Te he echado muuucho de menos, pensé que no llegaba". Un abrazo tremendamente reconfortante y entré. Subí a dejar las cosas en su cuarto (no muy grande, con una cama enooorme y en la que quería echarme a dormir desde nada más llegar, un fregadero discreto enmarcado por la nevera, el armario y el microondas, y una mesa de estudio junto a una ventana, además de un cuarto de baño bastante acogedor), y nos fuimos a comprar algo de comer.

Llegamos al barrio pakistaní, lleno de tenderetes que, me contó, durante el día albergaban un mercadillo al más puro estilo de Bollywood. Compramos una especie de falafel y fruta en una tienda de Whitechapel, y volvimos a casa. Ella se reía con mis historias del viaje. Siempre lo hace. No sé si es que realmente soy un payaso o es que me conoce demasiado bien, pero sabe que me encanta.

La cama nos esperaba. Mi día de viaje había sido tremendo, ya que ese día también había estado en el periódico, pero el suyo tampoco era una tontería. Había ido a clase por la mañana y estaba despierta cuando me había dicho que se acostaba a las 10. Demasiado para el cuerpo. Nos pusimos el pijama y nos acurrucamos con lo que pudimos porque no había traído el casero aún las sábanas. Caímos rendidos esperando un nuevo día en el que Londres me descubriría por qué la llaman "gran ciudad".

La mañana siguiente fue espléndida. Un huracán campaba a sus anchas por toda la City, y nos recibió con suave llovizna en Tottenham Court Road. Pero nada habría podido eclipsar aquella visión: el Dominion en primer plano al salir de la estación de metro, con la estatua gigante de Freddy Mercury recibiéndome bajo el cartel de We Will Rock You. Impresionante. Y nada mejor para empezar un día tristón de cielos nublados que un café del Starbucks.

Me recibió la señora Muffin de chocolate y nos ayudo una pequeña napolitana que habia por allí, acompañadas ambas de café latte para mí, y chocolate para una Isa desengañada con el oscuro néctar desde que le habían servido días atrás un café americano (un dedo de café, medio litro de agua) en vez de un capuccino.

Salimos reconfortados con el vaso en la mano dirección a un British Museum que a Isa se le había perdido entre las calles. Se para a preguntar, y la señora le dice que le sigamos. Nos oye hablar y nos pregunta en castellano si somos españoles. Ella es colombiana, y a mi me alegra muchísimo oírla feliz bajo un cielo tan gris. Dejamos a la señora en paz y llegamos al Museo Británico.

En la puerta nos paramos porque quiero hacerme una foto. Isa consiente. Pero resulta que la foto es imposible, y se lo pedimos a dos señoras tipo "Las chicas de oro" que hay allí paradas. Le doy la cámara y cuando la enciendo se queda sin pila: fantástico. Isa saca la suya. Con el viento huracanado parezco Whoopi Goldberg con esos pelos, pero da igual, estoy ante el Museo Británico.
El edificio es esplendoroso. Reminiscencias romanas y griegas para una arquitectura historicista muy inglesa.Entro en el patio central. Gigante la cúpula me hace olvidar que el día esté nublado. Sólo quiero dejarme cegar por la luz de aquellos cristales. Me acerco a la primera de las salas. "Atento en cuanto entres, mira lo que hay ahí". La gente se acumula en torno a una vitrina frente a la puerta. No me lo puedo creer. No me la esperaba, y me conquista desde el primer momento. Un trozo de Historia de valor incalculable se presenta ante mí frágil, gastada, rota en una de sus esquinas, y a la vez con ese embrujo que poseen los tesoros de la Humanidad: la Piedra Rosetta. El traductor más antiguo del mundo y la llave maestra que abre el entendimiento de los jeroglíficos ante mí, silenciosa desde que Napoleón la trajera de Luxor.

A lo largo de las salas me siguen sorprendiendo las cosas: momias y sarcófagos, los frutos del expolio de Persépolis (enormes leones y esfinges barbudas de rasgos persas, caladas de escritura cuneiforme, que me sobrecogen), monedas antiquísimas, bustos romanos, templos completos de la antigua Grecia, armaduras samuráis...Pero aún me queda algo que me dejará helado: una sala con forma de templo me desvela sin quererlo el friso de las Panateneas y los frontones y metopas del Partenón. Me quedo mudo. Isa sabe que me he emocionado, no puedo esconderlo. Se me corta el habla y sólo puedo estar serio. No tengo ni una foto seria en todo el museo, en todas hago el payaso menos en esta. Los siglos que me contemplan me duelen. Están demasiado lejos de donde un día los colocara Fidias. Pero qué se le va a hacer.

Comemos un sándwich en el Pret a Manger porque son las 3 y tenemos cena en un restaurante a las 6. Dedicamos la tarde a comer helado y a pasear por Oxford Street. El ambiente de Londres me abruma. Vamos de tiendas y casi me compro una cazadora de cuero, pero al final me decido por una sudadera para que no nos congelemos más tarde.

Nos montamos en un autobús de 2 plantas para recorrer la enorme Oxford Street y llegamos al Marble Arch. El punto mas oriental de Hyde Park. hacemos una de esas fotos en las que intentamos salir con el arco, pero no nos sale. El arco es una paranoia, y Isa sale cortada: pero somos felices.


Miramos el reloj y casi no llegamos a la cena en Creations, el restaurante de un hotel en el que he contratado una comida con las entradas del musical de después. vamos al Dominion y me doy cuenta de que no sé donde está el restaurante. me agobio y le pregunto a la tía. Cuando salimos del Dominion, cada uno ha entendido una cosa de la dirección que nos ha dado. Mal asunto.

Por primera vez, soy yo el que lo entiende bien. Donde me pensé que iba a haber un McDonald's, resulta que hay un señor restaurante. Y la Isa y yo to mierdosos. Nos sentamos en la mesa y en vez de sandwich nos traen sopa de patata y puerro templado con salmon ahumado y pollo con salsa de pasas con puré. "Dale las gracias a tu madre, porque esta es la mejor comida que hago desde que estoy en Londres", me dice Isa, y yo me alegro de haber cogido la oferta.

A la hora de pagar no sabemos si las coca colas están cubiertas por la oferta, así que como no traen la cuenta, nos levantamos y nos vamos. Cuando vamos por la puerta, nos grita la camarera: "Sir, you have to pay the Cokes, please". Me muero de vergüenza. La élite de Tottenham Court se piensa que somos unos ladrones, pero en verdad ya no tiene arreglo, así que pago y me voy con una sonrisa.

El Dominion nos espera a la vuelta de la esquina. Entramos (lo intentamos por una puerta cerrada hasta que averiguamos que era por la otra...), y me abruma. Hay un bar de champán en la entreplanta, donde las mujeres elegantes sostienen sus burbujeantes copas. Seguimos subiendo la escalera y llegamos al "circle". El Dominion es apoteósico, majestuoso e inmenso. Nos sentamos y no podemos imaginar cómo será la noche. Nunca nos lo habríamos imaginado.


Se apagan las luces y We Will Rock You empieza como una tempestad. El Innuendo de Queen y el juego de luces nos arranca de los asientos. Isa está "to cagá" con tanto vatio de iluminación. Una a una las canciones del grupo inglés se derraman por el teatro junto a unos excepcionales actores y un montaje soberbio. Al final, tras el We Will Rock You con el que termina la obra, el telón cae. En el telón se proyecta "Do you want some Bohemian Rhapsody?". No puedo aguantarme y grito, claro que quiero. El teatro se cae de tanta emoción. Se abre el telón y un sobrebio Galileo junto a todo el reparto protagonizan uno de los mejores momentos de mi vida: 6 minutos de apoteosis del mejor espectáculo que he visto nunca.

Salimos con tanta adrenalina que decidimos ir a un pub. Dice Isa que el lugar idóneo es Picadilly. Yo le hago caso, al fin y al cabo no tengo ni idea (además en el Primart ya la había perdido una vez de vista y había creído morirme), así que allá vamos.


Encontramos un pub, muy típico. Entramos sin pagar nada, y pedimos: yo una cerveza y ella una cosa naranja que dice que es "la sangría inglesa". A mi que no me engañe, es una cucharada de jarabe en un vaso de agua, que se lo he visto hacer al camarero. Me pido una Guinness y pruebo por primera vez en mi vida la cerveza negra. No puedo resistirme. Me encanta! No sé que he hecho tantos años sin tomarla.

A los diez minutos de estar allí tocan una campana. Yo, iluso de mí, me creo que es que han dejado propina. Las luces se encienden y apagan la música: nos echan, es hora de cerrar. Miro el reloj: las 23.30. Me quedo loco.

Apuramos las bebidas y volvemos a casa vía Trafalgar Square en el 15, que luego cogeríamos cada dos por tres. Un autobús que nos traería muchos recuerdos la noche siguiente, por cierto. El trayecto transcurre por la Calle Fleet, la calle del sangriento barbero Sweeney Todd, y me da un escalofrío. Al llegar a casa no hay sueño. Tenemos un pavo en lo alto que no nos lo creemos, y nos ponemos a comer cerezas que habíamos comprado esa mañana en el super. Se hace tarde hasta para España, y nos acostamos. Ha sido un día grandioso que ha ido de menos a más. Y lo que queda.

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