martes, 25 de octubre de 2011

Mayores


Sí, señores, que los años no pasan en balde. Nos hacemos mayores y cada vez tenemos un apego mayor a determinadas cosas que antes nos parecían un rollo. Los libros se convierten en una mejor alternativa para una noche tranquila que la televisión o el cine.

Antes nos levantábamos un viernes a las siete para ir al colegio y, tras un largo día con academia de inglés y múltiples actividades, aún salíamos por la noche a hacer botellón hasta ver amanecer. Ahora, si pasamos un día comiendo fuera y nos tiramos la tarde en la calle, a las diez solo queremos cenar en casita estufa de por medio y dormir plácidamente si aguantamos a ver una peli en el sofá sin quedarnos fritos.

Los años nos separan: tus amigos del cole se encasillan en sus novias, en planes de pareja en los que, irremediablemente, te sientes fuera de lugar. Y cuando no, parece imposible poner de acuerdo a nuestras agendas para encontrar un hueco. Los kilómetros nos separan gracias a los masters, los trabajos y las Erasmus en países de los que no conocemos apenas el idioma. Segunda vez que me pasa que, cuando yo bajo a Sevilla, a quien yo quiero ver ha subido a Madrid...

Por eso quizá los reencuentros, esos momentos en los que se alinean los planetas por un motivo o por otro, son un motivo de celebración. Volver al barrio, ese en el que la casa más lejana de uno de nosotros está a diez minutos, ese que puedes cruzar andando sin pensar en el coche, volver a la vida de quedar dentro de cinco minutos y no planificar tu vida con días de antelación.

Los reencuentros, fortuitos o forzados, son siempre un motivo para tirar hacia adelante y reír recordando batallitas. No nos engañemos, es lo que más nos gusta: recordar ese tiempo pasado que, a nosotros por lo menos y en ese momento, nos parece mejor. Me gustan los reencuentros porque son un desahogo en esta 'vida de mayores' que llevamos. Reencuentros con etapas ya cerradas que vuelven a reabrirse tres años después de sinsabores a golpe de marcha nupcial. Reencuentros con la música y con la algarabía de disfrazarnos durante una hora para ponernos la máscara de lo que somos y no de los que debemos ser. Reencuentros de calles de ciudad mediana y no gran metrópoli, en la que cada esquina esconde un saludo y cada calle un "¿cómo te va?".

El reencuentro físico, carnal, del beso, del abrazo, el que pasa de redes sociales y de fríos chats que dan lugar a confusión y a paranoias injustificadas. Señores, volvamos a encontrarnos, en la barra del bar o en la iglesia, en el mercado, en las tiendas y en las terrazas. Volvamos a los parques, al autobús y al lento tranvía en lugar del metro, a las calles peatonales en lugar de las avenidas atestadas de coches, volvamos a las plazas (ay 15-M, cuanto daño has hecho a los utópicos...) y a escuchar el sonido de los pájaros en los jardines. Volvamos a la vida sencilla, a la de no ponerse reloj y volver a casa solo cuando nos apetezca, a la de hacer planes sobre la marcha. Volvamos a la casa de campo tranquila con la nevera llena de carne para la barbacoa, a la playa desierta y a hacer castillos en la arena, a redescubrir la ciudad paso a paso como si el tiempo se hubiese detenido solo para nosotros... Volvamos a la esencia.

Llevo tanto tiempo pensando que me hago mayor que me he olvidado de que aún tengo la vida agarrada por los brazos mirándome a los ojos. La vida es el momento insignificante y no entiende de galas ni protocolos. Vivir es solo vivir sin pensar en lo mayor que te haces. Lo importante no son los años que tienes, sino los días que recuerdas y que el día de mañana te harán contar batallitas de nuevo, en el próximo reencuentro, en el próximo cruce, cuando menos lo esperes.

sábado, 15 de octubre de 2011

15 de octubre: la fecha del planeta

Sigue en directo la jornada de protestas del 15 de octubre en todo el mundo a través del canal de Eskup de El País. Actualización al segundo. Yo no podré estar vigilándolo, porque estaré contandooslo desde la columna de la marcha de Madrid que sale a las 12 de la mañana de Leganés, y con los que haré las seis horas de travesía. A las 18.00 nos vemos en Cibeles, y a las 20.00, de Sol al mundo.

domingo, 9 de octubre de 2011

Recuerdos en las estanterías

Limpiar el polvo es lo que tiene. Te pones a quitar libros, a tirar papeles, a reordenar teléfonos y a quitar fotos de las estanterías y te pones nostálgico. Entre foto y foto (que tengo muchas), voy limpiando en silencio cada una de las imágenes y devolviéndolas a su lugar, y mientras las mantengo en la mano se me vienen a la cabeza aquellas personas que quise traerme cuando venía camino de Madrid. Este es el álbum de recuerdos, mi bastión para soportar más de un año y nueve meses de exilio.

Feria. Bien está en sepia esta foto. Colocada en la entrada, sobre el mueble en el que dejo las llaves, está esta imagen. Es lo último que veo antes de salir de casa y lo primero que me encuentro al entrar. Es la última gran feria en la que estuvimos todos juntos. Desde entonces, cada uno ha ido tirando por un camino distinto y las reuniones de este tipo han quedado para las cenas de Navidad como algo excepcional. Por eso el sepia está bien: es un recuerdo, una batallita que contar, lo que no quita que desee con todas mis fuerzas que se repita este momento. Sí que los echo de menos, aunque ellos no lo sepan.

Periodistas. Ingenuos nosotros... estudiamos Periodismo por vocación pensando que no había nada más hermoso que trabajar en lo que te gusta y vivimos felices sin pensar en lo que vendría después. Periodistas porque así lo dice nuestro título y porque así lo sentimos de corazón, esta foto preside la segunda balda de la estantería. Es el recuerdo de un verano soleado, de una casa llena de vida, de un grifo de cerveza que no daba más de sí y de muchas, muchas risas. Compartísteis conmigo algo irrepetible, y por eso ver vuestra foto, es apostar siempre por la luz cuando el día a día solo me arroja tinieblas.

Espino. En lo alto de la estantería, junto a mis enormes catálogos de fotografía y las tazas de café, está esta foto que es una de mis favoritas. La foto no tiene nada: tres haciendo el gamba con un sombrero de paja. No tendría por qué tener más, si las dos personas que me acompañan no fueran quien son. Empezamos de manera tormentosa, discutiendo en un grupo y sin confiar en los otros, y hemos terminado montando enormes proyectos y yéndonos de viaje juntos. Sois mis hermanos medianos porque os lo habéis ganado, y por eso me encanta pensar en todo lo que hemos recorrido y lo que hemos logrado.

Caminos. Esta foto me da que pensar. Es la señal de las vueltas que da la vida, a veces para bien (Isa y Andriu con mis omnipresentes: da igual que no los veas en un mes, porque siempre están presentes) y a veces para mal. Es una pena que algunas cosas hayan acabado tan mal, y de hecho me siento idiota por no haber heho nada por arreglarlo en casi dos años. Es hora de volver, al menos de intentarlo, y volver a rememorar batallitas. Aquellas con las que tantos nos reíamos y de las que no me arrepiento.

Música. Son la música en mí. Juntos somos más, mucho más, somos un proyecto común y una mirada de esperanza al futuro. Somos una cerveza entre risas en el bar de siempre y una quedada irrevocable los domingos por la tarde. Somos Sevilla28 y no tenemos límites para ser ambiciosos. Es bonito que, a pesar de las tempestades, siempre volvamos a la calma sin dudarlo. Estais sobre la mesa del comedor, junto al ordenador -de vez en cuando, pongo nuestras canciones para creer que os oigo muy cerca-, frente a mí siempre. No puedo dejar de teneros presentes.

Sueños. Isabelita, te tengo colocada en una estantería estrecha y alargada, en la que guardo mis discos de música clásica y de jazz, para asegurarme que acudo a tí a menudo. Quizá no es esta nuestra mejor foto, ni merece ser enmarcda, pero lo que es seguro es que en esta foto solo somos nosotros. Tú y yo con esa ilusión que a veces ya no sabemos dónde la hemos dejado, con la poca vergüenza de disfrazarnos de cualquier cosa simplemente porque sí. Es una foto en la que decimos que aún tenemos muchos sueños que cumplir y muchos cafés que tomar, porque un encuentro es siempre un motivo para sonreír. Hubo un tiempo en que fuimos compañeros de batalla: es hora de que volvamos a serlo.



Esta es una muestra de mi álbum de fotos, de los recuerdos que me traje a Madrid para agarrarme a ellos como a un clavo ardiendo cuando haga falta. En cada foto, un recuerdo; en cada estantería, un momento. Quién sabe qué fotos serán las siguientes.

sábado, 8 de octubre de 2011

¿Señales del futuro?

Esta noche he visto la apocalíptica (y más mala que un dolor) Señales del futuro. La película de Nicholas Cage adolece de lo que todas las películas faltas de imaginación: nos importa más ver cómo se va a la mierda Nueva York que hacer una posible reflexión. Aquí no hay cambio climático ni eras glaciares, aquí es la muerte por la muerte, no hay nada que hacer si al sol le da por lanzar una llamarada en dirección a la Tierra. Da igual que nos hayamos puesto finos a contaminar y el Protocolo de Kioto. Como si hemos vivido en la sostenibilidad más plena: si al sol le da un siroco, exterminio que te crió.

Pero lo que más me ha llamado la atención -aunque he de admitir que me parece terrible e innecesario el accidente del metro de Nueva York en la estación de Lafayette; tan innecesaria como ver desmoronarse la Basílica de San Pedro con el Papa en el balcón y la plaza abarrotada en 2012- es la música. La primera vez que la ví, no le presté atención, pero después de un año intensivo refugiándome en la música clásica para no perder los papeles, he reconocido esa música que suena mientras vemos la aniquilación de la raza humana.

Es curioso ver la devastación más dolorosa y letal que pueda sufrir el ser humano con una música de fondo tan inapropiada (What the fuck!). Solo tiene una explicación: que en medio de la devastación hayan elegido el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven como lo más hermoso que haya podido crear el hombre. Mientras vemos el Empire State arder como si fuera de papel en un segundo (cuéntenlo, no dura más) y a los típicos tontos neoyorquinos que salen en todas las películas saquear una de las bibliotecas más importantes del mundo (ya lo vimos en El día de mañana), escuchamos el arte hecho música, una pieza de unos nueve minutos que roza la perfección pocas veces alcanzada

Entre marcianos hechos de luz, piedras negras y un papel escrito por una niña que atina más que Nostradamus, encuentro esta pieza como lo más salvable de esta película. Si el sol nos va a quemar como un soplete y vamos a acabar hechos cenizas antes de tiempo, yo no quiero saberlo. Lo que no me importaría es que lo último que escuchase fuera este movimiento de Beethoven. Si hay que morir en una barbacoa a gran escala, que la música sea buena por lo menos.

lunes, 3 de octubre de 2011

90 días: hora del cambio

Faltan 90 días mal contados. 90 días para el adiós, para seguir cerrando etapas (¿qué es la vida sino cerrar etapas para abrir otras nuevas?). 90 días no son nada, a pesar de lo que pueda parecer. Los otros nueve meses han pasado volando, en un suspiro, y ya solo queda un cuarto de esta beca.

Tal y como están las cosas, sería vivir en una utopía pensar que el 31 de diciembre no diré adiós a la redacción, por lo menos por unos años. Por eso es momento de empezar a darle vueltas, de valorar si en enero abandonaré este piso para volver a la tierra. Puede que allí no encuentre nada, pero puede que aquí tampoco.

El cambio comienza con esta nueva cara de este blog, un cambio de etapa anticipado. Es un tributo al techo de aquel Café de Indias donde empezó todo. Sabes que este blog, en parte, empezó por tí, por aquellas de capuccino negro mirando aquel techo desde aquella mesa del rincón. Allí divagábamos durante horas, y esas conversaciones, contigo y con muchos otros, las he continuado en este blog que me ha visto acabar la carrera, confirmar a los niños, triunfar con el coro, mudarme de ciudad, convertirme en periodista y tantas otras cosas que han quedado plasmadas en esta bitácora.

Quién sabe cuál será la siguiente etapa. Lo único que sé es que dejaré testimonio en estas cartas que escribo al viento. Es hora de dar lustre al currículum, de empezar a pedir referencias y de repasar idiomas. 90 días para decir adiós sin dejar de aprovechar lo que tengo ahora, sin perder un minuto en seguir sacando páginas bajo la firma de Miguel Pérez Martín. Esta es la nueva imagen del blog, y también una manera de mirar hacia delante. Quedamos en la mesa del rincón del café, que es lo único que no se mueve de su sitio aunque pasen los años. Seguid ocupando la silla vacía, el café siempre humea en la mesa esperándoos.