domingo, 24 de agosto de 2008

La noche en que me dijiste que me encantan los imposibles

Como siempre, la situación era surrealista en su planteamiento. Como siempre, el temor a que la paranoia se apoderara del momento estaba latente en la escena.
Impensable la visión de mí mismo saltando por la ventana de la terraza al interior de la casa junto a ti, y también impensable aquel rato en el que sólo sé que tenía el corazón abierto y la cabeza abotargada por el alcohol.
Soy incapaz de recordar el hilo de la conversación, y de mi mente se han borrado todos aquellos detalles que, quizá por autoprotección, mi inteligente cerebro ha velado a mi memoria.
Esta mañana me he despertado frío. De saber que algo hablamos anoche que resquebrajó un poco esa inaccesibilidad de la que a veces alardeo, esa coraza que visto de vez en cuando mientras se libra una guerra en mi pecho.
Siempre respondo que no pasa nada. Y tu no te lo crees. Quizá has descubierto no sólo que sí pasa algo, sino que yo quiero que no pase nada, y a veces al decirlo hasta me lo creo.
Anoche, en un paréntesis del que sólo guardo cierta congoja, esa respiración acelerada de estrés, de emoción contenida sabe Dios por qué, me dijiste que me gustan los imposibles. Y eso sí lo recuerdo.
Los imposibles representan a ese lado que tengo al que le gusta sufrir, al que le gusta el dolor del romántico que pierde el rumbo cuando las cosas le van bien, porque necesita esa angustia existencial que le hace rellenar más y más pliegos de hermosas e irrepetibles palabras.
Yo, que siempre he tenido la música a voz en grito en mi casa, hoy he guardado silencio, y no sé por qué. Creo que se me apagan las luces de la lucidez, y me meto en senderos oscuros que, por desgracia, ya conozco.

1 comentario:

Steiner Copete dijo...

Buen blog, sigue así amijo.