lunes, 13 de abril de 2009

Pascua

Muchas veces he vivido lo que se puede denominar como "Dios con nosotros". Es esa parte de mi fe que afirma que Dios no reside en los sagrarios, ni entre los muros pesados de las iglesias, sino que se reparte como el viento, en cada uno de los corazones. A veces he creído que había gente especial, que determinadas personas poseen unas cualidades y una personalidad mejor que la de los demás, pero nunca había llegado a vivir esa muestra de "Dios con nosotros" de una manera tan clara como lo he hecho en estos días.

La desierta San José del Valle nos recibía el pasado Miércoles Santo como una casa helada y solitaria, desacogedora y funcional. Yo aún creía estar ante el paso del Cristo de La Sed en Eduardo Dato, y me arrepentía enormemente de haberme montado en el autobús.

Pero pasaron los días, y me dí cuenta de que estaba allí para disfrutar del momento, y que debía olvidar mi Semana Santa para retornar a aquella experiencia que yo no conocía. De que tenía que dejar de echarle la culpa a aquellos que me forzaron a ir, y comenzar a vivir aquello dispuesto a dejarme sorprender.

No ha sido una Pascua de reflexión, porque la elaboración de las partes del día, y la colaboración con las diversas tareas necesarias no lo han permitido. Pero mis ocasiones para mí pasaron, y ahora estoy sirviendo, intentando desde mi escasa experiencia guiar a estos pequeños que llevaba a mi cargo. Y ha sido espectacular. Cuando les miré a los ojos ayer en la despedida de los amigos de Granada, y vi que lloraban como lo hago yo al final de cada Espino... supe que todo había merecido la pena. El ciclo se había cerrado satisfactoriamente. Ya son como yo, y eso me enorgullece.

Mi vía para acercarme a Dios esta Semana Santa ha sido la eternamente olvidada, pero cercana a mi: la música. Luis (la muestra viva de cómo ha de llevarse un coro desde la humildad y la ilusión, todo entrega), Carmen (la que llegó como yo, sin ganas de hacer amigos y se encontró con dos sevillanos que la tomaron de cantora principal para que renaciese), Emi (una voz preciosa aunque ella no se lo crea y el eterno retorno a la pregunta ahora contestada: existe vida después del Espino y puede durar los años que quieras, sólo depende de ti), Juanito (mi discípulo de Emaús, con el que llevaba una trayectoria de desencuentros que han desembocado en una magnífica amistad, una de las personas que me han dado la bofetada para decirme que Dios no está en las relexiones siempre, sino que reside en el corazón de los que te rodean; y que me puso los vellos de punta con ese Siente cómo llora Dios) y David, por supuesto, que huyó del coro de Sevilla porque dejó de ver a Dios en los pentagramas, como me estaba pasando a mi, y con este maravilloso conjunto de Granada, ha conseguido reengancharse a esa escalera de sonidos que llegan directos a los oídos del Creador.

Los 5 magníficos que me acompañan en esta aventura de ser catequista incluyendo a mi coordinador, el embolicador nato de Trigo; los 5 polluelos que han resultado ser águilas en esta convivencia y a los que, en principio, iba a acompañar, aunque después resulta que me han acompañado a mi; los 5 años que llevo compartidos con Sergio y Emi en los espinos y que me han hecho mejor persona y que sólo me salga de la boca la palabra GRACIAS; los 5 esplendorosos componentes de este coro que me ha recargado las pilas para trabajar por una música que le saque una sonrisa a los cielos; los 5 días que me han sorprendido y me han dado lo que yo le pedía a la Pascua: valentía para afrontar mis proyectos y recuperar mi buen humor después de tanto estrés vivido.

Ahora no queda el recuerdo, queda la ilusión, la esperanza que siempre hemos transmitido esta semana más humana que santa. Quedan los momentos que viviremos, las risas que echaremos y la música, siempre la música, como un dardo directo al corazón que lo supera todo. Fui a la Pascua para cerrar el expediente definitivamente y resulta que he pedido ampliación de matricula. Cosas de la vida...

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