miércoles, 23 de diciembre de 2009

Castigao a pensar

Recuerdo de pequeño que, había en ocasiones que la manera más trágica de ser castigado era la de que te mandaran a pensar a un rincón o a tu cuarto. En aquel momento era lo más aburrido que me podía ocurrir, pero ahora soy el que de manera voluntaria me autoenvío a pensar a veces, en este caso al Rincón del Café.


Esta noche me han mandado a pensar. Como un castigo, el pupilo ha mandado a pensar al maestro, el acompañado al acompañante. Como debe ser. Tanto aprende el mayor del pequeño como el pequeño del mayor, la verdadera enseñanza es en las dos direcciones: nadie tiene la verdad absoluta ni conoce la perfección.

Un día largo en el que he aprendido que, por este año, ya había agotado toda la buena suerte (demasiada he tenido, diría yo), y que tendré que esperar al 2010 para poder seguir siendo afortunado, al menos en lo académico. Y termina el día, agotado, abatido, y me echan una bronca con más razón de la que soy capaz de admitir.

Me diagnostican un grave trastorno de absorción por parte de la sociedad. Un asentimiento por costumbre que me puede convertir en una sombra más, en un número más... y un pavor doloroso a levantar la voz cuando hace falta. Como a los periodistas radiofónicos, el momento me pide un cambio de tono, una rebelión contra mí mismo. Evidentemente, no puedo ni debo ni quiero renunciar a lo que soy, pero creo que sí que es un buen momento para dar una vuelta de tuerca más, y por eso estoy aquí, castigado, mirando al Rincón, y pensando.

Esto está claro que es sólo una reflexión en voz alta, una pequeña declaración de intenciones. Lo complicado es ponerlo en marcha. ¿Riesgos? Que la mitad de la gente me odie o me cuestione, y la otra mitad me entienda y le guste. Hay algunos que sueñan con que un día les dé un grito: parece poco pero no saben lo que piden. Muy mosqueao tengo que estar para que deje atrás la diplomacia y me tire a la piscina de la espontaneidad.

Esto ha sido sólo el primer paso. Me queda aún mucho que pensar mirando a la pared. Es lo que tiene los castigos cuando uno sabe que se los merece, que siente una irrefrenable necesidad de cumplirlos.

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