jueves, 20 de agosto de 2009

Compae

Hace apenas una hora que solté las maletas en mi cuarto, y ya estoy aqui delante del ordenador escribiendo. De nuevo una crónica de algo que no ha sido un viaje a un destino, sino un viaje a una parte del corazón, a una concatenación de lugares comunes que siempre he conocido pero que he tardado seis años en visitar.

Como la fruta que da nombre a la ciudad, la granada, en estos días he resquebrajado la dura corteza amarga para adentrarme en la viveza del rojo intenso, de las emociones, de los reencuentros. Sólo llegaba con una premisa a la ciudad nazarí: dejarme sorprender. Que los que habitan la ciudad me llevaran a donde quisieran. Y así ha sido.

Tres éramos los que salíamos de Sevilla a las 9 de la mañana del lunes. Cada uno tenía en su mente una faceta de Granada, una imagen virtual de lo que iba a encontrarse. Uno buscaba el amor en la distancia, el reencuentro con lo querido y lejano. El otro la ilusión de lo recientemente descubierto, el cruce de miradas con los que le entienden. Y yo, la paradoja temporal de cumplir una promesa hecha hacía años, y la búsqueda de un futuro laboral que quizá pueda estar en la ciudad de la Alhambra.

Lo primero nada más llegar, nos perdemos. A falta de anécdotas, nos vamos a dar de bruces con un azulejo de la Perpe, hemos encontrado sin quererlo el Santuario. ¿El destino? Nos vienen a recoger y Tere nos lleva a su casa. Subimos con el coche las cuestas del Realejo hasta la calle Santiago. Alli vaciamos el coche y, para no perder tiempo, nos subimos todos con maletas includas en el ascensor. Comienza a subir y llega hasta el cuarto, donde se para. De repente nos damos cuenta de que las puertas no van a abrirse: estamos atrapados. Nadie nos oye, y David en un momento de lucidez da un salto... en la pantalla del ascensor leemos "Error". Vaya comienzo. Por fin nos sacan después de media hora con un calor sofocante. ¿Quién dijo que quería anécdotas?

El viaje transcurre de bar en bar, de un lugar pintoresco a otro, los grupos mutan y alternan a distintos amigos, a viejos conocidos, a los de siempre y a los que se incorporan cada año después de esa mágica semana que transcurre en un monasterio de Burgos, más mágica si cabe en esta última edición que, tras 5 espinos sin sorpresas y sin creer que nada pudiese alterar la rutina, me ha dejado algunos regalos inesperados, algunos de ellos en la ciudad de la Alhambra. Si algo me llama la atención es lo profundamente acogido que me siento, la sensación de que nunca estoy solo, de que todos, a pesar de sus estudios y sus trabajos, sacan tiempo de donde no lo hay para echar un rato con tres sevillanos que se han plantado en Granada un poco a la aventura.

No me canso de escuchar ese prodigioso acento, cercano, de los granaínos. Yo, el de Andalucía occidental, el mismo que al principio, allá por 2003, no entendía aquel acento con vocales abiertas y un deje muy característico, soy ahora el que se queda embobado escuchando palabras que empiezan a formar parte de mis recuerdos. Les dejo en Granada el triple "hola" y me traigo la palabra que más me gusta: Compae. Quizá porque en Sevilla nunca la oimos, quizá porque me encanta escuchar a Juanito decirla y al Lucho imitarlo, o quizá porque cuando la oigo significa que estoy rodeado de los amigos de los Reden, y estoy en la gloria.

Me traigo recuerdos de mis anfitriones a los que agradezco todo, porque de ellos depende en gran medida el éxito de esta expedición. A Tere, la que no nos ha dejado ni por un momento solos aunque todo el mundo se fuese, y a Juan, que nos abrió las puertas de su casa sin pensarlo.

Si tengo que elegir una visión, la de Granada desde lo alto de los Reden, con un señorial Pulido (que vuelve a mi vida parece que para quedarse) de guía experto por los entresijos del Santuario.

Una escena, la de los hermanos Quesada, Emi, Migue y Jose (que entra oficialmente en la historia de esta Mesa del rincón) peleándose entre sí para decidir si se van a casa o no mientras la matriarca los llama sin cesar por teléfono.

El sonido, el del piano, el de las nanas de Crepúsculo, insertadas en mi cabeza de tanto oirlas a todas horas. Juanito sentado en la cama ante el piano, con la boca entreabierta, concentrado, deslizando sus manos incansablemente sobre las teclas para lograr tocar la melodía que tantos recuerdos le trae. Y yo, con la suerte de poder presenciar el momento, en silencio, almacenando en la memoria lo que será mi banda sonora del viaje.

Una mirada, la de los ojos despampanantes de Lourdes. Esos ojos que te da miedo mirar no vaya a ser que te arrastren a otro lugar, que imponen porque son sinceros y cálidos.

Un sabor, el del helado de naranja de Los Italianos, en plena Gran Vía. El mismo helado que tomé hace ahora dos años, cuando Emi hacía de mi cicerone por los callejones granaínos.

Un gesto...no creo que pueda elegir sólo uno. Me quedo con las sonrisas, la de cada uno, todas distintas y todas hermosas. La de Luis, la de Ana, la de María, la de Jose... todas, absolutamente todas.

Una conversación, la última. Aquella que tiene lugar cuando la noche se enciende con la luz de la mañana, cuando todo el mundo duerme, y sólo quedan dos colgaos que nunca se hubiesen imaginado que después de tantos años, esa conversación fuese a tener lugar. En el último momento, en el descuento, cuando faltan horas para partir, es cuando se abre el corazón y el momento te dice que hay confianza más que de sobra.

Un momento: ahora. Cuando sentado ante esta polvorienta pantalla me doy cuenta de lo prodigioso de estos días, de los recuerdos, de las sorpresas, de las charlas, de las canciones, de las confesiones, de los abrazos, de las risas y de la razón que tenía hace menos de un mes cuando decía que este año mi Espino comenzaba en el postespino. Que me había cansado de tener sólo una semana que recordar, y que quería que las personas que forman parte de la "burbuja" de la tercera semana de julio fueran parte de mi vida real durante todo el año a jopo, como decís vosotros.

Como siempre, acabo poniéndome sentimental, y para los sensiblones, no me gustaría haceros la tres catorce y que acabéis con el lagrimón, que es mucho mejor pensar en la próxima vez, en la siguiente llamada de teléfono, mensaje al móvil o comentario en el tablón del tuenti. Por todos los detalles que vais dejando en mi equipaje, por los sueños que me ayudáis a construir, por la tranquilidad que me dais y por la felicidad con la que me vuelvo a Sevilla, de la que sois absolutos artífices y culpables. Que os quiero, compaes...



*Por cierto, yo no miento: la crónica de la servilleta en la próxima entrada del blog. Palabra.

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