domingo, 11 de julio de 2010

Comienza la verdadera aventura

De nuevo ejerciendo, de nuevo becario, de nuevo Cultura. Esta vez en El País, escribiendo para toda España, y para los que leen la web desde todas las partes del mundo. Aquí ya no nos andamos con tonterías, hablamos de un periódico, no de las prácticas que no leía nadie que llevo haciendo seis meses. Llega el reto, y un país completo juzgándome, deseando ver un patinazo para decirte lo inútil que eres y que los periodistas no tenemos ni idea de nada. No se dará la ocasión. Escriba en Cultura, Gente o Tendencias, para la web o para el papel.

Aquí os dejo el primer fragmento publicado el pasado jueves. Para leerlo en su sitio original, aquí.

El judío que ganó con su música al olvido

La obsesión de Gustav Mahler por convertir cada concierto en una liturgia a la que se asiste en silencio, le procuró enemigos en los palcos del Teatro de la Ópera vienés. Para la sociedad austriaca ir al teatro era en la época más una excusa para ver a los conocidos y hablar, que para presenciar el concierto.

Mahler solía decir: "Soy tres veces extranjero: un bohemio entre austríacos; un austríaco entre alemanes, y un judío ante el mundo". Tuvo que soportar las críticas de una alta sociedad vienesa que nunca aceptó su pasado -cuando entró a dirigir la Filarmónica de Viena, una de las condiciones que le pusieron fue la de abrazar la fe católica, algo que para el músico fue "un cambio de vestido", según el testimonio de uno de sus conocidos-, y acabó dimitiendo en 1907 para emigrar a Nueva York. En Viena dejó la que fue considerada la mejor orquesta del mundo gracias a su firme dirección y a su estudio riguroso de las partituras para ajustarse lo más fielmente posible a las intenciones del autor.

Nunca olvidó Viena, y a pesar del dolor que le transmitía -en ella vio morir a todos sus hijos, lo que le inspiró para componer las Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos)- quiso acabar sus días en la capital austriaca. Ni siquiera Hitler, que quitó su nombre de la calle vienesa que le dedicaron para rotularla con el nombre de una ópera de Wagner, Los maestros cantores, consiguió enturbiar su memoria. Hitler, a pesar de que no fue contemporáneo de ninguno de los dos compositores, influyó en la imagen posterior de ambos músicos. Colmó de honores al compositor alemán y utilizó su obra como música propagandística de sus conquistas, mientras que hacía todo lo posible por relegar a Mahler -al que odiaba por ser judío- al olvido. Una paradoja, ya que fue el propio Mahler el que se olvidó del antisemitismo que se traduce de los textos de Wagner, para empaparse de su música. Su obra musical a partir de la Tercera Sinfonía está inspirada por el lirismo cromático de la wagneriana Tristán e Isolda.

El cine también se encargó de perpetuar su legado: es el adagietto de su Quinta Sinfonía la que protagoniza el final de Muerte en Venecia, de Lucchino Visconti. 150 años después de su nacimiento y casi un siglo después de su muerte, Mahler sigue siendo uno de los músicos más interpretados del mundo.



Y aquí, lo que publiqué en el periódico y en la web en la sección de Gente. Espero que os gusten.




Deseadme suerte, compañeros.

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