sábado, 6 de febrero de 2010

Calle de Sevilla

Desde que llegué a Madrid siempre me había seducido la idea de acercarme hasta la Calle Sevilla. Una calle no demasiado larga ni demasiado importante. Una calle que lleva el nombre de esa tierra tan bonita en la que ahora me encuentro.

El día que la profesora de local nos encargó hacer una noticia para su sección, rebuscando entre mis opciones en una ciudad que aún no domino, encontré una presentación de una exposición de fotografía en blanco y negro del artista Ricky Dávila. El lugar: el Círculo de Bellas Artes de Madrid. La excusa perfecta para acercarme a la calle que lleva el nombre de mi ciudad.

Tras la rueda de prensa de la que me traigo el catálogo encuadernado de la exposición, me voy acercando al metro de Sevilla. Y por primera vez encuentro un Starbucks magnífico con unas vistas que dan de frente a la Calle Sevilla. Hace meses que estas cafeterías están prohibidas por el prohibitivo precio de su café, pero hoy es una ocasión especial. Por fin puedo relajarme desde que llegué, y me siento frente al ventanal a contemplar lo pintoresco de esta calle que llevo imaginando tanto tiempo.


En la esquina veo un glorioso edificio, parecido al célebre edificio Metrópolis de la calle Alcalá (esa que lleva hasta el máster, allá donde acaba Madrid). Es el antiguo edificio del Banco Español de Crédito, precioso, con una cúpula metálica y remates dorados, balcones a lo largo de toda la calle (ocupa toda la manzana) con candelabros en lo alto, en la última fila de ventanales. A su izquierda, en el otro lado de la calle, probablemente el edificio más glorioso de la zona. Es un edificio de una empresa, entre el Teatro Alcázar y un edificio repleto de balconadas al estilo de los de la calle Monteleón, que me recuerdan tanto a aquel piso de AS en Luchana que tanta suerte me trajo. El edificio es suntuoso, neoclásico sin tener nada que envidiarle a la fachada sur del Louvre parisino. De sus columnatas jónicas y sus balaustradas de mármol se asoman farolas doradas, atlantes de piedra blanca precipitándose al vacío desde las cornisas, estribos rococó, medallones que coronan pilastras gigantescas y tres cuádrigas de bronce que dominana las terrazas superiores, enfrentadas a aquella de la Puerta de Toledo no tan lejana.

Es curioso que en este tramo de calle las farolas sean como las típicas de la calle San Fernando, esa que circunscribe la Universidad, el rectorado que me vió salir de nazareno. Farolas fernandinas para una calle de cien metros escasos, que por fin colonizo. En el azulejo que lleva el nombre de la calle, el escudo de la ciudad, que siempre es familiar. ¡Qué bonito, y qué orgullo tener una calle en Madrid con tanta belleza! Y al fin y al cabo un rincón, un sólo rincón, como Sevilla merece, una maravilla a la vuelta de la esquina, como un Callejón del Agua inesperado cobijado de murallas y de patios florecidos.

Y para rematar, otra calle de Sevilla, la que cantó Martínez Ares en su comparsa Calle de la Mar allá por 2003. Un piropo a Sevilla en toda regla, que me regalón un granaíno "para cuando echara de menos Sevilla". Y realmente la añoro a veces, pero sé que siempre está ahí, esperándome en una Santa Justa siempre abierta. Aquí os la dejo, una entrada con música es más que una entrada.


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