lunes, 30 de diciembre de 2013

Defender la alegría

Permítanme que coja este título del poema de Mario Benedetti, el poeta de la alegría, porque en él está todo aquello que quiero poner en mi carta de los Reyes Magos de este año. Quiero defender la alegría, aquella de las cosas que construyen el currículum emocional, el que realmente importa, el que te hace más grande por dentro, el que reviste tus mediocridades de auténticas joyas sin pulir. Déjenme defender la alegría.

Defenderme a mí mismo de mis inseguridades. Que sí, que soy inseguro, que soy un mar de dudas, un edificio a punto de derrumbarse. Un rascacielos construido con cimientos de barro, que lucha por mantenerse erguido y decente. Déjenme defenderme de mi poca confianza en mí mismo, de lo que me pesan los fracasos y lo poco que me dura el entusiasmo de los triunfos.

Déjenme que me olvide de pensar tanto y empezar a vivir más. Déjenme mirar al mañana sin miedo y vivir el presente sin tener que mirar a ese mañana. Déjenme que les aconseje, aunque esos consejos no los aplique yo mismo, y grítenme sin tapujos, y échenme en cara que no cumplo esos consejos que vendo.

Déjenme que quiera cambiar, y abrirme la camisa y quitarme la chaqueta, y dejar que el viento me dé un escalofrío en el pecho, y que viva más sencillo, más claro, más alegre. Déjenme que defienda la alegría que me provocan las cosas pequeñas. Que defienda y se me salten las lágrimas con aquellos que dicen no cantar y luego te sacan las lágrimas con una canción cantada en voz baja, cuando creen que nadie los ve. Déjenme que llore: que renuncio a mil discografías cantadas a la perfección por una sola frase cantada con el corazón, que me recuerda los porqués verdaderos que me hicieron enamorarme de la música.

Déjenme que me abra, déjenme que les cuente aquello que quizá no les importa pero que yo quiero compartir. No se asusten si les pregunto a veces directamente lo que piensan o sienten, pero la profesión va por dentro, y tienen el derecho de no contestarme, pero tengan por seguro que no dejaré de insistir, y que cada respuesta que me deje intranquilo el corazón será una pequeña herida abierta que llevaré conmigo.

Déjenme que deje de pensar en lo que debería ser y piense más en lo que quiero que sea. Permítanme que escuche un poco menos a la cabeza y más al corazón, que tenga miedo. Porque el que siente miedo y el que sufre... pues es porque ha querido jugar, ha querido arriesgar y ha creído que podía ganar. No me hablen de distancias irreconciliables, ni me digan que los amigos son los que viven en el piso de al lado, ni me digan qué música escuchar, no me digan nunca que eso es así porque "ha sido así siempre", no me vengan con desconfianzas y no se vistan de hipócritas cuando se pongan ante mí. Déjenme ser yo, que no es poco.

Déjenme defender las charlas a la hora de la siesta, las nuevas tradiciones que a veces pueden ser simplemente compartir el momento de lavarte los dientes, déjenme ser borde pero atícenme con la misma fuerza para que me dé cuenta de lo que duele, déjenme que defienda mis inseguridades y que tenga miedo, déjenme soñar y anímenme a intentarlo una y otra vez hasta caer rendido -porque necesito que me recuerden que nunca he de dejar de luchar-, déjenme que cante aunque no tenga buena voz, déjenme que les abrace y les busque cuando necesite de sus palabras... Déjenme que les diga 'Te quiero', porque no es una frase que diga si no la siento de verdad.

Déjenme intentar cambiar, aunque luego no me salga. Déjenme soñar, que lo de ser soñador lo llevo bien. Y déjenme defender la alegría que me hace añicos por dentro, la que quiere poner luz en cada oscuro sótano de mi interior. Esa que quiere cargarse a golpe de recuerdos y vivencias cada una de las partes tenebrosas que hay en mí. Déjenme que me quede con una mañana con los ojos llenos de legañas en coche para ir a la estación, con une verborrea inagotable la noche de Nochebuena, con aquellos que se menosprecian cuando están cambiando sin saberlo la vida de la gente, con las noches entre pucheros y peroles, con el silencio de un campo en el que ni hay datos ni cobertura, con los que te meten un puro en el bolsillo como regalo antes de partir... Déjenme que me quede con la alegría, ahora que ha vuelto a mi vida.

Y ayudadme, vosotros mis mosqueteros, porque movéis los engranajes oxidados del corazón para volver a poner en marcha la máquina... Sin vosotros soy peor, mucho peor. Y con vosotros soy un candil que ilumina y no se apaga, un farol que alumbra la noche más oscura cuando bebe de ese carburante que me dais en esas ciudades donde habitan los sueños. Prometo no defraudaros, como vosotros nunca me defraudásteis cuando me miré en vosotros para descubrirme a mí mismo. La alegría la aprendí de vosotros, y cuando os falte... yo os regalo un poco de la mía.

No hay comentarios: