lunes, 3 de diciembre de 2012

Contradiciendo a la burbuja

Nos hemos llevado años adoctrinando a nuestros niños: "Cuando vayáis al Espino, no os emocionéis. Aquello es una burbuja, una situación irreal. Al regresar a vuestras ciudades de origen las amistades que parecían eternas y lo allí vivido se quedará con toda probabilidad entre los muros del monasterio". Y una vez alcanzado el decanato, cuando era lógico pensar que la profecía se cumpliría de nuevo, llega la sorpresa.

Esta historia comienza hace tres semanas. El regreso de Valencia con una espinita clavada, sin tiempo a recuperarnos, nos llevó en volandas a un nuevo proyecto. El más ambicioso, el más agotador de los que los chicos del coro se habían planteado hasta ahora. ¿Quién dijo que los cuentos eran tarea fácil? Pudimos soñar que podíamos respirar bajo el mar o imaginar que el simple hecho de poner la mesa podía convertirse en una gran cabalgata de derroche imaginativo. Pero no fue sencillo. Semanas ensayando día tras día, a pesar de que el flautista de Hamelín nos intentaba llevar siempre por buen camino y la hormiga reina trabajaba incansable cuadrando horarios y haciendo cuadrantes para que la enorme tela del concierto se fuera tejiendo poco a poco. Semanas en las que, poco a poco, como siempre pasa en estas cosas, nos fuimos transformando hasta convertirnos en "alguien que solíamos conocer". Que entre bambalinas, muchas veces, hay que callar y morderse la lengua, que la procesión, aunque hermosa, siempre va por dentro.

Pedíamos al reloj que detuviese su camino mientras los cocos marcaban el tic tac y nos acercaban al viernes del estreno, y cada vez veíamos más claro que la tortuga, ese lastre de la complejidad de las corales y de los disfraces, podía ganar a la liebre, esa desesperanza fanfarrona que se cernía sobre nosotros. Hasta que llegó 'El ciclo de la vida'. Y luego el concierto se fue deshaciendo, poco a poco, marchándose las tensiones, reforzándose los lazos ante un público entusiasmado, que se emocionó hasta al ver salir las servilletas dando saltitos en fila en 'Qué festín'. Y luego solo quedó la emoción, el derroche, la alegría, para terminar diciéndonos a nosotros mismos en aquel final de los Payasos de la tele que lo que acabábamos de hacer era "magistral y sensacional".


Y, volviendo a la burbuja, en la platea, sobre la moqueta (porque eso también lo hemos aprendido en el reino burgalés de la burbuja), estaban los que habían hecho kilómetros para venir a ver nuestro regalo solidario. Bien fuera desde Madrid o desde Graná, nos honraron con su presencia, a pesar de que los focos nos impidieron cantarles a la cara, ya que solo veíamos una espesa nube de cabecitas. Y después del éxito, nos tocó darles las gracias. Cada uno con los suyos, acogidos en nuestras propias casa, como familias que por unos días tienen un hermano más o, en el caso de Rafa, familia supernumerosa.

Nos tocaba devolverles la entrega, devolverles la ilusión que nos habían dado, los ánimos minutos antes de comenzar el concierto. Y volvimos a las charlas paseando por el centro, algunas postergadas durante meses y más que necesarias, a mirar a los ojos al Gran Poder, a la paz tras las puyas hirientes del proceso de construcción del concierto, volvimos a las noches de risas y nos unimos ante la adversidad (30 personas buscando un bolso robado hasta encontrarlo bajo un coche).

¿Momentos? Todos los del mundo. La vista hermosa desde el mirador de las Setas de la Encarnación, la vuelta a casa andando con los gritos de 'Decano' resonando por la calle San Fernando, los cigarritos que calientan la noche fría de la Calle Betis, el maratón de vídeos rumbo a Triana, las luces de Navidad, la historia del cinturón imperdible de Ile de France, la Catedral haciéndonos la cobra cuando intentábamos entrar, las 27 tapas de solomillo en la Tabernita, las buenas noches con nuevas voces en cada una de nuestras casas, los sandwiches en la cripta después del subidón, los abrazos del adiós...

¿Quién nos contó lo de la burbuja? ¿Quién nos hizo creer que aquello era inevitable? Hemos roto la maldición: no podemos vivir sin la burbuja, y por eso nos hemos propuesto mantenerla, haciéndola de cristal transparente para que no se rompa. Y a golpe de visita de este a oeste y de oeste a este, poco a poco vamos consagrando lo impredecible. Que Si tienes fe, puedes pegarle una patada a la desesperanza, que al fin y al cabo, 'Nostalgia' lleva dentro la palabra 'regreso', y eso solo puede significar que la mejor despedida es un 'Hasta luego'.

Creo que después de esta visita, de este fin de semana de concierto solidario en plan boda gitana -tres días de celebración-, nos queda sobre todo, algo más de concordia. Concordia por las conversaciones que tardaron meses en llegar y que al final han puesto los temas importantes sobre la mesa, concordia por la eterna promesa de venir a Sevilla que al final se cumple, concordia por haber escuchado al corazón pero también a la razón. Concordia porque estos momentos te hacen más fuerte, porque te llevan hasta los límites de la cordura para probar lo fuerte que eres. No puedes permitir que te ganen la partida. Parece que una vez más lo hemos superado, y el llevar nuestros cuerpos y mentes hasta el límite ha dado un fruto de 3.700 semillas de esperanza.

Hoy nos queda el vacío, la morriña y la vuelta a la realidad. Esa en la que los cuentos vienen en blanco y negro y se venden en los quioscos, en la que los finales felices hace tiempo ya que pasaron casi a mejor vida.  La realidad en la que los malos no se transforman con la fe, sino que siguen martilleando al que tiene ilusión. Que la ilusión no cotiza en bolsa ni vende en las televisiones. Pero que nos quiten los sueños, que eso sí que no pueden. Ya lo decía Chema en el concierto. Que los cuentos no viven en nuestros viejos libros, ni están hechos de papel y tinta, que los cuentos no se pueden destruir si seguimos creyendo en ellos y nos aferramos a la esperanza. Porque los cuentos, sean de los hermanos Grimm o nuestros propios sueños, viven en ti. Y eso es algo que ni la bestia más despiadada puede arrebatarte.

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